Rebelde (55 page)

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Authors: Mike Shepherd

BOOK: Rebelde
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Jack abrió la puerta donde se podía leer OP-5.1.

—Alférez, sé que está haciéndolo muy bien. Yo tengo mi trabajo. Céntrese en sus cosas y yo me centraré en las mías.

Kris se identificó ante el recepcionista civil, que le indicó dónde estaba la sala de conferencias. La puerta estaba cerrada y junto a ella había un cartel luminoso que decía «Ocupado, alto secreto». Jack levantó una ceja, se sentó en una silla y cogió una revista.

Cuando entró, Kris se encontró con el teniente que la había interrogado dos veces al día desde que llegó a bordo de la Magnífica, así como con el nuevo comandante, que tendría unos cuarenta años y un pelo negro en el que ya asomaban algunas canas. No llevaba ninguna placa identificativa ni galones en su uniforme caqui. El teniente comenzó a formular las preguntas habituales: cuál era la labor de Kris en la Tifón, qué sabía del viaje, qué pasó en el puente aquella mañana...

Kris respondió lo de siempre y el interrogatorio duró una hora, como siempre.

Después, el comandante se inclinó hacia adelante.

—¿Quién la ayudó en el motín, alférez Longknife?

—Eh... —Se sintió molesta con esta nueva pregunta—. Nadie.

—¿Desde cuándo llevaba planeando el motín? —volvió a disparar el comandante.

—No planeé nada.

Sin embargo, la ráfaga de preguntas no cesó en absoluto. Tras cinco minutos de quiénes, cómos y porqués sobre el motín, Kris no pudo controlarse y dijo:

—Comandante, las acciones del capitán Thorpe y del comodoro Sampson no dejaban mucho margen de maniobra. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Seguir las órdenes y disparar a la flota de la Tierra?

—No, no, Kris —intervino el teniente—. Aun así, debe admitir que la tranquilidad con la que usted tomó el mando de la nave ha hecho pensar a mucha gente que quizá tenía algo planeado y que tuvo la suerte de que las acciones ilegales de esos dos justificaran el plan que usted había trazado previamente.

—¿De qué va? —escupió Kris. Después, dedicó una hora a explicar al comandante por qué los marines armados prefirieron seguir sus órdenes a las del capitán de la nave. El hecho de que ella tuviera razón no parecía importar demasiado.

Kris estaba exhausta cuando la dejaron marchar y se dirigió hecha una furia hacia la salida, Jack la seguía. En la calle, le pareció que el día era demasiado bonito para sentirse tan mal. A lo lejos divisó lo que parecía un pequeño jardín. Alguien había colocado tres arbolitos y seis arbustos alrededor de un banco de piedra. Se dejó caer sobre él.

—¿Cómo ha ido? —preguntó Jack tras sentarse a su lado.

—Por el momento, no me han colgado —gruñó Kris. Estaba muy enfadada; de hecho, le hubiera encantado colgar de un pino a unos cuantos, empezando por el comandante sin nombre. ¿Qué pretendía que hiciera; que siguiera las órdenes y redujera a chatarra la flota de la Tierra? Cuando terminara la guerra, podría decirles a los mequetrefes de la prensa que se había limitado a «seguir órdenes». ¡Pues no estaba dispuesta a hacerlo!

Kris suspiró. Pudo distinguir el aroma de los árboles y de la trementina, aunque eso no anulaba el olor a goma y asfalto.

—Si el arcoíris termina aquí, menudo asco —murmuró.

Jack siguió vigilando discretamente mientras Kris trataba de organizar lo que le quedaba por hacer en un día tan horrible como aquel. Cada vez que respiraba profundamente, el apestoso olor del asfalto le llegaba a lo más hondo. Tenía que hacer algo. ¿Qué tenía pendiente en la agenda? Cierto, la cita con los bisabuelos. ¿No era increíble?
Me acaban de acusar de motín y voy corriendo a contárselo a mis bisabuelos. Tengo que cancelar esa cita.

