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Authors: Katherine Neville

Tags: #Intriga, Policíaco

Riesgo calculado (27 page)

BOOK: Riesgo calculado
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La mañana del jueves, día de Nochebuena, Tavish aún no había descifrado los códigos. Pavel ya se había marchado, «para evitar la locura de la ciudad», así que, cuando sonó el teléfono, respondí yo misma.

—Querida —me dijo Lelia con una voz apagada—. ¡Se trata de un asunto de
grave urgence
! ¡Qué desgracia! Tienes que venir ahora, hoy.

—Cálmate, Lelia. ¿Ir adónde? Pensaba que estabas en Europa.


Da
. Estoy en Europa, pero ahora estoy aquí, en mi dormitorio.

Había olvidado que, en momentos de crisis, Lelia sólo sabía conjugar un tiempo verbal.

—Iremos paso a paso —le dije—. Estabas en Europa, pero ahora has vuelto a casa. ¿Dónde están Georgian y Tor? ¿Hay alguien ahí que me sirva de intérprete?

—No,
bozemoi
, ¡estoy tan
fatiguée
! Chorchione se ha ido a Europa en mi lugar, pero Zoltan no quiere charlar conmigo. Los dos están muy
fachés avec moi
.

—¿Por qué están los dos enfadados contigo? —pregunté alarmada—. ¿Por qué ha ido Georgian a Europa en tu lugar? ¿Por qué no me ha llamado Tor personalmente si tiene algún problema?

—No hay teléfono donde él está —me aseguró Lelia.

No me pasó por alto que incluso en la cárcel hay teléfonos. ¿Dónde podía estar?

—¿No está ahí? —pregunté.


Là? Mais non! Je suis dans ma chambre
!

—No me refiero a tu habitación, sino a Nueva York.

—Está cerca, pero no es posible que él hable contigo. Quiere que vengas a Nueva York,
tout de suite
, hoy. Te envío un billete a
l'aéroport
. ¿Tu vas venir?
le m'explique
cuando llegas.

—¿Cuándo quieres
t'expliquer
, Lelia? —inquirí—. Tengo mucho trabajo aquí. ¡No puedo irme a Nueva York durante el cierre del ejercicio! Dile a Tor que, si quiere hablar conmigo, me telefonee él mismo. Estoy harta de sus pequeñas intrigas y, francamente, me sorprende que te haya convencido para hacer esto.


Tu me creves le coeur
! —exclamó Lelia—. ¡No tienes confianza en mí! Ven aquí. Te daré las explicaciones cuando llegues.

—Te diré lo que haré —repliqué, más que irritada—. Dejaré un mensaje en el contestador automático de Tor. Si tan importante es, puede llamarme él y explicármelo en inglés.

—No entiendes mi
anglais
—gimió Lelia.

Ya estaba hasta las narices de aquellos jueguecitos, de modo que le mandé un beso y colgué.

Al hacerlo vi que la luz de la otra línea parpadeaba; cuando cogí de nuevo el teléfono, me olvidé por un momento de Lelia. Lo último que me esperaba era una llamada de Peter-Paul Karp, el antiguo jefe de Tavish y el nuevo de Pearl. Llamaba para invitarme a comer.

La perspectiva de pasar una hora o más con Karp era como una penitencia. ¡Decidí aceptar, aunque sólo fuera para averiguar qué tenía en lo que yo, de forma vaga, llamaba su mente!.

Nos encontramos en el restaurante de su elección: el Cout que Cout, que significa «cueste lo que cueste» en francés. Lo conocía bien; era el tipo de sitio donde
los
camareros, según la tradición francesa del tiempo ilimitado, pasan lentamente por tu mesa, al menos cada dos o tres horas, para ver si todavía estás interesado en comer. Karp llegó quince minutos tarde y se empeñó en enzarzarse en charlas ociosas con todos los miembros del personal, incluido el chef, que surgió de la parte de atrás, antes de llegar a la mesa en la que yo le aguardaba.

Se negó a ir directamente al grano. Primero se entretuvo con el menú y la carta de vinos hasta que estuve a punto de ponerme a gritar. Cuando por fin terminamos de pedir, me dedicó una sonrisa para darme coba.

