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Authors: Matthew Stover

Punto de ruptura (6 page)

BOOK: Punto de ruptura
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Mace le miró.

El hombre decidió que la pistola estaba mejor donde estaba.

—No sabes en los problemas que te has metido —murmuró con gravedad, mientras se incorporaba en el suelo, espurreando las palabras por la destrozada boca. Levantó las rodillas y se las rodeó con los brazos—. La gente que se mete con la milicia de la capital no vive mucho tiempo...

El hombre grande le interrumpió, dándole un coscorrón en la nuca.

—Cállate.

—¿La milicia de la capital? —Entonces. Mace lo comprendió. Su expresión se tomó una máscara hosca, y terminó de abrocharse la cartuchera—. Sois de la policía.

El pho ph'eahiano simuló una caída de bruces.

—Suponía que contratarían a policías que no fueran tan torpes, ¿no?

—Oh, no sé, Phootie —dijo el kitonak con su tono de voz característicamente lento y terminalmente relajado—. Han rebotado de lo más bien.

Los dos kubaz chirriaron algo sobre suelos resbaladizos, calzado inadecuado y desgraciados accidentes.

Los policías se enfurecieron.

Mace se paró ante ellos, posando la mano derecha en la culata de la Energética 5.

—Sería una desgracia que alguien tuviera una avería en su láser —dijo—. Un resbalón, una caída, pueden resultar embarazosos. Ser dolorosos. Pero se superan en uno o dos días. Si el láser de alguien se disparase accidentalmente al caer... —Se encogió de hombros—. ¿Cuánto se tarda en superar el estar muerto?

El policía más pequeño empezó a escupir palabras venenosas, pero el más grande le interrumpió con otro coscorrón.

—Te tenemos escaneado —gruñó—. Vete.

Mace se demoró un momento.

—Recuerdo cuando esto era una ciudad agradable.

Se echó la mochila al hombro y salió a la abrasadora tarde tropical. Pasó bajo un cartel mellado y oxidado sin alzar la mirada.

El cartel decía: "BIENVENIDOS A PELEK BAW".

***

Rostros...

Rostros serios. Rostros distantes. Hambrientos o borrachos. Esperanzados. Calculadores. Desesperados.

Rostros en la calle.

Mace caminó a buen ritmo detrás y a la derecha de la jefa de la Estación de Inteligencia de la República, manteniendo la mano derecha cerca de la culata del Merr-Sonn. La noche estaba avanzada y las calles seguían atestadas. Haruun Kal carecía de luna, y las calles estaban iluminadas por la luz que se derramaba de tabernas y cafeterías. Las pértigas luminosas —altos pilares hexagonales de durocemento con tiras luminosas extendidas a lo largo de cada cara— se alzaban cada veinte metros a ambos lados de la calle. Sus charcos de brillante amarillo tenían orillas de negras sombras. Entrar en alguna bocacalle era ser borrado de la existencia.

La jefa del Servido de Inteligencia era una mujer grande, de sonrosadas mejillas y con la misma edad que Mace. Dirigía la Lavaduría Meseta Verde, un próspero establecimiento de relajación y limpieza situado en la parte norte de la capital. No paraba de hablar. Mace no había empezado a escucharla.

La Fuerza tironeaba de él, avisándole de peligros procedentes de todas direcciones: desde el rumor de los rodantes terracoches que derrapaban al azar por atestadas calles, al abanico de palos letales en el puño de un adolescente. Los milicianos no uniformados se pavoneaban o contoneaban cuando no se limitaban a posar, henchidos con la falsa y peligrosa actitud de los aficionados armados. Las solapas de las cartucheras desabrochadas. Los rifles láser apoyados en la cadera. Vio agitarse muchas armas, vio personas empujando, vio muchas miradas intimidatorias y amenazadoras, y vulgares jueguecitos de bandas callejeras: pero no vio mucho mantenimiento de la paz. Nadie se molestó en volver la cabeza cuando una ráfaga de disparos láser cantó a unas manzanas de distancia.

Pero casi todo el mundo miraba a Mace.

Rostros de milicianos: humanos, o lo bastante para ser considerados como tales. Miraban a Mace y veían en él sólo a un korun con ropas extraplanetarias, y lo hacían con ojos fríos como la muerte. Inexpresivos. Calibradores. Al cabo de un tiempo, todos los ojos hostiles son iguales.

Mace se mantuvo alerta y se concentró en proyectar una potente aura de
no-te-metas-conmigo
.

Se habría sentido más a salvo en la selva.

Rostros callejeros: lunas hinchadas por la bebida pertenecientes a mendigos que suplican unas monedas. Un wookiee, con el pelo gris desde el morro hasta el pecho, tirando agotado del arnés de arrastre de un taxicarro de dos ruedas, apartando a los críos de la calle con una mano mientras sujetaba el cinturón del dinero con la otra. Rostros de exploradores selváticos: cicatrices de hongos en las mejillas, armas al costado. Rostros jóvenes: niños, más jóvenes que Depa el día en que se convirtió en su padawan, ofreciendo chucherías a Mace con un "descuento especial" porque les "gustaba su cara".

