Hubo un revolverse inquieto de público, nada amistoso, pero Bistervan se mantuvo firme. Gladia dijo con dulzura:
–¿Recuerdan el mal que les hicimos cuando éramos fuertes?
–No tema que lo olvidemos –repuso Bistervan–. Todos los días lo tenemos presente.
–¡Bien! Porque ahora ya saben lo que deben evitar. Habéis aprendido que cuando el fuerte oprime al débil, está mal. Por tanto, cuando sois fuertes y nosotros débiles, no debéis ejercer la opresión.
–¡Ah, sí! Ya he oído el argumento. Mientras fueron fuertes no oyeron hablar de moralidad; ahora, al ser débiles, la predican.
–Pero en vuestro caso, mientras fuisteis débiles sabíais todo sobre la moral y os aterraba el comportamiento de los fuertes, y ahora que sois fuertes os habéis olvidado de la moral. Con toda seguridad es mejor que el inmoral aprenda la moral a través de la adversidad, que el moral olvide serlo en la prosperidad.
–Daremos lo que recibimos –insistió Bistervan alzando el puño,
–Deberíais dar lo que os hubiera gustado recibir. –Y Gladia alargólos brazos como si les abrazara. –Puesto que todo el mundo puede pensar en algún viejo agravio que vengar, lo que está diciendo, amigo mío, es que está bien que el fuerte oprima al débil. Y al decirlo justifica a los espaciales del pasado y por tanto no debería quejarse del presente. Lo que digo es que la opresión estuvo mal cuando se practicó en el pasado y será igualmente mala si se practica en el futuro. Desgraciadamente, no podemos cambiar el pasado, pero todavía podemos decidir lo que va a ser el futuro.
Gladia hizo una pausa. Al notar que Bistervan tardaba en contestarle, gritó:
–¿Cuántos deseáis una nueva Galaxia, no la antigua Galaxia incesantemente repetida?
Se reanudó el aplauso, pero Bistervan alzó los brazos y clamó con voz estentórea:
–¡Esperad! ¡Esperad! ¡Nos seáis locos! ¡Basta!
Poco a poco volvió el silencio y Bistervan habló:
–¿Suponéis acaso que esta mujer cree en lo que está diciendo? ¿Suponéis que los espaciales nos desean algún bien? Todavía se creen fuertes, y nos desprecian e intentan destruirnos si no les destruimos nosotros antes. Esta mujer viene aquí, y, como imbéciles, le damos la bienvenida y la consideramos importante. Bien, poned a prueba sus palabras. Que cualquiera de vosotros pida permiso para visitar un mundo espacial y veréis si os dejan. O si hay un mundo detrás de vosotros y podéis serviros de amenazas, como hizo el capitán Baley y así estar autorizados para tomar tierra en el planeta, ¿cómo os tratarán? Preguntad al capitán si se le trató como pariente.
Esta mujer es una hipócrita, pese a todas sus palabras; no, precisamente por ellas. Son como advertencias declaradas de su hipocresía. Se lamenta y se queja de su inadecuado sistema de inmunidad y asegura que debe protegerse contra el peligro de infección. Naturalmente, no lo hace porque crea que ¡somos inmundos y enfermos! ¡Me figuro que jamás tuvo semejante idea!
Se lamenta de su vida pasiva, protegida de desventuras y desatinos por una sociedad demasiado establecida y un montón de robots demasiado solícitos. ¡Cómo debe de aborrecerlo!
Pero aquí, ¿qué peligro corre? ¿Qué desventura puede cebarse en ella en nuestro planeta? No obstante, se ha traído sus dos robots consigo.
En este salón nos hemos reunido para conocerla y honrarla, y tenerla en gran estima, pero hasta aquí se ha traído sus robots. Están allí, en la tribuna con ella. Ahora que el salón está iluminado podéis verlos. Uno es una imitación del ser humano y su nombre es R. Daneel Olivaw. El otro es un descarado robot, de estructura abiertamente metálica, y se llama R. Giskard Reventlov. Saludadles, queridos conciudadanos, ellos son la familia de esta mujer.
–Jaque mate –murmuró
D.G.
–Todavía no –respondió Gladia.
Entre el público se veían cabezas que se esforzaban por ver, parecía que a todos les hubiera entrado un escozor y la palabra "robot" circulaba de punta a punta del salón en miles de susurros.
–Los veréis sin esfuerzo –sonó la voz de Gladia–. Daneel, Giskard, levantaos.
Al momento ambos robots se pusieron de pie detrás de ella.
–Colocaos uno a cada lado –les dijo– para que mi cuerpo no entorpezca la vista. Por más que mi cuerpo no es lo bastante grande para entorpecer algo. Ahora, dejad que os aclare ciertas cosas. Estos dos robots no han venido conmigo para servirme. Sí, me ayudan en la buena marcha de mi vivienda en Aurora, junto con cincuenta y uno más, y no hago lo que un robot pueda hacer por mí. Ésta es la costumbre del mundo en el que vivo. Los robots varían en complejidad, habilidad e inteligencia y estos dos son superiores en estos aspectos. Daneel, en especial, es, en mi opinión, el robot por excelencia, cuya inteligencia es la más parecida a la humana en todas aquellas áreas que se pueden comparar.
He traído solamente a Daneel y Giskard, pero no para prestarme servicios. Por si les interesa, me visto, me baño, me sirvo de mis cubiertos cuando como y ando sin que me lleven.
