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Authors: Matthew Stover

Punto de ruptura (11 page)

BOOK: Punto de ruptura
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Ardía en deseos de preguntar a Nick lo que quería decir con eso, pero no lo hizo. No podía. No podía preguntarles por Depa. Ya estaba medio enfermo de temor, y ése no era el estado en el que debía encontrarse con su antigua padawan para examinar su salud mental y moral. Necesitaba mantener la mente todo lo abierta y despejada que le permitiera su entrenamiento y disciplina Jedi. No podía arriesgarse a contaminar sus percepciones con expectativas, esperanzas o miedos.

Botaron y se tambalearon por una parte de la ciudad que Mace no reconoció: una maraña de destartalados bloques de apartamentos de piedra que se alzaban en un pedregal de chozas de madera. Aunque las calles estaban allí mucho menos atestadas —el único tráfico de a pie parecían ser hombres de aspecto hosco y andrajoso, y mujeres que miraban furtivas desde portales, o reunidas en nerviosos grupos—, el vehículo seguía parándose valiosos minutos en esta esquina, en aquella curva y en ese desvío, esperando a que se despejase el camino al sonido de la bocina de vapor. Habrían ido más deprisa en un aerodeslizador, pero Mace no lo sugirió; volar en este mundo le parecía una empresa arriesgada.

Pero no podía afirmar con certeza si no sería más arriesgado que pasar más tiempo con esos jóvenes korunnai. Le preocupaban; tenían suficiente contacto con la Fuerza como para ser impredecibles, y suficiente salvajismo como para ser peligrosamente poderosos.

Y después estaba Nick, que, en el mejor de los casos, sólo estaba marginalmente cuerdo.

Cuando estaban en el callejón, parados entre los cadáveres y con la milicia en camino, Mace le había preguntado dónde tenía el transporte y por qué no se apresuraban a llegar hasta él. No quería verse atrapado en otro tiroteo.

—Tranquilo. Ellos tampoco —le contestó Nick con una sonrisa—. ¿Para qué crees que son esas sirenas? Nos hacen saber que están en camino.

—¿No intentarán cogernos?

—Si lo hicieran, tendrían que pelear con nosotros —acarició el largo cañón del lanzacartuchos como si fuera una mascota—. ¿Crees que quieren hacer eso?

—Yo lo haría.

—Ya, bueno. Pero ellos no son Jedi.

—Lo he notado.

Los korunnai habían dejado en el suelo varias de las armas. Besh había cogido la Mace Energética 5 y. antes de encogerse de hombros y tirarla de vuelta entre los cadáveres, frunció el ceño ante él. Mace se había acercado para recogerla, y Nick le había dicho que no se molestara.

—Es mía...

—Es basura —replicó Nick. Luego la cogió—. Toma, mira esto.

Apuntó con ella a la frente de Mace y apretó el gatillo.

Mace se las arregló para no pestañear. Por poco.

Un hilillo de humo verde brotó de la empuñadura.

Nick se había encogido de hombros y había arrojado el arma al suelo.

—Ha pillado hongos. Igual que la otra moto deslizadora. Algunos de sus circuitos sólo tienen nanómetros de grosor. Unas pocas esporas bastan para corroerlos.

—Eso no ha tenido gracia —le había dicho Mace.

—No tanto como si me hubiera equivocado, ¿eh? —cloqueó Nick—. ¿Qué pasa, Windu? Depa dice que tienes un gran sentido del humor.

—Debía de estar de broma —respondió con dientes apretados.

En el coche examino a un korunnai tras otro. No podía confiar en ninguno de ellos. Aunque no sentía ninguna malicia emanando de ellos, tampoco la había sentido en Geptun. Pero lo que sí sintió alrededor de ellos fue una red estranguladora de ira, miedo y dolor.