Muchos de ellos eran korunnai.

***

DE LOS DIARIOS PRIVADOS DE MACE WINDU.

Claro. Ven a la ciudad. La vida es fácil en la ciudad. No hay felinos de las lianas. No hay taladromitas. No hay latonbejucos ni huecos de la muerte. No hay que apalear grano para los herbosos, ni acarrear agua, ni que cuidar a los cachorros de akk. En la ciudad hay mucho dinero. Sólo tienes que vender esto, o soportar aquello. Lo que en realidad vendes es tu juventud. Tu esperanza. Tu futuro.

Cualquiera que sienta alguna simpatía por los separatistas debería pasar unos días en Pelek Baw. Descubrir por qué lucha en realidad la Confederación.

Es bueno que a los Jedi no les mueva el odio.

***

La cháchara de la jefa de estación acabó por centrarse, de algún modo, en el tema de la tapadera del Servicio de Inteligencia que regentaba. Se llamaba Phloemirlla Tenk, "pero puedes llamarme Flor, encanto. Lo hace todo el mundo". Mace pilló el hilo de su discurso.

—Oye, todo el mundo necesita una ducha de vez en cuando. Así que ¿por qué no hacer que de paso te arreglen la ropa? Por eso va todo el mundo. Tengo
jups
,
kornos
, lo que se te ocurra. Tengo milicianos y jefazos
sepa
, bueno los tenía hasta que retiraron las tropas. Tengo a todo el mundo. Tengo una piscina, seis saunas diferentes y duchas privadas donde puedes recibir agua, alcohol, probis, sónicos y lo que quieras, además de una o dos grabadoras para conseguir la información que necesitamos. Te sorprendería de lo que acaban hablando algunos oficiales de la milicia cuando se quedan a solas con el vapor. Ya sabes a lo que me refiero.

Era la espía más charlatana que había conocido nunca. Se lo dijo en cuanto hizo una pausa para respirar.

—Sí, ¿a que es curioso? ¿Cómo crees si no que he conseguido sobrevivir en esto durante veintitrés años? Cuando hablas tanto como yo, la gente tarda mucho en darse cuenta de que en realidad no dices nada.

Igual estaba nerviosa. Igual podía oler la amenaza que flotaba en esas calles. Hay personas que creen poder mantener el peligro a raya si simulan estar a salvo.

—Tengo treinta y siete empleados. Sólo cinco son del Servicio de Inteligencia. Los demás sólo trabajan allí. Ja, con la Lavaduría saco el doble de dinero de lo que gano tras veintitrés años en el servicio. Aunque eso tampoco es tan difícil, ya me entiendes. ¿Sabes cuánto gana un RS-Diecisiete? Es patético. Patético. ¿Cuánto gana un Jedi hoy en (lía? ¿Te pagan acaso? Apuesto a que no lo bastante. Seguro que les encanta decir esa chorrada de que "el propio trabajo es la recompensa". ¿A que sí? Sobre todo cuando es el trabajo de los demás. Seguro que sí.

La mujer ya había reunido un equipo selvático. Seis hombres con armas pesadas y un rondador de vapor casi nuevo.

—Son algo rudos, pero todos buenos chicos. Trabajan de por libre, pero son legales. Han pasado años en la jungla. Dos son
kornos
de pura sangre. Es bueno para las relaciones con los nativos, ¿sabes?

Explicó que ella misma le conducía a reunirse con ellos por cuestiones de seguridad.

—Cuanto antes te pongas en marcha, más felices seremos los dos, ¿eh? ¿A que tengo razón? No hay quien emplee un taxi a esta hora del día. Cuidado con la galleta de cloaca, esa cosa se come tus botas. ¡Eh, ten cuidado, gusano! ¿Dónde se ha visto que los peds tengan preferencia de paso? ¿Sí? ¡Pues tu madre come babas de huir! —Pisaba con fuerza por la calle, agitando los brazos—. Esto..., ya sabes que buscan a esa Jedi tuya, ¿verdad? ¿Tienes alguna forma de sacarla del planeta?

Mace tenía el
Halleck
estacionado en el sistema Ventrano, con veinte lanchas de desembarco armadas y un regimiento de soldados clon. Pero sólo dijo:

—Sí.

Una nueva salva de disparos láser cantó a una o dos manzanas de allí, salpicada por un
estaccato
de estallidos más crujientes que los del láser. Flor dobló a la izquierda al instante y se apartó de la calle.

—¡Oops! Por aquí. Hay que mantenerse al margen de esos disturbios, ¿sabes? Podría ser una revuelta por la comida, pero nunca se sabe. ¿Oíste esas palmadas? Si no son lanzacartuchos soy un dug. Podría ser un ataque de alguna de las guerrillas que dirige tu Jedi. Hay muchos
kornos
con lanzacartuchos, y los cartuchos rebotan. Lanzacartuchos. Los odio. Pero son de mantenimiento sencillo. Pasas un día o dos en la selva y no puedes volver a disparar el láser. Pero un buen rifle de cartuchos, limpio y aceitado, te puede durar para siempre. Las guerrillas han tenido mucha suerte con ellos, aunque necesitan mucha práctica; los cartuchos son balísticos, ¿sabes? Tienes que calcular mentalmente su trayectoria. A mí que me den un láser.

