Read Punto de ruptura Online

Authors: Matthew Stover

Punto de ruptura (13 page)

BOOK: Punto de ruptura
5.53Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Y Mace no dejaba de preguntarse si no había algo en Haruun Kal que pudiera haber hecho lo mismo a Depa.

—De acuerdo —dijo a todo el mundo y a nadie—. Estoy listo para partir.

***

Todas las noches montaban un campamento frío: sin fogatas y sin necesidad de una. Los akk mantenían a raya a los depredadores, y a los korunnai no les preocupaba la oscuridad. Aunque las fragatas de la milicia no volasen de noche, un fuego de campamento era mucho más caliente que la selva que lo rodeaba, y podía ser detectado por los satélites sensores, Nick explicó secamente que nunca se sabía cuándo podían decidir los balawai soltar un ACOA sobre sus cabezas.

Dijo que el Gobierno todavía conservaba en órbita una cantidad desconocida de plataformas ACOA. Las Armas Cinéticas Orbitales Antiemplazamiento eran, básicamente, varillas de sólido duracero del tamaño de misiles con rudimentarios sistemas de control y de guía, situadas en órbita alrededor del planeta. Eran baratas de fabricar y fáciles de utilizar: una sencilla orden a las toberas de los ACOA las precipitaba a la atmósfera, en rumbo de colisión contra cualquier lugar de coordenadas preestablecidas.

No eran demasiado fiables, pero no tenían por qué serlo; eran como atacar con un meteorito.

Los fuegos de campamento eran algo del pasado para los korunnai.

Muchos insectos nocturnos emitían luz para hacerse señales unos a otros, lo que hacía que la noche brillara como un campo estelar abarrotado. Los diferentes tipos de brillo eran medianamente fosforescentes y de variados colores, y todos ellos se combinaban para proporcionar una pálida iluminación general no muy diferente a la de la débil luz de la luna.

Los herbosos siempre dormían de pie, con las seis patas rectas y los ojos cerrados, pero sin dejar de masticar, algo que hacían por acto reflejo.

Los korunnai llevaban lechos enrollados en las sillas. Mace empleó una tienda portátil que guardaba en un bolsillo lateral de la mochila. Una vez separó el sello de presión con la uña, sus articulaciones internas desplegaron automáticamente una piel transparente que formaba un refugio lo bastante grande como para albergar a dos personas.

Los miembros del grupo se sentaban o arrodillaban en el suelo y compartían el alimento. En cuanto se acabaron los terrones alimenticios y los dulces robados a los cadáveres, la comida pasó a ser tiras de carne de herboso ahumada y un queso de leche cruda de herboso macerado en cuevas. Sacaban el agua de las plantas tubo, cuando encontraban. Plantas de enceradas hojas anaranjadas que se envuelven sobre sí mismas, formando una espiral hermética de dos metros de alto con la que recogen el agua de lluvia y mantienen húmedo su escaso sistema de raíces. O bien llenaban las cantimploras en cálidos torrentes y burbujeantes manantiales que, en ocasiones, Chalk probaba y declaraba potables. Aunque ni siquiera el autoesterilizador iónico de la cantimplora de Mace conseguía eliminar el débil regusto a huevos podridos del azufre.

Cuando acababan de comer, Lesh solía ofrecer al grupo un blando rollo de corteza cruda de thyssel que sacaba de su bolsa. Nick y Mace siempre la rechazaban. Chalk podía coger un poco, y Besh un poco más. Lesh empleaba el cuchillo del cinto para arrancar un pedazo del tamaño de tres dedos doblados y metérselo en la boca. Tostado y refinado para su venta, el thyssel era un estimulante intoxicante no más dañino que el vino dulce. Crudo era lo bastante potente como para provocar cambios permanentes en la química del cerebro. Un minuto masticándolo hacía que el sudor brotase en la frente de Lesh y, si había suficientes lumilianas para verlo, dotaba a sus ojos de una luz vidriosa.

