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Authors: Matthew Stover

Punto de ruptura (12 page)

BOOK: Punto de ruptura
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—¿No podríais haberos limitado a avisarme?

—Claro que sí. Lo cual nos habría descubierto ante Tenk y sus amigos balawai. Y habríamos muerto para nada. Porque, de todos modos, no nos habrías creído.

—No estoy seguro de creerte ahora —Mace había girado el sable láser en la palma de la mino, sintiendo la desagradable manera que tenía el ámbar de portaak de pegarse a su piel—. No se me escapa que sólo tengo tu palabra sobre todo eso. Todos los que podían contradecir tu historia han muerto.

—Sí.

—Eso no parece preocuparte.

—Estoy acostumbrado.

Mace frunció el ceño.

—No lo entiendo.

—Así es la guerra —dijo Nick. Su voz había perdido el tono burlón, y sonaba casi amable— Es como la jungla; cuando lo que se mueve entre las ramas está lo bastante cerca de ti para que sepas lo que es, o quién es, ya estás muerto. Así que uno debe moverse por conjeturas. A veces aciertas y acabas con un enemigo, o salvas a un aliado. A veces te equivocas. Entonces mueres. O debes vivir con el recuerdo de haber matado a un amigo.

Él le enseñó los dientes, pero en su sonrisa ya no había calidez alguna.

—Y a veces aciertes y, de todos modos, mueres. A veces tu amigo no es un amigo. Nunca lo sabes. No puedes saberlo.

—Yo puedo. Es parte de lo que supone ser un Jedi.

La sonrisa de Nick se tornó sabia.

—Bueno. Elige entonces. O somos asesinos que deben ser llevados a la justicia, o soldados cumpliendo con nuestro deber. En cualquier caso, ¿qué otro podría llevarte hasta De..., esto, la Maestra Billaba?

Mace gruñó.

—Tampoco se me ha escapado eso.

—Y entonces ¿qué vas a hacer al respecto?

Él y los demás miraron cómo lo meditaba Mace.

Y, al final, la decisión que tomó el Jedi no sorprendió a ninguno. Sólo le decepcionó a él mimo.

Nick le había guiñado un ojo.

—Bienvenido a Haruun Kal.

***

El hilo de humo del terracoche entró en una hendidura de las colinas y desapareció. En la pared verde de arriba, Besh y Lesh ya habían desaparecido en la sombra abovedada. Chalk y Nick le esperaban justo debajo de la línea de árboles, agachados entre los matojos, vigilando el cielo. Recortados contra el verde.

La pared de jungla sólo era verde por fuera. Entre troncos y hojas, entre helechos, flores y lianas había una sombra tan espesa que vista desde fuera, bajo el brillante sol, parecía completamente negra.

No es demasiado tarde para cambiar de idea
, pensó Mace.

Podía dejar a Nick ahora. Podía dar la espalda a Chalk, Besh y Lesh. Buscar un transporte por el camino, coger un vehículo hasta Pelek Baw, tomar una lanzadera hasta el siguiente crucero que fuera rumbo al Bucle Gevarno...

De algún modo supo que ésa era su última oportunidad de dar marcha atrás. Que una vez cruzara la pared verde, la única forma de salir sería atravesándola.

Era incapaz de imaginar lo que podría encontrarse en el camino.

Salvo, quizás, a Depa.

"...
nunca debiste enviarme aquí. Y yo no debí haber venido nunca
..."

Después de todo, ya era demasiado tarde para cambiar de idea.

Ya estaba dentro de la jungla.

Había entrado en ella desde que bajó de la lanzadera en el espaciopuerto de Pelek Baw. Puede que desde la balconada de Geonosis. O puede que se hubiera limitado a estarse quieto, y que la jungla hubiera crecido a su alrededor sin que él se diera cuenta...

Bienvenido a Harun Kal.

Sus botas aplastaron las conchas de bracken mientras subía la ladera. Chalk le hizo una seña con la cabeza y desapareció dentro de la pared. Nick le dedicó una sonrisa, como si supiera lo que había estado pensando Mace.

—Será mejor que te des prisa, Maestro Windu. Un minuto más y te habríamos dejado atrás. ¿Es que quieres quedarte solo? Creo que no.

En eso tenía razón.

—Hay algún punto al que deba dirigirme si por casualidad nos separamos.

—No te preocupes por eso. Tú sigue adelante.

—Pero, ¿cómo os encontraré si nos pasa eso?

—No nos encontrarás —Nick negó con la cabeza, sonriendo a la jungla—. Si nos separamos, no vivirás lo suficiente para preocuparte por encontrarnos. ¿Lo has entendido? Sigue andando.

Entró en los árboles y fue tragado por el crepúsculo verde.

Mace asintió para sus adentros y, sin mirar atrás, siguió a Nick entre las sombras.

4
La guerra del verano

F
ormaban una hilera por la selva. Chalk elegía el camino, separando las frondas y apartando con el cañón del Trueno los anillos de los trepahojas. Mace la seguía a unos diez metros de distancia, con Nick cerca de él. Besh y Lesh cenaban la retaguardia, cambiando de vez en cuando de posición y cubriéndose el uno al otro.

