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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Histórico

Psicokillers (8 page)

BOOK: Psicokillers
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El 29 de febrero de 1872 latió el corazón de John; por fin pudo casarse con su primer y único amor, la hermosa Jane Bowen, con la que tuvo cuatro hijos: María Elizabeth, John Wesley, Jane Martina y Callie, aunque en pocas ocasiones pudo disfrutar del matrimonio y de la prole, dado que John Wesley era el pistolero más buscado de toda Norteamérica. Su cabeza fue valorada en 40.000 dólares, que para la época eran una auténtica fortuna. Cientos de cazarecompensas y sheriff se pusieron manos a la obra en el intento de apresar a ese criminal que con pasos firmes entraba en la leyenda de la joven nación. Hardin formó parte de alguna banda, pero su talento siempre lo empujaba a cabalgar solo.

El propósito principal era alejar a su familia del peligro o la venganza. No obstante, algunos familiares, también de conducta violenta, cayeron bajo el peso de la ley. Dos de sus primos y su querido hermano mayor, Joseph, fueron linchados y colgados de un poste de telégrafos. Era una advertencia directa para que John Wesley Hardin supiera que él, tarde temprano, acabaría de idéntico modo. Pero John era escurridizo, inteligente y letal. Bien es cierto que su mente atormentada le procuraba algún desvarío que otro, como por ejemplo ocurrió aquel día en Abilene, ciudad de la que era sheriff Wild Bill Hickok, otro legendario personaje del western.

Hickok sabía que Hardin se encontraba cerca de su ciudad, por eso tensó la vigilancia ordenando a sus ayudantes que no bajaran la guardia en ningún momento. En efecto, la intuición del alguacil no le había fallado, John se encontraba en Abilene escondido en un hotel de mala muerte. El chico estaba algo nervioso e intentaba conciliar el sueño, no paraba de pensar en su mujer y en lo bueno que era disparando Hickok. En eso, reparó en un brutal sonido que venía de la habitación contigua, John se levantó acercándose a la pared de donde parecía provenir aquel ruido gutural. Sí, no había duda, el bronco alarido infernal era el ronquido de un huésped sumido en un placentero sueñecito. John aguantó lo que pudo, pero la tensión del momento era tan fuerte que se vio obligado a desenfundar su pistola, la cual sitúo en un orifico de la pared. Sin pensarlo mucho, disparó un par de veces sobre el dormilón, al que dejó para siempre instalado en el sueño de los justos. Sí, ya sé querido lector que J.W. Hardin reaccionó de manera desmedida, pero si yo les presentase a un vecino que tuve créanme que quitarían algunos puntos en la condena. Tras el pequeño incidente, John escapó a toda velocidad de Abilene.

En 1874 celebró su vigésimo primer cumpleaños matando al ayudante de un sheriff, era su víctima número treinta y nueve. Durante tres años más consiguió escapar de la justicia; todos hablaban de él como si se tratase de un fantasma, una visión espectral que recorría a sus anchas los estados del sur. Nadie parecía estar facultado para atrapar a John Wesley Hardin. Finalmente, el forajido más terrible del oeste pensó que había llegado el momento de intentar rehacer su vida. Con su familia tomó un tren dispuesto a buscar fortuna en Florida, sin embargo, la fatalidad quiso que unos Rangers de Texas viajaran en el mismo tren. Era el 23 de julio de 1877.

John fue reconocido y al intentar desenfundar para ese último duelo los tirantes del pantalón provocaron que el revolver no saliera con la agilidad acostumbrada. Con esa tregua los rangers consiguieron inmovilizar a John Wesley Hardin. Era el fin de la aventura. Por suerte para él, en ese estado no estaba vigente la pena de muerte, no obstante fue condenado a veinticinco años de reclusión por la muerte de un ayudante de un diputado. El 28 de septiembre de 1878 se dictó sentencia y Hardin ingresó en la cárcel de Huntsville. Desde luego que intentó escapar, pero siempre de manera infructuosa. Un poco más calmado, orientó su estancia en presidio hacia el aprendizaje de algunas disciplinas académicas; estudió teología, álgebra y leyes. Gracias a eso obtuvo, sin dificultad, el título de abogado.

