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Authors: Matthew Stover

Punto de ruptura (5 page)

BOOK: Punto de ruptura
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Korun abstenerse.

El Gobierno y la milicia planetaria que es su brazo armado se unieron a la Confederación de Sistemas Independientes en un cínico movimiento para anular una investigación iniciada por el Departamento Judicial sobre su trato de los nativos korun. Los separatistas proporcionan armas a la milicia y, a cambio de poder emplear el espaciopuerto de la capital para reparaciones y reaprovisionamiento de la flota arriar de cazas droides, hacen oídos sordos ante las actividades balawai ilegales en la Tierras Mas de Korunnal.

Pero, con la llegada de Depa, los separatistas habían descubierto que hasta un pequeño grupo de guerrilleros decididos podía tener un efecto devastador en cualquier operación militar.

Sobre todo cuando esos guerrilleros pueden emplear la Fuerza.

En eso se centró una buena parte de la argumentación de Depa para venir a este planeta, y por ello insistió en ocuparse personalmente de la misión. Los usuarios de la Fuerza no entrenados pueden resultar extremadamente peligrosos, y de ese tipo de comunidades puede surgir una impredecible cantidad de talentos descontrolados. El dominio del vaapad que tiene Depa la hace prácticamente imbatible en un combate personal, y su entrenamiento cultural en las elegantes disciplinas místico-filosóficas de los Adeptos de Chalactan la convierten en alguien especialmente resistente a toda forma de manipulación mental, desde la influencia mediante la Fuerza al lavado de cerebro mediante tortura.

También sospecho que una parte del motivo por el que insistió en encargarse de la misión era de índole sentimental: creo que vino porque yo nací en Haruun Kal.

Aunque este mundo nunca haya sido mi verdadero hogar, siempre he llevado su sello.

La cultura korun se basa en una premisa muy simple, a la que llaman los Cuatro Pilares: honor, deber, familia y rebaño.

El Primer Pilar es el honor, la obligación que tienes para contigo mismo. Actúa con integridad. Di la verdad. Lucha sin miedo. Ama sin reservas.

Más grande que éste es el Segundo Pilar, el deber, la obligación que tienes hacia los demás. Haz tu trabajo. Trabaja duro. Obedece a los ancianos. Defiende tu ghôsh.

Todavía más grande es el Tercer Pilar, la familia. Cuida a tus padres. Ama a tu esposa. Enseña a tus hijos. Defiende tu sangre.

El mayor de todos es el Cuarto Pilar, el rebaño, pues la vida del ghôsh depende de los rebaños de herbosos. Tu familia es más importante que tu deber, tu deber está por encima del honor. Pero nada es más importante que tu rebaño. Si el bienestar del rebaño requiere que sacrifiques tu honor, lo sacrificarás. Si requiere que dejes a un lado tu deber, lo dejarás de lado.

Cueste lo que cueste.

Incluida tu familia.

Yoda ha comentado que cree que llevo los Cuatro Pilares en las venas, con mi sangre korun, aunque salí de Haruun Kal siendo sólo un bebé y volví sólo una vez, siendo muy joven, para entrenarme con los grandes akk en la conexión que tienen los korun con la Fuerza. Dijo que el honor y el deber son tan naturales en mí como el respirar, y que la única diferencia que me ha marcado mi entrenamiento Jedi ha sido convertir a los Jedi en mi familia y a la República en mi rebaño.

Es un comentario adulador. Quisiera que fuera cierto, pero no tengo una opinión al respecto. No me interesan las opiniones. Me interesan los hechos.

Éste es un hecho: encontré el punto de ruptura del Bucle Gevarno.

Un hecho más: Depa se presentó voluntaria para atacarlo.

Y otro hecho...

Que ella dijo: "Me he convertido en la oscuridad de la selva."

***

El espaciopuerto de Pelek Baw olía a limpio. No lo estaba. Era el típico puerto de mundo fronterizo: sucio, desorganizado y medio congestionado con restos oxidados de naves inutilizadas.