Una nueva nota se unió a los disparos: un traqueteo mucho más grave y ronco. Mace miró por encima del hombro. Debía de ser algún repetidor de luz: un T-21 o un Trueno Merr-Sonn.

Equipo militar.

—Estaría bien que abandonáramos la calle —dijo.

—No, no, no, no te preocupes —le aseguró ella—; estas refriegas nunca acaban en nada.

Mace calculó lo que tardaría en sacar el sable láser de la mochila.

Los disparos se intensificaron. Se unieron voces a él: gritos y chillidos. Ira y dolor. Cada vez sonaba menos como un disturbio y más como un tiroteo.

Rayos al rojo blanco surcaron el espacio ante ellos. Habían salido de la esquina que tenían delante. Tras ellos resonaron más disparos. El tiroteo se estaba desbordando, conviniéndose en una inundación que podría rodearlos en cualquier momento. Mace miró atrás: lo único que veía en esa calle eran las multitudes y los terracoches, pero los miembros de la milicia empezaban a mostrar interés: comprobaban sus armas, trotaban hacia los callejones y los cruces de calles.

—¿Lo ves? —dijo Flor tras él—. Fíjate en ellos. Ni siquiera apuntan a algo. Ahora sólo tenemos que cruzar...

Fue interrumpida por un ruido chapoteante. Mace había oído ese sonido demasiado a mentido: el del vapor supercalentado por un rayo de alta energía y explotando a través de la carne viva. Un impacto láser profundo. Se volvió hacia Flor y la encontró tambaleándose en círculos de borracho, pintando el pavimento con su sangre. Allí donde debía estar su brazo izquierdo sólo había tuna masa de tejido desgarrado del tamaño de un puño. No podía ver dónde estaba el resto del brazo.

—¿Qué? ¿Qué? —decía ella.

Mace saltó hacia la calle. Rodó por el suelo, levantándose para golpearla con el hombro en la articulación de la cadera. El impacto la dobló en dos sobre él. El Jedi la levantó, giró sobre los talones y echó a correr hacia la esquina. Los brillantes relámpagos de los disparos láser eran un paréntesis para los siseos invisibles y el chasquido de dedos de los cartuchos hipersónicos. Llegó al escaso amparo que le proporcionaba la esquina y depositó a la mujer en la acera, pegándola todo lo posible a la pared.

—No se suponía que pudiera pasar esto. —La vida se le escapaba por el destrozado muñón del hombro. Seguía hablando, incluso mientras se moría. Con un murmullo borroso—. Esto no está pasando. No puede estar pasando. Mi... Mi brazo...

Utilizando la Fuerza, Mace pudo sentir su arteria braquial desgarrada. Buscó dentro de su hombro, con la Fuerza, para pinzarla. El derrame disminuyó hasta un débil gotear.

—Tómatelo con calma. —Colocó las piernas encima de la mochila para mantener la presión de la sangre hasta el cerebro—. Procura conservar la calma. Sobrevivirás a esto.

Unas botas resonaron en el permeocemento detrás de él: tina brigada de la milicia corriendo hacia ellos.

—La ayuda está en camino —se inclinó hacia ella—. Necesito el punto de encuentro y el código de identificación para el grupo.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando?

—Escúchame. Intenta concentrarte. Antes de que pierdas el conocimiento. Dime dónde encontrar al grupo de exploradores, y el código de identificación para que podamos reconocernos.

—Tú no... No lo entiendes... Esto no está pasando...

—Sí. Está pasando. Concéntrate. Hay vidas que dependen de ti. Necesito el punto de encuentro y el código.

—Pero... Pero... tú no lo entiendes...

La milicia que había tras él se detuvo.

—¡Tú! ¡
Korno
! ¡Apártate de esa mujer!

Se volvió para mirarlos. Eran seis. En actitud de disparar. La pértiga luminosa que tenían a su espalda proyectaba sombras negras sobre sus rostros. Bocas de cañones chamuscadas por plasma le miraban.

—Esta mujer está herida. De gravedad. Morirá si no recibe atención médica.

—Tú no eres médico —dijo uno, y le disparó.

2
Delitos capitales

T
uvo tiempo de sobra para familiarizarse con la sala de interrogatorios.

Cuatro metros por tres. Bloques de durocemento moteados de grava con facetas que brillaban como la mica. En algún momento habían pintado la pared desde la altura de la cintura hasta cl techo con el color del marfil viejo. El suelo y la parte inferior de la pared solían ser del verde del quelpo-errante. Lo que quedaba de las dos capas de pintura se descascarillaba en parches ribeteados de humedad.

La silla de contención que le sujetaba estaba en mejor estado. Las abrazaderas de las muñecas eran frías y sólidas, y carecían de puntos débiles que pudiera tocar; las de los pies se hundían en el cuero de sus botas. La placa del pecho apenas le dejaba respirar.

No había ventanas. Una tira luminosa proyectaba un amarillo suave en la unión de techo y pared. La otra estaba apagada.

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