Mace debía estar atento para no perder de vista a Chalk. Una vez dentro de la jungla, dejaba de poder sentir con facilidad a los korunnai en la Fuerza. Su mirada tendía a desviarse de ellos, a pasar por encima de ellos sin ver. A no ser que dirigiera con firmeza su voluntad; un talento muy útil en un lugar donde los humanos sólo eran una presa más.

De vez en cuando captaba en algún korunnai una pulsación de la Fuerza tan inconfundible como tina mano alzada, y todos se paraban en seco. Después sobrevenían segundos o minutos de inmovilidad, escuchando el agitar del viento y los gritos de los animales; buscando con los ojos en la verde sombra y en la luz más verde aún; buscando en la Fuerza a través de un tumulto de vidas un ¿qué? ¿Un felino de las lianas? ¿Una patrulla de la milicia? ¿Un stobor? Después se sentía una oleada de relajación clara como un suspiro. Un peligro que Mace no podía ver o sentir había pasado de largo. Podían continuar.

Bajo los árboles hacía todavía más calor que a plena luz del sol. Cualquier alivio causado por la sombra quedaba anulado por la húmeda y asfixiante quietud del aire. Aunque Mace oía un constante agitar de hojas y ramas en las alturas, la brisa nunca parecía bajar de la cúpula de árboles.

Llegaron a un claro, y Nick ordenó una parada. El manto de la jungla entretejía un techo sobre ellos, pero los pliegues del terreno estaban despejados en docenas de metros a la redonda, y árboles de lisos troncos grises y dorados se convenían en contrafuertes que sostenían paredes de hojas y lianas. Ladera arriba, un estanque alimentado por un manantial rebosaba formando una humeante corriente con aroma a azufre.

Chalk se desplazó hasta el centro del claro, bajó la cabeza y se quedó completamente inmóvil. Una oleada de la Fuerza brotó de ella, rompiendo contra Mace, y treinta y cinco años desaparecieron de él. Por un delicioso instante volvió a ser un niño que volvía a la compañía del ghôsh Windu, tras pasar toda una vida en el templo Jedi, sintiendo por primera vez la sedosa calidez de la llamada en la Fuerza de un korun a un akk...

Entonces pasó, y Mace volvió a ser un adulto, un Maestro Jedi cansado y preocupado, temeroso por su amiga, por su Orden y por su República.

Al cabo de unos minutos, un retumbar fuera del claro anunció la llegada de grandes animales, y pronto la pared de la jungla se separó para dar paso a un herboso. El animal se tambaleó hasta el claro sobre las extremidades posteriores, pues tenía las cuatro delanteras ocupadas en arrancar plantas y metérselas en una boca lo bastante grande como para tragarse a Mace entero. Masticaba plácidamente, con satisfacción bovina que brillaba en sus tres ojos. Volvió esos ojos, uno a uno, hacia los humanos. Primero el derecho, después el izquierdo y luego el de la corona, asegurándose de que ninguno de los tres veía peligro.

Tres herbosos más se abrieron paso hasta el claro. Los cuatro portaban arneses para ser cabalgados. Las anchas sillas llevaban las cinchas encima y debajo de los hombros anteriores, tal y como recordaba Mace. Uno llevaba un conjunto de silla doble; la segunda estaba invertida a medio lomo de la bestia.

Los cuatro herbosos eran delgados, más pequeños de lo que recordaba Mace —el más grande no habría superado los seis metros completamente estirado—, y su piel gris era apagada y áspera, muy distinta a la de los gigantes esbeltos y lustrosos que había montado tantos años atrás. Eso era tan preocupante como todo lo que le quedaba por ver. ¿Acaso los korunnai habían renunciado al Cuarto Pilar?

Nick buscó la nudosa cuerda de montar del herboso con la silla doble.

—Vamos, Maestro Windu. Tu viajarás conmigo.

—¿Dónde están vuestros akk?

—Alrededor. ¿Es que no los sientes?

Y Mace lo hizo: un círculo de recelo depredador al otro lado de las verdes paredes, salvajismo, ansia y devoción atados en un nudo semiinteligente de
busquemos-algo-que-matar
.

Nick trepó con la cuerda por el flanco del herboso y se deslizó en la silla superior.

—Los verás si necesitas verlos. Esperemos que no sea así.

—¿Ya no es frecuente presentar un invitado a los akk del ghôsh?

—Tú no eres un invitado, eres un fardo —Nick sacó una aguijada de latonbejuco de una funda junto a la silla—. Sube. Tenemos que irnos.

Sin comprender por qué lo hacía. Mace se acercó al centro del claro. Una respiración para ordenar su mente. La siguiente para expresar su naturaleza en la Fuerza que lo rodeaba. Serenidad Jedi para compensar el temperamento controlado. Devoción a la paz, inclinando la balanza contra el placer culpable de la lucha. Nada quedaba oculto. Luz y oscuridad, pureza y corrupción; esperanza, miedo, orgullo y humildad. Ofrecía todo lo que le hacía ser quien era con una sonrisa amistosa, con ojos bajos y manos abiertas en los costados. Entonces envió mediante la Fuerza la llamada que le habían enseñado treinta y cinco años antes...

