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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Recuerdos (34 page)

BOOK: Recuerdos
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—Déjeme expresarlo de esta forma —dijo Avakli—. Si alguna vez ha viajado en un correo imperial rápido en los últimos cinco años, probablemente ya ha puesto su vida en sus manos, igual que en las de los ingenieros que calibraron las varas de Necklin de las naves. También hizo el implante para el piloto personal del Emperador.

—Muy bien. Acepto su elección. ¿Cuándo podemos traerlo aquí, y cuándo puede empezar a trabajar?

—Podríamos traerlo del distrito vordariano esta noche, pero creo que es mejor dejar que disfrute de un buen descanso primero. Yo le daría un día como mínimo para que estudie el problema y planee su estrategia quirúrgica. Después de eso… será cosa suya. Probablemente realicemos la operación pasado mañana, como muy pronto.

—Ya veo. Muy bien. —No había nada más que Miles pudiera hacer para precipitar esa parte del asunto—. Eso da al equipo del doctor Avakli dos días más para afrontar su parte del problema. Infórmenme si encuentran alguna nueva idea que no implique que Illyan pase por más… de esto. ¡Oh! Tengo una sugerencia. Cuando la operación termine, el equipo del doctor Avakli efectuará un examen forense del chip. Quiero que le hagan una autopsia a la maldita cosa. ¿Qué causó la avería? SegImp y yo queremos saberlo. He pensado añadir un hombre al equipo: aportará su interesante experiencia galáctica. Tiene un laboratorio en el Instituto Imperial de Ciencias, en las afueras de Vorbarr Sultana, donde se encarga de trabajos especiales para el Imperio. Se llama Vaughn Weddell.

Antaño conocido como doctor Hugh Canaba de Jackson's Whole. Una de las primeras misiones Dendarii lo trajo de incógnito como refugiado. Se le proporcionó una nueva vida, con otro rostro y otro nombre en Barrayar. Realizó algunas de las investigaciones genéticas más secretas de la galaxia. La sargento Taura había sido uno de sus primeros y más ambiciosos proyectos.

—Es biólogo molecular por formación y profesión, pero sus primeras experiencias incluyeron una extraordinaria gama de… asuntos realmente extraños. Es un poco impredecible y, um, una especie de
prima donna
en cuanto a carácter, pero sin duda encontrarán sus ideas interesantes.

—Sí, mi señor. —Avakli tomó nota. La sugerencia de un Lord Auditor tenía el peso de una orden imperial, advirtió de nuevo Miles. Realmente tenía que vigilar lo que decía.

Y eso parecía todo cuanto podía hacer por ese día. Ansiaba regresar a la Residencia Vorkosigan y dormir.

En cambio, se acostó durante cuatro horas en una de las habitaciones destinadas a los pacientes; luego relevó a Alys Vorpatril en el turno de noche. El teniente Vorberg, que acudía a su trabajo, pareció complacido de cederles el puesto junto a la cama de Illyan, y se situó junto a la puerta de la clínica. Illyan durmió a ratos, despertándose cada veinte minutos en un nuevo arrebato de confusión y temor. Iban a ser dos días muy largos hasta la operación.

18

Los dos días se convirtieron, dolorosamente, en tres. Durante el último día, Illyan nunca llegó a ser lo bastante coherente para pedir la muerte, ni para expresar su terror por la inminente operación, lo cual dio un respiro a Miles. Las veloces secuencias de desorientación e inquietud de Illyan pasaban ahora demasiado rápidamente para resultar tranquilizadoras; se quedó aletargado, y sólo su cara torcida, no sus palabras, reflejaba el caos caleidoscópico del interior de su cabeza.

Incluso Alys encontró todo aquello insoportable. Sus pausas para descansar se fueron haciendo más largas, y sus visitas a Illyan más cortas. Miles aguantó, preguntándose por qué lo hacía. ¿Recordaría Illyan nada de aquello?
¿Podré olvidarlo yo alguna vez?