Los korunnai utilizaban la Fuerza, pero nunca habían tenido entrenamiento Jedi. Irradiaban tinieblas, como si procedieran de algún universo invertido donde la luz sólo es una sombra proyectada por la oscuridad de las estrellas. Su ira y su dolor golpeaban a Mace en oleadas que disparaban resonancias armónicas en su propio corazón. Sin saberlo, invocaban en él emociones que se suponía estaban enterradas tras toda una vida de entrenamiento Jedi.

Y esas emociones enterradas ya empezaban a agitarse en respuesta...

***

Se dio cuenta de que corría peligro en ese lugar. De una forma mucho más profunda que la meramente física.

Y ahora, sentado en el terracoche, esperando a que su sable láser se recargan, Mace decidió que debía aclarar algunas cosas con esos cuatro jóvenes korunnai. Y que nunca habría un momento mejor para hacerlo.

—Creo que aquí todos hablamos básico —dijo—. Cualquiera se cansaría enseguida de escuchar una conversación en lengua extranjera.

Lo cual no llegaba a ser una mentira.

Chalk le miró tenebrosa.

—Aquí, la lengua extranjera es el básico.

—Me parece bien —concedió Mace—. Aun así, eso es lo que hablaremos cuando yo esté en vuestra compañía.

—Joder, eres muy liberal dando órdenes, ¿no? Nada de matar, nada de saquear, hablar básico... —dijo Nick—. ¿Quién dijo que tú estabas al mando? ¿Y si no nos gusta hacer lo que se nos dice? ¿Qué pasará entonces, señor Sinemoción? ¿Nos hablarás con palabrotas?

—Yo estoy al mando —dijo Mace con calma.

Esto fue recibido con una ronda de burlas medio piadosas, bufidos y menear de cabezas.

Mace miró a Nick.

—Dudas de mi capacidad para mantener el control de la situación.

—Oh, muy gracioso —dijo Nick, masajeándose el brazo.

—No os aburriré con las complejidades de la cadena de mando. Me limitaré a los hechos. Hechos sencillos. Muy claros. Fáciles de comprender. Como éste: la Maestra Billaba os envió para que me llevaseis hasta ella.

—¿Quién lo dice?

—Si ella me quisiera muerto, me habríais dejado en ese callejón. No te habría enviado a despistarme o esquivarme. Sabe que no eres lo bastante bueno para eso.

—Eso dices ni...

—Tienes órdenes de llevarme allí.

—Depa no da exactamente órdenes —dijo Nick—. Más bien deja que adivines lo que ella cree que deberías hacer. Y entonces lo haces.

Mace se encogió de hombros.

—¿Piensas decepcionarla?

La mirada de inseguridad que intercambiaron en ese momento hundió el cuchillo de náuseas todavía más en las tripas de Mace. Ellos le tenían miedo a ella, o a algo que tenía que ver con ella, de un modo que no se lo tenían a él.

—¿Y qué? —dijo Nick.

—Que necesitaréis mi cooperación —Mace comprobó el medidor de la batería láser; se había agotado. Sacó el adaptador del puerto de carga del sable láser.

Nick se inclinó hacia delante en su asiento, con un brillo de peligro chispeando en sus ojos azules.

—¿Quién dice que necesitamos tu cooperación? ¿Quién dice que no podernos empaquetarte y enviarte por Mensajería Jedi Gratuita?

En vez de conectar la siguiente batería, Mace sopesó el mango del sable láser en la palma de la mano.

—Yo.

Cruzaron otra mirada, y Mace sintió rápidas corrientes de Fuerza yendo y viniendo entre ellos. Los hermanos palidecieron. Los nudillos de Chalk se blanquearon en el Trueno. El rostro de Nick se volvió inexpresivo por completo. Las manos de todos corrieron a sus rifles.

Mace levantó el sable láser.

—Reconsideradlo.

Contempló cómo cada uno de ellos calculaba mentalmente la posibilidad de sacar su arma en la atestada cabina antes de que él pudiera encender el sable láser.

—Sólo tenéis dos posibilidades diferentes —dijo—. Escasas o ni de lejos.