—Acabo de regresar de una visita a mi patria, Alemania —me informó—. Según me han dicho, estaban considerando la posibilidad de asignarle un puesto allí.

—Lo sé, gracias por la recomendación —le dije.

Él indicó con un gesto que no valía la pena hablar de ello.

—Es un lugar fantástico, Banks. No debería haber desperdiciado esa oportunidad tan alegremente. Claro está que para mí es diferente; yo hablo alemán con fluidez y mi familia, por supuesto, se remonta a más de mil años…

—¿De verdad? Qué coincidencia —le dije—. ¡La mía también! Lo que ocurre es que no recordamos quiénes fueron.

Me lanzó la mirada que esperaba, pero al menos conseguí que volviera al tema principal.

—Le he pedido que viniera, Banks, para advertirla —me informó, apoyándose al mismo tiempo sobre un codo—. Un consejo amistoso de un colega a otro. El problema que ha provocado es difícil de expresar; se extiende por todo el sistema bancario. La semana pasada me llamó Willingly, diciendo que se trataba de algo muy urgente. Cuando fui a verlo me dijo: «Banks no respeta las reglas del juego.» ¿Sabe a qué juego me refiero? Al juego de los hombres en los negocios. Siendo como soy alemán, sé muy bien en qué se diferencian las mujeres de nosotros. ¿Comprende?

—¿Qué trata de decirme? —inquirí, deseosa de saltarme aquella clase de biología.

—¿Sabe? Su jefe, Willingly, es muy amigo de Lawrence. ¡Incluso le ha propuesto como miembro del Vagabond Club! Tal vez ingrese este mismo mes.

—¿Qué debo hacer, echarme a llorar? Desde luego que no me entusiasma, pero Kiwi es feliz, Lawrence es feliz, todo el mundo es feliz.

—Todos menos yo —repuso torvamente—. Le he contado todo esto porque me debe una.

—Pongamos las cosas en claro, Karp. Yo no le debo nada, salvo una comida, es decir, siempre y cuando pague ésta. Ya sabía todo
eso
. El propio Kiwi me lo contó.

—¿Sabía también que Willingly va a ser, ascendido? Al puesto de Lawrence. Ya no puede tardar mucho. Tan pronto como Lawrence ascienda a lo más alto.

—¿Ascienda a lo más alto? —repetí estúpidamente.

Traté de mostrarme despreocupada, pero noté que la mandíbula se me desencajaba. ¿Lo más alto de qué? ¡Ni siquiera los miembros del consejo, por limitada que fuera su imaginación, serían tan ingenuos como para convertir a un hijo de puta sin escrúpulos como Lawrence en presidente del banco! Eso sería como nombrar al zorro jefe del gallinero.

—Ahora me debe un favor —me decía con aire satisfecho—. Ya ve que sus días están contados. Volverá a estar en la pista de Willingly y le tocará a él tirar la pelota.

—Sacar la pelota —le corregí. Sin embargo, no cabía duda, de que Kiwi debía de haber preparado ya sus tácticas de presión en toda la pista.

Si Kiwi ponía de nuevo las manos sobre mí, estaba acabada. No valía la pena fingir con Karp; probablemente sabía más sobre mi destino que yo misma en aquel momento. Si Kiwi se hacía cargo de todo, podía despedirme de mi robo, mi apuesta, mi empleo y mi culo.

—¿Qué es lo que quiere? —le pregunté—. Será mejor que lo diga ahora; al parecer, pronto no estaré en situación de hacer muchos favores.

Se inclinó más hacia delante y me susurró en confianza:

—¡Tiene que deshacerse de ella! ¡Está intentando hundirme! Quiere mi puesto y todo el mundo lo sabe. Me moriré de una úlcera si tengo que esperar a que Willingly se deshaga de ella por mí. Pero sé que a usted la escuchará. Usted puede hacer que se vaya.

—¿Se refiere a Pearl? —pregunté, tratando de contener la risa.

