Primavera con una esquina rota (13 page)

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Authors: Mario Benedetti

Tags: #Drama, Romantico

BOOK: Primavera con una esquina rota
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Ese colegio no es el de Beatriz ni tiene el mismo horario, pero Graciela alza un brazo hasta poder ver la hora en el reloj digital, regalo de su suegro. Vuelve a poner la mano bajo la nuca, y en tono suave, como para que el dormido no tenga un despertar con sobresalto, dice:

—Rolando.

El dormido se mueve apenas, estira lentamente una pierna y sin abrir los ojos deposita una mano sobre el vientre liso de la mujer despierta.

—Rolando. Arriba. Dentro de una hora llega Beatriz.

El otro
(Sombras y medias luces)

Lo peor de todo era dejar correr el tiempo sin haber llegado a un acuerdo sobre el futuro. Porque no importaba cuántas horas conversaran sobre el tema ni cuántas veces se animaran a tratarlo. Todos los argumentos y contrargumentos acababan derrumbándose cuando él, Rolando Asuero, volvía a repetir el ademán ya clásico, el del primer día de la creación, o sea el de tomarle el rostro con ambas manos y besarla con una convicción que en cada nuevo ensayo se iba ajustando y madurando y dejando un sedimento más entrañable. Y cuando él la desnudaba con la misma responsabilidad y el mismo placer de la ocasión primera, y ella se dejaba acariciar y acariciaba con una alegría corporal que, al iluminarla, la convertía rápidamente de seducida en seductora, entonces se acababan todas las humillaciones y los tirones de conciencia y el situarse arbitrariamente en el lugar del ausente. Nunca lo hacían de noche, porque Graciela no quería que Beatriz se enterara antes de que Santiago lo supiera. Graciela no quería que la hija convirtiera, con su sola mirada de estupor o con su oído indeliberadamente atento, aquel acto traslúcido en aire confinado, aquella necesidad mutua en enigma a descifrar. Por eso lo hacían de tarde, y él estaba de acuerdo, mientras la ciudad sesteaba y sólo se oía el zumbido de los abejorros que merodeaban en el callejón de flores o junto a las persianas.

Graciela le había dicho que esa hora obligada había acabado en ella con un prejuicio antiguo, más arraigado en sus hábitos de lo que había pensado y admitido. Con Santiago nunca había hecho el amor de tarde, porque ella quería la oscuridad absoluta para la ceremonia, no quería nada que la distrajese del tacto, ya que el tacto era para ella el sentido cardinal de la unión amorosa, y Santiago, que no estaba de acuerdo con tal preeminencia y exclusividad del tacto, se había resignado sin embargo, siempre de mala gana, a esa exigencia que él atribuía a puritanismo mal digerido y punto, y sobre todo a su educación en colegio de monjas. Contra el cielo no hay quien pueda, decía Santiago para justificar el carácter irremediable de su concesión. Pero Graciela siempre había tenido bien clarito que las Hermanas no tenían la culpa y que en todo caso la razón última residía en ella misma, en un pudor oscuro del que no se enorgullecía. Por su parte, Rolando se hacía el muy amplio y condescendiente, pero en realidad no le gustaba nada ese arqueo tan pormenorizado de aquellas ajenas noches desnudas, y sólo por vengarse moderadamente de ese malestar le preguntaba y qué tal antes de Santiago, y ella no se indignaba, sino más bien se avergonzaba de confesarle que antes de Santiago nada, y otra vez se embarcaba en el lío de las sombras y las medias luces, y la prueba la tenés ahora, porque haciéndolo como lo hacemos en plena hora de siesta y aun con las persianas cerradas la penumbra es tan luminosa que todo queda a buena vista. Y era tan poderoso su deseo del otro cuerpo, tan prioritario y tan tierno el placer de juntarse con él, que en ningún momento ella había hecho hincapié en su anacrónico culto de lo oscuro, y no sólo no se había distraído del tacto, sino que había descubierto, casi a pesar suyo, cuánto agregaba al tacto la decisión de mirar al otro cuerpo en todas sus maniobras y rutinas y nuevas propuestas, y cuánto agregaba al tacto el ser mirada en todos sus valles y musgos y colinas. Sólo después del disfrute y el aflojamiento, cuando él, Rolando Asuero, encendía un cigarrillo y luego otro más y se lo alcanzaba, sólo entonces o más bien un poco después cuando ella volvía del baño y se acurrucaba contra él, sólo entonces el tema del ausente volvía a instalarse entre ellos, entre los dos cuerpos satisfechos y laxos.