Illyan ya no se mostraba combativo, pero sus movimientos entrecortados eran bruscos e impredecibles. Se decidió no intentar mantenerlo consciente durante la operación. El seguimiento de sus funciones neurales superiores tendría que esperar hasta después. Miles experimentó un profundo alivio cuando los técnicos acudieron para anestesiar a Illyan y prepararlo; por fin se quedó inmóvil.

Como observador nombrado por Gregor, Miles siguió a la procesión hasta el mismo quirófano, situado cerca de los laboratorios, a pocos metros pasillo abajo de las habitaciones para los pacientes. Nadie sugirió que se quedara fuera.
¿Dónde se sientan los cuarenta kilos de Auditor Imperial? Donde él quiera
. Un técnico le ayudó a ponerse una bata esterilizada que le quedaba un poco grande, y le proporcionó un cómodo taburete desde el que tenía una buena visión de los monitores de holovid que registrarían cada aspecto del procedimiento, tanto dentro del cráneo de Illyan como de fuera, y un razonable panorama de la coronilla de Illyan, más allá del hombro del cirujano. Miles decidió que prefería contemplar los monitores.

El técnico depiló un pequeño rectángulo en el centro del cuero cabelludo de Illyan, algo casi innecesario dada su alopecia. Miles se creía curado de espantos respecto a todo tipo de derramamiento de sangre, pero su estómago dio un vuelco cuando el cirujano cortó diestramente cuero cabelludo y hueso y los retiró para acceder al interior del cráneo. La incisión fue diminuta, en realidad, una mera rendija. Entonces los microwaldos asistidos por ordenador fueron colocados en su sitio, ocultando el corte, y el cirujano se inclinó hacia sus ampliadores de visión, encogido sobre la cabeza de Illyan. Miles dirigió su atención a los monitores.

El resto de la operación apenas duró quince minutos. El cirujano cauterizó con láser los diminutos capilares que suministraban sangre al chip y mantenían con vida sus partes orgánicas deterioradas, y rápidamente quemó el conjunto de conectores neurales en forma de cilios, más finos que una tela de araña, que cubrían la superficie del chip. Un delicadísimo tractor manual quirúrgico sacó limpiamente el chip de su matriz. El cirujano lo depositó sobre una bandeja que le tendió el ansioso doctor Avakli, situado cerca de él.

Avakli y su técnico se encaminaron hacia la puerta llevando al laboratorio el chip muerto. Avakli se detuvo y miró a Miles, como si esperara que lo siguiera.

—¿Va a venir, milord?—inquirió.

—No. Le veré más tarde. Continúe, almirante.

Miles apenas era capaz de interpretar lo que estaba viendo en los monitores, pero al menos podía fijarse en el doctor Ruibal, que ayudaba al cirujano. Ruibal estaba atento pero relajado. Todavía no había ninguna emergencia, pues.

El cirujano colocó el fragmento de cráneo de vuelta a su lugar, lo fijó con pegamento biótico, cerró la incisión y la limpió. Nada más que una fina y limpia línea roja aparecía en el pálido cuero cabelludo; la gata Zap había dejado cicatrices de aspecto más sanguinolento en la carne humana.

El cirujano se irguió, y se desperezó.

—Ya está. Es todo suyo, doctor Ruibal.

—Ha sido… más sencillo de lo que esperaba —comentó Miles.

—Muchísimo más sencillo de lo que debió ser instalarlo —reconoció el cirujano—. Pasé unos minutos horribles cuando vi por primera vez el plano de esa cosa. Pensaba que iba a tener que entrar y quitar todos esos conectores neurales desde el otro extremo, a través del cerebro, hasta que me di cuenta de que podía dejarlos
in situ
.

—¿No habrá ninguna consecuencia por dejarlos allí dentro?

