Robots e imperio (25 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Robots e imperio
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Estallaron los aplausos ensordecedores y Gladia entrecerró los ojos, con alivio. Permaneció de pie para permitir que continuaran y la envolvieran en su bienvenida indicación de que había hablado bien, y lo que era más, suficiente. Cuando empezaron a ceder, sonrió, se inclinó a derecha e izquierda y empezó a sentarse,

Entonces, de entre el público, una voz dijo:

–¿Por qué no nos habla en solariano?

Se quedó helada, a pocos centímetros de la butaca. Sobresaltada, miró a 
D.G.,
 que movió ligeramente la cabeza y articuló en silencio "Ignórelo". Luego disimuladamente le indicó que se sentara.

Lo miró por espacio de uno o dos segundos, e inmediatamente se dio cuenta del mal efecto que les haría, con su posición semiagachada porque estaba a mitad de camino de sentarse. Se enderezó al momento y dirigió una sonrisa al publico, moviendo la cabeza de uno a otro lado.

Por primera vez se percató de ciertos objetos, al fondo de la sala cuyas lentes brillantes estaban enfocadas a ella.

¡Claro! D.G. había mencionado que el acto iba a transmitirse por hipervisión. Y, curiosamente, ya no le importaba, había hablado y había sido aplaudida y se encontraba delante de un público que podía ver, erguida y sin nerviosismo. ¿Qué podía importar la invisible adición?

Sin dejar de sonreír, respondió:

–La pregunta me parece amistosa. Queréis que os muestre lo que sé hacer. ¿Cuántos deseáis que os hable en solario? No vaciléis. Levantad la mano derecha.

Unas cuantas manos se alzaron. Gladia prosiguió:

–El robot humanoide de Solaria me oyó hablar en solariano. Esto fue lo que al final venció. Vamos..., dejad que vea a todos aquellos a los que les gustaría una demostración.

Más brazos se alzaron y, al momento, el público fue un mar de brazos levantados. Gladia sintió que una mano daba un ligero tirón a la pernera de sus pantalones y, de un rápido manotazo, la apartó.

–Muy bien. Podéis bajar los brazos ya, amigos y parientes. Tened en cuenta que lo que utilizo ahora es galáctico estándar, que es también vuestro idioma. Pero yo, claro, lo hablo como una aurorarna y sé que todos me comprendéis aunque mi acento, la forma de pronunciar mis palabras, os parezca divertida y la elección de las mismas pueda a veces desconcertaros un poco. Observaréis que en mi forma de hablar hay como notas que suben y bajan, casi como si cantara mis palabras. Esto parece siempre ridículo a cualquiera que no sea aurorano, incluso a los otros espaciales. Por el contrario, si paso al estilo solariano, como estoy haciendo ahora, observaréis al momento que el canto cesa y que las palabras se vuelven guturales, con unas "erres" que se arrastran... especialmente si no hay "rrrr" en ninguna parrrrte del panorrrrama verbal.

El público se echó a reír y Gladia lo observó con expresión seria.

Al fin, levantó los brazos e hizo un movimiento cortante hacia abajo y hacia afuera y las risas cesaron.

–No obstante, es posible que jamas vuelva a Solaria, así que no tendré ocasión de volver a servirme del dialecto solario. Y el buen capitán Baley –se volvió y se inclinó en su dirección, observando que tenía la frente cubierta de sudor– me ha informado que no sabe en qué momento podré regresar a Aurora, asi que también tendré que dejar de utilizar el dialecto aurorano. La única alternativa será hablar el dialecto de Baleymundo, y voy a empezar a practicarlo desde ahora.

