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Authors: Matthew Stover

Punto de ruptura (28 page)

BOOK: Punto de ruptura
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—¿Ah?

—Tiene sentido, ¿no? ¿Para qué van a rendirse los balawai si creen que vamos a matarlos de todos modos? Hasta el último de ellos lucharía hasta la muerte. Y eso cuesta caro, ¿sabes? Así que los entregamos a la jungla. Al menos así tienen una posibilidad.

—¿Cuántos sobreviven?

—Algunos.

—¿La mitad? ¿La cuarta parte? ¿Uno de cada cien?

—¿Cómo voy a saberlo yo? —Nick se encogió de hombros—. ¿Acaso importa?

—No para mí —dijo Mace Windu.

Nick cerró los ojos y posó la cabeza en la oreja del herboso, como si estuviera agotado o dolorido.

—Estás chiflado, ¿verdad? Te has vuelto completamente loco.

Mace se detuvo. Un fruncido vertical entre sus cejas se dibujó en su frente.

—No. De hecho, todo lo contrario.

—¿Qué se supone que significa eso?

Pero Mace ya se alejaba andando.

Nick masculló una maldición sobre todos los puñeteros Jedi que tenían nueces de nikkle por sesos, y después condujo al herboso tras él.

—Es el Jedi... No, el otro. El Jedi de verdad —dijo una voz de hombre cuando los prisioneros le vieron llegar.

A Mace le pareció que la voz podía pertenecer al hombre del rondador de vapor, el manco de rostro ceniciento y con una herida en el pecho que no creía en la palabra de un Jedi.

Mace decidió no preguntar lo que quería decir con "el Jedi de verdad".

Algunos de los prisioneros se agolparon en su dirección, alisándose las ropas y forzando una expresión esperanzada. La mayoría se quedaron donde estaban, meciéndose con agotamiento o tropezando con los grandes árboles grises. Algunos se agarraban a las lianas para sentarse lentamente en el suelo.

Varias decenas de metros ladera abajo, los dos guardias akk miraron a Mace con clara hostilidad. Dos de los seis perros akk que vigilaban a los prisioneros se encorvaron malhumorados.

El herboso de los niños estaba guiado por un hombre al que Mace identificó como el padre de Urno y Nykl. Los únicos lugares limpios de su rostro manchado de sangre y suciedad eran dos surcos blanquecinos que unían ojos con barbilla y que habían sido provocados por las lágrimas. El hombre soltó las riendas y se arrojó al suelo, a los pies de Mace.

—Por favor... Por favor, Su Señoría... Su Alteza... —sollozó con el rostro en el suelo de la jungla—. Por favor, no deje que maten a mis niños. llaga conmigo lo que quiera... Me lo merezco, lo sé, siento lo que he hecho, pero mis niños... no tienen la culpa, no han hecho nada... Por favor, yo no... Nunca he visto a un Jedi... Ni siquiera sé cómo debo llamarlo...

—Levántate —dijo Mace con dureza—. Nadie debe arrodillarse ante los Jedi. No somos vuestros señores, sino vuestros sirvientes. Levántate.

El asombrado hombre se puso en pie lentamente. El dorso de su mano dejó un surco de barro bajo su nariz.

—Bueno —dijo—. De acuerdo. Lo que me pase a mí..., podré encajarlo como un hombre..., pero mis niños...

—Lo que te va a pasar es tu vida, y posiblemente también tu libertad. El hombre pestañeó, sin comprender.

—¿Su Señoría...?

—Llámame Maestro Windu —Mace pasó por su lado y abrió los brazos, haciendo señas a todos los prisioneros—. Poneros a mi alrededor. Necesito que os mantengáis muy juntos. No seremos bastantes para buscar a los rezagados.

—¿Señor? —dijo Keela cuando el herboso de los niños llegó hasta él. Se había echado a un lado en la silla inferior para mirar a Mace con ojos húmedos e inyectados en sangre—. Señor, ¿qué van a hacer con nosotros? ¿Dónde está mamá? ¿Va a dejar que nos abandonen en la jungla?

