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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Histórico

Psicokillers (13 page)

BOOK: Psicokillers
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Por cierto, la vida de este psicópata fue llevada al cine en los años sesenta del siglo XX, un film dirigido por Claude Chabrol bajo el título
Landru
. Poco tiempo más tarde se suicidaba una anciana llamada Fernande Segret, dejando una nota en la que se podía leer: “Aún le amo y sufro demasiado. Me quitaré la vida”.

Fritz Haarmann

Alemania, (1879-1925)

Fritz Haarmann

Alemania, (1879-1925)

EL CARNICERO DE HANNOVER

Número de víctimas: 20 - más de 100 (ni el propio acusado supo decir cuántos).

Extracto de la confesión:
“Condénenme a muerte. Solo pido justicia. No estoy loco. Es cierto que suelo entrar en un estado del que nada sé, pero eso no es locura. Líbrenme de esta vida que es un tormento. No pediré clemencia ni apelaré.” “Pongan en mi lápida: Aquí descansa Haarmann, el exterminador”.

Acabo de llegar a casa con la compra del día, estoy contento porque he encontrado unos jugosos filetes de ternera con lo que pienso darme un festín. Son fresquísimos y su pinta es realmente imponente. Por fortuna se con certeza cuál es la procedencia de la carne en cuestión, nada menos que Galicia, sin duda será una ternera magnífica y sus proteínas me vendrán muy bien para escribir este capítulo. Pero ¡diablos! si es el episodio dedicado a Fritz Haarmann, ¡que horror! Con presteza inusitada decido dejar la filetada para mejor ocasión y apuesto por una saludable ensalada, ustedes van a entender enseguida el por qué de esta actitud, no precisamente vegetariana.

Vamos a retroceder unos cuantos años en el tiempo hasta la Alemania de entreguerras. Tras su derrota en la primera conflagración mundial, el país no marchaba nada bien, a los millones de muertos generados por el conflicto se sumaban una grave crisis económica, huelgas, hambrunas y, sobre todo, la anarquía social que estaba abocando a la nación al caos más absoluto.

Las ciudades germanas parecían los escenarios más grotescos de las novelas góticas, los comunistas operaban en las vanguardias obreras que se enfrentaban a una desmoralizada policía. El estraperlo manejaba cifras asombrosas en un mercado desabastecido de dinero y alimentos. En ese trágico contexto aparece la figura de Fritz Haarmann, un carnicero, un ogro, un vampiro, todos los apelativos más siniestros se pueden utilizar a la hora de hablar de este espécimen. Sin embargo, nadie puede negar que este perturbado fuera también una víctima de esa época tan oscura. Cualquier psiquiatra tendría para varios años si pretendiera realizar su doctorado basándose en las atrocidades cometidas por Haarmann. La mente de este criminal fue capaz de concebir un disfraz de carnívoro depredador para su dueño. Una bestia del averno que anduvo suelta por las calles de Hannover durante cinco años sin que nadie lo capturase mientras decenas de adolescentes se convertían en su presa.

Nuestro protagonista nació en Hannover en el año 1879. Fue uno de los hijos menores del matrimonio Haarmann, una familia de clase modesta y con muchos problemas internos de convivencia lo que provocaba que, en lugar de buscar soluciones prácticas, los dos cónyuges dedicaran buena parte del día a ingerir alcohol para luego enzarzarse en peleas muy violentas de las que hacían partícipes a sus hijos. En muchas ocasiones, el pequeño Fritz recibió los golpes de su brutal padre, para, posteriormente, ser protegido por su madre, la cual lo trataba como si fuese una más de sus hijas, siendo vestido como niña mientras jugaba con las muñecas de sus hermanas. Estos detalles enervaban aún más al colérico padre quien volvía a pegar con rabia a su vástago ante la mirada perdida de su esposa. Aquel infierno era insoportable para las tres hermanas mayores de Fritz, las cuales se marcharon muy pronto del hogar para convertirse en prostitutas de mal vivir y peor beber. Finalmente, ante la personalidad poco varonil de Fritz, el progenitor decidió enviarlo a una academia militar cuando tenía tan solo dieciséis años. Este asunto terminó por romper la familia y Fritz odiaría a su padre toda su existencia.