—No. Se quedarán allí, inertes e inofensivos. Como sucede con cualquier otro tipo de cable cortado, ahora no hay ningún circuito. Nada fluye.

—¿Puedo administrar ya el contra-anestésico? —preguntó el anestesista al doctor Ruibal y al cirujano.

Ruibal inspiró profundamente.

—Sí. Despiértelo. Vamos a averiguar qué hemos hecho.

Un siseo de hipnospray; el anestesista comprobó que la respiración de Illyan se animaba, y luego, a una señal del cirujano, sacó los tubos de la boca de Illyan y aflojó las correas que le mantenían sujeta la cabeza. Un poco más de color tiñó los pálidos rasgos de Illyan, mientras el frío tono de la inconsciencia remitía.

Illyan abrió los ojos; bizqueó, y su mirada pasó de un rostro a otro. Se humedeció los labios resecos.

—¿Miles? —rezongó—. ¿Dónde demonios estoy? ¿Qué estás haciendo aquí?

Miles se desanimó momentáneamente ante esta réplica con la que habían comenzado la mayoría de las conversaciones de los últimos cuatro días.

Pero la mirada de Illyan, aunque insegura, permaneció fija sobre su rostro.

Miles se abrió paso entre el equipo médico.

—Simon. Estás en el quirófano del cuartel general de SegImp. Tu chip de memoria eidética se estropeó, de forma irreparable. Acabamos de extraerlo.

—Oh. —Illyan frunció el ceño.

—¿Qué es lo último que recuerda, señor? —preguntó Ruibal, observándolo con atención.

—¿Recordar? —Illyan dio un respingo. Su mano derecha se agitó, se elevó hasta la sien, hizo un gesto como de llamada, se cerró en un puño, y volvió a caer—, Yo… es como un sueño. —Guardó silencio un instante—. Una pesadilla..

Miles pensó que esto era una admirable demostración de coherencia y correcta percepción, aunque la frente de Ruibal se llenó de arrugas.

—¿Quién… decidió… esto? —añadió Illyan. Una vaga indicación hacia su cabeza.

—Yo —admitió Miles—. O más bien, aconsejé a Gregor, y él consintió.

—Lo hizo él. ¿Gregor le puso al mando?

—Sí —Miles tembló por dentro.

—Bien —suspiró Illyan. Miles volvió a respirar. Los ojos de Illyan cobraron intensidad—. ¿Y SegImp? ¿Qué está pasando? ¿Cuánto tiempo…?

—El general Haroche dirige su comuconsola ahora mismo.

—¿Lucas? Oh, bien.

—Lo tiene todo bajo control. No hay ninguna crisis de importancia aparte de la suya. Puede descansar.

—Admito que estoy cansado —murmuró Illyan.

Parecía absolutamente agotado.

—No me extraña —dijo Miles—. Esto empezó hace más de tres semanas.

—Ya se ha acabado. —La voz de Illyan se volvió más inaudible, aún más insegura. Una vez más, su mano ejecutó aquel extraño gesto junto a su cara, como si convocara… como si tratara de convocar una imagen vid que no llegara a aparecer en el ojo de su mente. Su mano volvió a estremecerse, luego se cerró; casi pareció que la forzaba a volver a su sitio.

Ruibal, el neurólogo, avanzó entonces, y realizó sus primeras pruebas; Illyan no sufría ningún efecto secundario más serio que un leve dolor de cabeza, y algunos dolores musculares. Illyan estudió sus nudillos magullados con cierta diversión, pero no preguntó por ellos, ni por las marcas de sus muñecas. Cuando le devolvieron a su habitación de la clínica, Miles los siguió.

Ruibal le informó en el pasillo, después de que Illyan fuera devuelto a su cama.

—En cuanto su recuperación física quede comprobada… en cuanto haya comido, evacuado y dormido, empezaré las pruebas cognitivas.

—¿Cuándo podrá…? No, supongo que es demasiado pronto para preguntar eso. Iba a preguntar cuándo podrá regresar a casa.

