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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

Portadora de tormentas (11 page)

BOOK: Portadora de tormentas
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—Una poción mágica —dijo Moonglum dejando la copa sobre la mesa.

— Si es así como prefieres llamarla. Elric y yo pertenecemos a una época en la cual lo que ahora tú llamas magia formaba parte de la vida normal, y en la que el Caos gobernaba a sus anchas, aunque de un modo más tranquilo que ahora. Vosotros, los hombres de los Reinos Jóvenes, quizá tengáis razón al sospechar de la brujería, porque si logramos preparar al mundo para la ley, entonces quizá logréis encontrar vinos parecidos mediante métodos más dolorosos, métodos que podáis entender mejor.

—Lo dudo —repuso Moonglum lanzando una carcajada—. Hablas como si tener conocimientos sobrenaturales fuera algo sencillo. Por lo que he oído, hace falta un hombre genial para dominarlos.

—En estos días es así, efectivamente —dijo Sepiriz.

— Si no tenemos más suerte de la que hemos tenido hasta ahora —dijo Elric suspirando—, veremos el Caos desatado sobre la tierra y a la Ley vencida para siempre.

—Sería muy desafortunado para nosotros si la Ley triunfara, ¿verdad? —inquirió Sepiriz sirviéndose otra copa de vino.

Moonglum lanzó una mirada inquisitiva a Elric, y entonces comprendió mejor la difícil situación en la que se encontraba su amigo.

—Sepiriz, me has dicho que había otro trabajo para mí y para mi espada —dijo Elric—. ¿De qué se trata?

—Ya sabes que Jagreen Lern ha convocado a algunos de los Duques del Infierno para capitanear sus tropas y controlar las tierras ya conquistadas.

—Sí, ya lo sé.

—¿Y comprendes la gravedad de todo ello? Jagreen Lern ha logrado abrir una brecha de considerable tamaño en la barrera construida por la Ley, cuyo fin era el de impedir que las criaturas del Caos gobernaran del todo este planeta. A medida que aumenta su poder, esa brecha se ensancha. Esto explica por qué logró convocar a los más poderosos representantes de la nobleza infernal, cuando en el pasado resultaba sumamente difícil hacer que uno de ellos llegara a nuestro plano. Arioco se encuentra entre los convocados...

— ¡Arioco!

Arioco había sido siempre el demonio protector de Elric, el principal dios adorado por sus antepasados. El hecho de que la situación fuese tan grave le permitió darse cuenta de que era un paria y que no gozaba ni de la protección de la Ley ni de la del Caos.

—En estos momentos, tu única aliada sobrenatural es esa espada que llevas —le dijo Sepiriz con tono sombrío—. Y quizá sus hermanos.

— ¿Sus hermanos? ¿Qué hermanos? Sólo existe una hermana, Enlutada, y la tiene Dyvim Slorm.

— ¿Recuerdas que te conté que las espadas gemelas eran en realidad una manifestación terrenal de sus yoes sobrenaturales?

—Sí, lo recuerdo.

—Pues bien, puedo decirte ahora que el ser real de Tormentosa está relacionado a otras fuerzas sobrenaturales que se encuentran en otro plano. Sé cómo convocarlas, pero estos entes son también criaturas del Caos, por lo tanto, en lo que a ti concierne, son un tanto difíciles de dominar. Podrían muy bien desmandarse, y llegar incluso a volverse en tu contra. Tormentosa, tal como has tenido ocasión de comprobar en el pasado, está unida a ti por unos lazos más fuertes que los que la atan a sus hermanos, que en realidad son seres inferiores, pero ocurre que la superan en número, y Tormentosa podría no ser capaz de protegerte contra ellos.

— ¿Por qué no lo he sabido hasta ahora?

—En cierto modo lo has sabido siempre. ¿Recuerdas las ocasiones en que has pedido a los Seres Oscuros que te ayudaran y la ayuda te llegaba?