Por supuesto, que tardó muy poco en ser expulsado de aquel ambiente castrense, y con diecisiete años fue detenido por acosar sexualmente a niños menores que él mismo. Fritz era homosexual y también padecía fuertes crisis epilépticas, esto en el siglo XXI no supone mayor problema, pero en el siglo XIX te mandaba directamente al manicomio, lugar donde Fritz recibió toda suerte de terapias a fin de curarlo en sus perversiones. Lo cierto es que durante su estancia en el sanatorio mental su comportamiento fue ejemplar, no sabemos si por el miedo a los psiquiatras o por las descargas eléctricas que sufría con frecuencia. Sea como fuere, en 1903 recibió el alta médica y, feliz como nunca, salió para empezar una nueva vida.

A los pocos años estalló la guerra, para entonces Fritz Haarmann ya había acumulado una gran lista de pequeños delitos consistentes en hurtos, contrabando y alteraciones del orden público, como es obvio, también había sido fichado por perseguir niños adolescentes con fines obscenos. Huelga comentar que Haarmann no sintió la llamada de la patria, si en cambio aprendió en esos años de contienda el noble oficio de carnicero dedicándose al estraperlo de carne. En esa etapa, cerdo y caballo eran los animales que con más frecuencia entraban en el circuito negro del comercio alimenticio.

Sin lugar a dudas, Fritz Haarmann ha sido uno de los criminales más sádicos de todos cuantos pueblan esta galería de condenados. En una época en la que la carne escaseaba, él adivinó el método a seguir para contar siempre con suficientes existencias…

En 1918 mientras Alemania se empobrecía con la humillación de haber perdido la guerra, Fritz Haarmann y su banda saneaban sus cuentas vendiendo carne de forma ilegal a todo aquel que estuviera dispuesto a desembolsar una buena cantidad de marcos.

Hannover seguía siendo la ciudad en la que residía; el carnicero había encontrado una modesta buhardilla en el barrio de los ladrones, reducto urbano donde se hacinaban todos aquéllos que se podían considerar miembros de la marginalidad social. Y es que una vez terminado el conflicto las cosas empeoraron para Fritz, la carne escaseaba incluso para los delincuentes. En consecuencia los ingresos comenzaron a tambalearse. No obstante, a pesar de la modestia, aquella buhardilla de Neustrasse resultaba muy coqueta y luminosa, por si fuera poco, sus ventanas daban a las riberas del río Leine con vistas bucólicas y ensoñadoras, Fritz al menos quería imaginar eso, pero en verdad el sitio más se podía parecer a un estercolero que a otra cosa. En fin la imaginación es libre y cada uno la utiliza como le parece.

En 1919 se iniciaron las cacerías de este animal. Su cómplice y amante Hans Grans fue testigo mudo de las escenas horrendas que tuvo que contemplar. Nadie sabe cómo empezó todo, lo único que podemos deducir, tras estudiar los informes policiales, es que sobre septiembre de ese año Fritz Haarmann convenció a su primera víctima para que lo acompañase a su buhardilla a fin de pasar la noche y comer caliente. El joven de diecisiete años llamado Friedel Rothe tuvo el dudoso privilegio de ser el que inaugurara la macabra relación de crímenes perpetrados por el carnicero. Curiosamente, la policía de Hannover estuvo a punto de parar aquella vorágine sangrienta cuando los padres del joven denunciaron su desaparición y alguien aseguró ante los inspectores que había visto al chico en compañía de Fritz, muy conocido por la policía al ser confidente suyo. El rastreo posterior en el domicilio de Haarmann no pudo ser más chapucero, ya que pasó inadvertida para la policía la cabeza del muchacho envuelta en papel de periódico y que tan solo había sido escondida tras la puerta de la cocina. De ese modo, el asesino de tantos chicos escapó a la justicia casi sin inmutarse. Un error lamentable que propiciaría la muerte de muchos adolescentes. Tras cometer el primer asesinato, este ogro ya no pudo reprimirse más, el demonio andaba suelto por Hannover.

Como he dicho la posguerra en Alemania resultó lamentable, miles de vagabundos transitaban el país buscando algo que llevarse a la boca. Muchos de los nuevos mendigos eran simples muchachos de corta edad desarraigados y sin familia, bien por la pobreza o por el destrozo ocasionado durante la guerra. Cientos de chicos se amontonaban en las estaciones ferroviarias de las ciudades alemanas, su única ambición era la de poder trabajar, comer y dormir como cualquier ser humano. Las estaciones se convertían, no solo en improvisados alojamientos, sino también en auténticas oficinas de empleo donde acudían empresarios y contratistas para reclutar mano de obra barata.

