Psicokillers (17 page)

Read Psicokillers Online

Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Histórico

BOOK: Psicokillers
4.79Mb size Format: txt, pdf, ePub

El ogro de Nueva York había sido apresado, sin embargo, en esos momentos ni siquiera el detective King conocía el alcance de aquella detención. Con diligencia extrema los criminólogos iniciaron investigaciones e interrogatorios. Corría el 13 de diciembre de 1934 cuando Albert H. Fish comenzó a cantar de plano, en ese momento el horror se adueñó del alma de aquellos veteranos investigadores, jamás se habían enfrentado a un asesino de esas características.

Radiografía que muestra las 29 agujas que se introdujo Albert Fish para auto inflingirse dolor.

Al poco tiempo la policía solicitó la intervención de los psiquiatras. Todos enmudecían ante las prolongadas explicaciones de Fish, es como si sintiera un cruel orgullo sobre todo el terror cometido por él. Sus prácticas sadomasoquistas también fueron reveladas. Por ejemplo Fish aseguró que obtenía un inmenso placer cuando se provocaba la sangre en su cuerpo, a tal fin utilizaba un largo palo en cuyo punta había colocado varios clavos; con esta herramienta golpeaba su espalda repetidamente hasta sangrar. Utilizaba algodón impregnado en alcohol que situaba dentro de su ano para una vez allí encenderlo. Esta práctica también la realizo según él con algunas víctimas. Pero sin duda lo que más entusiasmaba a Fish era insertar agujas de marinero en su pelvis y testículos. En efecto, tras realizarle las pertinente radiografías se comprobó que un total de veintinueve agujas estaban clavadas en el interior de las zonas anteriormente citadas; incluso alguna mostraba síntomas de estar oxidada. Los psiquiatras no dejaban de tomar apuntes sobre lo que estaban escuchando. La tragedia se incrementó cuando Albert Fish escupió los datos sobre la cantidad de crímenes cometidos, todavía hoy se sigue discutiendo sobre el número de niños asesinados y comidos por el ogro. La policía barajó la cifra de 400, otros redujeron esas estimaciones hasta el centenar, lo cierto es que solo se pudo acusar al psicópata por un total de quince asesinatos, precisamente, los que Fish recordaba con mayor nitidez, en ese sentido, tuvo la frialdad de contar a los miembros del jurado como cocinaba a sus víctimas. Dicen los testigos que acudieron al juicio que aquel hombre de aspecto bonachón más que un ogro parecía un gourmet apasionado por la cocina casera.

Sing Sing, fue la prisión donde finalemente recaló para esperar su ejecución en la silla eléctrica.

Silla eléctrica de Sing Sing, donde finalmente fue ejecutado el 16 de enero de 1936. Antes de morir dijo: “Qué alegría morir en la silla eléctrica. Será mi último escalofrío, el único que todavía no he experimentado.”

Los psiquiatras emitieron su diagnóstico. Este no pudo ser más concluyente. En Fish se detectaron varias anomalías, entre ellas sadismo, masoquismo, castración, exhibicionismo,
voyeurismo
, pedofilia, coprofagía, fetichismo, canibalismo e hiperhedonismo. Él tras escucharlo se limitó a decir: “No soy un demente, solo soy un excéntrico”.

El 16 de enero de 1936 Albert H. Fish fue ajusticiado en la silla eléctrica del penal de Sing Sing, fue la persona de mayor edad que recibió esa pena capital. Las agujas de sus testículos generaron un cortocircuito en la primera descarga, la segunda fue implacable acabando con la vida del ogro de Nueva York, quien, por cierto, minutos antes de morir aseguró: “Qué alegría morir en la silla eléctrica. Será mi último escalofrío, el único que todavía no he experimentado”. En verdad digo querido lector que existe gente sumamente desagradable.

Edward Gein

Estados Unidos de América, (1906 - 1984)

Edward Gein

Estados Unidos de América, (1906 - 1984)

LA MANSIÓN DE LOS HORRORES

Número de víctimas: 2 - 5. Prácticas necrofílicas y necrófagas con 15-18 cadáveres.

Extracto de la confesión: “
Para mí el placer consistía en envolver mi cuerpo con la piel de los muertos”.