Mace aprendió muchas cosas de esos jóvenes korunnai —y, por implicación, del FLM— durante esas noches de campamento. Nick era el jefe de esa pequeña banda, pero no por cuestiones de rango. No parecían tener rangos. Nick lideraba mediante la fuerza de su personalidad y con la deslumbrante utilización de su ácido ingenio, como un bufón controlando una corte real.

No hablaba de sí mismo como si fuera un soldado, y menos como un patriota, afirmaba que su mayor ambición era ser mercenario. Aseguraba que estaba en esto por los créditos. Hablaba constantemente de que se estaba preparando para "abandonar esta maldita selva. Ahí afuera, en la galaxia, es donde uno puede ganar de verdad créditos". Pero para Mace resultaba obvio que sólo era una pose, una forma de mantener a sus compañeros alejados de él y de aparentar que no le importaba nada.

Mace podía darse cuenta de que las cosas importaban demasiado a Nick.

Lesh y Besh estaban en la guerra por su odio puro hacia los balawai. Un par de años antes, Besh había sido secuestrado por exploradores selváticos. Los balawai le habían cortado los dedos que le faltaban, uno a uno, para obligarle a responder preguntas sobre el paradero de una supuesta cueva de un tesoro de árboles lamma. Cuando no pudo contestarlas —de hecho, esa cueva era sólo un mito—, supusieron que sólo estaba siendo testarudo. "Si no nos lo dices", le dijo uno, "nos aseguraremos de que tampoco se lo digas a nadie".

Besh no hablaba nunca porque no podía. Los balawai le habían cortado la lengua.

Se comunicaba mediante una combinación de signos sencillos y una extraordinaria y expresiva proyección en la Fuerza de sus emociones y actitudes; en muchos sentidos, era el más elocuente del grupo.

Chalk resultó ser una sorpresa para Mace. Dado lo que suponía que le había pasado a ella, esperaba que su lucha estuviera motivada por una venganza personal no muy diferente a la de Lesh y Besh. Todo lo contrario. Antes de unirse al FLM, ella y algunos miembros de su ghôsh habían ido tras los hombres que la habían agredido —una brigada de cinco hombres de la milicia regular y su oficial al mando— y les habían administrado el castigo korun tradicional para ese crimen. Se llamaba "tan pel'trokal", que se traducía más o menos como "justicia de la selva". Los culpables fueron secuestrados, transportados a cien kilómetros de la aldea más cercana v. sin equipo, ropa y comida, desprovistos de todo, fueron liberados.

Desnudos. En la selva.

Muy, muy pocos hombres sobreviven alguna vez al tan pel'trokal. Éstos no lo consiguieron.

Así que Chalk no luchaba por venganza. En sus propias palabras:

—Chica dura, yo. Grande. Fuerte. Buena luchadora. No quería serlo. Tuve que serlo. Sobreviví a lo que me hicieron, yo. Luché, yo. Nunca paré de luchar. Y sobrevivía ello. Ahora lucho para que otras chicas no tengan que luchar. Que puedan ser chicas, ellas. ¿Me entendiste? Sólo dos formas de parar: matarme, o enseñarme que ninguna chica tiene por qué pelear.

Mace lo comprendía. Nadie debería tener que ser tan agresivo.

—Me impresiona cómo te mueves por la selva —le dijo Mace una vez, en uno de esos campamentos fríos—. No resulta fácil verte ni cuando sé que estás allí. Hasta tu herboso resulta difícil de seguir.

Ella lanzó un gruñido, masticando corteza. Su encogimiento de hombros fue tan casual corno la pregunta de Mace. Es decir, no mucho.

—Esa es una forma interesante de emplear... —Mace dragó de las profundidades de sus viejos recuerdos de treinta y cinco años la palabra koruun para la Fuerza: "el pelekotan". Aproximadamente: "poder del mundo"— ...el pelekotan. ¿Siempre has podido hacer eso?