Fritz Haarmann visitaba con frecuencia la estación central de Hannover; su condición de chivato policial le había echo merecedor de una placa que lo acreditaba como amigo de la ley y la justicia. Para Fritz esto era muy importante por considerar que la plaquita en cuestión lo elevaba a la categoría de ciudadano notable. Sin embargo, su lado oscuro doblegó cualquier atisbo de supuesta buena conducta y utilizó la identificación proporcionada por la policía como llave hacia los acantilados del mal. En efecto, Fritz Haarmann eligió aquel escenario donde llegaban y salían trenes repletos de gente desesperada como campo de operaciones. Su acreditación policial le servía para entrar en contacto con jóvenes desprotegidos de doce a dieciocho años de edad. El asesino se dirigía a ellos con total normalidad comunicándoles que era inspector de policía y que no temieran nada, pues él en su piadosa bondad les daría alojamiento y cena mientras realizaba las gestiones oportunas para que pudieran trabajar como hombrecitos decentes. La angustia de los muchachos quiso ver en ese hombre de aspecto seguro y de complexión corpulenta a un improvisado padre que por lo menos les ofrecía una plato de comida y la posibilidad de dormir bajo techo al menos una noche.

Por desgracia, el destino desprecia en ocasiones a los débiles, y estos chicos tan necesitados de todo seguían al émulo del flautista de Hamelin como si de ratoncitos se tratase.

Una vez llegados a la buhardilla de Neustrasse, Haarmann cerraba la puerta y con la ayuda de su cómplice Hans, violaba impunemente a los muchachos sometiéndolos a las más terribles vejaciones, entonces despertaba el instinto depredador del monstruo y con frialdad impropia de humanos desgarraba con sus propios dientes la arteria carótida y la tráquea del infortunado.

De esa manera tan cruel, acaso propia de tiempos remotos, terminaban sus días las víctimas del carnicero. Tras las dentelladas los cuellos quedaban prácticamente seccionados y Haarmann conseguía los mayores placeres. Era su particular orgía gore.

Consumado el asesinato los dos socios se entregaban a la tarea de cortar en pedazos los cuerpos yermos, los deshuesaban con toda precaución y situaban vísceras y despojos en unos cubos preparados para esos menesteres, también procuraban esconder las cabezas bien envueltas para evitar las inoportunas manchas. Terminado el trabajo, Fritz salía a la mañana siguiente con sus recipientes llenos de carne fresca y jugosa, gritaba por las calles del barrio la oferta del día: “carne de caballo a buen precio, tengo carne fresca y barata”. Los vecinos salían de sus casas dispuestos a comprar aquellos trozos tan frescos como económicos. Fritz vendía la mercancía en cuestión de minutos, dedicando el resto de la jornada a beber en compañía de su amigo Hans. Por la noche una nueva caza, una nueva víctima para el carnicero de Hannover. Con los años el amante de Fritz se incorporó a la fiesta, la seguridad de sus actuaciones posibilitó que eligieran presas solo por el hecho de vestir a gusto o no de los cazadores. La impunidad era total.

Por fortuna, los psicópatas siempre caen. Quizá la sensación de poder que adquieren al acabar con sus víctimas les impide con el tiempo tomar las medidas de seguridad más nimias y eso es lo que ocurrió con Haarman.

La mañana del 17 de mayo de 1924, unos niños, curiosamente vagabundos, descubrieron una calavera mientras jugaban cerca del río Leine, rápidamente corrieron a la comisaría a dar cuenta del hallazgo. Los policías se acercaron al lugar para percatarse sobre la existencia de más calaveras y huesos humanos. Se ordenó el dragado de aquel sector fluvial y los resultados fueron terroríficos, nada menos que se recuperaron quinientos huesos humanos que, una vez ensamblados, parecían pertenecer a unos veintidós o veintitrés esqueletos de cuerpos jóvenes.

Las noticias circularon por Hannover, la policía buscaba a un asesino en serie. Pronto se desataron las especulaciones y se ataron los cabos de aquel caso tan extraño. Los agentes preguntaron con insistencia por todo el barrio en el que vivía Fritz Haarmann. Un inspector recordó que meses antes un vecino de Neustrasse había acudido a denunciar que la carne comprada a un carnicero del lugar era humana.

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