El 16 de marzo de 1894 consiguió el indulto, a consecuencia de los casi diecisiete años ejemplares que había pasado en prisión. En efecto, durante ese tiempo J.W. Hardin fue un preso modelo, jamás se vio involucrado en ninguna pelea, ni altercado. Era como si su espíritu inquieto hubiese alcanzado el sosiego necesario para ver la vida desde otra perspectiva. Pero una vez en libertad ¿se despertaría otra vez su instinto asesino?

Los carteles de “Se busca” fueron una constante en ese tiempo cuando el Oeste fue el punto más salvaje y fiero del planeta.

De momento todo hacia pensar que no, John se estableció como abogado en la ciudad del El Paso, estaba dispuesto a empezar de nuevo, esta vez como ímprobo ciudadano al servicio de la ley. Él mismo hizo estas declaraciones al diario
El Paso Times
: “soy un hombre apacible, digno, que solo se inclina ante la ley y la razón”. Leyendo estas declaraciones se piensa que en verdad Hardin se había caído del caballo y el golpe le había conducido hacia la luz. Sin embargo, la sombra de su pasado le perseguía. Y en la mañana soleada del 19 de agosto de 1895 mientras jugaba tranquilamente a los dados en el salón de una taberna llamada Las Cumbres, recibía por la espalda el disparo mortal del sheriff John Selman, hombre al que presuntamente había sobornado para asesinar a un rival suyo. De esa manera murió John Wesley Hardin, tenía cuarenta y dos años. Su entierro costó poco más de 75 dólares pagados por una supuesta amante. Terminaba la historia de un héroe popular, su vida quedó inmortalizada en decenas de narraciones, canciones o películas como la que protagonizó Rock Hudson que llevaba por título:
Historia de un condenado
. Su mítico colt del 38 se puede contemplar hoy en día en el
J.M. Davis Arms
de Oklahoma; es la herencia dejada por un alma sin descanso que como otras forjó la leyenda del salvaje Oeste americano.

Brynhilde Paulsetter Sorenson

Noruega, (1859 - 1908)

Brynhilde Paulsetter Sorenson

Noruega, (1859 - 1908)

BELLE GUNNESS, LA VIUDA NEGRA

Número de víctimas: un mínimo de 42

Extracto de la confesión de su cómplice:
“Yo la ayudé a matar a todos esos hombres. El último día apliqué cloroformo a sus hijos como ella me dijo y juntos colocamos en el interior de la casa el cadáver de aquella camarera, después se vistió de hombre y escapó tras haber pegado fuego a la casa con sus hijos dentro”.

Brynhilde Paulsetter Sorenson protagonizó uno de los casos más misteriosos de cuantos han sido realizados por los asesinos en serie. En su dossier no se puede concentrar mayor maldad y perversión. Mató con absoluta frialdad a hijos, maridos, amantes, pretendientes y desconocidos, incluida una pobre mujer de la que ya hablaremos. Todo era posible si de aumentar su patrimonio se trataba.

Lo cierto es que según las anteriores líneas, bien pudiera parecer que Belle Gunness (ese fue su nombre de guerra) era una mujer carismática y espectacular. De lo primero no hay duda pues fueron muchos incautos los que se acercaron cuál luciérnagas a su luz, pero en cuanto a lo segundo solo diré que
esta gran mujer
medía casi un metro noventa de altura con un peso aproximado de ciento treinta kilos. En efecto, era inmensa como su fuerte personalidad. Por si fuera poco, perdió, ya madurita, toda la dentadura sustituyéndola por una postiza donde predominaban unos bellos dientes de oro. ¡Que maravilla!, el sueño noruego de cualquier granjero de la América profunda. Por eso digo que la historia de nuestra Belle es digna de ser contada, sus cuarenta y dos supuestos asesinados merecen unas páginas en este libro.

