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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #novela negra

Post Mortem (30 page)

BOOK: Post Mortem
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—¿Por qué? —preguntó Abby, perpleja—. ¿Cree que la siguió alguien de fuera de la ciudad?

—Estoy tratando simplemente de establecer cuándo estaba aquí y cuándo no.

—El jueves pasado —dijo Abby con trémula voz— regresó a Chapel Hill a ver a su marido y estuvo algún tiempo con una amiga. Permaneció fuera casi toda la semana y volvió el miércoles. Hoy empezaban las clases, el primer día de clase del ciclo de verano.

—¿El marido ha venido aquí alguna vez?

—No —contestó Abby en tono abatido.

—Tiene un historial de malos tratos y de actos de violencia contra ella...

—¡No! —gritó Abby—. ¡Jeff no le ha hecho eso a mi hermana! ¡Ambos querían que se celebrara un juicio de separación! ¡No existía la menor hostilidad entre ellos! ¡El cerdo que ha hecho eso es el mismo cerdo que lo ha estado haciendo con otras!

Marino estudió la grabadora de la mesita. Una lucecita roja estaba parpadeando.

Rebuscó en los bolsillos de su chaqueta y puso cara de contrariedad.

—Tendré que regresar al coche un momento.

Nos dejó solas a Abby y a mí en el salón inmaculadamente blanco.

Se produjo un prolongado y embarazoso silencio antes de que Abby me mirara.

Tenía los ojos inyectados en sangre y el rostro congestionado.

—No sabe cuántas veces he querido hablar con usted —me dijo con amarga tristeza—. Y ahora va y me ocurre eso precisamente a mí. Seguramente se alegra en su fuero interno. Sé la opinión que le merezco. Seguramente piensa que me está bien empleado. Ahora siento en mi propia carne lo que deben de sentir las personas sobre las cuales escribo. Justicia poética.

El comentario me llegó muy adentro.

—Abby —le dije, conmovida—, eso no le está bien empleado. Jamás se lo desearía ni a usted ni a nadie.

Mirándose las manos fuertemente apretadas en puño, añadió con profundo dolor:

—Cuídela, por favor. Cuide de mi hermana, se lo ruego. Oh, Dios mío. Cuide de Henna, por favor...

—Le prometo que cuidaré de ella...

—¡No puede usted permitir que ése salga bien librado! ¡No puede permitirlo!

No supe qué decir.

Cuando me miró, me sobrecogí de espanto al ver el terror que reflejaban sus ojos.

—Ya no entiendo nada. No entiendo lo que está pasando.

Todas las cosas que se dicen. Y eso que ha ocurrido. Lo intenté. Intenté averiguarlo, intenté averiguarlo a través de usted. Y ahora, eso. ¡Ya no sé quiénes somos nosotros y quiénes son ellos!

—Creo que no la entiendo, Abby —dije en tono pausado—. ¿Qué intentó usted averiguar a través de mí?

—Aquella noche —contestó Abby—. A principios de semana. Intenté hablar de eso con usted. Pero él estaba allí...

Lo recordé vagamente.

—¿Qué noche? —pregunté en un susurro.

Me miró confusa, como si no pudiera recordarlo.

—El miércoles —contestó—. El miércoles por la noche.

—Usted se acercó a mi casa a última hora de aquella noche, pero se fue en seguida, ¿verdad? ¿Por qué?

—Usted... —balbuceó Abby— tenía compañía.

Bill. Recordé que habíamos permanecido un momento bajo la luz de la lámpara del porche. Resultábamos claramente visibles y el automóvil de Bill estaba aparcado en mi calzada, particular. Fue ella. Fue Abby la que se acercó aquella noche y me vio con Bill, pero eso no justificaba su reacción. ¿Por qué se asustó? El hecho de apagar los faros delanteros y hacer bruscamente marcha atrás fue algo así como un reflejo visceral.

