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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Histórico

Psicokillers (10 page)

BOOK: Psicokillers
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Jeanne Weber

Francia, (1875-1909)

Jeanne Weber

Francia, (1875-1909)

LA ESTRANGULADORA DE PARÍS

Número de víctimas: 9-10

Extracto del informe médico elaborado por el psiquiatra León Thoinot: “
El comportamiento de la acusada obedece sin duda alguna a un acto de embrujamiento y a las constantes ofensas y vituperaciones a las que ha sido sometida. Recomiendo su ingreso en una institución mental”.

El estrangulamiento es uno de los métodos más utilizado por los psicokillers; por supuesto, que el puñal ocupa lugar hegemónico a la hora de perpetrar crímenes. Pero sin duda, el acto de situar las manos sobre el cuello de la víctima y apretar a voluntad hasta consumar la asfixia total, es una de las formas de poder y dominio que más excitan a los psicópatas asesinos.

Se calcula que un estrangulador precisa unos cinco minutos para completar el ahogamiento del pobre o la pobre que caiga bajo sus garras, y nunca mejor dicho. Se sabe que los niños y los adultos de carácter tranquilo tardan más minutos en morir que los de personalidad inquieta. En ocasiones el estrangulado fallece por la evidente falta de oxígeno que sufre su cerebro, en otras, una presión desmedida sobre el nervio vago repercute en un inmediato paro cardiaco. Sea como fuere, el agresor parece sentirse un dios ante la criatura martirizada; es como si pudiera decidir en esos pocos minutos donde se desarrolla la agresión, la vida o la muerte del condenado por él.

En el trance, el rostro se torna azulado, los ojos se desorbitan apreciándose en ellos el estallido hemorrágico de los pequeños vasos sanguíneos y los órganos internos se convulsionan hasta el colapso. No obstante, algunos expertos aseguran que la estrangulación no es necesariamente dolorosa, dado que las víctimas se desvanecen a los pocos segundos de empezar a ser oprimido su cuello, dejando de sentir angustia. Por tanto, según estas teorías resultaría francamente complicado que alguien pudiera morir suicidado por la aplicación continua de sus dedos sobre su propia garganta, ya que a los pocos segundos el inevitable desmayo forzaría la consiguiente falta de presión sobre la zona; eso, al menos, es lo que reflejan los informes más exhaustivos a cargo de grandes especialistas en la materia.

Pero déjenme que les cuente la interesante historia de Jeanne Weber; créanme que pocas veces se han visto casos como este, un hecho que conmocionó a la sociedad francesa de principios del siglo XX.

Jeanne nació en 1875, hija de humildes pescadores quiso probar fortuna viajando a París cuando tenía veinticuatro años. En la ciudad de la luz conoció a un borrachín buscavidas llamado Marcel Weber del que tomó el apellido. El joven matrimonio carecía, como es obvio, de suficientes recursos económicos lo que les empujó al conocido barrio de Montmartre, por entonces, una pedanía parisina muy popular por los bajos precios que se pedían en el alquiler de diminutos pisos y apartamentos. Marcel trapicheaba constantemente con asuntos de diverso calado, sin embargo, su alcoholismo devoraba cualquier ingreso que obtuviera. Por su parte, Jeanne, mujer hermosa y de gesto apacible, conseguía algunos francos cuidando a los niños de sus vecinas trabajadoras. Además, tuvo en esos primeros años tres vástagos de aspecto sano y rollizo. Nada hacía pensar que aquella familia de clase baja pudiera traspasar los muros de una vida triste y gris para instalarse en la popularidad que otorga la incursión por las galerías del horror.

Imagen del Moulin Rouge, icono muy célebre del parisino y bohemio barrio de Montmartre, lugar en el que se desarrollaron los crímenes de la joven Jeanne.

Según puede observarse en este plano, más que un barrio era una auténtica ciudad dentro de otra, de calles recoletas y estrechas en las que pasar desapercibido era relativamente fácil.

A comienzos del siglo XX, la desgracia entró sin llamar en la modesta vivienda de los Weber, los dos hijos pequeños murieron casi a la vez de forma repentina. Las circunstancias que rodearon a las muertes no dejaron entrever nada sospechoso salvo unas pequeñas marcas rojas que se habían encontrado en el cuello de los niños. En principio los médicos atribuyeron aquellos fallecimientos a un tipo concreto de bronquitis que, por entonces, causaba estragos entre la población infantil francesa. En efecto, dolencias pulmonares, sarampión, escarlatina o la propia bronquitis eran enfermedades demasiado conocidas por los habitantes de las barriadas más pobres de París.

Este fue el campo de actuación de la «estranguladora de París», un ser abyecto capaz de cometer las peores atrocidades y sus fatales víctimas eran niños.

Jeanne y Marcel se distanciaron. Las continuas borracheras de él consiguieron, finalmente, trastocar el alma de aquella joven cuyos ojos parecían estar fijamente perdidos en la nada de un horizonte incierto. Jeanne acabó por entregarse a la bebida, su situación era desesperada, pero a su lado permanecía su primogénito Marcel y eso la animaba a seguir luchando. Las vecinas sabían de su talante amable y cariñoso con los niños y no desconfiaron a la hora de entregarle el cuidado de sus pequeños mientras ellas salían a trabajar en las humeantes fábricas de París.