— Sí. ¿Quieres decir pues que esa ayuda me la proporcionaban los hermanos de Tormentosa?

— En muchas ocasiones, sí. Ya están acostumbrados a acudir en tu auxilio. No son lo que tú y yo calificaríamos de inteligentes, pero sienten, por lo tanto, no están tan ligados al Caos como sus sirvientes que gozan de raciocinio. Pueden ser controlados hasta cierto punto por cualquiera que tenga poderes como los que tú tienes sobre uno de sus hermanos. Si necesitas su ayuda, sólo deberás recordar una runa que después te diré.

— ¿Cuál es mi cometido?

— ¡Destruir a los Duques del Infierno!

— ¿Qué dices? ¡Sepiriz, es imposible! Son Señores del Caos, uno de los grupos más poderosos en todo el Reino del Azar. ¡Sepiriz, no podré hacerlo!

—Es verdad. Pero controlas una de las armas más potentes. Claro que ningún mortal puede destruir del todo a los duques, a lo único que puede aspirar es a obligarlos a regresar a su plano destruyendo la sustancia que utilizan como cuerpo en la tierra. Ése es tu cometido. Ya existen señales de que los Duques del Infierno, Arioco, Balan y Maluk, le han arrebatado a Jagreen Lern parte de su poder. El muy tonto sigue creyendo que puede seguir dominando los poderes sobrenaturales que representan. Es posible que a ellos les convenga dejar que lo crea, pero una cosa es segura, con amigos así, Jagreen Lern podrá derrotar a las tierras del sur con un mínimo de gasto en armamento, embarcaciones y hombres. Sin ellos, podría hacerlo igualmente, pero tardaría mucho más y debería emplear un mayor esfuerzo, con lo que nos estaría dando una ligera ventaja para preparar nuestra defensa mientras él doblega a las tierras del sur.

Elric no se molestó en preguntarle a Sepiriz cómo se había enterado de la decisión de los del sur de enfrentarse solos a Jagreen Lern. Era evidente que Sepiriz poseía diversos poderes, tal como lo había probado su capacidad de 

ponerse en contacto con Elric a través del vidente.

— He jurado ayudar a las tierras del sur a pesar de su negativa a ponerse de nuestro lado para luchar contra el Teócrata —dijo Elric con tono tranquilo.

—Y mantendrás ese juramento destruyendo a los duques... si puedes.

—Destruir a Arioco, a Balan, a Maluk... —Elric susurró los nombres, temeroso de que a pesar de encontrarse donde estaba, con su sola mención pudiera invocarlos.

—Arioco ha sido siempre un demonio poco colaborador —apuntó Moonglum—. En el pasado se ha negado más de una vez a auxiliarte, Elric.

—Porque ya sabía que tú y él ibais a enfrentaros en el futuro —aclaró Sepiriz.

A pesar de que el vino le había refrescado el cuerpo, la mente de Elric era un hervidero. Era tal el esfuerzo al que se veía sometida su alma que creyó que iba a rompérsele. Luchar contra el dios demonio de sus antepasados... La sangre de sus predecesores seguía fluyendo con fuerza por sus venas y las antiguas lealtades seguían vigentes.

Sepiriz se puso en pie, aferró a Elric por los hombros, fijó sus negros ojos en los carmesíes del albino, y le dijo:

—Te has comprometido a llevar a cabo esta misión, ¿recuerdas?

—Sí, me he comprometido... pero Sepiriz... los Duques del Infierno... Arioco... yo... ah, cómo desearía estar muerto en este momento...

—Te queda mucho por hacer antes de que se te permita morir, Elric —dijo Sepiriz en voz baja—. Debes comprender cuan importantes sois tú y tu espada para la causa del Destino. ¡Recuerda tu compromiso!

Elric se irguió y asintió vagamente.

—Si antes de aceptar este compromiso hubiera sabido que esto iba a ocurrir, lo habría aceptado de todos modos. Pero...