—Esas investigaciones —dijo Abby—. He oído cosas. Rumores. La policía no puede hablar. Nadie puede hablar. Algo habrá fallado y por eso todas las llamadas se desvían a Amburgey. ¡Tenía que hablar con usted y preguntárselo! Y ahora dicen que usted cometió un fallo con los análisis serológicos de la cirujana... el caso de Lori Petersen. Dicen que toda la investigación se ha estropeado por culpa de su departamento y que, de no haber sido por eso, a esta hora la policía ya hubiera podido atrapar al asesino... —me miró con angustiada furia— Tengo que saber si es cierto. ¡Tengo que saberlo! ¡Tengo que saber lo que va a ocurrir con mi hermana!

¿Cómo se había enterado de la existencia de aquel ERP erróneamente etiquetado? No era posible que Betty se lo hubiera dicho. Sin embargo, Betty había terminado los análisis serológicos de los portaobjetos, y las copias (todas las copias de todos los informes de laboratorio) se enviaban directamente a Amburgey. ¿Se lo habría dicho él a Abby? ¿Se lo habría dicho alguien de su despacho? ¿Se lo habría dicho Amburgey a Tanner? ¿Se lo habría dicho a Bill?

—¿Cómo se ha enterado?

—Yo me entero de muchas cosas —contestó Abby con trémula voz.

Contemplé su afligido rostro y su cuerpo encogido por el dolor y el sufrimiento.

—Abby —dije serenamente—, estoy segura de que usted se entera de muchas cosas, pero también estoy segura de que muchas de ellas no son ciertas. O, mejor dicho, aunque contengan una parte de verdad, la interpretación es engañosa y quizá convendría que usted se preguntara por qué razón le dice alguien esas cosas y cuáles son los verdaderos motivos de esta persona.

—Yo simplemente quiero saber si es cierto lo que me han dicho. Si su departamento ha cometido un fallo.

No sabía qué contestarle.

—Le diré de entrada que lo voy a averiguar de todos modos. No me subestime, doctora Scarpetta. La policía ha cometido fallos mayúsculos. No crea que no lo sé. Cometió un fallo cuando aquel maldito sinvergüenza me siguió hasta mi casa. Y cometió un fallo con Lori Petersen cuando ella marcó el 911 y nadie acudió hasta casi una hora más tarde. ¡Cuando ella ya estaba muerta!

No pude disimular mi asombro.

—Cuando eso se divulgue —añadió Abby con los ojos llenos de lágrimas—, ¡la ciudad lamentará el día que yo nací! ¡La gente lo pagará muy caro! ¡Me encargaré de que paguen los que tengan que pagar! ¿Y sabe usted por qué?

La miré en silencio.

—¡Pues porque a los que mandan les importa una mierda que las mujeres sean violadas y asesinadas! Los mismos hijos de puta que investigan los casos salen por ahí y van a ver películas donde se viola, estrangula y golpea a las mujeres. Eso les parece sexualmente atractivo. Les gusta verlo en las revistas. Sueñan despiertos. Probablemente se excitan contemplando las imágenes. Los policías bromean sobre estas cosas. Yo los oigo. Los oigo en los escenarios de los delitos. ¡Los oigo en las salas de urgencias!

—Pero no hablan en serio —dije, notándome la boca seca—. Es una de las maneras que ellos tienen de afrontar estas situaciones.

Alguien estaba subiendo por la escalera.

Mirando furtivamente hacia la puerta, Abby abrió su bolso, sacó una tarjeta de visita y garabateó un número en ella.

—Por favor. Si puede decirme algo cuando... cuando ya lo haya hecho... —respiró hondo—. ¿Me querrá llamar? —dijo, entregándome la tarjeta—. Es el número de mi buscapersonas. No sé dónde estaré. No en esta casa, por lo menos durante algún tiempo. Y puede que nunca más.

Marino ya estaba de vuelta.

Abby le miró enfurecida.

—Ya sé lo que me va a preguntar —dijo mientras él cerraba la puerta—. Y la respuesta es no. No había ningún hombre en la vida de Henna, nadie de Richmond. No se veía con nadie, no se acostaba con nadie.