Ella hablaba y hablaba, le daba vueltas y más vueltas a la situación, y llegaba a decir que nunca había sentido su propio cuerpo tanto como ahora, nunca había sacado tanto partido, no sólo físico, sino también espiritual, de un hecho que después de todo no tenía demasiadas variantes (en eso Rolando no está totalmente de acuerdo, pero se limita a sonreír) y sin embargo esa plenitud no la empujaba a hacer comparaciones, porque no quería agraviar el recuerdo de Santiago ni siquiera el recuerdo de su cuerpo (aquí Rolando deja de sonreír), no quería de ninguna manera opacar su imagen, ya que tampoco tenía derecho a hacerlo pues no olvidaba que cuando ella y Santiago lo hacían eran más jóvenes, más urgidos, más vitales quizá (aquí Rolando frunce el ceño) pero también más inexperientes, y después de todo, lo sufrido en carne propia y ajena en todos estos años los había transformado en seres más duros y a la vez más tiernos, en hombres y mujeres más reales y a la vez más irreales, más concretos y sin embargo más no eran, o acaso habían pertenecido a estratos de ficción y disimulo.

Hasta que en la nueva vez que lo hicieron, cuando ella recomenzaba su paternoster post afrodisíaco, Rolando apagó el cigarrillo y le quitó el de ella, apagándolo también, y le tomó sin violencia un mechón de pelo suelto y la acostó suavemente y trepó sin apuro sobre aquel cuerpo asombrado y estremecido, y tras besarla junto a la oreja, dijo simplemente, Graciela no empieces de nuevo, vos y yo sabemos la historia completita, a quién se la contás entonces, él es tu marido y yo soy su amigo, y además es un gran tipo, pero no podemos seguir jugando al pingpong de la conciencia, entendés, tenemos que decidir y aparentemente ya lo hemos decidido. Hemos encontrado algo que nos importa mucho y por lo tanto vamos a seguir juntos, con todos los problemas y desajustes que ello va a implicar. Los capítulos próximos serán duros, pero vamos a seguir juntos. Vos lo sabés y yo lo sé. Entonces dejemos el tema Santiago para cuando un día él esté en condiciones de saberlo, de adaptarse a la nueva realidad. Vos y don Rafael decidieron no decirle nada mientras esté en cana. Yo no estoy tan seguro de que sea lo mejor, no te olvides de que yo también estuve en cana y creo saber cómo se valoran desde allí estas cosas, pero lo acepto sin embargo y también acepto mi responsabilidad en la omisión. Si, pese a todo, vos seguís respetando a Santiago, y si yo lo sigo respetando, no podemos seguir hablando obsesivamente de él cada vez que lo hacemos. Vos seguirás pensando, claro, y yo seguiré pensando, cada uno por su cuenta y riesgo. Hizo una pausa, volvió a besarla, y cuando él, Rolando Asuero, ya estaba a punto, agregó como pudo: el simple hecho de no macerar el tema con palabras que se repiten y se gastan y nos gastan, ese simple silencio nos irá ayudando, nos ayudará a querernos como verdaderamente moldeables por la imaginación, y todo eso, todo ese desmoronamiento de ritos y de normas, toda esa contradicción entre pasado y presente, entre presente y futuro, toda esa flamante objetividad, despojada de horóscopos (sonrisa de Rolando con soplido adicional) y melancolías, venía a convertirse de pronto en la única ventaja de una triste historia: ser menos mentirosos en el trato recíproco, ser menos injustos en la relación mutua, ser más humanos de tercera clase, porque los de primera y segunda ya no estaban, o ya somos, y no como tendríamos la frágil obligación de ser.

