Por unos demonios más (72 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Por unos demonios más
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Ivy se dirigió a toda prisa al sitio de Ford y, mientras el hombre permanecía sentado con los ojos como platos y encogido en la esquina, ella le dio una patada a la puerta. Saltó el seguro y ella salió, serena y moviéndose con la gracia espeluznante de aquellos que viven en la noche. Jenks se había ido y lo seguimos al barco con una determinación sombría. Estábamos a medio camino cuando Edden nos alcanzó.

—Rachel, detente.

La expresión de Ivy era horrible y, tras una sola mirada que mostraba la profundidad de su miedo, siguió sin mí.

—Quítame las manos de encima —exclamé en voz alta descargando en él mi ira mientras me libraba de él—. Soy una profesional, no una novia afligida. —Bueno, también era eso, pero sabía cómo actuar en la escena de un crimen—. De no ser por mí nunca lo habrías encontrado. Puede que necesite mi ayuda, ¿o admites que me manipulaste a sabiendas de que ya estaba muerto?

Edden arrugó la cara bajo la brillante luz del sol, y aquello le hizo parecer viejo. Detrás de él estaba Ford, recostado contra el morro del coche. Me pregunté cuál sería su radio para captar emociones. Esperaba que fuese menos que los seis metros que nos separaban ahora.

—Si está muerto… —dijo Edden.

—¡Sé comportarme! —grité. El miedo de que tuviese razón me volvía temeraria—. ¡Voy a entrar ahí dentro! No es ninguna escena de un crimen hasta que sepamos si existe un crimen o no, ¡así que contrólate!

Ivy había llegado al barco y había saltado el metro y medio de altura de la cubierta con un movimiento envidiable. Yo corrí para alcanzarla. Me dolía el ojo hinchado desde debajo del hechizo de complexión y me latía el pie.

—¿Kisten? —grité, esperando oír su voz—. ¿Kisten, estás aquí?

Por el rabillo del ojo vi a Ford todavía apoyado en el coche, con la cabeza inclinada. Me sentí incómoda, así que subí a cubierta. Varios de mis músculos protestaron y me levanté desde mi posición arrodillada y me aparté el pelo de delante de los ojos. Ivy ya estaba bajo la cubierta. Jenks todavía no había aparecido y yo no sabía si aquello era bueno o malo. Sentí un escalofrío por la humedad que el rocío había dejado en la cubierta, intentando recordar si había estado allí. Pero nada. Nada en absoluto.

El barco apenas se movía con mi peso y me deslicé a medias hacia la puerta de la cabina, buscando donde agarrarme.

—¿Ivy? —dije mientras bajaba, y el miedo invadió mi alma y mi razón al ver que no respondía. El silencio se tragó mis esperanzas como el ácido amargo, gota a gota, aliento tras aliento. Si Kisten hubiera estado consciente habría contestado. Si era un no muerto estaría muerto por el sol, a menos que hubiese conseguido entrar en el almacén. Cualquiera de las opciones era mala.

Cuando atravesé la cocina solo se oían los latidos de mi corazón y un avión sobrevolándonos. Ivy habría dicho algo si lo hubiese encontrado. Me impactó ver manchas de sangre en la ventana alta que daba al exterior, a la otra orilla. También se veía la huella de una mano.

—¿Kisten? —susurré, pero sabía que no era suya. Y no era mía. Era de su asesino.

Me cayeron las lágrimas. No recordaba nada. ¿Por qué coño me había hecho esto a mí misma? Al ver la puerta astillada que separaba la cocina y la sala de estar me detuve conteniendo el aliento. Me empezó a latir el pie y se me aceleró el corazón. No podía mirar a otro lado. Lo sabía…

Recuperé el aliento de repente cuando Edden aterrizó al otro lado de la ventana, poniéndome nerviosa. El barco apenas se movió con su peso tampoco. Como si se tratase de un sueño, caminé hacia la puerta con la mano por delante para tocarla y asegurarme de que era de verdad. Toqué con los dedos las astillas afiladas y suaves y sentí un mareo.

