Rebelde (49 page)

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Authors: Mike Shepherd

BOOK: Rebelde
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—Bien. Quiero que el alférez Lien y usted cambien puestos.

—No estoy entrenada para manejar armas, señor.

—Por lo que tengo entendido, nadie a bordo de esta nave está entrenado para combatir desde una estación —gruñó el capitán—, pero ustedes lo estarán. Lien, fuera de ahí. Vamos a ver qué tal se le da disparar a Longknife.

De modo que Kris se trasladó hacia la estación de armas ofensivas, justo delante del capitán y al lado del timón.

Tommy no parecía en absoluto aliviado mientras se trasladaba a la estación defensiva, detrás y a la derecha de Kris. Kris nunca le había hablado a Hancock de los problemas de Tommy con las armas, pero dudaba que cualquier argumento fuese a convencer al coronel de la Marina. Si es que había algo capaz de convencerlo.

Thorpe sincronizó las armas, el timón y los sistemas de defensa en una simulación; aparecieron señales hostiles en el límite del radar de la Tifón. Cuando Kris preguntó cómo habían llegado allí, el capitán respondió:

—Mi trabajo es conseguirles unos objetivos. El suyo, acabar con ellos.

Así que Kris, Tommy y un alférez nuevo, Addison, con reflejos tan rápidos como un rayo, llevaron a cabo el simulacro girando y volviéndose, esquivando y cargando, hasta que los enemigos no fueron más que polvo espacial, y las manos de Kris atenazaban los mandos.

—Ahora, otra vez.

Y eso hicieron. Más allá del puente, Kris pudo oír a la tripulación ejecutando maniobras para cualquier posible eventualidad, desde una ruptura del casco a un fallo de contención del reactor. Solo escuchó la maniobra de evacuación una vez; aquella en particular no debía de gustarle mucho al capitán. En el puente, Kris sorteó problema tras problema, disparando a los objetivos con hostilidad y abatiéndolos con láseres.

Según el reloj de la nave, era muy tarde cuando Kris regresó a su camarote.

A la mañana siguiente, el toque de diana sonó a las cinco. Kris se duchó, se vistió, engulló el desayuno y llegó al puente a las seis en punto. Los simulacros empezaron de nuevo.

—Habéis tardado demasiado en ocuparos de esos capullos. Quiero verlos reducidos a polvo en quince minutos desde el primer contacto. Addison, más agresividad. Longknife, utilizas demasiados disparos para ubicar el objetivo. No desperdicies energía situando al objetivo. Alcánzalo y punto.

Kris pensó que era mucho más complicado hacerlo que decirlo. ¿Cómo iba a saber qué dirección iba a tomar el enemigo? Pero cerró la boca y, en aquella ocasión, pasó un poco más de tiempo evaluando el comportamiento de sus objetivos.
Sí, el capitán los ha programado para que disparen tanto como él.
En los dos siguientes simulacros, el enemigo se aproximó a gran velocidad. Y Kris mejoró su precisión.

—Bien hecho, alférez. Piense como ellos.

—Si asume que van a entrar a degüello, señor —respondió Kris.

—Si no lo hacen, alférez, será su funeral. Solo hay una regla en la guerra: pega primero y pega duro. Todo lo demás solo sirve para que haya muchas viudas en nuestro bando.

—Sí, señor —contestó Kris, la única respuesta que él hubiese aceptado.

—¿Cuándo vamos a ir a por esa flota de batalla terrestre? —preguntó Addison.

—En cuanto nos den la orden, alférez —le informó el capitán.

—Sí que están tardando esos vagones de batalla terrestres.

—He oído que su diseño deja mucho que desear. —El oficial ejecutivo sonrió—. Tuvieron que reducir la presión medio g para que todos los componentes permaneciesen en su sitio.

—Pero como uno o dos alcancen la órbita del planeta se acabó Alto Bastión, se acabaron los elevadores y toda la gente que haya debajo —observó el capitán.

Por supuesto, pensó Kris, la Tierra podría haber rebajado medio g la presión para que los políticos tuviesen más tiempo para solucionar aquel desastre. Se guardó aquella idea para sí; estaba a bordo de un navio de guerra, y su trabajo consistía en defender Bastión. El capitán iba a asegurarse de que aquella punta de lanza fuese la más afilada. Y Kris no estaba dispuesta a mellarla.

Al mediodía, mientras la tripulación estaba comiendo, Thorpe ordenó a Tom que activase la configuración de combate de la Tifón.

—Longknife, supervisa el proceso. No quiero pasarme la semana que viene buscando el armario de las escobas. —El capitán observó al oficial ejecutivo mientras hablaba, de modo que Tommy no perdió su característica sonrisa. Pese a ello, trabajó despacio y metódicamente mientras Kris lo acompañaba en la estación. Comprobó todos los cambios sin que Kris tuviese que indicárselo. Era una reconfiguración estándar; se había llevado a cabo en suficientes ocasiones como para que no hubiese el menor error. Una vez llevados a cabo todos los preparativos, Tom informó—: Estamos listos, señor.

El capitán asintió en dirección al guardia.

