Read Prometeo encadenado Online
Authors: Esquilo
(Pausa).
Mas fuera largo explicar claramente estos detalles, pero de esta simiente vendrá al mundo un día un héroe audaz, de arco famoso, llamado a liberarme de mis penas. Tal profecía revelome un día Temis, mi madre, la Titania antigua. Los medios y la forma, eso, contarlo, exigiría largo tiempo, y nada irías tú a ganar con conocerlo.
ÍO.
(Que se siente, de pronto, convulsionada).
¡Eleleu, Eleleu! Ya de nuevo un espasmo y un delirio perturban mi cerebro y el aguijón de un tábano no templado en el fuego me perfora. De horror mi corazón golpea el pecho, los ojos me dan vueltas. De mi ruta me aparta desaforado soplo de locura; no domino mi lengua y túrbidas palabras rebotan al azar contra las olas de odiosa desgracia.
CORO.
ESTROFA
Un sabio, sí, era un sabio el que por vez primera concibiera en su mente y con su lengua formuló este principio: «Boda con un igual es lo mejor, con mucho». Cuando se es menestral, no se pretendan enlaces con aquellos que viven en el lujo regalados o que se muestran por su cuna altivos.
ANTÍSTROFA
Oh, que nunca en mi vida ¡oh Moiras!..., me veáis compartiendo de Zeus el lecho en calidad de amante. No me una yo jamás a un dios del Cielo. Pues me horroriza contemplar de Ío la casta doncellez arruinada por la loca carrera de fatigas que Hera le impuso.
EPODO
El compartir con un igual el yugo no me causa pavor [no tengo miedo]. Mas que nunca hacia mí sus ojos vuelva, con su mirada inevitable, nunca, el amor de los dioses prepotentes. Que es lucha que no es lucha y esperanza vacía de esperanzas. Lo que fuera de mí, no sé decirlo. No puedo concebir cómo podría de Zeus al pensamiento sustraerme.
PROMETEO. Pues, en verdad, que Zeus, por más astuto que sea, ha de tornarse muy humilde, vista la boda a que aspirará un día, boda que ha de expulsarle de su trono y de su imperio, aniquilado. Entonces se cumplirá la maldición que Crono contra él lanzó al perder su antiguo reino. Un modo de evitar tales desgracias ningún dios, solo yo, puede ofrecerle. Pues yo lo sé, y el medio. Por lo tanto, permanezca tranquilo y confiado en sus truenos aéreos, mientras blande el ígneo dardo entre sus manos. Nada podrá evitar que caiga en la ignominia con caída insufrible. Un adversario tal se está preparando por sí mismo invencible prodigio, que una llama inventará que el rayo más potente y una explosión que ha de vencer al trueno, y que ha de hacer añicos el tridente lanza de Posidón, marino azote que sacude la tierra. Y cuando choque contra este escollo aprenderá, sin duda, cuán distinto es mandar de ser esclavo.
CORIFEO. Auguras contra Zeus tu propio anhelo.
PROMETEO. Digo lo que ha de ser, y lo que quiero.
CORIFEO. ¿Es posible que Zeus sea vencido?
PROMETEO. Grillos tendrá, más duros que los míos.
CORIFEO. ¿Y no te arredra hacer esta amenaza?
PROMETEO. ¿Qué ha de temer el que morir no puede?
CORIFEO. ¡Puede infligirte un daño aún más terrible!
PROMETEO. Que me lo inflija, pues. Todo lo espero.
CORIFEO. Sabio es quien a Adrastea se somete.
PROMETEO. Adora, ruega, adula al poderoso, que a mí me importa Zeus menos que nada. Que impere y mande en este breve tiempo a su antojo. Su imperio entre los dioses no ha de durar.
(Aparece a lo lejos
HERMES).
Mas hete a su correo, el ministro de Zeus, nuevo tirano. A anunciarme ha venido alguna nueva. HERMES. ¡Eh, tú, sofista, duro entre los duros, que contra las deidades has pecado entregando al mortal sus privilegios! A ti, ladrón del fuego, me dirijo: tu padre ordena que le digas cuáles han de ser esas bodas que amenazan con destronarle. Y no hables con enigmas, cuenta punto por punto los detalles No me obligues a hacer doble camino, Prometeo. Ya ves que tu talante de Zeus las iras doblegar no logra.
PROMETEO. Solemne y lleno de arrogancia, como de servidor de un dios, es tu lenguaje. Jóvenes sois, y es joven vuestro imperio. ¿Creéis vivir en torre inaccesible a la desgracia? ¿Acaso yo no he visto derrocados de allí ya a dos monarcas? Y el tercero, el que hoy ostenta el cetro, he de verle caer muy pronto, envuelto en la ignominia. ¿Tengo yo el aspecto acaso de temblar y de humillarme ante los nuevos dioses? ¡Ni por pienso! Y ahora puedes desandar tu ruta, que nada has de saber de cuanto inquieres.
HERMES. TÚ mismo con bravatas semejantes viniste a fondear en tus desgracias.
PROMETEO. Debes saber que yo no cambiaría por tu papel de esclavo mi destino.
HERMES.
(Con ironía).
¡Claro! Es mejor servir en este risco que ser fiel mensajero de Zeus Padre.
PROMETEO. Hay que insultar a aquel que nos insulta.
HERMES. Parece que presumes de tu estado.
PROMETEO. ¿Presumir? ¡Si viera a mis contrarios presumir de esta forma, y tú entre ellos...!
HERMES. ¿También me haces culpable de tus penas?
PROMETEO. Odio, sencillamente, cuantos dioses inicuamente mis servicios pagan.