Pero ¿por qué? Estaban equivocados con el motín; no tenían ni idea de quién era ella ni sus bisabuelos.
Maldita sea. Por fin estoy empezando a conocerlos y no pienso dejar que ese comandante me lo impida.
Kris se puso en pie. No podría alcanzar sus sueños si dejaba que tipos como el comandante dictaran lo que tenía que hacer. Dio dos pasos y se detuvo. Quería invitar a Tommy para que comiera con los abuelos también y supiera quiénes eran «esos Longknife». No iba a cambiar esos planes.

—Nelly, llama a Tommy, por favor.

—¿Cómo ha ido? —dijo Tom un segundo después.

—No ha ido mal del todo —respondió Kris—. ¿Te apetece quedar?

—Hasta las catorce horas no tengo que acudir a mi interrogatorio de nuevo —repuso Tom entre risas—. ¿Dónde nos vemos?

—Nelly te llamará en un momento —dijo Kris, y colgó—. Nelly, llama al bisabuelo Peligro, o a Ray.

—¿Cómo ha sido el interrogatorio? —se escuchó a Peligro un segundo después.

—Nada a lo que no pueda sobrevivir. ¿Qué tal vosotros?

—Creo que hemos hecho todo el daño que hemos podido —respondió, y se escuchó una risa malévola que tenía que ser de otra persona. El bisabuelo Peligro no tenía ni un ápice de maldad en su cuerpo. ¿O sí?

—¿Dónde estás? —preguntó Kris.

El abuelo recitó del tirón una dirección y Nelly mostró un plano a Kris.

—Estás en mi territorio, cerca de la universidad.

—Sí, algunos pensaron que sería más fácil esquivar a la prensa aquí y parece que ha funcionado. ¿Conoces algún sitio interesante para comer?

—Podemos ir al Scriptorum. Normalmente solo hay estudiantes. Nelly, mándale un plano a mi bisabuelo.

—Nos vemos allí en cuanto cerremos esto, en quince minutos o así —se despidió Peligro.

No había ido nada mal. Kris sonrió para sus adentros.

—Nelly, dile a Tom que nos vemos en el Scriptorum.

Jack carraspeó.

—¿No piensa advertirle de quiénes van a venir?

—¿Para qué iba a fastidiarle la mañana? —dijo Kris entre risas mientras se quitaba de encima la pena que llevaba arrastrando todo el día.

Harvey no tuvo problema para aparcar.

Jack entró antes que Kris en el local estudiantil. Aunque fuera muy temprano, había gente que se había saltado alguna clase, otros estaban estudiando para algún examen y algunos simplemente charlaban. Jack se apartó para que Kris pudiera echar un vistazo al tranquilo rincón donde quedaron la última vez con la tía Tru. De hecho, allí estaba Tru, sonriente y reservando dos mesas.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Kris.

—No haces más que pedirle a Nelly que se sincronice con mi Sammie. No es nada complicado para tu vieja tía mirar la agenda de tu ordenador.

—Nelly, tenemos que hablar —gruñó Kris con media sonrisa en la cara.

—No sé cómo lo ha hecho —dijo Nelly con perplejidad y cierto tono de malestar, si es que una inteligencia artificial podía sentir algo así.

—¿Qué van a tomar? —preguntó el camarero, que apenas miró un segundo al uniforme blanco de Kris. Al parecer, no había problema con que hubiera marines en el bar ese día.
Hay que ver cómo cambian las cosas...

—Un café, por favor —dijo Kris.

—Café —repitieron los demás.

Cuando volvió con las bebidas, Tommy apareció y se sentó en la silla que había junto a Kris.

—¿Qué tal ha ido la mañana?

Kris se planteó avisarle de lo que le esperaba, pero prefirió poder decir bajo juramento que no había pactado con Tom ninguna declaración.