Metió sus pulgares en un cinturón inexistente, sacó el pecho, bajó la barbilla, adoptó la sonrisa segura de D.G. y dijo con simulada voz de barítono:

–Hombres y mujeres de Baleymundo, funcionarios, legisladores, honorables jefes y compañeros todos del planeta, y en esto debo incluir a todos, excepto quizás a los no honorables jefes. –Se esforzó por incluir lo mejor que supo las pausas glóticas, y las "aes" átonas y pronunció cuidadosamente la "h" de "honorables", lo que resultaba casi un jadeo.

La risa fue esta vez más fuerte y más prolongada. Gladia se permitió sonreír y esperar tranquilamente a que se apagara. Después de todo, les estaba enseñando a reírse de sí mismos.

Y cuando todo volvió a estar tranquilo, dijo sencillamente en un aurorano sin exageración:

–Cada dialecto es divertido, o peculiar, para aquellos que no están acostumbrados a él. Y cada uno tiende a marcar a los seres humanos en grupos separados, y frecuentemente en enemigos. Sin embargo, los dialectos son solamente obra de la lengua. En su lugar, vosotros y yo y los otros seres humanos de cada mundo habitado, deberíamos escuchar la lengua del corazón, y para esto no hay dialectos. Ese idioma, si lo escuchamos, suena igual en todos nosotros.

Había terminado. Estaba dispuesta a volver a sentarse, pero surgió otra pregunta. Esta vez la voz era de mujer.

–¿Qué edad tiene?

Ahora, D.G. masculló entre dientes:

–Siéntese, señora. Ignore la pregunta.

Gladia se volvió a mirarle. Estaba a medio levantar. Los otros componentes del grupo de la tribuna, por lo poco que podía verles fuera de la luz del reflector, estaban tensos, inclinados hacia ella. Se volvió al público y exclamó con vos estentórea:

–La gente de la tribuna quiere que me siente. ¿Cuántos de ustedes quieren que me siente? Los noto silenciosos.. , ¿Cuántos quieren que siga aquí y les conteste honradamente?

Hubo un estallido de aplausos y gritos de:

–¡Conteste! ¡Conteste!

–La voz del pueblo –dijo Gladia–. Lo siento. D.G. y todos ustedes, pero me mandan hablar.

Miró al reflector, cerrando los ojos y gritó:

–Ignoro quién controla las luces, pero ilumine el salón y apague el reflector. No me importa lo que pueda significar para las cámaras de hipervisión. Asegúrese solamente de que el sonido siga perfecto. A nadie le importará si no se me ve muy bien, siempre y cuando puedan oírme.

¿Entendido?

–Entendido –fue la respuesta multitudinaria. Luego: – ¡Luces! ¡Luces!

Alguien de la tribuna hizo un gesto desesperado y el público fue inundado de luz.

–Así está mucho mejor –dijo Gladia–. Ahora puedo veros a todos, amigos míos. Querría especialmente ver a la mujer que hizo la pregunta, la que quiere saber mi edad. Me gustaría dirigirme a ella directamente. No se avergüence. Si ha tenido el valor de formular la pregunta, debe tener el valor de hacerla abiertamente.

Esperó y finalmente una mujer se levantó en las filas centrales.

Su cabello oscuro estaba peinado hacia atrás, el color de su tez era canela claro y su ropa, muy ceñida para poner de relieve su cuerpo esbelto, era de diferentes tonos de marrón oscuro. Con voz algo estridente, protestó:

–No tengo miedo de levantarme. Ni tengo miedo de volver a preguntarle: ¿qué edad tiene?

Gladia la miró tranquila y se encontró incluso feliz por la confrontación. (¿Cómo era posible? Durante sus tres primeras décadas, había sido cuidadosamente preparada para encontrar intolerable la presencia real de un ser humano, y he aquí que ahora se enfrentaba sin temblar a miles de ellos. Estaba vagamente sorprendida y totalmente satisfecha.)

–Por favor, señora –le rogó Gladia– permanezca en pie, y hablemos. ¿Cómo puede medirse la edad? ¿En años transcurridos desde el nacimiento?