Mace la miró de frente. Su mirada estaba borrosa por las lágrimas.

—No, voy a enviaros de vuelta a la ciudad. Os vais a ir a casa. Todos.

—No hagas promesas que no puedes cumplir —murmuró Nick.

—Nunca lo hago.

—¿No crees que Kar y esos guardias akk de ahí abajo tendrán algo que decir al respecto?

—Soy consciente de su opinión. Yo tengo la mía.

—El tan pel'trokal...

—No significa nada para mí —dijo Mace—. La justicia de la jungla no me importa. Sólo me importa la justicia Jedi. Y me ocuparé de administrarla.

—Justicia Jedi, ¡por las purulentas llagas de mi trasero! Sigues sin entenderlo, ¿verdad? Nada Jedi significa aquí una mierda...

—Ahora comprendo las reglas. Tú mismo te encargaste de leérmelas. Y después Kar Vastor me enseñó lo que significaban. Ahora puedo empezar a jugar.

—Es precisamente eso —insistió Nick—. Ahora estás en la jungla. Aquí no hay reglas.

—Claro que las hay. No seas idiota.

Nick pestañeó.

—Estás de broma, ¿verdad? Estás haciendo un chiste.

—Quédate aquí y mira —le dijo Mace, dirigiéndose hacia los guardias—. Y después dime lo que piensas de mi sentido del humor.

***

El mismo guardia akk al que Mace había pateado se movió para bloquearle el paso. La hinchazón que había dejado el puño de Vastor en la cara del hombre se había vuelto del mismo color púrpura oscuro que las nubes que se espesaban en lo alto. Los músculos se abultaron como bloques de durocemento bajo la piel de su pecho desnudo.

—¿Adónde vas, Windu?

Mace tuvo que echar atrás la cabeza para enfrentarse a la mirada del korun.

—No conozco tu nombre...

—Puedes llamarme...

—No te he preguntado cómo te llamas —le interrumpió Mace—. Sólo digo que no lo sé. No necesito saberlo. Deberías apartarte de mi camino.

Los ojos del guardia parecían irritados, y algo más que ligeramente enloquecidos.

—¿Apartarme de tu camino, pequeño Jedi?

—Voy a llevar a los prisioneros hasta el camino de rondadores de vapor —repuso Mace, moviendo la cabeza en esa dirección—. Puedo pasar por tu lado o pasar por encima de ti. . Tú eliges.

—¿Por encima de mí? ¿Puedes volar, tú? —los vibroescudos sujetos a sus antebrazos ladraron al cobrar vida. Los alzó a ambos lados del rostro de Mace—. Saca tu arma de juguete, pequeño Jedi. Adelante. Sácala.

—¿Mi sable láser? ¿Para qué? —Mace alzó un dedo para darse un golpecito en su propia frente—. Esta es la única arma que necesito.

—¿Sí? —repuso con una sonrisa burlona—. ¿Vas a matarme a pensamientos, tú?

—Me entiendes mal.

A modo de explicación, aplastó la nariz del korun con un brusco cabezazo.

El korun se tambaleó hacia atrás. Mace se movió con él en perfecta sincronización, como si estuvieran bailando, sujetando con la mano los desarrollados bíceps del hombre. Cuando el korun empezó a recuperar el equilibrio, Mace impulsó de nuevo la cabeza hacia delante, de forma natural, y le tiró de los brazos para darle otro cabezazo que unió la frente del Jedi con la punta de la barbilla del korun y provocó un chasquido tan agudo como una roca al partirse.

Mace retrocedió para dejar que el hombre semiconsciente se derrumbara. El otro guardia profirió un ladrido y saltó contra la espalda del Jedi, sólo para encontrarse con el extremo encendido de un siseante sable láser color púrpura.