Mace bajó la rampa de la lanzadera sujetando el macuto por las correas. Un asfixiante calor húmedo arrancó sudor de su cráneo afeitado. Apartó los ojos de la chatarra veteada de ocre y de los envoltorios arrugados de nutripaquetes vacíos dispersos por la pista de aterrizaje, y miró el neblinoso cielo turquesa.

Las blancas cumbres de Los Hombros del Abuelo se alzaban sobre la ciudad: era la montaña más elevada de la Tierras Altas de Korunnal, un volcán activo con docenas de cráteres. Mace recordó el sabor que tenía la nieve allí donde empezaban los árboles, la frialdad del escaso aire y las resinas aromáticas de los matojos de hoja perenne que crecían bajo la cumbre.

Había pasado demasiado tiempo de su vida en Coruscant.

Ojalá hubiera venido aquí por otro motivo.

Por cualquier otro motivo.

El brillo pajizo que impregnaba el aire que le rodeaba explicaba el olor a limpio: un campo de esterilización quirúrgica. Se lo esperaba. El espaciopuerto siempre había tenido un potente campo aséptico para proteger naves y equipos de las distintas clases de hongos nativos que se alimentaban de metales y silicatos. El campo también acababa con todas las bacterias y mohos que habrían hecho que el espaciopuerto oliera como un refrigerador sobrecargado.

Las duchas probióticas del espaciopuerto continuaban estando en el mismo fortín largo y bajo de durocemento manchado de moho, pero la entrada se había ampliado con una gran oficina de aspecto improvisado construida con plastiespuma inyectada, cuya puerta era tuna losa de espuma que colgaba torcida de unas bisagras semi arrancadas. Dicha puerta estaba cruzada por manchas de óxido que goteaban del cartel de duracero carcomido por hongos que había sobre ella. En el cartel ponía: "ADUANAS': Mace entró por ella.

La luz del sol se filtraba verdosa por ventanas manchadas de moho. El control climático filtraba una brisa a temperatura corporal por los ventiladores del techo, y el olor clamaba a gritos que el lugar estaba fuera del alcance del campo aséptico.

Dentro del despacho de aduanas zumbaban suficientes zumbomoscas como para provocar la risa de los kubaz y que se dieran codazos impacientes el uno al otro. Mace no consiguió ignorar al pho ph'eahiano que explicaba con grandes aspavientos a un humano de aspecto aburrido que acababa de dar el salto desde Kashyyyk, y, tío, qué mal tenía las piernas. El agente de aduanas parecía encontrar esto tan tolerable como Mace, e hizo pasar a toda prisa a los cómicos y a la pareja originaria de cubas. Todos desaparecieron en el fortín de las duchas.

A Mace le tocó un agente de aduanas diferente: una hembra neimoidiana con dos rosadas ranuras por ojos, adormilada por el calor y por su sangre fría. Observó su identificación sin curiosidad.

—Corelliano, ¿mmm? ¿Propósito de la visita?

—Negocios.

Ella suspiró cansina.

—Tendrá que darme una respuesta mejor. Corellia no es amiga de la Confederación.

—¿Y no será por eso por lo que quiero hacer negocios aquí?

—Mmm. Voy a escanearlo. Abra su bolsa para la inspección.

Mace pensó en la "anticuada barra luminosa" que llevaba en la bolsa. No estaba seguro de lo convincente que seria su carcasa ante ojos neimoidianos, cuya visión llegaba a los infrarrojos.

—Preferiría no hacerlo.

—¿Cree que me importa? Ábrala —le clavó un oscuro ojo rosado—. Eh, bonito maquillaje de piel. Casi podría pasar por un korun.

—¿Casi?

—Es demasiado alto. Y la mayoría tienen pelo. Además, los korunnai son maniáticos de la Fuerza, ¿sabe? Tienen poderes y esas cosas.

—Yo tengo poderes.