—Todo el mundo listo para la reconfiguración —anunció—. Todos los guardias a sus puestos.

»Adelante, alférez —ordenó el capitán, y Tommy empezó a pulsar teclas en su panel de control. Dado que la mayoría del personal se encontraba en la cantina, la configuración de esta se mantuvo. Después, los mecanismos de la nave se contrajeron. Luego, las estancias de la tripulación en el exterior de la nave se unieron, de modo que las habitaciones dobles pasaron a ser de ocho camas, y el diámetro de la nave se redujo a la mitad. Por toda su extensión, amplios pasillos se convertían en angostos corredores. Los almacenes, con grandes accesos, empequeñecieron. Por último, el aislamiento entre los mecanismos y el resto de la nave ganó espesor, y el vehículo perdió veinte metros de longitud.

»Ahora la Tifón es un auténtico navio de guerra, además de un objetivo pequeño —dijo el capitán con satisfacción—. Guardia, que toda la tripulación compruebe si falta algo e informe de forma inmediata al alférez Lien. Alférez, no pierda el tiempo intentando corregir errores. Me gusta la solución de Longknife. Vacíe todos los espacios mal ubicados, bórrelos y vuelva a crearlos en la posición correcta.

—Sí, señor —dijo Tommy mientras guiñaba un ojo a Kris. Quizá se hubiese metido en el bolsillo al capitán antes incluso de la carta de recomendación de Hancock.

Preguntándose cómo podrían empeorar las simulaciones, Kris se dirigió a comprobar su camarote. Atravesó rápidamente los estrechos pasillos para encontrar su habitación donde debía estar. Cuando ella y la sobrecargo Bo comprobaron que su equipo también se encontraba en su sitio, supervisaron a paso ligero los camarotes de las mujeres. No había problemas; incluso las quejas habituales por tener que compartir la habitación con otras siete personas habían desaparecido.

—Esta vez están asustadas de verdad —murmuró Bo mientras se marchaban.

De modo que Kris llegó tarde a comer. Después de ver reducido su tamaño, la nave carecía de sala de oficiales; estos debían compartir el almuerzo con el resto del personal en la cantina. La mayoría de los tripulantes ya había comido, con la excepción de la tripulación del puente y, al parecer, los ingenieros de supervisión. El oficial ejecutivo presidía una mesa alejada de la puerta y apartada de las demás. El comandante Paulus, oficial ingeniero de la nave, estaba rodeado por sus oficiales y hombres en una mesa lo más alejada posible de la del director ejecutivo. Tommy se había unido a los ingenieros y seguramente estuviese demasiado inmerso en alguna discusión sobre nanotecnología de esas que tanto le gustaban. Conteniendo un suspiro, Kris se dirigió hacia un asiento libre al lado del oficial ejecutivo, quedando codo con codo con el oficial de comunicaciones y el teniente de la nave, quienes, junto al oficial ejecutivo, cumplían turnos de ocho horas siete días a la semana como oficiales de cubierta.

Kris y los otros dos alféreces también debían ocupar sus puestos como oficiales de cubierta. O al menos es lo que debía ocurrir si la Tifón tuviese quince oficiales a bordo. Pero estaban en tiempos de paz.
¡Claro!
Durante el último viaje, Kris había permanecido en su puesto como oficial de cubierta y había sido relevada por mayores y suboficiales de primera. Se preguntaba en qué medida cambiarían las cosas durante aquel viaje.

—Así que las cosas se complicaron en Olimpia —comenzó el oficial ejecutivo cuando Kris se sentó.

—Tenían un problema con los bandidos —se limitó a decir Kris.

—¿Y ya no lo tienen? —preguntó el oficial de comunicaciones.

Kris sopesó su respuesta con precaución mientras saboreaba un pedazo de carne con patatas y judías.

—Nos ocupamos de algunos de los elementos hostiles. Alimentamos a los hambrientos. Problema resuelto.

—Bonita versión de algo que, por lo que he oído, fue todo un tiroteo —insistió el oficial ejecutivo.

—Hubo momentos de gran tensión —confirmó Kris.

—Entonces, ¿quiere vivir la misma tensión aquí? —El teniente de la nave sonrió de oreja a oreja.

En la minúscula cadena de mando de la Tifón, era el jefe de división de todos los oficiales menores que no formasen parte de la división de ingenieros y, por lo tanto, jefe de Kris.

—Prefiero esperar que triunfe la sensatez —dijo, mirando a sus judías.

—Que Dios nos salve de la sensatez —añadió de pronto el oficial de comunicaciones.

—Esta situación ha estado fraguándose durante años —dijo el oficial ejecutivo—. Los burócratas de la Tierra no han hecho más que encadenarnos. Diciéndonos esto, ordenándonos aquello. Es hora de que hagamos lo que tenemos que hacer, no lo que nos dicten unos calientasillas bien pagados de ese planeta.