—Está vivo —dijo Mace con calma—. Igual que tú. De momento. El siguiente de vosotros, patéticos nerfs, que alce una mano contra mí morirá por ello. ¿Entendido?

El korun se limitó a mirarle con el asesinato pintado en el rostro.

—¡Responde! —rugió Mace.

Arrojó el sable láser al suelo, a los pies del korun, profiriendo un rugido convulso. Luego movió la mano más deprisa de lo que podían seguirla los ojos, y clavó un pulgar en la mejilla del korun mientras los demás dedos se hundían detrás de la articulación de la mandíbula. Tiró hacia abajo de la cara del korun hasta tenerla a un centímetro de la suya. Había locura rabiosa en sus ojos.

—¿ME HAS ENTENDIDO?

El sorprendido korun movió la boca sin decir nada. Mace aulló en su rostro.

—¿QUIERES MORIR? ¿QUIERES MORIR AHORA MISMO? ¡HAZ UN GESTO! ¡HAZLO! ¡HAZLO Y MORIRÁS!

El pasmado korun sólo podía pestañear, farfullar e intentar menear la cabeza. Mace soltó la cara del hombre con un empujón desdeñoso que le hizo tambalearse hacia atrás. El Jedi abrió la mano vacía, y el sable láser saltó del suelo para pegarse a la palma. Lo devolvió a la cartuchera que tenía dentro del chaleco.

—No te pongas nunca en mi camino —su voz volvía a ser gélidamente calmada—. Nunca.

Se volvió para mirar a los dos perros akk, que se habían incorporado y gruñían como nubes de tormenta, con las espinas de sus acorazados hombros erizadas.

Mace los miró.

Primero uno y después otro bajaron la cabeza y relajaron las espinas. Luego retrocedieron con el rabo entre las piernas.

Mace miró ladera arriba, donde Nick estaba boquiabierto y maravillado. Los cautivos se amontonaron aún más, sin atreverse a mirarlo a los ojos. Mace les hizo una seña para que se acercaran.

Cuando Nick y el herboso con los niños llegaron junto al guardia derribado, éste ya se removía, pero cuando abrió los ojos y descubrió que Mace seguía parado sobre él, prefirió seguir en el suelo.

—Vale, lo admito —dijo Nick cuando pasaron ante los guardias y los perros—. Eso ha sido muy divertido. Y algo atemorizador. No te había visto nunca furioso.

—Y sigues sin verme —dijo Mace con voz queda—. ¿Recuerdas esas reglas de la jungla que te mencioné antes? Acabas de ver una en acción.

—¿Qué regla era ésa?

—Cuando llega el perro grande, los perros pequeños se echan a un lado —dijo el Maestro Jedi Mace Windu.

***

La lluvia helada caía a través de la cúpula de árboles y los truenos resonaban como turbocohetes de fragatas sobrevolándolos. Aunque apenas era media tarde, la tormenta sumía la selva en la penumbra posterior al crepúsculo. Mace caminaba a pocos pasos detrás del empapado herboso de Nick. Las gotas de lluvia le golpeaban el cráneo y un helado goterón le bajaba por el espinazo. El barro tiraba de sus botas a cada paso, allí donde el moho de las hojas dejaba sitio al suelo desnudo. A veces se hundía tanto que el barro se colaba por la parte superior de las botas. Si podía seguir moviéndose era porque extraía energías de la Fuerza.

No podía imaginar lo que suponía la marcha para los prisioneros heridos.

De vez en cuando, algunos de los pedruscos de granizo que vertía la tormenta en su chaparrón rebotaban a través de las capas de hojas, ramas y lianas, y daban un susto a alguien. La mayor parte se había derretido cuando llegaba al suelo, y los pedruscos se habían reducido al tamaño del puño de Mace; demasiado pequeños para ser peligrosos, pero lo bastante grandes como para hacer crecer irritantes chichones en la cabeza. Los prisioneros balawai recogían los que caían cerca de ellos y los chupaban para derretirlos en su boca. Una vez se limpiaba un poco, ese granizo era la fuente más limpia de agua que podían encontrar, ya que apenas contenían algún resto sulfuroso del humo y los gases volcánicos.