O lo que Illyan entendía por casa. Miles recordó su propia estancia en aquellos apartamentos sin ventanas y se estremeció.

Ruibal se encogió de hombros.

—Si no se presentan nuevas complicaciones, estaría dispuesto a darlo de alta después de dos días de observación. Tendría que volver para someterse a pruebas diarias, por supuesto.

—¿Tan pronto?

—Como ha visto, la operación no ha sido muy complicada. Casi es menor. Físicamente.

—¿Y no físicamente?

—Tendremos que averiguarlo.

Miles entregó su bata esterilizada a un técnico, y volvió a ponerse la túnica y las condecoraciones. En cuanto se vistió, asomó la cabeza a una oficina lateral. Lady Alys Vorpatril estaba sentada allí pacientemente; alzó la cabeza al detectar movimiento.

—Se acabó —informó Miles—. Hasta ahora va bien. Parece haber vuelto a la normalidad. Aunque está un poco aturdido. No veo motivo para que no lo veas, si quieres.

—Sí. Quiero. —Lady Alys se puso en pie, y pasó ante él.

Miles visitó el laboratorio donde se encontraban Avakli y su equipo, pasillo abajo.

Avakli tenía ya al chip bajo un escáner, pero no había empezado a desmontarlo todavía. Un nuevo rostro en el equipo, un hombre alto y delgado que se mantenía apartado de los demás, captó la atención de Miles inmediatamente.

El doctor Vaughn Weddell, anteriormente el doctor Hugh Canaba de Jackson's Whole, tenía ahora la piel más clara, el pelo más oscuro, y ojos de color avellana en vez de marrón oscuro que lucía cuando Miles lo conoció. Un arco más alto de pómulos y nariz le daba un aspecto aún más distinguido. Pero su aire de complacida superioridad intelectual seguía siendo el mismo.

Los ojos de Weddell se dilataron al ver a Miles. Éste sonrió, sombrío. No había contado con que el buen doctor hubiese olvidado al «almirante Naismith». Miles se hizo a un lado con él, y bajó la voz.

—Buenos días, doctor Weddell. ¿Está disfrutando de su nueva identidad?

Weddell dominó con habilidad su sorpresa.

—Sí, gracias. Y, uh… ¿disfruta usted de la suya?

—En realidad, ésta es mi vieja identidad.

—¿De veras? —Weddell alzó las cejas mientras estudiaba y decodificaba el significado del uniforme de la Residencia Barrayaresa de Miles y sus condecoraciones, y la brillante cadena que rodeaba su cuello—. Mm. ¿He de entender pues que es usted el Auditor Imperial y he de agradecerle esta interrupción de mi trabajo en el Instituto Científico?

—Correcto. Los súbditos del Imperio tenemos a veces que cumplir obligaciones por sorpresa, ya debe de haberse dado cuenta. El precio de ser barrayarés. Uno de los precios.

—Al menos, su clima es una mejora —suspiró Weddell.

Respecto a Jackson's Whole, por supuesto. Y Weddell no se refería sólo al clima.

—Me complace mucho que las cosas hayan salido a su satisfacción —dijo Miles—. Si hubiera sabido que iba a verle, le habría traído recuerdos de la sargento Taura.

—Cielo santo, ¿sigue viva?

—Oh, sí. —
No gracias a usted
—. El almirante Avakli le habrá informado, supongo, del delicado problema que he encomendado resolver a este equipo. Esperaba que, de surgir alguna conexión galáctica interesante, su pasado más o menos ecléctico podría ayudarlos. ¿Tiene ya alguna idea?

—Varias.

—¿Tienden a causas naturales, o a sabotaje?

—Buscaré signos de sabotaje. Si no puedo encontrar ninguno, podremos acabar considerando que son, por defecto, causas naturales. El análisis tardará varios días, si se hace concienzudamente.

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