—Vale —Nick alzó con cuidado sus manos vacías—. Vale, todos. Atrás. Tranquilos, ¿vale? Caray, pero qué nerviosos estamos, ¿eh? Mira, tú también nos necesitas, Windu....

—Maestro Windu.

Nick pestañeó.

—Estarás de broma, ¿no?

—Trabajé mucho para ganar ese título, y mucho más para merecerlo. Prefiero que lo empleéis.

—Esto, ya. Iba diciendo que ni también nos necesitas. No eres de aquí.

—Nací en la ladera norte de Los Hombros del Abuelo.

—Ya, vale. Seguro. Ya lo sé; eres de aquí. Pero sigues sin ser de aquí. Eres de la galaxia —Nick apretaba las manos como si intentara sacar palabras del aire—. Depa dice... Bueno, ¿sabes lo que dice Depa?

—La Maestra Billaba.

—Ya, vale. Seguro. Lo que sea. La Maestra Billaba intenta explicarlo de este modo. Es como si tú vivieras en la galaxia, ¿sabes? En la otra galaxia.

¿La otra galaxia?
Mace frunció el ceño.

—Continúa.

—Ella dice... Dice que tú, que todos vosotros, los Jedi, el Gobierno, todo el mundo, sois, sois como de la Galaxia de la Paz. Sois de una galaxia donde las reglas son reglas, y casi todo el mundo las sigue. Pero Haruun Kal es un lugar diferente, ¿sabes? Es como si las leyes de la física fueran aquí diferentes. No contrarias; no es que el arriba sea abajo o lo negro sea blanco. No es tan sencillo. Es sólo... diferente. Así que, cuando vienes aquí, esperas que las cosas salgan de una forma concreta. Pero no salen así. Porque las cosas aquí son diferentes. ¿Entiendes?

—Entiendo que no sois mi única opción como guías locales —dijo Mace, atronador—. El Servicio de Inteligencia de la República preparó un grupo para llevarme a la montaña...

Las miradas que intercambiaron los korunnai interrumpieron a Mace a media frase.

—Sabéis algo de ese grupo montañés —no era una pregunta.

—Un grupo montañés —repitió Nick burlonamente—. Es justo lo que te estoy diciendo. Sólo que no lo cazas.

—¿No cazo el qué?

Parte de ese brillo maniaco volvió a asomar a sus luminosos ojos azules.

—¿A quiénes crees que acabamos de dejar muertos en ese callejón? Mace se le quedó mirando.

Nick le enseñó sus brillantes dientes.

Mace miró a Lesh. Lesh abrió las manos. Su sonrisa manchada de thyssel era de disculpa.

—Nick dice la verdad. Las cosas aquí son diferentes.

Besh se encogió de hombros, asintiendo.

Mace miró a Chalk, a sus ojos, incongruentemente oscuros en su cara de piel clara; a la forma en que acunaba el enorme Trueno Merr-Sonn que llevaba en el regazo como si fuera su hijo.

Y entonces, repentinamente, muchas cosas encajaron.

—Fuiste tú —le dijo dubitativo—. Tú mataste a Phloremirrla Tenk.

***

El achicharrante sol de la tarde disolvió en el polvo y la neblina de calor el terracoche que se alejaba. Mace se paró en la carretera y observó cómo se alejaba.

Tan lejos de la capital, el camino era poco más que un par de depresiones cubiertas de piedra pulverizada que serpenteaban entre las colinas. El follaje verde se había apoderado de la parte central, y la jungla reclamaba lo suyo partiendo del centro del camino. En esa breve extensión, el camino corría paralelo a la curva plateada de Las Lágrimas de la Abuela, un río que se formaba con la nieve fundida que descendía desde Los Hombros del Abuelo, y que se unía a la Gran Corriente, a pocos kilómetros de Pelek Baw. Ahora estaban muy por encima de la capital, al otro lado de la gran montaña.