Mace sintió en la Fuerza el feroz y ardiente picotazo de un perro akk que se les acercaba. Un momento después sintió un tirón de la Fuerza en el omoplato derecho. Alargó el brazo para tironear del tobillo de Nick.

—Haz que siga la marcha —dijo, alzando la voz por encima del siseo de la lluvia—. Volveré enseguida.

La sombra de un hombre tomaba forma a pocos pasos de la fila, a través de la penumbra borrosa por la lluvia. Mace caminó hacia ella, rodeando árboles y apartando lianas con un gesto, y descubrió que el dolorido guardia akk se dirigía hacia él cargando con uno de los balawai. El gran akk que había sentido Mace formaba una silueta gris tras el guardia.

—Se cayó éste. Creo que tiene fiebre, yo —el guardia puso al balawai sobre sus pies. Era el hombre herido al que le faltaba la mano—. Mejor que pongas a alguien con él, tú.

Mace asintió mientras pasaba el brazo sano del hombre por encima de sus propios hombros.

—Gracias. Yo cuidaré de él.

El balawai le miró sin reconocerlo.

El guardia les frunció el ceño a los dos.

—Te matará por esto, Kar. ¿Sabes eso, tú?

—Aprecio tu preocupación.

—No es preocupación. Sólo decirlo. Nada más.

—Gracias.

El guardia continuó un instante más con el ceño fruncido, encogiéndose luego de hombros de una forma muy elaborada, antes de volverse y perderse nuevamente en la penumbra.

Mace miró pensativo cómo se alejaba. No le había resultado nada difícil hacer que los dos guardias akk le siguieran. Mientras Nick organizaba a los balawai en algo que se asemejara a un orden de marcha. Mace había subido ladera arriba hasta donde uno de ellos lo miraba en pie, mientras el que había derribado seguía sentado en el suelo, masajeándose la nariz rota.

Mace se acuclilló a su lado.

—¿Cómo tienes la cara? —preguntó con seriedad.

La voz del guardia estaba medio amortiguada por sus manos.

—¿Por qué te preocupas, tú?

—No es ningún deshonor perder ante un Jedi —le había dicho Mace—. Vamos, déjame ver.

Cuando el asombrado guardia akk se apartó las manos del rostro, Mace puso las suyas a ambos lados de la nariz del hombre y le enderezó los huesos con un apretón brusco. El repentino dolor agudo hizo jadear al korun, pero se le pasó tan rápido que no tuvo tiempo ni de gritar.

Después sólo pudo pestañear maravillado.

—Eh... Eh, está mejor, esto. ¿Cómo has...?

—Siento haber perdido el control —dijo Mace, levantándose para incluir al otro guardia akk—. Pero no podía retroceder ante un desafío, ¿lo comprendéis?

Los dos korunnai intercambiaron una mirada, y ambos asintieron con reticencia, como Mace había sabido que harían. Vastor los había entrenado como a perros, y, al igual que los perros, su única forma de reaccionar ante una palmada en la cabeza que sigue a una patada era agitar la cola y esperar que no hubiera más problemas.

—Creo que sois buenos —siguió diciendo Mace—. Fuertes luchadores. Por eso me enfrenté a vosotros con energía. Por respeto. Sois demasiado peligrosos como para que yo juegue con vosotros.

—Tu cabeza es como una piedra cuando golpeas, tú —le dijo el korun de la nariz rota, como si hiciera una concesión generosa. Lanzó una risita, cruzando los ojos para mirar a la sangrante hinchazón que había entre ellos—. La mejor que me he comido.

El otro guardia akk no pudo resistirse a intervenir.

—Y esa forma de cogerme la cara... ¿Era algo Jedi, eso? Nunca lo había visto antes, yo. ¿Puedes enseñarme, tú?

Mace no tenía más tiempo para cumplidos.

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