Sin decir nada, Marino introdujo una nueva cinta en la grabadora y pulsó el botón de grabar.

—¿Y usted, señorita Turnbull? —preguntó, mirándola fijamente.

El aliento se le quedó atascado en la garganta. Tartamudeando, Abby contestó:

—Tengo una estrecha relación con una persona de Nueva York. No es nadie de aquí. Tengo muchas relaciones, pero son por cuestiones puramente de trabajo.

—Comprendo. ¿Y cuál es exactamente su definición de una cuestión de trabajo?

—¿Qué quiere usted decir? —preguntó Abby, mirando aterrada a su alrededor.

Marino pareció reflexionar un instante y después dijo con aire indiferente:

—Lo que yo me pregunto es si usted sabe que ese «sinvergüenza» que la siguió hasta su casa la otra noche lleva varias semanas vigilándola. El tipo del Cougar negro. Bueno, pues, es un policía. De paisano; está adscrito a la brigada de represión del vicio.

Abby le miró con incredulidad.

—Mire —añadió Marino—, por eso nadie se preocupó cuando usted llamó para denunciarlo, señorita Turnbull. Mejor dicho, yo me hubiera preocupado porque este hombre hubiera tenido que ser más hábil. Lo que quiero decir es que, cuando se sigue a una persona, esta persona no tiene que darse cuenta.

Marino se expresaba cada vez con más dureza y con palabras más cortantes.

—Lo que ocurre es que ese policía no la conocía muy bien. Cuando he bajado al coche hace un momento, lo he localizado por radio y le he cantado las cuarenta. Reconoce que la estuvo hostigando deliberadamente, que se le fue la mano la otra noche cuando la siguió.

—Pero, ¿eso qué es? —gritó Abby indignada—. ¿Me estaba hostigando porque soy una reportera?

—Bueno, hay una circunstancia un poco más personal, señorita Turnbull —Marino encendió pausadamente un cigarrillo—. ¿Recuerda que hace un par de años publicó usted un gran reportaje de denuncia contra aquel policía de la brigada de represión del vicio que se introdujo en el negocio del contrabando de droga y fue detenido por posesión de cocaína? Seguro que lo recuerda. Acabó comiéndose su revólver de reglamento, se saltó la maldita tapa de los sesos. Aquel policía era compañero del tipo que la siguió. Pensamos que su interés por usted sería un estímulo para que hiciera un buen trabajo. Pero, al parecer, se pasó un poco...

—¡Usted! —gritó Abby con incredulidad—. ¿Usted le pidió que me siguiera? ¿Por qué?

—Se lo voy a decir. Puesto que a mi amigo se le fue la mano, la cosa ya no tiene remedio. Al final, usted hubiera averiguado que era policía. Mejor poner todas las cartas sobre la mesa aquí mismo en presencia de la doctora puesto que, en cierto modo, también la concierne a ella.

Abby me miró con expresión trastornada. Marino sacudió con mucha calma la ceniza de su cigarrillo.

—Ocurre que el departamento de Medicina Legal está sometido actualmente a una fuerte presión a causa de las presuntas filtraciones a la prensa, lo cual significa filtraciones directas a usted, señorita Turnbull —dijo Marino dando otra chupada al cigarrillo—. Alguien ha estado manipulando el ordenador de la doctora y Amburgey le está apretando las tuercas, le ha causado muchos problemas y le ha lanzado muchas acusaciones. Yo tengo otra opinión. Creo que las filtraciones no tienen nada que ver con el ordenador. Creo que alguien ha estado manipulando el ordenador para que parezca que la información procede de allí para disimular el hecho de que la única base de datos que se ha tocado es la que hay entre las dos orejas de Bill Boltz.

—¡Eso es una locura!

Marino siguió fumando sin apartar los ojos de Abby. Disfrutaba viéndola retorcerse en aquella apurada situación.

