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Authors: Matthew Stover

Punto de ruptura (7 page)

BOOK: Punto de ruptura
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Tenía la puerta detrás. Retorcerse para mirarla le dolía demasiado. La mesa de duracero del centro del cuarto estaba mellada y salpicada de óxido. Le pareció óxido. Esperaba que lo fuera. En el otro extremo había una silla de madera y de respaldo desnudo.

Tenía el chaleco y la camisa desgarradas a la altura del hombro, allí donde le había acertado el primer disparo. La piel de debajo estaba chamuscada, hinchada y con una herida negra. La pistola láser estaba graduada en aturdir y apenas le había traspasado la piel, pero la fuerza del impacto de vapor le golpeó como un mazo. Le había levantado y hecho girar en redondo. El latido que sentía en el cráneo implicaba que al menos un disparo le había acertado en el costado de la cabeza. No lo recordaba.

No recordaba nada entre ese primer disparo y el despertar en la silla de contención.

Esperó.

Esperó mucho tiempo.

Tenía sed. La incómoda presión de la vejiga hizo, de algún modo, que la cabeza le doliera todavía más.

Estudiar la sala y hacer recuento de sus heridas sólo le ocupó una parte de su tiempo. La mayor parte la dedicó a rememorar la muerte de Flor.

Sabía que estaba muerta. Tenía que estarlo. No pudo vivir más de uno o dos minutos después de que la milicia la derribara; sin la Fuerza para pintarle la arteria braquial, debió de desangrarse en segundos. Debió de yacer en esa sucia acera, mirando las estrellas apagadas por las luces de la ciudad, mientras los últimos retazos de su consciencia se oscurecían, se desvanecían y al final desparecían.

Oyó una y otra vez el ruido húmedo y chapoteante. Una y otra vez cargó con ella para ponerla a cubierto. Y le detuvo la hemorragia. E intentó hablar con ella. Y fue tiroteado por hombres que creyó acudían en su ayuda.

La muerte de la mujer se había acomodado en el interior de Mace, bajo las costillas. Le carcomía como una pequeña herida infectada que durante las horas pasadas en ese cuarto creció hasta convenirse en un absceso palpitante. Dolor, nauseas y sudores. Escalofríos.

Una fiebre mental.

No porque fuera responsable de su muerte. Lo que le consumía era que no lo era.

No se había imaginado que pudiera cruzarse en el camino de un disparo láser. La Fuerza no le había proporcionado ni el menor atisbo de un indicio. No hubo ni rastro de un mal presentimiento, o más bien ninguna insinuación de que los malos presentimientos que sentía fueran a convertirse en algo mucho, mucho peor.

No había sentido nada. Nada en absoluto. Eso era lo que le revolvía.

¿Qué le pasa a un Jedi cuando ya no puede seguir confiando en la Fuerza?

¿Era eso lo que había afectado a Depa?

Se lo quitó de la cabeza. Concentró la atención en su campo visual, dedicándose a catalogar hasta el menor detalle de su prisión. Hasta que pudo ver por sí mismo se dijo con firmeza que debía a Depa la presunción de inocencia. Esas dudas eran indignas de ella. Y de él. Pero no dejaban de resurgir, por mucho que mirase a la pintura de la pared carcomida por la humedad.

"...
Sé que crees que me he vuelto loca. No es así. Lo que me ha pasado es mucho peor
."

"...
me he vuelto cuerda
..."

La conocía. La
conocía
. Hasta la médula de los huesos. Hasta lo más íntimo de su corazón. Sus sueños más queridos y sus esperanzas más débiles y nebulosas. No podía estar implicada en la masacre de civiles. De niños.

"...
no hay
nada
más peligroso que un Jedi que ha encontrado la cordura
...”

No podía.

Pero a medida que los segundos se convertían en lloras, la certeza que sentía en su mente se tornó primero vacía, y luego desesperada. Como si intentara convencerse a sí mismo de algo que sabía que no era cierto.

Sintió que se abría la puerta que tenía detrás. Una brisa húmeda le lamió la nuca. Unas pisadas entraron y se desviaron a un lado. Mace se retorció para mirar. Pertenecían a un varón humano pequeño, cómodamente regordete, que llevaba un atuendo de la milicia improbablemente bien planchado, teniendo en cuenta el calor y la humedad. El hombre llevaba un estuche de cierre a presión forrado de piel morena de animal. Se apartó de los ojos un mechón de pelo húmedo del color del aluminio y le dirigió una sonrisa agradable.

—No, por favor —dijo, haciendo un gesto hacia la puerta—. Siéntase libre de echar un vistazo.

Mace se retorció más y pudo ver el pasillo situado tras su silla de contención. En el extremo más alejado había una pareja de milicianos apuntándole tranquilamente a la cara con rifles láser.

Mace frunció el ceño. Era una postura inusual para unos guardias.

—¿Está lo bastante claro? —el hombre se movió alrededor de Mace y, sin cruzarse nunca con la línea de fuego, llegó a la mesa y abrió el estuche de piel de animal—. Me han dicho que tiene una conmoción. Procuremos que no sea fatal, ¿le parece?