Y obtuvo una respuesta.

Deslizándose entre las paredes del claro, con paso mesurado que se confundía con el agitar del viento y las zumbomoscas, apareció la inquisitiva cabeza de reptil cornudo, ojos ovalados, sin párpados, de un negro brillante...

—¡Windu! —le siseó Nick—. ¡No te muevas!

Colmillos triangulares que se cruzaban unos con otros en mandíbulas que podían aplastar el duracero se movieron masticando. Una humeante baba resbalaba de su boca, por pliegues de piel escamosa lo bastante gruesa como para detener un sable láser. Pies de aplanados dedos con garras del tamaño de palas arrancaban kilos de tierra a cada paso. Musculosas colas acorazadas, largas como sus cuerpos y del tamaño de un deslizador terrestre, se agitaban sinuosas de un lado a otro.

Los perros akk de Haruun Kal.

Tres de ellos.

Nick volvió a sisear.

—Retrocede. Retrocede ya. Directo hacia mí. Muy lentamente. No les des la espalda. Son buenos perros, pero si provocas sus instintos de caza...

Las bestias se movieron en círculo, agitando colas que podían partir a Mace en dos. Sus ojos, sin párpados y con un duro caparazón, relucían sin expresión. Su aliento apestaba a carne vieja, su piel exudaba un almizcle correoso, y, por un instante, Mace se sintió en la arena del Circus Horrificus, en las entrañas de Nar Shaddaa, rodeado de miles de espectadores gritando, a merced de Gargonn
El hutt
...

Entonces comprendió por qué había hecho eso. Por qué tenía que hacerlo.

Por qué tenía a Depa a su lado en esa visión momentánea de aquel circo de su pasado.

¿Fue la última misión que tuvieron juntos? ¿Podría ser?

Le parecía tanto tiempo...

***

DE LOS DIARIOS PRIVADOS DE MACE WINDU.

Había ido a Nar Shaddaa siguiendo a unos traficantes de animales exóticos que habían vendido perros akk entrenados para el ataque a los terroristas de Lannik, pertenecientes al Red Iaro. Depa me había seguido hasta La Luna de los Contrabandistas porque sospechaba que podía necesitar su ayuda. Cuánta razón tenía; hasta juntos, sobrevivimos a duras penas. Fue una lucha terrible contra akk gigantes mutados para la diversión de los clientes del Circus Horrificus...

Pero en la jungla, al recordarlo, descubrí que mis ojos se llenaban de lágrimas.

Aquel día, en Nar Shaddaa. Depa demostró una habilidad con la espada que superaba la mía. Había continuado creciendo, estudiando y progresando en el vaapad al tiempo que en la Fuerza.

Hizo que me sintiera muy orgulloso...

Ya hacía años que había superado las pruebas para ser Caballero. Llevaba mucho tiempo siendo una Maestra Jedi y miembro del Consejo; pero aquel único día volvimos a ser Mace y Depa, Maestro y padawan, enfrentando la letal eficiencia del vaapad a lo peor que podía arrojarnos la galaxia. Luchamos como lo habíamos hecho tantas veces, como una unidad perfectamente coordinada, aumentando los recursos del compañero, y contrarrestando las debilidades de cada uno. Y aquel día pareció que nunca hubiéramos hecho otra cosa. Como Caballeros Jedi éramos imbatibles, como Maestros, miembros del Consejo...

¿Qué hemos ganado? ¿Se ha ganado algo?

¿O lo hemos perdido todo?

¿Cómo es que nuestra generación ha acabado siendo la primera en mil años que ve nuestra República destrozada por la guerra?

***

—¡Windu! —siseó Nick con urgencia, devolviendo a Mace al presente. El Jedi alzó la cabeza. Nick le miraba a tres metros sobre el suelo de la selva.

—¡No te quedes ahí parado!

—De acuerdo.

Mace alzó las manos, y los tres perros akk se tumbaron. Un toque de la Fuerza y un giro de las palmas de las manos, y los tres perros rodaron sobre sus lomos, con lenguas negras colgando ladeadas entre dientes afilados como navajas. Jadearon felices, mirándolo con absoluta confianza.

Nick dijo algo sobre mojarse en mierda de colmilludo.

Mace se acercó hasta la cabeza de un perro y deslizó la palma de la mano por el triángulo formado por los seis vestigios de cuernos que se formaban en el ceño del akk. Colocó la otra mano junto al labio inferior del akk para que la enorme lengua de la criatura pudiera lamer el olor de Mace y llevarlo a las fosas olfativas situadas junto a su nariz. Se movió hasta el siguiente, y después hasta el tercero; los tres tomaron su olor, y él tomó su sensación en la Fuerza. Se aprendieron el uno al otro con la severa formalidad que exigían esas solemnes ocasiones.

Unas criaturas magníficas. Muy diferentes de los gigantes mutantes que Depa y él combatieron en el Circus Horrificus. Gargonn había cogido a los nobles defensores de la manada y los había alterado en las fétidas profundidades de Nar Shaddaa para convertirlos en asesinos salvajes...

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