La mujer le dijo con perfecta compostura:

–Me llamo Sindra Lambid. Soy un miembro de la legislatura y por tanto uno de los "legisladores", y "honorables jefes" del capitán Baley. Honrada, en todo caso (se oyeron unas risas y pareció que el público estaba cada vez de mejor humor). Voy a contestar a su pregunta, creo que el número de años galácticos transcurridos desde el nacimiento es la definición habitual de la edad de una persona. Así, yo tengo cuarenta y cuatro años. ¿Y usted? ¿Por qué no nos dice un número?

–Lo haré. Desde mi nacimiento, han pasado y dejado atrás doscientos treinta y tres años galácticos, así que tengo algo más de veintitrés décadas..., o algo más de cuatro veces la edad de usted.

Gladia se mantuvo erguida, sabiendo perfectamente que su cuerpo menudo y esbelto, en aquella media luz, la hacía aparecer en aquel momento extraordinariamente juvenil.

Hubo un murmullo confuso por parte del público y un gemido por su izquierda. Una fugaz mirada en aquella dirección le mostró que D.G. se había llevado la mano a la frente. Gladia prosiguió:

–Pero esto es una forma enteramente pasiva de medir el tiempo transcurrido. Es una medida de cantidad que no tiene en cuenta su calidad. Mi vida se ha deslizado tranquila, podría decirse que ha sido aburrida. He atravesado una rutina establecida, resguardada de todos los acontecimientos exteriores por un bien engrasado sistema social que no dejaba lugar ni a cambios ni a experimentos, y guardada por mis robots, que se interponían entre yo y cualquier tipo de desventura.

Sólo dos veces en mi vida he sentido excitación y en ambas ocasiones intervino la tragedia. Cuando tenía treinta y tres años, más joven en años que ninguno de los que me estáis escuchando ahora, hubo un momento, afortunadamente corto, en que una acusación de asesinato se cernió sobre mí. Dos años más tarde hubo otro período que tampoco fue largo, en el que me vi involucrada en otro asesinato. En ambas ocasiones, Elijah Baley estuvo a mi lado. Creo que la mayoría de vosotros, quizá todos vosotros, estáis familiarizados con la historia contada y escrita por el hijo de Elijah Baley,

Debo añadir una tercera ocasión; en este último mes, en la que me he enfrentado con mucha excitación, alcanzando el punto álgido al ser requerida para enfrentarme a todos vosotros, algo que es enteramente distinto de cuanto haya podido hacer en mi larga vida. Y debo confesar que solamente vuestro natural bondadoso y vuestra amable aceptación de mí. lo han hecho posible.

Pensad cada uno de vosotros, el contraste de todo esto con vuestras propias vidas. Sois pioneros, y vivís en un mundo pionero. Este mundo ha ido creciendo durante todas vuestras vidas, y continuará creciendo. Este mundo no está aún del todo colonizado, y cada día es, y debe ser, una aventura. El clima en sí ya es una aventura. Primero tenéis frío, luego calor y otra vez frío. Es un clima rico en vientos y tormentas y cambios bruscos.

En ningún momento podéis sentaros y dejar que el tiempo transcurra, adormilado, en un mundo que va cambiando suavemente.

Muchos baleymundistas son mercaderes, o pueden elegir serlo y así pueden pasar la mitad de sus vidas recorriendo las sendas del espacio. Y si alguna vez este mundo es domado, la mayoría de sus habitantes pueden elegir pasar de esta esfera de actividades a otra menos desarrollada o formar parte de una expedición que encontrará un mundo apropiado, que todavía no ha conocido el paso de los humanos, y participarán en formarlo, sembrarlo y adecuarlo para la ocupación humana.

Medid la longitud de la vida por hechos y acontecimientos, logros y estímulos, y veréis en mí una niña, más joven que cualquiera de vosotros. La mayor parte de mis años han valido solamente para cansarme y aburrirme; los menos, para enriqueceros y estimularos... Así que, dígame otra vez, señora Lambid, ¿qué edad tiene?