Nick y los demás ya subían por la colina, armas al hombro, aprovechando una zona de helechos y matojos. Veinte metros más lejos se alzaba el muro viviente de la selva. Mace consiguió distinguir en la lejana distancia una línea segmentada de manchas grises; seguramente herbosos domesticados. El Gobierno balawai empleaba manadas de las grandes bestias para arrancar caminos a la selva.

—Maestro Windu... —Nick se había detenido en la ladera por encima de él. Le hizo señas para que le siguiera y apuntó al cielo—. Patrullas aéreas. Tenemos que llegar a la línea de árboles.

Pero Mace siguió parado en el camino. Seguía contemplando el polvo que se alzaba y retorcía al paso del terracoche.

"
Eres de la Galaxia
de la paz
", le había dicho Nick.

"
Y
las
cosas aquí son diferentes
."

Una profunda incomodidad se enroscó tras sus costillas. De no ser un Jedi, e inmune a ese tipo de cosas, lo habría llamado un temor supersticioso. Un miedo irracional a haber dejado atrás la galaxia en ese terracoche, a que toda la civilización se estuviera alejando por el camino, botando rumbo a Pelek Baw. Dejándole allí.

En la jungla.

Podía olerlo.

Perfume de capullos en flor. Savia de ramas rotas, polvo del camino, dióxido de sulfuro que descendía de los cráteres activos de Los Hombros del Abuelo que había ladera arriba. Hasta la luz del sol parecía transportar un aroma a podredumbre y hierro al rojo. Y el propio Mace.

Podía oler su sudor.

El sudor resbalaba por toda la longitud de sus brazos. El sudor perlaba su cráneo y le resbalaba por el cuello, a través del pecho, a lo largo de su columna vertebral. Los harapos de su camisa ensangrentada estaban en alguna parte del camino, kilómetros atrás. El cuero del chaleco se le pegaba a la piel, mostrando ya anillos de sal.

Había empezado a sudar antes incluso de salir del terracoche. Había empezado a sudar cuando Nick le explicó por qué los partisanos, respaldados por la República al mando de un Maestro Jedi, habían asesinado a la jefa del puesto del Servicio de Inteligencia de la República en la zona.

***

—Tenk llevaba años actuando por su cuenta —le había dicho Nick—. Grupo montañés. ¡Por las ensangrentadas ampollas de mi silla! Tú, Maestro Windu, ibas camino de un campamento de Inteligencia Sepa en el cúmulo estelar Gevarno. Las cosas iban a ser así. Uno: te entregaba al "grupo". Dos: el "grupo" informaba de un "accidente en la selva". Tu cuerpo no se habría recuperado nunca, porque te estarían chupando lo que te quedase de cerebro en una celda de tortura en algún lugar de Gevarno. Tres: Tenk se habría retirado a un mundo paradisíaco de la Confederación de Sistemas Independientes.

Mace se sentía abrumado. Demasiado de lo que decía tenía demasiado sentido. Pero cuando preguntó qué pruebas tenía Nick de eso, el joven korun se limitó a encogerse de hombros.

—Esto no es un tribunal legal, Maestro Windu. Es una guerra. —Así que la asesinasteis.

—Tú lo llamas asesinato —Nick volvió a encogerse de hombros—. Yo lo llamo sacarte las castañas...

—Del fuego. Me acuerdo.

—Llevábamos días esperándote. Depa, la Maestra Billaba, nos describió cómo eras y nos dijo que te esperásemos en el espaciopuerto, pero tuvimos cierto problema con la milicia y no te pillamos. No volvimos a localizarte hasta que saliste de la Lavaduría con Tenk. Y entonces casi te perdemos otra vez por culpa de una revuelta para conseguir comida. Te las arreglaste para que dejaran inconsciente tu culo de Jedi, antes de que pudiéramos llegar hasta ti. Librar un combate con la milicia en una calle de Pelek Baw no es una táctica que cuente con altos índices de supervivencia, ya me entiendes.

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