—¿Ah, sí?

—Del todo —Mace enganchó los pulgares detrás del cinturón—. Tengo el poder de hacer que aparezcan diez créditos en su mano.

La neimoidiana pareció pensativa.

—Es un poder muy bueno. A ver.

Pasó la mano sobre la mesa del agente de aduanas y dejó caer una moneda que había cogido del bolsillo oculto en el cinturón. La neimoidiana tenía sus propios poderes e hizo desaparecer la moneda.

—No está mal —dijo ella, enseñando la mano vacía—. Veamos cómo lo hace otra vez.

—Veamos cómo da el visto bueno a mi identificación y cómo pasa mi bolsa.

La neimoidiana se encogió de hombros y aceptó, y Mace repitió el truco.

—Le irá muy bien en Pelek Baw con un poder como ése —repuso ella—. Ha sido un placer hacer negocios con usted. Asegúrese de tomar sus tabletas PB. Y pase a verme cuando salga del planeta. Pregunte por Pule.

—Lo haré.

Una gran publipantalla situada al final del despacho de aduanas recordaba a todo el que entraba en Pelek Baw que usara las duchas probióticas antes de salir del espaciopuerto. Las duchas eran un sustituto de la beneficiosa flora cutánea que había sido inmunizada por el campo aséptico. El consejo estaba respaldado por hologramas desagradablemente gráficos de la amplia variedad de infecciones por hongos que le esperaba a todo viajero que no se duchara. Un dispensador situado bajo la pantalla ofrecía tabletas a medio crédito que garantizaban la restauración de la flora intestinal. Mace compró unas cuantas, tomó una y entró en el fortín de las duchas.

El fortín tenía olor propio: un oscuro aroma almizclado, orgánico y penetrante. Las duchas en sí eran sencillas autoboquillas que dispersaban una neblina rica en bacterias nutrientes, y se alineaban en la pared a lo largo de un pasillo de treinta metros. Mace se quitó la ropa y la metió en el macuto. Junto a la entrada había una cinta transportadora donde depositar las pertenencias, pero Mace la llevó consigo. No le harían daño unos pocos gérmenes.

Al final de las duchas se encontró con una situación difícil.

El vestuario era ruidoso por los secadores de aire accionados por turbinas. Los dos kubaz y el dúo cómico se paseaban inseguros por un rincón, todavía desnudos. Ante ellos había un humano grande de aire hosco, con desteñidos pantalones caquis y una gorra militar, que cruzaba sus impresionantes brazos sobre un pecho igualmente impresionante. Miraba a los desnudos viajeros con fría e indefinida amenaza.

Un humano más pequeño, vistiendo ropas idénticas, rebuscaba en sus bolsas, que se apilaban tras las piernas del hombre grande. El más pequeño llevaba una bolsa propia en la que depositaba todo lo pequeño y valioso que encontraba. Los dos llevaban bastones aturdidores colgando de arandelas en sus cinturones, y pistolas láser en cartucheras con solapa.

Mace meneó la cabeza pensativo. La situación estaba muy clara. Acorde con la identidad que había asumido, debía ignorarla: pero, de incógnito o no, seguía siendo un Jedi.

El grande miró a Mace. De arriba abajo y de abajo arriba. Su mirada albergaba la abierta insolencia que nace de estar vestido y armado frente a alguien desnudo y goteando.

—Aquí viene otro. El chico listo lleva encima su bolsa.

El otro se levantó y desprendió de su cinturón el bastón aturdidor.

—A ver, chico listo. Pásanos la bolsa. Inspección. Vamos.

Mace permaneció inmóvil. La neblina probi se condensaba en gotas que resbalaban por su piel desnuda.

—Puede leeros la mente —dijo siniestramente—. Sólo tenéis tres ideas, y las tres equivocadas.

—¿Eh?

Mace extendió un pulgar.