La luz estaba eclipsada y no me giré cuando sentí a Edden y a Ford en la puerta.

—Yo hice esto —susurré, dejando caer la mano. Yo no lo recordaba, pero mi cuerpo sí, ya que el pie me latía y el pulso se me aceleraba. Miré el marco de la puerta destrozado. Lo había roto con el pie. Con la mirada desenfocada, me apoyé en el armario para mantener el equilibrio mientras me invadía el pánico al recordar. Recuerdo haber llorado. Recuerdo tener el pelo en la boca e intentar escapar. Me dolía tanto el brazo que no conseguía abrir la puerta, así que la había abierto de una patada. Cerré los ojos y volvía sentirlo todo. Imágenes diseminadas era lo único que quedaba de todo aquello. Había abierto la puerta de una patada para entrar y luego me había golpeado la parte de atrás de la cabeza con una pared.

Me toqué la nuca cuando empezó a palpitarme. Allí había alguien más. Y al notar el leve aroma desconocido a incienso vampírico que todavía flotaba en el aire, supe que tenía que ser el asesino de Kisten. Había ocurrido allí y yo había formado parte de ello.

—Yo hice esto —dije girándome hacia los dos hombres—. Recuerdo haber hecho esto.

Edden tenía el rostro tenso y sostenía una pistola con la que apuntaba hacia el techo. Ford estaba detrás de él, como el psiquiatra profesional que era, fuera de lugar y recopilando información sobre la que no quería oír su opinión.

El suave sonido de unas alas de libélula hizo que girase mi cara empapada en lágrimas para ver a Jenks, con sus alas brillantes bajo la luz que entraba por las ventanas bajas.

—Rache, será mejor que entres aquí.

Oh, Dios
.

—¿Ivy? —dije llamándola, y Edden se abrió paso en aquel espacio apretado.

—Ponte detrás de mí —dijo con cara de preocupación, y yo atravesé el marco roto antes que él, desesperada por encontrarla. O bien Kisten estaba muerto y no suponía amenaza, o bien estaba muerto y destrozado por el sol, o bien su asesino estaba todavía allí, o Ivy había encontrado a Kisten y me necesitaba.

La sala de estar estaba limpia y vacía, olía al agua y al sol que entraba por las ventanas abiertas. Con el pulso a cien por hora, seguí a Jenks al pasillo, pasamos junto al baño y nos dirigimos al dormitorio trasero. El ruido áspero de la respiración entrecortada de Ivy me hizo sentir un escalofrío e hice que Edden me soltara, pero me quedé de piedra al atravesar la puerta.

Ivy estaba sola y de pie de espaldas a la cómoda, con los brazos cruzados sobre la cintura y la cabeza inclinada. Delante de ella, en el suelo y tirado contra la cama, estaba Kisten.

Cerré los ojos y sentí un nudo en la garganta. Me golpeó el dolor y me tambaleé hasta apoyarme en el marco de la puerta.
Está muerto
. Y no había sido fácil.

El taco en voz baja de Edden detrás de mí me hizo recuperar la consciencia. Cogí aire con dificultad.

—Tú, hijo de puta —susurré al aire—. Hijo de puta cabrón. —Había llegado demasiado tarde.

El cuerpo descalzo de Kisten estaba vestido con un par de vaqueros limpios y una camisa que nunca le había visto. Su cuerpo y su cuello habían sido ferozmente atacados y tenía los brazos y el torso rasgados, como si hubiese intentado defenderse. Sus ojos de color azul plateado me decían que había muerto siendo un no muerto, pero la sangre que había formado un charco junto a sus piernas y sus talones evidenciaba que no lo habían drenado, simplemente lo habían matado dos veces. Su pelo, en su día brillante, estaba manchado con sangre oscura y su sonrisa había desaparecido. Volví a tomar aire intentando mantenerme erguida, aunque la habitación estaba empezando a tambalearse.