—¡Yo no tengo absolutamente nada que ver con la manipulación de ningún ordenador! —estalló Abby—. Aunque supiera hacer semejante cosa, ¡jamás en mi vida lo hubiera hecho! ¡No puedo creerlo! Mi hermana ha muerto... Jesús... —exclamó con lágrimas en los ojos—. ¡Oh, Dios míos! ¿Qué tiene eso que ver con Henna?

—Ya estoy casi a punto de no tener ni idea de quién o qué tiene algo que ver con nada. Yo lo que sé es que algunas de las cosas que usted ha publicado no son del dominio común. Alguien está poniendo trabas a la investigación entre bastidores. Tengo curiosidad por saber qué motivo impulsa a esa persona a hacer tal cosa a menos que tenga algo que ocultar o algo que ganar.

—No sé adónde quiere ir a parar...

—Mire —la interrumpió Marino—, me pareció un poco raro que hace unas cinco semanas, inmediatamente después del segundo estrangulamiento, usted publicara un gran reportaje a doble plana sobre Boltz, un reportaje del tipo «un día-en-la-vida-de». Una magnífica semblanza de este chico de oro que cuenta con tantas simpatías en la ciudad. Usted y él pasan un día juntos, ¿verdad? Casualmente aquella noche yo estaba por ahí y les vi salir juntos del Franco's sobre las diez. Los policías somos muy entrometidos, sobre todo cuando no tenemos otra cosa mejor que hacer, ¿sabe?, cuando las calles están tranquilas y todo eso. Decidí seguirles...

—Ya basta —musitó Abby, sacudiendo la cabeza—. ¡Ya basta!

Marino no le hizo caso.

—Boltz no la acompaña al periódico. La acompaña a su casa y, cuando vuelvo a pasar por aquí varias horas más tarde... ¡premio! El elegante Audi Blanco aún está aparcado y las luces de la casa están apagadas. Mira por dónde, inmediatamente después empiezan a aparecer unos jugosos detalles en sus reportajes. Supongo que eso es lo que usted llama una relación profesional.

Abby temblaba de pies a cabeza y se cubría el rostro con las manos. No podía mirarla. Tampoco podía mirar a Marino. Estaba tan trastornada que ni siquiera me daba cuenta... de la injustificada crueldad que suponía el hecho de azotarla con aquellas revelaciones después de lo que había ocurrido.

—Yo no me acosté con él —le temblaba tanto la voz que apenas podía hablar—. De veras que no. No quería. Él... se aprovechó de mí.

—Muy bien —dijo Marino, soltando un bufido.

Abby levantó la cabeza y cerró brevemente los ojos.

—Me pasé todo el día con él. La última reunión a la que asistimos no terminó hasta las siete de la tarde. Yo le invité a cenar, le dije que pagara la cuenta el periódico. Fuimos al Franco's. Tomé tan sólo un vaso de vino, nada más. Pero se me subió a la cabeza. Apenas recuerdo cuándo abandonamos el restaurante. Sólo recuerdo que subí a su automóvil. Él me tomó la mano y me dijo que jamás lo había hecho con una reportera de sucesos. No recuerdo nada de lo que ocurrió aquella noche. Me desperté temprano a la mañana siguiente. Él aún no se había marchado...

—Por cierto —dijo Marino, apagando la colilla del cigarrillo—. ¿Dónde estaba su hermana cuando sucedió todo eso?

—Aquí. En su habitación, supongo. No me acuerdo. No importa. Nosotros estábamos abajo. En el salón. En el sofá, en el suelo, no me acuerdo... ¡ni siquiera sé si mi hermana se enteró!

Marino la miró con desagrado.

—No podía creerlo —añadió Abby histéricamente—. Me asusté mucho porque me encontraba mal, como si hubiera tomado un veneno. Lo único que se me ocurre pensar es que, cuando me levanté para ir al lavabo de señoras en determinado momento de la cena, me debió de echar algo en el vino. Me tenía atrapada. Sabía que no acudiría a la policía. ¿Quién me iba a creer si hubiera llamado, diciendo que el fiscal de la mancomunidad... había hecho una cosa así? ¡Nadie! ¡Nadie me hubiera creído!

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