Lo que de verdad preguntaba Mace, lo que tenía miedo de preguntar a las claras era: "¿Te ha enseñado Depa eso?".

Si ella estaba enseñando habilidades Jedi a personas que eran demasiado mayores para aprender disciplina Jedi..., personas sin defensa contra el Lado Oscuro...

—Tú no usas el pelekotan —dijo Chalk—. El pelekotan te usa a ti.

No era una respuesta reconfortante.

Mace recordó que la traducción estricta y literal de la palabra era: "mente-jungla".

Descubrió que en realidad no quería pensar en ello. En su mente, seguía oyendo...

"
Me
he
convertido en la
oscuridad de
la
selva
."

***

El paso tambaleante de los herbosos era suave y tranquilizador. Para ganar tiempo, se desplazaban tanto con las piernas traseras como con las medianas. Eso les hacía levantar la espalda en un ángulo que forzaba a Mace a inclinarse un poco en la silla invertida, posando los hombros en el ancho y liso lomo del herboso, mientras Nick permanecía en la silla de los hombros anteriores, mirando por encima de la cabeza del animal.

Esos largos y accidentados viajes por la selva provocaban cierto desasosiego en Mace. Como sólo miraba hacia atrás, nunca podía ver lo que había delante, sólo lo que dejaban atrás, y hasta eso tenía significados que no podía entender. No sabía si buena parte de lo que veía era animal o vegetal, venenoso, depredador, inofensivo o beneficioso. Ni siquiera si era lo bastante inteligente como para tener un carácter moral propio, bueno o malo...

Tenía la nauseabunda sensación de que ese viaje era un símbolo de la guerra en sí. Para él, estaba entrando de espaldas en ella. Ni siquiera a plena luz del día tenía la menor idea de lo que se le avecinaba, ni un verdadero conocimiento de lo que pasaba ante él. Estaba completamente perdido. La oscuridad sólo podía empeorar las cosas.

Esperaba estar equivocado. Los símbolos nunca son de fiar.

Son inseguros...

Por el día, y de forma ocasional, veía a los perros akk en la jungla, a medida que recorrían cl irregular terreno de los alrededores. Se movían adelante y atrás, patrullando para proteger a los demás de los depredadores de la selva, que ocultaba a muchos lo bastante grandes como para matar a un herboso. Los tres akk estaban unidos a Besh, Lesh y Chalk. Nick no tenía ninguno.

—¿Qué habría hecho yo con un akk cuando crecía en las calles de Pelek Baw? ¿Con qué iba a alimentarlo? ¿Con gente? Je, bueno, la verdad es que, ahora que lo pienso...

—Podrías buscarte uno ahora —dijo Mace—. Tienes el poder; lo he sentido. Podrías tener un compañero en la Fuerza, como tus amigos.

—¿Estás de broma? Soy demasiado joven para ese tipo de compromiso.

—¿De verdad?

—Puaj. Es peor que estar casado.

—No sabría decirlo —dijo Mace, distante.

Mace sentía muy a menudo somnolencia por el calor y el suave contoneo del herboso. Lo poco que conseguía dormir por las noches estaba plagado de sueños febriles, indistintamente amenazadores y violentos. La primera mañana que conectó el autoplegado de su tienda portátil y la devolvió al bolsillo, grande como una mano, de su mochila, Nick le había oído suspirar y le vio frotarse los cansados ojos.

—Aquí nadie duerme bien —le dijo con una risita seca—. Ya te acostumbrarás a ello.

Viajar de día era un fluir adormilado entre la penumbra de la selva, el brillo del sol y vuelta a empezar. A medida que atravesaban los caminos de herbosos, esas serpenteantes tiras de prado despejado que dejaban las manadas de herbosos cuando se abrían paso, comiendo, por la jungla. Muy a menudo eran las únicas ocasiones en que veía a Chalk, Besh y Lesh, a sus herbosos y a sus akk. Tras emplear a los perros akk para mantenerse en contacto, se separaban para mayor seguridad.