Exilios
(Adiós y bienvenida)

Holweide es un barrio de Colonia, en la República Federal de Alemania. Mejor llamémosla Köln, para que no se la confunda con la del Sacramento. En Holweide, pues, se afincó (con un carácter provisional que ya acumula siete años) una familia uruguaya, es decir Olga y sus tres hijos, que en 1974 eran sólo niños y ahora son adolescentes. Familia incompleta, ya que el padre, David Cámpora, estaba preso en Uruguay desde 1971. En el logro de su libertad obtenida en 1980, fue decisivo el papel desempeñado por la escuela en que estudian los tres muchachos: Ariel, Silvia, Pablo.

Según los Cámpora, «Holweide es un barrio proleta, un trozo de pueblo alemán. Hay de todo: gente trabajadora y marginados sociales, plazas de deportes, negocios pequeños, viejas simpáticas y viejas chismosas, varias iglesias, un par de bancos, una escuela piloto sumamente progresista, gente sencilla en fin».

«La escuela se inauguró», me cuenta Olga, «justo cuando los gurises empezaron a ir Ahora tiene unos mil doscientos alumnos. En la actividad desplegada por la libertad de David participaron padres, maestros, alumnos, la directora de la escuela y hasta el propio Ministro de Educación, quien reconoció que para esa escuela los derechos humanos eran algo más que una clase teórica. Se creó una Comisión Cámpora y nos reuníamos quincenalmente para cranear qué nuevas cosas hacer. A veces pensábamos que ya no se podía hacer nada más, pero siempre surgía una idea nueva».

Se llevaron a cabo varios actos por Uruguay. En el primero de ellos la escuela convocó una asamblea de padres para informarles sobre la situación de David y consultarlos acerca de qué se podría hacer. «Esperábamos que asistieran unos treinta», dice Olga, «pero, ante nuestra sorpresa, concurrieron quinientos, y de ahí surgió la idea de hacer una demostración frente a la Embajada uruguaya. Contrataron autobuses, hicieron colectas y hasta hubo que pagar seguro por los niños, ya que la manifestación implicaba sacarlos de Köln y trasladarlos a Bonn. Hubo niños que contribuyeron a la financiación con parte de su asignación mensual. El costo total fue de 4.000 marcos y participaron más de 800 personas. Aquí eso representa mucho, sobre todo si se tiene en cuenta que los niños más pequeños debían ir acompañados por sus padres o traer una autorización escrita. Así se inició una nutrida serie de actividades. Fueron enviadas al gobierno uruguayo 20.000 cartas, con otras tantas firmas, y se logró la participación de trece escuelas de la ciudad. Se publicaron artículos en la prensa y el caso
Cámpora
se fue conociendo y a la vez encarando como cosa propia. Buenas madres de familia que nunca habían repartido un volante, ahora juntaban firmas en la calle y explicaban lo que ocurría en Uruguay. Hubo unas pocas que decían 'Si está preso, será por algo', pero más bien constituían una excepción».

Aquella solidaria comunidad vivió con la familia todas las alternativas, tanto las esperanzas de salida como las negativas tajantes de la dictadura. «Por fin, y antes que el propio David, nos enteramos de que su libertad era inminente, y la directora de la escuela nos consultó para ver qué podíamos hacer cuando llegara, ya que muchos padres querían ir a esperarlo al aeropuerto. Eso estaba claro: quienes tanto habían hecho por su libertad tenían todo el derecho de compartir nuestra alegría. Me adelanté hasta Frankfurt para prevenir a David, ya que él, por razones obvias, ignoraba la magnitud de lo realizado. Luego, en el aeropuerto de Köln, lo esperaban 300 personas; niños con dibujos, flores y manzanas de regalo, y también muchas lágrimas.»

Se resolvió entonces hacer una gran fiesta en la escuela, así «todos iban a poder ver y tocar a David, que era su logro, su conquista, el resultado de su trabajo solidario. Por supuesto, antes hubo que recauchutarlo».