Pero el infortunio parecía perseguir a la desconsolada Jeanne, dos de esos niños custodiados por ella fallecieron al poco. Los galenos, tras examinar los pequeños cuerpos de Alexander y Marcel Poyatos, diagnosticaron su muerte por una extraña afección pulmonar.

De momento Jeanne Weber quedaba a salvo de cualquier inculpación, sus propios cuñados decidieron apoyarla y, para mayor muestra de confianza, le pidieron que cuidara de Georgette, su preciosa hija de dieciocho meses. El 2 de marzo de 1905 el bebe apareció muerto, una vez más las enigmáticas marcas rojas delataron un final parecido al de los otros cuatro niños que habían estado cerca de Jeanne.

Sin embargo, nadie sospechó nada, los llantos de Jeanne se confundían con los de los padres de Georgette.

¿Qué estaba pasando en Montmartre? La mortalidad infantil era alta en París pero en aquel barrio superaba todas las expectativas.

Contra todo pronóstico Jeanne siguió trabajando de niñera, en este caso con Suzanne, una preciosa niña de tres años hermana de la fallecida. A los pocos días sucedió lo inevitable y la pequeña amaneció muerta en su camita, huelga comentar que Suzanne mostraba las fatídicas señales rojas en su frágil cuello. Los rumores circularon raudos por las calles y plazas de Montmartre, todos empezaron a hablar de la macabra relación entre Jeanne y los niños muertos, ya eran seis y esa cifra cubría de sospechas a la niñera. Bien es cierto que otras muertes acontecidas por enfermedad en el barrio disimulaban de alguna manera aquel episodio violento. Esto sumado a la ignorancia de las gentes, posibilitó que Jeanne volviera a trabajar cuidando en esta ocasión a los niños de otros familiares.

El 25 de marzo de ese mismo año se pudo ver a la pequeña Germaine sufrir repentinas convulsiones y espasmos cada vez que se quedaba a solas con su tía Jeanne. En dos ocasiones superó los ataques pero a la tercera falleció, y como ustedes se pueden figurar, unas visibles marcas rojas rodeaban la garganta de la niña. Este suceso terminó por indignar a todo el mundo que ya acusaba sin tapujos a esa mujer convertida en ogro contemporáneo. El día en el que se enterró a Germaine una noticia impactó entre los vecinos, Marcel el único hijo que quedaba vivo de Jeanne, había muerto de idéntico modo a los anteriores. Era la terrible forma que la atormentada niñera había utilizado para disipar cualquier duda sobre ella, intentado de ese modo, demostrar que lo que estaba sucediendo en Montmartre no era más que una terrible epidemia que azotaba en exceso la vida de los niños ajenos y propios de Jeanne Weber. Este hecho concedió una breve tregua en la vorágine de acontecimientos.

La joven, cual alma sin descanso, pidió que se le concediera la oportunidad de seguir trabajando a fin de calmar su innegable pesar. El 5 de abril su cuñada tuvo que salir de compras y confió a la triste Jeanne la custodia de su hijo Maurice de tan solo diez meses de edad. A su vuelta contempló horrorizada cómo el bebé se debatía entre la vida y la muerte en medio de una evidente asfixia. En el cuello de la criatura estaban impresas las marcas rojas ya conocidas. No había duda, Jeanne Weber era una asesina de niños.

El suceso circuló como la espuma por la vecindad, cientos de personas salieron a las calles dispuestas a linchar a la estranguladora de rostro dulce. La actuación policial impidió que la Weber muriera en el escenario de sus crímenes.

Fue llevada ante el inspector Coiret, el sagaz policía ató todos los cabos del espeluznante caso. Poco a poco, surgieron los nombres de todos aquellos niños fallecidos mientras eran cuidados por la supuesta infanticida. Acusada formalmente de asesinato esperó en la cárcel durante algunos meses el juicio que presuntamente la conduciría a la guillotina.

El 29 de enero de 1906 se inició la vista pero, para asombro de todos, incluido el juez, alguien cambió el signo de los acontecimientos, me refiero al eminente doctor León Thoinot quien, en un alarde de verbigracia, expuso sus argumentos científicos sobre la muerte sufrida por los pequeños. Aseguró con vehemencia, que aquellos fallecimientos solo se podían atribuir a causas naturales seguramente relacionadas con una extraña e ignorada forma de bronquitis. En cuanto a Jeanne explicó que la pobre mujer estaba simplemente trastornada o embrujada, (eso dejaba en muy mal lugar a este supuesto hombre de ciencia). En definitiva, Jeanne, según él era más inocente que un ángel y solo la casualidad había dejado a su alrededor tantas muertes. El discurso del doctor Thoinot fue tan convincente que la presunta asesina fue absuelta y excarcelada inmediatamente. Contento por su éxito y popularidad Thoinot publicó las conclusiones médicas del caso en una prestigiosa revista científica, mientras Jeanne, más famosa que nunca, vio, con cierto placer, como su nombre era reflejado en los periódicos parisinos. Sin embargo, en París no había sitio para ella, sus antiguos vecinos no la querían cerca y la gente murmuraba demasiado. En consecuencia, decidió aceptar una proposición de trabajo que llegó desde la campiña francesa.

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