Con demasiada frecuencia los humanos nos enfrentamos a lo inconcebible, a lo absurdo, a lo macabro, situaciones que escapan o trastocan nuestras rígidas normas de comportamiento y conducta. Durante milenios hemos elaborado los mimbres de una civilización basada en protocolos culturales dominados esencialmente por la religión, la política o los intereses económicos, reglamentos adquiridos para una mejor convivencia de la sociedad. Pero ¿qué ocurre cuando se manifiesta una anomalía entre alguno de nosotros? Es difícil explicarlo, sobre todo cuando alguien desarrolla instintos pretéritos casi olvidados cientos de generaciones atrás. En efecto, entre los cultivados humanos de hoy en día todavía subyacen rastros animalescos que perturban las mentes poco evolucionadas que los albergan, personas cuyos condicionantes externos oprimen su personalidad hasta el inevitable afloramiento de la bestia que todos llevamos dentro. Seguramente, usted habrá visto en el cine o en la televisión algunas películas que reflejan la vida de personajes atormentados cuyo único propósito es infringir el mal a todo aquel que se ponga a su alcance, no es necesario que existan pretextos de odio o rencor, simplemente las víctimas pasaban por allí o eran de determinado sexo. Todos recordamos films legendarios como
American psycho
,
El silencio de los corderos, La matanza de Texas
o
Psicosis
, esta última la gran obra maestra de Alfred Hitchcock. Pues bien, créanme que los títulos anteriormente citados se basaron en la mayoría de los casos en hechos reales: psicopatías de todos los calibres, trastornos mentales, traumas incubados en la infancia, antropofagia, sadismo y desconexión con la realidad impuesta. Lo más sorprendente que nos encontramos en estos metrajes terroríficos es, sin duda, que todos ellos están impregnados por la personalidad vulgar y corriente de un carpintero frágil y apocado que vivió en la América profunda del pasado siglo XX. Su nombre era Edward Gein, aquél que hizo de su granja un auténtico santuario de los horrores.

Casa de Edward Gein en Plainfield (Wisconsin). En este lugar apartado del pueblo vivió junto a su madre, Augusta, quien, a pesar de tenerlo como hijo predilecto, lo vistió de niña y lo trató como tal durante su infancia.

Antigua foto que muestra una de las habitaciones que perteneció a su madre.

Gein nació el 27 de agosto de 1906 en Plainfield, Wisconsin, un pequeño y pacífico pueblecito del medio oeste norteamericano dedicado por entero a la economía rural. Sus escasos habitantes poco podían imaginar por entonces que entre ellos iba a surgir uno de los iconos del terror más monstruoso de la historia.

La familia de Edward no se podía considerar incluida dentro de los cánones atribuidos al estilo de vida imperante por aquellas latitudes. Su padre, un alcohólico irredento, peleaba constantemente con su madre, una mujer austera y de vida estrictamente religiosa. Las palizas y broncas desestabilizaron un hogar condenado a la tragedia. El matrimonio entre gritos y sustos aún tuvo tiempo para concebir dos retoños, Henry y Edward, aunque este último no cubrió las expectativas de Augusta, una madre que, a decir verdad, esperaba la llegada de una niña y no la de un varón. A Henry se le permitió crecer normalmente, en cambio Edward fue sometido desde su nacimiento a los gustos de su madre. Vestido y tratado como una niña desde pequeño, Gein soportó estoicamente la excesiva protección a la que lo sometía su excéntrica progenitora. Durante años la familia Gein permaneció casi aislada del trato con sus vecinos, siempre ajenos a lo que estaba ocurriendo en esa granja tan extraña de Plainfield.

Una noche el padre murió repentinamente mientras se divertía en una de sus habituales juergas. Este hecho más que dolor, provocó el alivio de la familia y la madre encontró por fin la libertad suficiente para redoblar el control autoritario sobre sus hijos.

Edward era su preferido, sin embargo, todo en él pasaba desapercibido cara a los demás, constitución física normal, rasgos morfológicos normales, lo único que constituía una incógnita era el alcance de su inteligencia, aunque imagino que la actitud aplastante de su madre impidió cualquier desarrollo en ese sentido.

Desde bien jovencito tuvo que incorporar a la fuerza los soniquetes que su madre Augusta creó para él, “no forniques antes del matrimonio, eso es pecado”, “no te masturbes, eso es pecado”, “no bebas, eso es pecado”, “no salgas con chicas, eso es pecado”, frases como estas eran repetidas constantemente en el hogar de los Gein y siempre dirigidas a Edward. Finalmente, este ambiente insoportable generó en el muchacho una clara patología mental en la que predominaba un exagerado complejo de Edipo.

Other books

Denying Heaven (Room 103) by Sidebottom, D H
Spirit by Brigid Kemmerer
The Power of the Dead by Henry Williamson
Bamboozled by Joe Biel, Joe Biel
Barely a Lady by Dreyer, Eileen