Los métodos que esta
sirena terrestre
empleó para sus matanzas no son en verdad los más sofisticados: hachas, martillos, sierras, fuego, trituradoras de carne para salchichas… todo salpimentado con magníficas dosis de estricnina, un producto descubierto a principios del siglo XIX y muy utilizado en pequeñas dosis como tónico reconstituyente. Lo nefasto para cientos de víctimas es que la sobredosis de estricnina provoca la reacción contraria, sacudiendo al intoxicado como si el infierno hubiese entrado en su cuerpo. Bastan 100 miligramos para que la persona que los ingiera se retuerza en grotescas posturas corporales mientras se asfixia letalmente. Cuentan que los músculos faciales se contraen de tal forma que el aspirante a muerto termina sus minutos en este mundo con una sonrisa congelada nada hilarante.

Belle (así la llamaremos desde ahora) nació en Noruega en 1859; hija de un granjero que obtenía ingresos extra trabajando como prestidigitador circense en los espectáculos ambulantes que recorrían el país, pronto aprendió el oficio de equilibrista a fin de amenizar los intermedios creados por el número que ofrecía su progenitor. Durante años, la familia Paulsetter adquirió alguna fama por aquellas latitudes escandinavas, sin embargo, ni el circo ni la granja fueron suficientes para que la joven echara raíces en su tierra natal. Y, como tantos europeos, emigró a Norteamérica buscando el horizonte adecuado para su ambición desmedida por ser rica.

Belle Gunnes nació en un lugar de paisajes bucólicos en Noruega. Ello no fue óbice para que fuera desequilibrándose conforme pasaban los años, hasta convertirse en una de las peores criminales de todos los tiempos.

Con diecinueve años se plantó en el nuevo continente, dispuesta a triunfar a costa de quién fuera. En ese tiempo la comunidad escandinava que habitaba en Norteamérica era bastante numerosa y no fue difícil encontrar trabajillos proporcionados por algunos paisanos. No obstante, la corpulenta Belle no había nacido para convertirse en una simple tendera o trabajadora a sueldo, ella aspiraba a más, a mucho más. En consecuencia se puso a buscar un buen marido que le facilitara su salida del pozo. Tuvo suerte y se casó con un sueco fortachón llamado Mads Sorenson. Solo existía un pequeño problema y es que Belle no conseguía quedarse embarazada. El asunto se solventó con la adopción de tres pequeños: Jenny, Myrtle y Lucy. Todo parecía encauzarse en la vida de nuestra protagonista, su marido era un próspero comerciante y los recursos económicos se mostraban suficientes para alimentar a la nueva familia. Pero, ¿eso era lo que quería la indomable Belle? Desde luego que no, la noruega pretendía seguir subiendo y Mads no podía ofrecer más que una modesta posición social. Por desgracia para él firmó dos pólizas de seguros ante la insistencia de su mujer. El pobre Mads no desconfió dado que sabía la angustia que Belle sentía ante un futuro incierto y lleno de deudas. Curiosamente, tras firmar los documentos, el sueco murió fulminado. Los médicos tras examinar el cadáver certificaron la muerte de Sorenson a consecuencia de una dilatación extrema del corazón. Todos lloraron la muerte de Mads, también su viuda que parecía estar muy afectada. Sus lagrimones, sin embargo, no le impidieron divisar la agencia de seguros, donde se plantó el mismo día del entierro, dispuesta a cobrar los 8.500 dólares en los que se había tasado la vida de su añorado esposo.

No obstante, algo extraño en el comportamiento de Belle debieron percibir los familiares de Mads, dado que solicitaron la exhumación del cadáver para una nueva revisión del mismo. Mientras se cumplían estos trámites, Belle agarró a sus tres hijos para salir precipitadamente de Chicago, ciudad en la que vivía, rumbo a Austin donde compró una casa de huéspedes. El negocio no funcionaba todo lo bien que debiera, Belle no era buena cocinera, y ya se sabe, que estas cosas circulan muy deprisa entre los posibles inquilinos. Al poco de instalarse casi todas las habitaciones de la fonda estaban vacías. ¿Qué se podía hacer? Las cosas no funcionaban pero Belle, convencida de que algún día encontraría su lugar bajo el sol, aseguró el local y rezó a todos los dioses del panteón nórdico. Como el lector puede intuir, la pensión de Belle ardió hasta los cimientos, y sin perder un minuto, la antigua equilibrista exigió el pago completo de la póliza.

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