La Fuerza le mostró una docena de lugares de ese cuerpo blando donde un único golpe podía mutilarlo o matarlo. Ese hombre no era ningún guerrero, pero brotaba de él energía en telarañas que se propagaban en todas direcciones: era un hombre importante. Mace no encontró ninguna amenaza directa en él; sólo un alegre pragmatismo.

—¿No está hablador? No le culpo. Bueno. Me llamo Geptun. Soy el jefe de seguridad del distrito de la capital. Mis amigos me llaman Lorz. Usted puede llamarme coronel Geptun. —Esperó, manteniendo todavía esa sonrisa agradablemente indiferente. Al cabo de unos segundos lanzó un suspiro—. Bueno. Sabernos quién soy. Y sabemos quién no es usted.

Abrió la identificación de Mace.

—No es usted Kinsal Trappano. Y voy a aventurar que tampoco es corelliano. Muy interesante este historial que usted no tiene. Contrabandista. Pirata. Artillero. Etcétera y todo lo demás.

Se sentó en la silla de madera, entrecruzó los dedos y posó las manos en el vientre. Observó a Mace con esa sonrisa agradable. En silencio. Esperando a que él dijera algo.

Mace podía haberle hecho esperar durante días. Ningún humano sin entrenamiento Jedi comprende de verdad lo que es la paciencia. Pero Depa estaba ahí fuera. En alguna parte. Haciendo algo. Cuanto más tardase en llegar hasta ella, más cosas podría hacer. Decidió hablar.

S
erá una pequeña victoria para él
, pensó.
Yo no pierdo
nada
.

—¿De qué se me acusa?

—Eso depende. ¿Qué ha hecho?

—Formalmente.

Geptun se encogió de hombros.

—Aún no se ha hecho ningún informe.

—Entonces ¿por qué se me retiene?

—Lo estamos interrogando.

Mace enarcó una ceja.

—Oh, sí. Lo estamos interrogando —Geptun le guiñó un ojo—. Del todo. Soy un interrogador increíble.

—Aún no me ha hecho ninguna pregunta.

Geptun sonrió como un felino de las lianas adormilado.

—Las preguntas no son eficientes. Y en su caso, inútiles.

—Sí que debe de ser bueno —dijo Mace—, para adivinar eso sin hacer ninguna.

A modo de réplica, Geptun buscó en el estuche de piel de animal y sacó el sable láser de Mace.

Le habían quitado la carcasa de barra luminosa. Los rastros de adhesivo eran negros contra el metal. Él lo sujetó en la mano, sonriendo.

—Y probablemente la tortura también sea una pérdida de tiempo, ¿no?

Depositó el sable láser en la mesa y lo hizo girar como una botella. Mace pudo sentir su giro en la Fuerza, sentir con exactitud cómo tocarlo con la mente, levantarlo y encenderlo para que describiera un círculo relampagueante hasta el coronel Geptun, para matarlo o hacerlo su rehén, o para que cortase las ataduras que lo sujetaban a la silla...

Lo dejó girar.

Ahora cobraban sentido los dos tiradores apostados al final del pasillo.

El giro del sable láser se hizo inestable, se ralentizó y acabó parándose con el emisor apuntándole al esternón.

—Creo que esto quiere decir que sí —dijo Geptun.

Un buen truco. Mace volvió a examinarlo. El coronel soportó indolente su escrutinio.

—Geptun —dijo Mace—, podría ser un nombre korun.

—Y la verdad es que lo es —admitió alegre el coronel—. Mi abuelo paterno dejó la jungla hace setenta y tantos años. Esto es algo que, ah, no suele mencionarse. ¿Entiende? No en una sociedad educada.

—¿Aún tienen algo así aquí? ¿Una sociedad educada?

Geptun se encogió de hombros.

—Mi nombre sólo es una desventaja mínima. Puede que ese poco de sangre korun sea lo que me vuelve demasiado orgulloso para cambiarlo.

Mace asintió, más para sí mismo que para el otro. Si el hombre tenía suficiente toque con la Fuerza como para controlar el giro del sable láser, tendría también para ocultar sus intenciones. Mace cambió la valoración de peligro que tenía de él de "bajo" a "desconocido".

—¿Qué quiere de mí?

—Bueno. Esa es la cuestión, ¿verdad? Hay varias cosas que usted podría hacer por mí. Podría decirse que usted puede acelerar de forma sustancial mi carrera. ¿Un Jedi? Hasta el más simple de los soldados rasos Jedi podría ser valioso, tratando con las personas adecuadas. Pero, vamos, he capturado a un oficial enemigo, ¿no? La Confederación podría recompensarme espléndidamente por usted. De hecho, sé que lo haría. Y puede que hasta me diera una medalla. —Inclinó la cabeza en una divertida mirada de soslayo—. No parece preocupado por esa posibilidad.

Geptun no estaría allí si planeara entregar a Mace a los separatistas. Mace esperó. En silencio.

—Ah, es verdad —suspiró el coronel un momento después—. No soy un político. Y hay algo más que usted puede hacer por mí.

Mace siguió esperando.