HERMES. Entiendo que padeces gran demencia.
PROMETEO. Sí, si es demencia el odio al enemigo.
HERMES. Victorioso, serías insufrible.
PROMETEO. ¡Ay, ay de mí!
HERMES. Pues esta es expresión que Zeus ignora.
PROMETEO. Todo lo enseña el tiempo envejeciendo.
HERMES. TÚ aún no has aprendido a ser sensato.
PROMETEO. Cierto, pues no hablaría a un mayordomo.
HERMES. ¿Nada dirás de lo que quiere el Padre?
PROMETEO.
(Irónico).
¡Claro!, que he de pagarle sus favores
HERMES. De mí te burlas cual si fuera un niño.
PROMETEO. ¿Es que no eres un niño, y aún más que eso si esperas recibir una respuesta? No existe ultraje ni tormento alguno con que a cantar el Padre Zeus me obligue, si antes no me libera de estos grillos. Así que lance contra mí la llama que ennegrece, y de nieve bajo un manto, con truenos subterráneos, que confunda el universo todo y lo trastorne: nada va a doblegarme a que le diga por quién será arrojado de su trono.
HERMES. Mira si es esto para ti una ayuda.
PROMETEO. Visto para sentencia está hace tiempo.
HERMES. Decídete, decídete, insensato, a razonar ante tu mal presente.
PROMETEO. En vano me importunas, cual si dieras consejos a las olas. No, que nunca se te ocurra pensar que yo, por miedo al decreto de Zeus, pueda portarme como si de hembra corazón tuviera, y a suplicar a un ser tan odiado que me libere de estos grillos, con mis palmas levantadas, como haría una mujer. ¡Estoy muy lejos de ello!
HERMES. Por mucho que hable voy a hablar, yo creo, en vano; observo que no te conmueves ante mis peticiones, ni te ablandas. Mordiendo el freno cual recién domado potro, con fuerza con las riendas luchas. Mas con débil ardid muestras tu saña. Para quien no razona, por sí misma, puede la obstinación menos que nada. Porque, si a mis razones no te pliegas, mira qué tempestad, qué triple embate de mal te viene encima, inevitable: antes que nada, esa escarpada cumbre, con el trueno y llama de su rayo, Padre la hará pedazos, y tu cuerpo, acunado en los brazos de una roca tan solo, hará que se sumerja. Luego, pasado ya de tiempo largo trecho, volverás a la luz. Y el perro alado de Zeus, entonces, águila sangrienta, reducirá tu cuerpo, impetuosa, a enorme harapo, huésped no invitado, que te irá devorando todo el día, y con tu negro hígado un banquete celebrará. Pero, de este suplicio, no esperes nunca el fin, hasta que llegue un dios que quiera ser el heredero de tu pena, y bajar al negro Hades y a las simas sin luz que hay en el Tártaro. Piensa, pues, que no son vanas bravatas, sino palabras dichas con gran tiento. Pues los labios de Zeus no hablan en vano: Él cumple, en todo caso, su palabra. Así que mira en torno y reflexiona. No creas que es mejor que el buen consejo la terca obstinación.
CORIFEO. No es importuno, así lo creo yo, lo que te ha dicho Hermes: lo que te pide es que abandones tu conducta obstinada y que procures hallar el buen consejo. Presta oídos. Errar es para el sabio vergonzoso.
PROMETEO. Lo que esta ha pregonado ya lo sabía yo; y no es nunca infamante que enemigo maltrate a su enemigo. Lance, pues, contra mí, los bucles bifurcados del fuego, y que se excite el aire por el trueno y la furia de unos vientos salvajes. Que el huracán conmueva la tierra y sus cimientos; que las olas marinas, con áspero ronquido, confundan de los astros celestes los caminos. Que levante mi cuerpo y al tenebroso Tártaro lo precipite, envuelto por cruel torbellino de la Necesidad: porque, haga lo que haga, no podrá aniquilarme.
HERMES. Las frases que pronuncias son las que oír solemos de labios de un demente. ¿En qué se diferencian de un delirio sus votos? ¿En qué cede su furia? Mas vosotras, las que compadecéis sus males, abandonad al punto este lugar, no os vaya a trastornar la mente el mugido del trueno al que nada enternece.
CORO. Pronuncia otra palabra, exhórtame a otra cosa que pueda convencerme. La frase que arrancaste en tu discurso no es para mí tolerable. ¿Por qué quieres instarme a obrar con villanía? Quiero con él sufrir lo que sufrir él deba. Al traidor he aprendido a aborrecer; no hay mal que más odie yo.
HERMES. Muy bien, lo que os anuncio recordad, y a la suerte no dirijáis reproche cuando Ate caza os dé. Y no digáis jamás que Zeus os ha arrojado a un dolor imprevisto: será por vuestra culpa. Con plena conciencia y no en forma imprevista, ni por medio de engaños vais a veros cogidas por la locura vuestra en las redes de Ate que no admiten escape.
PROMETEO. Ahora ya es de veras, y no es vana palabra: la tierra se conmueve; el eco lo acompaña con un profundo estruendo. Ya brilla el encendido zigzag de los relámpagos. Los torbellinos mueven en espiral el polvo, los soplos de los vientos se atacan mutuamente formando una batalla de hostiles vendavales. Cielo y mar se confunden. Tal torbellino avanza enviado por Zeus, contra mí, claramente, intentando abrumarme. Majestad de mi Madre, Éter que hace girar la luz común a todos: ¿ves qué injusticia sufro?
(En medio de un fragor horroroso de rayos y truenos se hunden las rocas y
PROMETEO
y el
CORO
son sepultados bajo ellas).