El espacio abierto era el único alivio que conseguían de los insectos, ya que era territorio de docenas de especies de aves insectívoras que se movían con relampagueante velocidad. Las perromoscas, los escarabajos de pinzas y todas las variedades de avispas, abejas y tábanos solían quedarse en la relativa seguridad de la sombra, la piel de Mace era una masa de mordeduras y picaduras que requería un empleo considerable de la disciplina Jedi para no rascarse.

Los korunnai solían emplear jugos de varias clases de hojas machacadas para curar picaduras especialmente desagradables o peligrosas, pero por lo general parecían no notarlas, al igual que una persona rara vez nota cómo constriñen las botas de forma antinatural los dedos de los pies. Habían tenido toda una vida para acostumbrarse a ellas.

Aunque siguiendo los caminos de herbosos podían haber ido más deprisa, resultaba demasiado arriesgado, en vista de la frecuencia con la que sobrevolaban las fragatas de la milicia. Nick le informó de que disparaban contra todo lo que veían montando herbosos. Los akk avisaban cada una o dos horas de la proximidad de las fragatas: sus agudos oídos podían captar el zumbido de los repulsores a más de un kilómetro de distancia, pese al constante rumor y zumbar, vibrar y chirriar, e incluso el distante retumbar de alguna erupción volcánica menor y ocasional.

Mace tuvo suficientes atisbos de esas fragatas como para hacerse una idea de sus capacidades. Parecían versiones modificadas de antiguos Turbotruenos Sienar: cañoneras retromodificadas para descenso atmosférico. Eran relativamente lentas, pero fuertemente blindadas, erizadas de cañones y lanzamisiles, y lo bastante grandes como para transportar un pelotón de infantería pesada. Parecían viajar en tríos. La capacidad de la milicia para mantener las patrullas aéreas, pese a los hongos y musgos devorametales, quedaba explicada por el resplandor color pajizo que las envolvía al volar; cada fragata era lo bastante grande como para transportar su propio generador de campos asépticos.

A juzgar por la altura de los arbustos y de los árboles jóvenes de los caminos de herbosos, los más recientes que encontraban sólo parecían tener un mínimo de dos o tres años estándar. Mace se lo mencionó a Nick.

—Sí —dijo con un hosco gruñido—. No sólo disparan contra nosotros, ¿sabes? Cuando los artilleros balawai se aburren disparan contra las manadas de herbosos. Sólo por diversión. Hace varios años que no somos tan estúpidos como para reunir más de cuatro o cinco herbosos en un único lugar. Así que hay que emplear los akk para mantenerlos lo bastante separados para que no se conviertan en blancos fáciles.

Mace frunció el ceño. Sin el contacto y la interacción constante con otros animales de su especie, los herbosos podían deprimirse, enfermar, y a veces hasta volverse psicóticos.

—¿Así es como cuidáis de vuestros rebaños?

Aunque no podía ver la cara de Nick, pudo oír su mirada.

—¿Tienes una idea mejor?

Mace tuvo que admitir que no la tenía, aparte de ganar la guerra.

Le preocupaba algo más. Nick había dicho varios años, pero sólo hacía meses que había empezado la guerra. Cuando se lo mencionó, Nick replicó con un bufido burlón.

—Tu guerra empezó hace unos meses. La nuestra se libra desde antes de que yo naciera.

BOOK: Punto de ruptura
5.53Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

One Good Thing by Lily Maxton
Dirty Secrets by Evelyn Glass
Cross Dressing by Bill Fitzhugh
Figment by Elizabeth Woods
A Flower Girl Murder by Moure, Ana
Whispered Magics by Sherwood Smith
The Glory by Herman Wouk
Rubber Balls and Liquor by Gilbert Gottfried
Until the Harvest by Sarah Loudin Thomas