—Creéis que ir armados y ser unos salvajes significa que podéis hacer lo que queráis. —Dobló el pulgar y extendió el índice—. Creéis que nadie se enfrentará a vosotros mientras esté desnudo. —Dobló el dedo y extendió el siguiente—. Y creéis que vais a registrarme la bolsa.

—Oh, es de los graciosos. —El hombre más pequeño giró el bastón y dio un paso hacia él—. Es gracioso además de listo.

El grande se situó en su flanco.

—Sí, todo un comediante.

—Los comediantes son ésos de allí —Mace inclinó la cabeza hacia el pho ph'eahiano y su compañero kitonak, desnudos y tiritando en un rincón—. ¿Veis la diferencia?

—¿Sí? —el grandullón flexionó las grandes manos—. ¿Y qué se supone entonces que eres tú?

—Puedo ver el futuro...

—Seguro que sí —apretó la mandíbula manchada de pelusa y mostró unos dientes amarillos y rotos—. ¿Qué ves?

—A ti —dijo Mace—. Sangrando.

Si sus ojos hubieran tenido el menor asomo de calidez, su expresión podría haber sido una sonrisa.

De pronto, el grandullón pareció menos confiado.

Era comprensible. Tal y como pasaba con todos los depredadores de éxito, sólo estaba interesado en las víctimas. Desde luego, no en los contrincantes. Y ése era, después de todo, el propósito de ese asalto concreto. Los miembros de las especies inteligentes culturalmente acostumbrados a llevar ropa se sienten dubitativos, inseguros y vulnerables en cuanto se les sorprende desnudos. Sobre todo los humanos. Cualquier persona normal se pararía a ponerse los pantalones antes de dar un puñetazo.

Pero Mace Windu conocía la inseguridad y la vulnerabilidad sólo de oídas. Nunca se había encontrado con ellas.

Tenía ciento ochenta y ocho centímetros de hueso y músculo. Completamente inmóviles. Completamente relajados. A juzgar por su actitud, la niebla probi que perlaba su piel desmida bien podía ser una armadura corporal de cerámica reforzada con fibra de carbono.

—¿Podéis moveros ya? —dijo Mace—. Tengo prisa.

—¿Uh...? —dijo el hombre grande, desviando la mirada a un lado.

Mace sintió la presión de la Fuerza en el riñón izquierdo, y oyó el siseo de un bastón aturdidor al conectarse. Giró sobre los talones y cogió con ambas manos la muñeca del hombre más pequeño, apartando el halo chisporroteante del bastón con un giro que situó su rostro en el camino del pie de Mace. El impacto hizo un mido húmedo y carnoso, como el chasquido de un hueso. El hombre grande bramó y se abalanza; contra Mace, el cual se apartó a un lado, retorciendo el brazo del hombre más pequeño para hacerle girar su cuerpo laxo. Mace cogió la cabeza del hombre más pequeño con la palma de una mano y la empujó con ímpetu contra la nariz del hombre grande.

Los dos hombres se deslizaron aparatosamente por el suelo húmedo y resbaladizo, y se derrumbaron. El bastón escupió relámpagos al rodar hasta una esquina. El hombre más pequeño permaneció inmóvil. Los ojos del hombre grande derramaron lágrimas mientras se sentaba en el suelo, masajeándose la nariz con ambas manos para devolverla a su antigua forma. La sangre escapaba entre sus dedos.

Mace se paró ante él.

—Os lo dije.

El hombre grande no parecía impresionado. Mace se encogió de hombros.

Se dice que un profeta nunca recibe honores en su propio mundo.

Mace se vistió en silencio mientras los demás viajeros reclamaban sus pertenencias. El hombre grande no intentó detenerlos, ni siquiera levantarse. El que sí se movió fue el más pequeño, gimiendo y abriendo los ojos. En cuanto pudo enfocarlos lo bastante como para ver a Mace, todavía en el vestuario, lanzó una maldición y se llevó la mano a la cartuchera, forcejeando por liberar la pistola láser.

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