—Podía haber sido mejor, pero no ha sido tan malo como enfrentarse al capitán Thorpe.

El camarero volvió con una cafetera y varias tazas. Ray y Peligro aparecieron en el local en cuanto les sirvieron el café. Cuando se acercaron a Kris, el camarero los miró y les preguntó:

—¿Qué van a tomar? —Después frunció el ceño, cambió el gesto y abrió los ojos como platos—. ¿Señor?

Peligro estaba acostumbrado a esa reacción. Miró a la mesa y pidió.

—Cerveza negra muy fría, por favor. Una para mí —dijo apuntándose a sí mismo—, dos —añadió apuntando a Ray—, tres —dijo señalando a Harvey, que respondió asintiendo—, cuatro —sumó a Tru—, cinco —dijo mirando a Tom, que tenía los ojos fuera de las órbitas. El pobre no sabía si desmayarse o aceptar la invitación. Jack y Kris la rechazaron con la cabeza—. Cinco en total, gracias.

Cuando el camarero se acercó a la barra, Peligro se sentó en la silla que quedaba libre y Jack se puso de pie para ofrecer la suya a Ray.

—Presidente, por favor —le dijo.

—Nada de presidente hoy —dijo Peligro muy contento mientras Ray lo miraba con tristeza. Peligro lo ignoró y se dirigió a Kris.

—¿Quiénes son estos chicos tan guapos?

—Creía que ya te había presentado a Tom en aquella fiesta, aunque quizá andaba escondido. —Tom asintió hacia los bisabuelos y fulminó a Kris con la mirada a la vez—. Fue mi mano derecha cuando la Tifón tomó las riendas del escuadrón.

—Muy bien, hijo —dijeron los señores. La cara de Tom se puso tan roja como sus pecas.

Kris se dio cuenta de que Tom no podía soportar más tiempo ser el centro de atención de tantos Longknife.

—Este es mi nuevo agente del servicio secreto. Jack, este es Peligro. Es mi bisabuelo, aunque mi madre piensa que es un familiar problemático sin más.

—¿Todavía sigue pensándolo?

—No te ha perdonado por enseñarme lo que era un esquife orbital.

—La memoria de las mujeres es demasiado buena.

—Perdonen, voy a la puerta un momento —anunció Jack, tratando de escuchar a quienes le hablaban y haciendo sus barridos de vigilancia pertinentes. Kris estuvo a punto de echarse a reír, pero se acordó de que su trabajo consistía en recibir los disparos que fueran dirigidos a ella.

Peligro agarró al agente del hombro.

—De ninguna manera. Quédese con nosotros, ya conoce todos los detalles sórdidos. Además, este abuelete que tengo a mi lado necesita que lo protejan.

—¿De quién? —dijo Jack mirando a Ray.

—De sí mismo —respondió Peligro entre risas.

—A lo mejor me rajo el cuello —refunfuñó Ray.

—Que no le engañe —intervino Peligro de nuevo, y trajo una silla de la mesa de al lado para que se sentase Jack—. Ray es muy alegre.

—Qué tontería —dijo Ray—. Está a medio hacer. No saben lo que quieren y todo este dispositivo improvisado es la manera más cutre de resolver el problema que pretenden arreglar.

Callaron un momento cuando trajeron las bebidas. Peligro alzó su vaso y los demás hicieron lo mismo con sus cervezas o su café.

—Por su majestad, el rey Raymond I —dijo Peligro.

Kris brindó con su taza, sobre todo porque Peligro quería hacer todo el ruido posible para que no se oyera la amarga respuesta de Ray tras la dedicatoria del brindis.

—¿Rey de qué? —preguntó Kris después de probar el café.

Ray miró con orgullo a Peligro y dijo:

—Algunos bromistas que han vivido lo bastante como para tener mejor criterio creen que sería más fácil juntar a sesenta u ochenta planetas en una especie de federación si hubiera un rey en medio de tanto politiqueo. Seguro que mañana se lo habrán pensado mejor y verán que es una idea terrible. —Ray levantó el vaso—. Por una vejez llena de paz y tranquilidad.