—Lo siento, Rachel —dijo Edden en voz baja poniéndome una mano sobre el hombro en un gesto de consuelo—. Sé lo mucho que significaba para ti. Esto no ha sido culpa tuya.

Al decirme eso empezaron a caérseme las lágrimas, una a una.

—¿Kisten? —dije con una voz ahogada, sin querer creerme que se había ido. Yo había estado allí. Había intentado mantenerlo con vida. Tenía que haber sido así. Pero no lo había conseguido y la culpa debió de ser la razón por la cual lo había olvidado.

Di un paso desesperado hacia él, deseando tirarme de rodillas y abrazarle.

—Lo siento, Kisten. —Entonces empecé a llorar—. Tuve que intentarlo. Tuve que hacerlo.

Desde detrás de mí, en el pasillo, Ford dijo:

—Lo intentaste.

Ivy y yo nos giramos. Parecía destrozado al estar sintiendo en su interior nuestros infiernos personales.

—Está en tus pensamientos —dijo, y yo estuve a punto de perderme, pero desistí y caí de rodillas delante de Kisten. Las lágrimas fluían sin freno mientras intentaba colocarle el cuello de la camisa para tapar el estrago que le habían hecho en el cuello.

—No me acuerdo —dije llorando desconsolada—. No me acuerdo de nada de esto. Dime qué pasó.

Ford tenía la voz tensa.

—No lo sé. Pero sientes culpabilidad y remordimientos. Hay odio, pero no es hacia él. Alguien te ha hecho olvidar.

Levanté la vista, queriendo creer. Todo estaba borroso, era irreal.

—No olvidaste porque no pudieses soportarlo —dijo él. Su voz reflejaba culpabilidad por haberme etiquetado de débil—. Alguien te ha hecho olvidar en contra de tu voluntad. Está todo ahí, en tus emociones.

Parpadeé rápido intentando aclarar la vista. El dolor que sentía en el pecho no se me pasaba y no me dejaba pensar. Aquí había estado alguien más aparte de mí. Alguien más sabía lo que había ocurrido. ¿Alguien que me había obligado a olvidar? ¿Por qué?

Me invadió un nuevo miedo que me hizo centrar mi atención en Ivy, que seguía a un lado destrozada mientras Kisten permanecía en el suelo frío y muerto entre nosotras. Ella no quiso que Ford me ayudase a recordar. ¿Acaso…? ¿Acaso lo había matado porque me había mordido?

—No me acuerdo —susurró Ivy como si supiese lo que estaba pensando. Tenía la cabeza inclinada y los brazos alrededor de la cintura para evitar sufrir una crisis—. Podría haberlo hecho. No me acuerdo.

Edden puso la pistola de nuevo en la funda y la cerró. Cruzó los brazos con un gesto agresivo y adoptó una postura firme. Yo me puse de pie, dividida entre la ira hacia él y el miedo por Ivy.

—Ella nunca lo haría —dije asustada, y fui hacia ella para darle una sacudida—. Tú no harías eso, Ivy. ¡Mírame! ¡Tú lo querías!

Ella sacudió la cabeza y su pelo negro le ocultó la cara.

—Ella era sucesora de Piscary —dijo Edden—. Lo haría si se lo ordenasen.

—¡Ella quería a Kisten! —exclamé, consternada y asustada—. ¡Nunca haría algo así!

Edden tomó un camino más duro.

—En la calle se comenta que lo habría matado si él tocase tu sangre. ¿Fue así?

La culpa pareció detener mi corazón y busqué frenética una salida. Jenks estaba sobre la cómoda, abatido. Estábamos en la misma habitación en la que yo había mordido a Kisten en un ataque de pasión de sangre que apenas yo misma llegaba a entender. Él no me había mordido, pero ahora eso parecía no importar.

Ivy levantó la cabeza al quedarme yo en silencio. Su hermoso rostro estaba retorcido de dolor.