—¿Qué?

—No deposites demasiada fe en mi capacidad de cumplir con esta parte de mi cometido, Sepiriz.

El negro nihrainiano no dijo palabra. La cara normalmente alegre de Moonglum dejó entrever una seriedad y una tristeza inmensas cuando el oriental miró a Elric, de pie en el enorme vestíbulo mientras la luz del fuego hacía piruetas a su alrededor, con los brazos cruzados sobre el pecho, la enorme espada colgada a su costado, y una mirada de asombro en sus ojos carmesíes. Sepiriz se internó en las sombras para volver con una tabla blanca sobre la que estaban grabadas unas viejas runas. Se la entregó al albino.

—Memoriza el hechizo —le aconsejó Sepiriz en voz baja — , y luego destruye la tabla. Pero recuerda, utilízalo únicamente en caso de extrema gravedad, porque, tal como te he advertido, los hermanos de Tormentosa podrían negarse a ayudarte.

Haciendo un gran esfuerzo, Elric logró controlar sus emociones. Moonglum se retiró a descansar y el albino estudió la runa bajo la guía del nihrainiano; aprendió su expresión oral, y también los matices lógicos que era preciso que entendiera, así como el estado mental en el que debía encontrarse para que surtiera efecto.

Cuando tanto Sepiriz como él se sintieron satisfechos, Elric permitió que un esclavo lo condujera a sus aposentos, pero le resultó imposible dormir y se pasó la noche atormentado hasta que el esclavo fue a despertarlo a la mañana siguiente, encontrándole completamente vestido y preparado para la cabalgada hasta Pan Tang, donde se habían reunido los Duques del Infierno. 

9

Elric y Moonglum cabalgaron por las asoladas tierras del oeste, a lomos de fuertes caballos nihrainianos que parecían no temer a nada ni necesitar descanso. Se trataba de un regalo especial, pues éstos poseían ciertos poderes aparte de su fuerza y resistencia inusitadas. Sepiriz les había dicho que en realidad, aquellos caballos no existían del todo en el plano terrenal y que sus cascos no tocaban el suelo en el sentido estricto de la palabra, sino que se apoyaban sobre la materia de su otro plano, por lo que daba la impresión de que galopaban en el aire o sobre el agua.

Por todas partes encontraron escenas de terror. En cierta ocasión presenciaron un hecho horrendo; una multitud enloquecida e infernal destruyó una aldea construida alrededor de un castillo. El castillo estaba en llamas y en el horizonte se veía una montaña de humo y fuego: otro volcán en unas tierras donde jamás habían existido. Aunque los saqueadores tenían forma humana, eran criaturas degeneradas que, con igual abandono, derramaban sangre y se la bebían. Al frente del grupo, aunque sin participar en la orgía, Elric y Moonglum vieron una cosa que parecía un cadáver montado sobre el esqueleto viviente de un caballo. Iba ataviado con brillantes vestiduras, empuñaba una espada llameante y llevaba un yelmo dorado.

Se alejaron a toda prisa de aquella escena atravesando unas brumas que parecían y olían igual que la sangre; vadearon ríos infestados de muertos, dejaron atrás bosques que parecían seguirlos, bajo cielos repletos de fantasmales figuras aladas que portaban cargas más fantasmales aún.

En otras ocasiones, se toparon con grupos de guerreros. Muchos de ellos llevaban las armaduras y los trajes de las naciones conquistadas, pero era evidente que se trataba de gente depravada que se había vendido al Caos. Según las circunstancias, se enfrentaban a ellos o los evitaban, y cuando por fin llegaron a los acantilados de Jharkor y vieron el mar que los llevaría a la Isla de Pan Tang, supieron que acababan de cruzar unas tierras a las que había llegado el Infierno.

Galoparon a lo largo de los acantilados, mientras allá abajo bullía el mar grisáceo y en el horizonte, el cielo aparecía oscuro y frío; al llegar a la playa reposaron un momento al borde del agua.