—¡Salud! —dijo Harvey uniéndose al brindis.

Kris también alzó su vaso y espetó un sentido: «¡Salud!».

Peligro los ignoró y se recostó para dar un buen trago a su cerveza.

—Ni en tus sueños —murmuró.

—Quieren un defensor del pueblo —dijo Ray—. Bueno, yo puedo serlo, y no me hace falta una corona para escuchar los lloriqueos de la gente.

—Sin una corona no durarías ni una semana. Les dirías que se dejasen de chorradas y te irías a Santa María.

—Al menos allí hago algo útil.

Peligro negó con la cabeza.

—¿Y aquí no? Ray, se está derrumbando todo lo que construimos hace ochenta años. Solo pretendemos mantener con vida una parte de todo aquello. —Kris asintió y echó un vistazo al local. Había un montón de gente joven cuyas vidas dependían de las decisiones de otras personas. Su vida también dependía de ellas. Los demás jóvenes y ella tendrían mejores oportunidades si gente como el bisabuelo Ray pertenecía al grupo de personas con capacidad de decisión.

—Maldita sea, ya hicimos lo nuestro en su momento. En cualquier mundo decente ya estaríamos criando malvas, y la gente como Kris estaría disfrutando. No es justo.

Sin darse cuenta, Kris se acomodó en la silla e identificó las distintas sensaciones que recorrían su cuerpo en ese momento. Se alegraba de tener cerca a sus bisabuelos para cuando los necesitase. Sí, el mundo pertenecía a los jóvenes, pero no le importaba compartirlo.

Peligro estiró el brazo para poner su mano sobre el hombro de su amigo.

—Sigues echando de menos a Rita.

—Pienso en ella todos los días, pero no me refiero a eso. Este tendría que ser el mundo de Kris.

Kris se acercó para acariciar a ese hombre que, más que una persona, era un ídolo para ella.

—Bisabuelo, es mi mundo, pero eso no quiere decir que no haya sitio para ti. Es mío y de los chicos que hay sentados en esas mesas. Y también tuyo. Todos estamos en peligro y necesitamos que nos ayude la gente que consideramos buenas personas. ¿En tu época decíais: «Alegra esa cara, camarada»?

—Probablemente más que ahora —masculló Ray.

—Ahora te contará que tenía que andar treinta kilómetros para ir al colegio por un monte muy empinado en cualquier estación del año, incluso con nieve —predijo Peligro entre risas—. ¿No decías hace un minuto que debíamos respetarlos porque era su mundo?

—Es todo suyo, pero eso no significa que los respete.

Todos se rieron, y Ray fue el primero en recobrar la compostura.

—Sigo pensando que hay que sopesar con calma la idea de tener un rey. Por ejemplo, ningún miembro de la casa real debería estar en el Parlamento... o en la cámara de los comunes, como solían llamarlo.

Kris, la estudiante de ciencias políticas, se incorporó inmediatamente en su asiento. Sus amigos y ella habían comentado las ideas más extravagantes cuando estaban en la universidad y venían a ese local a charlar. La conversación se parecía a la de aquellos tiempos.

—¿Qué es lo que quieren hacer?

—Quieren reducir la financiación política —explicó Peligro—. Durante los veinte años que Ray sea rey, nadie de su familia puede dar dinero al Parlamento ni hacer donaciones para partidos ni campañas. Se piensa que así se evitará que las grandes fortunas entren en política. Pero nos hemos dado cuenta de que tu padre, el primer ministro Billy, no está entre ellos.

Kris sabía que el dinero era la cara y la cruz de la política. Al menos, esa propuesta tenía el beneficio de la duda porque no se había intentado nunca. Sin embargo, esa mención a su padre significaba que el tema iba a afectar a Kris de alguna manera.

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