—Sí, la
schwartze
—siseó—. No es cosa de risa. Se ha vuelto loca. Se pasa el día haciéndome rellenar impresos, todo ese papeleo burocrático, ¡y me sigue a los lavabos! Usted sabe tan bien como yo que nadie cumple todas esas reglas, ¡no tendríamos tiempo para nada más! Pero si me equivoco en una única cosa, presentará una queja contra mí; ella misma me lo ha dicho. ¡Creo que es una espía!

Tenía las venas de la nariz muy abultadas a causa de la excitación. Recordé lo que Tavish me había dicho sobre su adicción a la cocaína. Pero también recordé otra cosa: el tráfico ilegal de sistemas informáticos que llevaba a cabo.

—¿Qué podría estar haciendo usted que resultara interesante espiar? —pregunté con toda candidez.

—¿Cree que no sé cómo descubrió lo de Frankfurt a tiempo para salvarse? ¿O cómo ha acabado trabajando para Lawrence? ¿Cree que Willingly y yo no sabemos lo que pretende con ese círculo de calidad? Está intentando descubrir las contraseñas y las claves de verificación. Quiere llegar al sistema de transferencias telefónicas, ¡para demostrar que su seguridad es la peor del banco!

¡Por suerte Kiwi largaba más de lo que recibía! Pero era una noticia espantosa. Significaba que Kiwi me pisaba los talones y que sabía lo que pretendíamos hacer, aunque era de esperar que ignorase la razón. Karp no hubiera podido olfatear todo eso por sí solo, con toda la cocaína que se metía por la nariz. Tenía que hacer algo de inmediato.

—Peter-Paul —le dije con voz amable—. No soy tan amiga de Pearl como parece creer, pero es posible que halle el modo de convencerla para que abandone su departamento. ¿Qué le parecería si le dijera que conozco un puesto al que ella se lanzaría sin pensarlo?

—Le estaría eternamente agradecido, Banks; sería su devoto esclavo.

—Haré lo que pueda —le aseguré, preguntándome cómo diablos iba a conseguirlo—. Pero, si lo logro, tendrá que dejar de conspirar con Kiwi contra mí. Detenga esta guerra entre nuestros departamentos, al menos hasta que termine con este proyecto. Y Tavish no podrá volver a su departamento hasta entonces, ¿conforme?

—Completamente —dijo él con sinceridad—. Tavish era lo último en lo que pensaba.

Métetelo por el tabique desviado, pensé. Pero en voz alta dije:

—Confío en usted.

Justo después de la comida, arrastré a Tavish hasta mi despacho. Parecía bastante taciturno.

—Quiero que instales programas de seguimiento en todas las contraseñas que dan acceso a nuestros programas o archivos —le dije—. De alguna forma, Kiwi y Karp se han enterado de lo que tramamos y de que Pearl está también en el cotarro. Si no han sobornado a alguno del equipo, quizá rastreen nuestras actividades a través del propio sistema.

—Enseguida —convino Tavish—, pero primero deberías saber que Kiwi me ha estado tanteando; me ha invitado a comer hoy.

Me quedé paralizada.

—Divide y vencerás, parece ser su estrategia —le dije—. Yo he comido con nuestro querido amigo Karp. Quería un favor. ¿Qué quería Kiwi?

—Me ha ofrecido un puesto; ofrecido no es la palabra correcta, me ha amenazado.

—¿Amenazado? —Me quedé pasmada—. ¿Qué quieres decir con eso?

—En el momento mismo en que consigamos forzar un solo sistema o archivo, Lawrence espera que le enviemos un informe oficial sobre todas nuestras actividades. Entonces, nuestro grupo será disuelto de inmediato. Kiwi dice que puedo ir a trabajar para él. La alternativa es volver con Karp.

—¿Y por qué no quedarte conmigo en mi próximo proyecto? —sugerí tratando de calmarle.

—No vas a tener un próximo proyecto —me informó—. Realmente están hasta las pelotas; esta vez planean librarse de ti para siempre, y, Pearl te acompañará.