La fiesta tuvo su parte oratoria. Habló la doctora Focke, 65 años, de la guardia vieja de la socialdemocracia; en cierto modo, ella es algo así como la garantía moral de David en Alemania. «En realidad», dice Olga, «es nuestra madrina protectora». También hablaron la directora de la escuela, un delegado de los padres («obrero de la construcción y uno de los mejores amigos que tenemos aquí»), un alumno («que se ha convertido en un brillante político») y una delegada de los maestros. Luego David debía agradecer en sólo cinco minutos, pero con la traducción (hecha por Silvia, su hija) se fue a ocho. Y finalmente hablaron un diputado, el burgomaestre de la ciudad y (como también habían sido invitados los distintos grupos que trabajan por América Latina) una delegada del FDR salvadoreño. «Y ahí nomás empezó el baile con una orquesta integrada por trabajadores italianos. En fin, gran canyengue, con comida, bebida, llantos, etc.»

Estas son las palabras que pronunció David Cámpora ese 20 de marzo de 1981: «Esta noche tiene una especial significación. De alguna querida y extraña manera hemos venido a despedirnos y también a darnos la bienvenida. Nos estamos despidiendo, sin tristeza, de un hombre que estuvo preso nueve años. Que estuvo preso por negarse a cruzar los brazos cuando su pueblo tuvo hambre, dolor e injusticia. Nos estamos despidiendo, sin olvido, de una experiencia muy dura, un poco larga, pero enormemente valiosa. Todo preso político debe agradecer a sus carceleros que le confirmen, en los hechos y sobre su persona, la validez de sus convicciones, la razón de sus pasos. Nunca un hombre está más seguro de lo que hace, que cuando un dolor prolongado no logra quitarle el aliento y derrotarlo. Nos estamos despidiendo de una situación, pero conservaremos de ella prolija memoria. Hoy también damos la bienvenida a un padre en esta escuela. Tres hijos y una esposa me han traído de la mano; quieren mostrarme la excelencia que anida en los seres humanos. Hombres y mujeres del pueblo capaces de entregar y entregarse. Es un padre emocionado, que se siente en su propia casa, el que hoy puede decirles 'hola' y preguntarles dónde vamos juntos. Siento dentro mío que esta fiesta es algo especial, muy distinto a todo, algo nuevo e importante. Tan pero tan importante, que no soy capaz de decir las palabras exactas que debiera. Tan pero tan nuevo, como siempre resulta la calidez de la gente volcada hacia afuera, de la gente que se ha puesto a querer a los otros. También hay aquí grandeza esta noche. Hay la necesidad imperiosa de seguir haciendo, de seguir pudiendo. Necesidad que brota de lo logrado. Porque ustedes pudieron. Pudieron más que la brutalidad de una dictadura, más que el empecinamiento y el odio de los carceleros, más que la pereza y la comodidad de la vida para sí mismos. Ustedes pudieron y yo estoy aquí como prueba del poder de ustedes. Prueba, pero no medida. Porque no hay medida que pueda abarcar todo lo que se vuelve posible para la gente que se ha puesto a poder. Me atrevo hoy a tomar las voces de mis tantos hermanos presos, a representarlos cabalmente, para decirles: muchas gracias por no dejarnos solos, muchas gracias por querernos tanto. Para pedirles que empecinen su solidaridad hacia América Latina, continente que está comprando con sangre su derecho a ser libre. Podemos esta noche hablar de prisión y muerte sin perder la alegría. Porque nuestra alegría es la del triunfo militante, porque nuestra fiesta es la del esfuerzo combatiente. Estamos felices porque sabemos asumir el dolor de los demás. Lo que ustedes me han dado, no hay forma adecuada de agradecerlo. A ustedes debo el aire libre, y la luz, las calles y las voces, el sueño y los libros. Ustedes me han devuelto mis hijos y mi esposa: mi lugar de cariño, mi permanente ternura. Me avergüenza estarles hablando, diciéndoles cosas. Lo único que tengo para trasmitirles es mi fe en el hombre y mi opaca sabiduría de preso. Precisamente a ustedes, empecinada gente buena, que acaban de realizar lo imposible. Ustedes que saben y pueden. Es para ustedes la fiesta, para ustedes el agasajo. Y soy yo quien los aplaude y los abraza».

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