Lambid sonrió:

–Tengo cuarenta y cuatro años útiles, señora Gladia.

Se sentó otra vez y los aplausos atronaron incesantes. A cubierto del ruido, D.G. preguntó con voz ronca:

–Señora Gladia, ¿quién le enseñó a manejar un público como éste?

–Nadie –musitó–. Nunca lo había intentado hasta ahora.

–Abandone mientras los domina. La persona que ahora se pone de pie es nuestro principal halcón de guerra. No necesita hacerle frente. Diga que está cansada y siéntese. Nosotros nos ocuparemos del viejo Bistervan.

–Pero es que no estoy cansada. Y me divierto.

El hombre que tenía ante ella, ubicado en la extrema derecha pero muy cerca de la tribuna, era alto, vigoroso, con unas cejas hirsutas y blancas, caídas sobre sus ojos. Su escaso pelo también era cano y sus ropas, de un negro profundo, llevaban una línea blanca a lo largo de cada manga y cada pernera como si quisiera poner límites a su cuerpo. Su voz era profunda y musical.

–Mi nombre –declaró– es Tomás Bistervan y me conocen muchos como 
El Viejo,
 en especial, creo yo, porque les gustaría que así fuera y que no me demorara mucho en morir. No sé cómo dirigirme a usted porque no parece llevar un apellido y porque no la conozco bastante como para llamarla por su nombre. Y a fuer de ser sincero, tampoco deseo conocerla.

Aparentemente, ha salvado usted una nave de Baleymundo en Solaria contras las trampas y artefactos montados por su gente, y se lo agradecemos. A su vez nos ha largado una sarta de tonterías pacatas sobre amistad y parentesco... ¡Pura hipocresía!

¿En qué momento su gente se ha sentido emparentada con nosotros? ¿Cuándo han sentido los espaciales algún tipo de relación con la Tierra y su gente? Es obvio que ustedes, los espaciales, descienden de la Tierra. No lo olvidamos. Tampoco olvidamos que ustedes sí lo han olvidado. Por más de veinte décadas, los espaciales controlaron la Galaxia y trataron a los del planeta Tierra como si fueran animales odiosos, de vida breve y contaminados. Ahora que estamos volviéndonos fuertes, nos tiende la mano de la amistad, pero esta mano lleva un guante, como todas vuestras manos. Procura no apartar su nariz de nosotros, pero esa nariz, aunque no se volviera, lleva filtros. ¿Qué? ¿Estoy en lo cierto?

Gladia levantó ambas manos y dijo:

–Puede ser que el público que está en este salón, y mucho más la gente que me ve por hiperonda, no sepa que llevo guantes. No se notan, pero aquí están. No lo niego. Y llevo filtros que tamizan el polvo y los microorganismos sin interferir mi respiración. Tengo mucho cuidado en pulverizarme periódicamente la garganta. Me lavo quizás algo más de lo que requiere la mera limpieza. No niego nada.

Pero esto es el resultado de mis limitaciones, no de las vuestras. Mi sistema ininunológico no es fuerte. Mi vida ha sido demasiado cómoda y no he estado expuesta a casi nada. No fue elegido deliberadamente por mí, pero debo pagar por ello. Si alguno de vosotros se encontrara en mi infortunada situación, ¿qué haríais? En especial, el señor Bistervan, ¿qué haría usted?

Bistervan respondió, sombrío:

–Haría lo mismo que usted y lo consideraría un indicio de debilidad, un indicio de que no estoy adaptado ni preparado para vivir y que, por lo tanto, debo dejar el sitio a los que son más fuertes. Mujer, no nos hable de parentesco. No es parienta mía. Es una de aquellos que nos persiguieron y trataron de destruirnos cuando ustedes eran fuertes, y que vienen gimoteando ahora que se sienten débiles.

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