Kris no tuvo que añadir nada, así que se concentró en la comida. El oficial ejecutivo llenó el silencio con todos los argumentos a favor de la guerra con los que ya estaba familiarizada. Racionalmente, no suponían ninguna diferencia para Kris. Pero ¿no le había advertido el doctor Meade a su clase que la guerra se asentaba en raras ocasiones en la realidad? «Las emociones. Son las emociones las que la provocan», había dicho. Kris tomaba buena nota, pero no creía en aquellas palabras. Sin embargo, entonces parecía que el doctor sabía bien de lo que hablaba, al menos a juzgar por lo que se estaba diciendo en el comedor. Cuando hubo terminado, se levantó y recogió su bandeja.

—¿Lista para disparar a esas antiguallas terrestres? —preguntó el oficial ejecutivo.

—Dispararé a todo aquello que el capitán me ordene —dijo Kris.

—Bien, alférez. Muy bien —dijo el oficial ejecutivo con una amplia sonrisa.

El capitán Thorpe se encontraba en el puente cuando Kris regresó, después de haber tomado el almuerzo en su habitación. Tenía listas unas simulaciones que hacían que las de la mañana pareciesen sencillas. La tarde pasó rápido.

Cuando el capitán la dejó marchar, Kris encontró su habitación rápidamente. La sobrecargo Bo ya estaba roncando, recordándole a Kris (aunque no lo necesitase) los estrechos espacios de aquella nave de guerra. A las seis de la mañana del día siguiente, Kris se encontraba de nuevo en su puesto. El capitán estaba inclinado sobre el suyo, aparentemente sin reparar en la llegada de la tripulación al puente, que ya había inspeccionado las estaciones y esperaba sus órdenes.

Thorpe encendió su comunicador sin mirar hacia arriba.

—Aquí el capitán. El escuadrón de ataque rápido 6 y la Tifón han sido destinados al sistema París. Allí nos encontraremos con el resto de la flota de Bastión y naves de otros planetas listas para enfrentarse a la amenaza de los terrícolas. Desde este instante, la nave se encuentra en estado de guerra.

—Nelly —susurró Kris de forma apenas audible.

—Los medios informan de que la flota terrestre y cerca de cien escuadrones planetarios van a encontrarse en el sistema París para decretar su retirada oficial de la Sociedad de la Humanidad. El sistema París es prácticamente inhabitable, con un número poco habitual de puntos de salto creados por la colisión de dos sistemas desde la creación de los puntos de salto por los alienígenas.

—Ahórrame las formalidades —ordenó Kris mientras se formaba un nudo en su estómago—. Se supone que esta es una reunión pacífica, ¿verdad?

—Llegan noticias e informes desde todo el espectro, apostando por la guerra, la paz o cualquier alternativa arriesgada, reflejando generalmente distintas posiciones editoriales o comentarios del pasado.

—¿Qué dice el primer ministro?

—Dice que esta será la paz de nuestro tiempo. —Kris recordó aquella cita, hurgó en su memoria, encontró su origen y no le gustó a qué estaba ligada.

—La responsabilidad de la nave es mía —anunció el capitán—. Puedo sacarnos de este puerto. Así que vamos a empezar por poneros unas simulaciones muy complicadas a vosotros tres. —De modo que Kris se puso en marcha y se pasó el resto del día superando las pruebas del capitán. Le dolían los brazos y las manos hasta el punto de que se desplomó sobre la cama, rindiéndose al sueño antes de quitarse los zapatos.

A la mañana siguiente, la sobrecargo Bo estaba lavándose los dientes cuando Kris se despertó.

—Estabas tan dormida que no has oído el toque de diana —le informó, con la boca llena de dentífrico—. Imaginé que te vendrían bien unos minutos de descanso. ¿Sabes que se te movían las manos mientras dormías?

—Estaba soñando con escenarios de batalla —admitió Kris.

—Bueno, pues estabas empleándote a fondo.

Kris se desvistió, se metió en la ducha y dejó que el agua cayese sobre ella durante medio minuto antes de caer en la cuenta de lo que se le había olvidado preguntar. Cogió una toalla y le preguntó a la sobrecargo:

—¿Recuerda si dimos algún salto ayer por la noche?

—No, los saltos siempre me despiertan. Por muy profundamente que esté durmiendo, siempre consiguen interrumpirme el sueño.

—Nelly, ¿anunciaron algún salto durante la noche, o me perdí alguno ayer?

—La nave aún no ha saltado fuera del sistema Cambria.

Kris levantó la mano, estimando su peso.

—Una g, puede que un poco más.

—Una con veinticinco g, señorita. Caray, pensaba que los del puente erais los primeros en enteraros de estas cosas.

—El capitán debió de dar la orden mientras dormía. Debíamos haber llegado a cualquiera de los puntos de salto de Cambria hace horas.

—Supongo que no vamos a utilizarlos. He oído que estamos en guerra o algo así —dijo la sobrecargo con un tono áspero—. Quizá los mandos estén optando por opciones inesperadas.

—Sí —dijo Kris. El capitán los había sometido a muchas simulaciones, así que ya debía de haber dejado de pensar como si estuviesen en tiempos de paz. Pero si los habían hecho viajar a través del elevador, a bordo del Viajero Feliz, ¿por qué no utilizar el salto menos transitado?—. Nelly, registra la aceleración de la nave y avísame de qué salto utilizamos.

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