—Podría haberlo hecho —susurró—. No me acuerdo. Todo lo que ocurrió hasta que Piscary te atacó es una… una pesadilla confusa. Creo que alguien me dijo que tú habías probado a Kisten. No me acuerdo si alguien me lo dijo o yo lo averigüé. —Me miró con los ojos llenos de lágrimas, enmarcados por su pelo negro cubierto de oro. Su mirada albergaba un horrible miedo—. Puede que lo hiciese. ¡Puede que lo hiciese, Rachel!

Mi estómago era un manojo de nudos, pero el terror había desaparecido y de repente lo comprendí. Ella no quería que saliésemos a buscarlo por miedo a enterarse de que lo había matado. No quería que Ford me ayudase a recordar por la misma razón. Alguien había matado a Kisten pero, en el fondo de mi corazón, yo sabía que no había sido Ivy, aunque siglos de evolución y condicionamiento le hiciesen desearlo.

—Tú no lo mataste —dije rodeándola con mis brazos para ayudarla a creérselo. Tenía los músculos en tensión y empezó a temblar en silencio—. No lo hiciste. Lo sé, Ivy. No lo harías.

—No me acuerdo —dijo, entre sollozos, admitiendo su miedo—. Lo único que recuerdo es estar enfadada, confusa y fuera de control. —Se movió y yo la solté para que pudiese levantar la cabeza—. ¿Tú le mordiste? —susurró, rogándome con la mirada que le dijese que no.

Me alegraba de no llevar el amuleto, así al menos podía fingir que Ford no estaba observando el desarrollo de todo aquel drama. Si decía que sí, ella supondría que había matado a Kisten. Pero me era imposible mentirle.

—Le mordí —dije pronunciando las palabras de culpabilidad rápido para poder soltarlo antes de que ella decidiese que lo había matado y acabar con el dolor que llevaba dentro—. Me regaló un par de fundas por mi cumpleaños. Sabía que te habías insinuado a mí. Ahora, mirando hacia atrás, estoy segura de que lo hice para convencerlo de que no iba a dejarlo. De que era importante para mí.

Ivy gimió y se separó de mí.

—¡Maldita sea, Ivy! —exclamé, limpiándome las lágrimas que me caían lentamente—. ¡Tú no lo matarías por eso! ¡Tú lo querías! Piscary nunca tocó esa parte de ti. ¡Es imposible! Nunca fuiste suya. ¡Solo él pensaba que lo eras! Kisten dijo que Piscary nunca te había pedido que me mataras, pero lo hizo, ¿verdad? —dije mientras la observaba. Apenas podía respirar y su sufrimiento dudaba mientras intentaba recordar—. Te ordenó que me matases y tú te negaste. No me matarías por Piscary y tampoco a Kisten. Lo sé, Ivy. Por eso te cerraste. Tú no lo mataste. No lo hiciste.

Durante unos segundos se limitó a mirarme mientras revisaba sus pensamientos. Detrás de ella vi a Ford apoyar la cabeza en la mano, intentando no escuchar… pero joder, ese era su trabajo. Ivy tomó aire profundamente y todos sus músculos se ablandaron.

—Kisten —dijo por fin respirando. Cayó de rodillas para tocarle y entonces supe que me creía. Le tocó el pelo con sus manos y se echó a llorar.

El primer lamento fuerte fue para soltarse, y la orgullosa y estoica Ivy por fin se liberó. Unos sollozos atormentados y tremendos le hacían sacudir los hombros. Lágrimas por su muerte, sí, pero también por ella misma, y yo también sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas que se derramaron cuando me dejé caer a su lado para estar junto a la quietud fría de Kisten. Él era la única persona que sabía hasta qué profundidad de depravación los había hundido Piscary, las cumbres del éxtasis. El poder abrumador que les había concedido y el terrible precio que se había cobrado por ello. El único que la había perdonado por lo que era, que comprendía quién quería ser. Se había ido y probablemente no habría nadie más que lo pudiese entender. Ni siquiera yo.

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