Perfecto. Aquellos dos imbéciles esperaban realmente que yo les entregara a Pearl como regalo de despedida. Y sin duda Lawrence estaba detrás de todo aquello. ¡Qué cerdo! ¿Por qué ser un bastardo parecía un requisito previo para formar parte de la banca?

—En realidad —le dije a Tavish—, tengo otro proyecto en la manga. Te he hablado de mi apuesta con el doctor Zoltan Tor, pero no he mencionado nunca lo que apostamos.

—Ojalá no hubiera oído jamás hablar de esa horrible apuesta —dijo Tavish con aire sombrío y la mano en la puerta—. ¿A quién le importa cuáles sean las apuestas? Son demasiado elevadas para mí. Acabaré en la cárcel, o deportado como extranjero indeseable, iY todo porque trataba de hacer algo tan noble y honorable como robar a un banco!

—Puedes dejarlo cuando quieras —le aseguré—. Pero yo sigo teniendo una apuesta, que se resume así: Si pierde Tor, me conseguirá ese trabajo en el Fed que Kiwi me saboteó. Pero si pierdo yo, tendré que trabajar un año directamente a las órdenes del doctor Tor.

—¿Trabajar para el doctor Tor? —Tavish se animó—. A mí no me parece que eso sea perder una apuesta. Si alguna vez llegara a conocerle, a estrechar su mano o a charlar con él un rato, me sentiría como si me hubiera muerto y estuviera en el cielo. Quería preguntarte hace días si no podrías arreglarlo tú, ya que lo conoces tan bien.

—Puedo decirte hasta el día en que te lo presentaré —le confié—. Será el día en que salgas ahí y descifres ese maldito código.

A las cinco Pearl estaba en mi despacho, deambulando por él como una pantera.

—Bien, ¿entonces, qué te ha dicho? —preguntó, bufando de cólera.

—Me ha pedido que le libre de ti, que te encuentre otro trabajo.

—¿Dónde?

—En Siberia. ¿Qué más le da? Dice que le vuelves loco obligándole a rellenar impresos, ¡y que incluso le sigues al lavabo de los hombres!

—¡Eso es una mentira descarada! —exclamó—. Quizá le haya esperado en la puerta del lavabo de hombres un par de veces…

—Tienes que dejarlo. —Reí—. He accedido a apartarte de Karp y debo hacerla. Sólo será durante una temporada, pero no puedo arriesgarme a sus ataques de histeria. El tiempo se me acaba. Si no conseguimos entrar en ese sistema esta noche, habré perdido la apuesta y Tor lo adivinará enseguida. Tal vez aún podría mover algo de dinero, poner en evidencia a unos cuantos Karps y Kiwis, como yo había imaginado al principio. Pero ya tengo a todo el banco respirando tras mi nuca. No tardarán mucho tiempo en imaginar el resto, y cuando lo hagan será mejor que tenga un triunfo para oponer a su as, o me veré obligada a hacer las maletas y salir de la ciudad.

—¿Esta noche? —dijo Pearl—. Cielo, no puedo creerlo. Hace apenas unas semanas que empezó este asunto, un mes como mucho. En cierto sentido, hasta ahora todo me había parecido un juego. Pero vas a hacerlo realmente, ¿verdad?

—Puedes apostar lo que quieras —le dije.

Al darme cuenta de las palabras que había utilizado, hice una mueca. Era esa estúpida y condenada apuesta lo que, en menos de un mes; me había metido hasta el fondo en el lío en el que me hallaba. ¿Cómo lo había conseguido Tor en un corto día en Nueva York? Un mes antes, yo era la mujer que ocupaba el puesto ejecutivo más alto en el mayor banco del mundo. Había dedicado una vida entera a aprenderlo todo sobre la banca. Tenía a mis espaldas una carrera tecnológica de doce años y la promesa de otra aún más gloriosa por delante. Al llegar la medianoche de aquel día, o bien estaría robando un banco o bien en un avión camino de Nueva York para firmar un contrato de lo que parecía que iba ser una esclavitud eterna. Y todo gracias a Tor, que había convertido mi chispa de venganza en una
vendetta
internacional. Dios mío, ¿es que no aprendería nunca?

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