— ¡Vamos! —gritó Elric espoleando a su caballo—. ¡A Pan Tang!

Casi sin detenerse, cabalgaron en sus mágicos corceles sobre las aguas, en dirección de la malvada isla de Pan Tang, de donde Jagreen Lern y sus terribles aliados se disponían a zarpar con su gigantesca flota para aplastar la potencia naval del sur antes de conquistar sus tierras.

— ¡Elric! —gritó Moonglum por encima del silbido del viento—. ¿No deberíamos ir con más cautela?

— ¿Cautela? ¿De qué nos serviría cuando los Duques del Infierno deben de saber ya que el renegado de su sirviente viene para enfrentarse a ellos?

Perturbado, Moonglum apretó los labios, porque Elric parecía fuera de sí.

Los sombríos acantilados de Pan Tang se elevaron en el horizonte, ominosos y bañados por el mar que gemía como sometido a una tortura especial que el Caos estuviese infligiéndole a la naturaleza misma.

Sobre la isla se cernía también una peculiar oscuridad que se agitaba y cambiaba.

Los caballos nihrainianos fueron subiendo por la escarpada playa de Pan Tang, un lugar que siempre había estado sometido al dominio de los sacerdotes del mal, una teocracia que había intentado siempre emular a los legendarios emperadores hechiceros del Brillante Imperio de Melniboné. Pero Elric, el último de esos emperadores, sin tierras ya, con pocos súbditos, sabía que las artes oscuras habían sido naturales y legales para sus antepasados, mientras que aquellos humanos se habían pervertido adorando a una impía jerarquía que apenas lograban comprender.

Sepiriz les había indicado la ruta y galoparon a través de turbulentas zonas en dirección a la capital: Hwamgaarl, la Ciudad de las Estatuas Vociferantes.

Pan Tang era una isla de obsidiana verde brillante que despedía unos extraños reflejos; era una piedra que parecía dotada de vida.

A lo lejos no tardaron en divisar las murallas de Hwamgaarl. A medida que fueron acercándose, un ejército de espadachines encapuchados que cantaba una horrible letanía, pareció surgir del suelo para impedirles el paso.

Elric no tenía tiempo que perder con aquellos espadachines, en los que reconoció a un destacamento de los sacerdotes guerreros de Jagreen Lern.

— ¡Arriba, caballo! —gritó, y el corcel nihrainiano saltó hacia el cielo pasando por encima de los

desconcertados sacerdotes.

Moonglum lo imitó; se burló de los espadachines lanzando una sonora carcajada mientras él y su amigo avanzaron raudamente hacia Hwamgaarl. Durante un trecho nadie les salió al paso, dado que Jagreen Lern había supuesto que el destacamento habría bastado para retener a los dos jinetes durante un tiempo considerable. Pero cuando la Ciudad de las Estatuas Vociferantes se encontraba apenas a una milla de distancia, el suelo comenzó a sacudirse y a partirse. Aquello no les molestó demasiado, porque los caballos nihrainianos no necesitaban apoyarse en el suelo.

El cielo comenzó a agitarse también, y unas listas de luminoso ébano fueron surcándolo, y de las hendiduras del suelo fueron surgiendo monstruosas figuras.

Unos leones con cabeza de buitre, de cuatro metros de altura, se abalanzaron sobre ellos con hambrienta furia, mientras agitaban sus melenas de plumas.

Moonglum se quedó boquiabierto cuando oyó que Elric se echaba a reír y decidió que el albino se había vuelto loco. Pero Elric ya estaba familiarizado con aquellos seres macabros, dado que sus antepasados los habían creado hacía decenas de siglos para utilizarlos en su propio beneficio. Evidentemente, Jagreen Lern había descubierto aquella manada de bestias merodeando en las fronteras entre el Caos y la tierra y la había utilizado sin saber nada de sus orígenes.

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