—Bueno. Yo esto lo veo así. Tengo aquí un Jedi. Posiblemente un Jedi importante, dado que le cogimos junto al cadáver de la jefa de la célula local del Servicio de Inteligencia de la República. —Volvió a pestañear en dirección a Mace—. Oh, sí, Phloremirlla y yo éramos viejos amigos. Desde hacía demasiado tiempo como para dejar que nos distanciaran las diferencias políticas.

—Estoy seguro de que se sentirá conmovida por tu evidente dolor.

Geptun encajó eso sin pestañear. Ni siquiera le melló la sonrisa.

—Fue trágico. Que te mate un disparo láser perdido tras vivir tantos años y en tantos lugares peligrosos. Daños colaterales. Sólo fue un transeúnte. Pero poco inocente, ¿verdad?

Era muy posible
, reflexionó Mace,
que ese hombre pudiera llegar a desagradarle hondamente
.

—Aún seguiría viva si sus hombres no me hubieran disparado.

El se rió.

—Si mis hombres no le hubieran disparado, esta noche no tendría el placer de su compañía.

—¿Y ha valido ese placer la vida de su amiga?

—Eso aún está por ver.

Sus miradas se cruzaron durante todo un segundo. Mace había visto lagartos con ojos más expresivos. Lagartos depredadores.

Volvió a cambiar su cálculo del peligro que representaba. Al alza.

Geptun desplazó su peso en la silla como un hombre que se pone cómodo después de una buena comida.

—Bueno, volviendo a este Jedi en cuestión, creo que también es bastante capaz. Puede que hasta directamente peligroso. Coincide con la descripción de alguien que rompió varios huesos pertenecientes a un par de mis mejores hombres.

—¿Esos eran los mejores? Lo siento.

—Yo también, Jedi Maestro. Yo también. Bueno. Me ha dado por preguntarme qué clase de negocios podría traer a un Jedi importante y peligroso como usted al pequeño mundo olvidado de Haruun Kal. Difícilmente habrá venido hasta tan lejos para cometer una infracción leve contra unos oficiales de paz. Me ha dado por preguntarme si sus negocios no tendrán algo que ver con otro Jedi. Uno que parece rondar por la Tierras Altas, haciendo todo tipo de cosas impropias de un Jedi. Como asesinar civiles. ¿No tendrán tus negocios algo que ver con él?

—¿Y si es as?

Geptun inclinó la silla hacia atrás y miró a Mace sobre la curva de sus mejillas gordezuelas.

—Llevamos cierto tiempo persiguiendo a ese Jedi. Hasta he ofrecido una recompensa. Una gran recompensa. Puede que si alguien fuera a, mmm..., ocuparse... de mi actual problema Jedi, yo me sentiría entonces plenamente compensado. Puede que ni siquiera echara de menos la recompensa de la que hablábamos antes.

—Ya veo.

—Puede que sí. Y puede que no. Lo que pasa es que no consigo decidirme.

Mace esperó.

Geptun suspiró irritado y volvió a posar la silla en el suelo.

—No eres alguien con el que resulte fácil mantener una conversación.

Eso no requería una respuesta, así que Mace no respondió.

—¿Lo ves? Es justo lo que quería decir. Bueno, supongo que sólo necesito la manera de obtener cierta paz mental, ¿entiendes? Yo aquí estoy dentro de una burbuja; puedo hacer cualquiera de las dos cosas. Me gustaría conseguir esa recompensa. Sí, sí que me gustaría. Pero, puestos a elegir, preferiría tener resuelto mi problema del Jedi montañés, aunque sigo sin estar muy seguro de que ésa sea le mejor decisión. Para mi futuro. Estoy dubitativo. ¿Se da cuenta? Me inclino a un lado y a otro. Necesito un poco de seguridad. ¿Entiende lo que quiero decir?

Mace comprendió por fin de lo que estaban hablando.

—¿Cuánta seguridad necesita?

Los ojos de Geptun brillaron de la misma forma plana que las facetas de grava de las paredes.

—Diez mil.

—Le daré cuatro.

Geptun le miró con desdén. Mace le devolvió la mirada. El rostro del Jedi parecía tallado en piedra.

—Puedo mantenerle aquí mucho tiempo...

—Tres mil quinientos —repuso Mace.

—Me insulta. ¿Es que ni siquiera soy digno de un regateo?

—Estamos regateando. Tres mil doscientos cincuenta.

—Eso me hiere, Jedi Maestro...

—Querrá decir Maestro Jedi —dijo Mace—. Tres mil.

La expresión de Geptun se ensombreció, pero tras perder un instante intentando igualar la mirada inflexible de Mace Windu —intento condenado al fracaso—, negó con la cabeza y volvió a encogerse de hombros.

—Tres mil. Supongo que uno debe hacer concesiones —suspiró—. Después de todo, estamos en tiempo de guerra.

***

Lo soltaron al alba.

Mace bajó los gastados escalones de piedra de la puerta principal del Ministerio de Justicia. Los cirros de nubes que había sobre Los Hombros del Abuelo sangraban con la mañana. Las pértigas luminosas habían empalidecido. La calle de abajo seguía tan incansablemente atestada como siempre.

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