¿Los utilizo para mi protección personal? No. Me protegen, sí, pero protegen igualmente a cualquiera que necesite protección. En Solaria, recientemente, Daneel hizo lo que pudo para proteger al capitán Baley y estaba dispuesto a dar su existencia para protegerme a mí. Sin él, la nave no hubiera podido salvarse.
Y por supuesto, no necesito protección en esta tribuna. Después de todo hay un campo de fuerza que cubre la plataforma y ésta es suficiente protección. Está sin que yo lo solicitara, pero aquí está, y me proporciona toda la protección que necesito.
Así que, ¿por qué están mis robots conmigo?
Aquellos que conocen la historia de Elijah Baley, que liberó a la Tierra de sus amos espaciales, que concibió la nueva política de colonización, y cuyo hijo guió al primer contingente humano a Baleymundo, ¿por qué si no se le ha dado este nombre?, sabéis que antes de que me conociera trabajó con Daneel. Trabajó con él en la Tierra, en Solaria y en Aurora en cada uno de sus grandes empeños. Para Daneel, Elijah Baley fue siempre "colega Elijah". No sé si este dato aparece en su biografía, pero os doy mi palabra de que fue así. Y aunque Elijah Baley como hombre de la Tierra, empezó con una gran desconfianza hacia Daneel, una gran amistad se estableció entre ellos. Cuando Elijah Baley se sintió morir, aquí, en este planeta hace más de dieciséis décadas, cuando esto no era más que un puñado de casas prefabricadas rodeadas de jardines, no fue su hijo el que estuvo con él hasta el último momento. Ni fui yo (por un momento temió que su voz se quebrara). Mandó llamar a Daneel, y se aferró a la vida hasta que Daneel llegó.
Sí, ésta es la segunda visita de Daneel a este planeta. Yo vine con él, pero me quedé en órbita (¡ánimo!). Fue solamente Daneel el que llegó a tierra y el que recibió sus últimas palabras... Bien, ¿significa todo esto algo para vosotros?
Su voz se elevó un tono y agitó las manos en alto:
–¿Debo decíroslo? ¿No lo sabéis ya? Éste es el robot por si que Elijah Baley sintió cariño. Sí, le quería. Yo quería ver a Elijah antes de que muriera para despedirme de él; pero él quiso a Daneel, y éste es Daneel. El auténtico.
Y este otro es Giskard, que solamente conoció a Elijah en Aurora, pero que logró salvarle la vida allí.
Sin estos dos robots, Elijah Baley no habría alcanzado su meta. El mundo espacial seguiría siendo supremo, los mundos colonizados no existirían y ninguno de vosotros estaría aquí. Lo sé. Sabéis que es así. Me pregunto si también lo sabe el señor Tomás Bistervan.
En este mundo, Daneel y Giskard son dos nombres tenidos en gran consideración. Los utilizan los descendientes de Elijah Baley a petición suya. Yo he llegado en una nave cuyo capitán se llama Daneel Giskard Baley. Me pregunto cuántos, entre los que me están viendo..., en persona o por vía hiperonda..., llevan el nombre de Daneel o Giskard. Pues bien, esos robots que están detrás de mí, son los robots cuyos nombres les conmemoran. ¿Y van a ser ofendidos por Tomás Bistervan?
El creciente murmullo del público iba en aumento, y Gladia levantó los brazos, implorando:
–Un momento. Un momento. Dejadme terminar. No os he dicho aún por qué he traído a los dos robots.
Se hizo el silencio.
–Estos dos robots –explicó Gladia– jamás han olvidado a Elijah Baley, como tampoco lo he olvidado yo. Las décadas transcurridas no han apagado en lo más mínimo nuestros recuerdos. Cuando ya estuve decidida a subir a la nave del capitán Baley, cuando supe que podía visitar Baleymundo, ¿cómo podía negarme a llevar a Daneel y a Giskard conmigo?
Querían ver el planeta que Elijah Baley había hecho posible, el planeta en el que pasó sus últimos años y en el que murió.
Sí, son robots, pero son robots inteligentes que sirvieron bien y con lealtad a Elijah Baley. No basta con sentir respeto por todos los seres humanos, uno debe respetar a todos los seres inteligentes. Así que los he traído aquí. –Luego en una súplica final que requería una respuesta, exclamó: –¿He hecho mal?
Y obtuvo su respuesta. Un gigantesco grito de "¡No!" resonó por todo el local Todo el mundo, puesto en pie, aplaudía, gritaba, rugía, chillaba... una vez..., y otra..., y otra...
Gladia, sonriendo a medida que el ruido seguía, incesante, se dio cuenta de dos cosas: Primera, que estaba empapada en sudor. Segunda, que estaba más feliz de lo que jamás se había sentido en su vida.
Era como si en todo ese tiempo hubiera estado esperando este momento, el momento en que ella, educada en aislamiento, aprendía después de veintitrés décadas, que podía hacer frente a la multitud, conmoverla y doblegarla a su voluntad.
Escuchó la incansable y ruidosa respuesta... una y otra vez..., y otra..., y otra...
Muchísimo más tarde, no podría decir cuánto tiempo, Gladia creyó volver en sí.
Hubo primero aquel estruendo interminable, la sólida muralla de los agentes de seguridad conduciéndola a través de la multitud hasta llegar a unos túneles infinitos que parecían penetrar cada vez más profundamente en la tierra.
Desde el primer momento perdió contacto con D.G. y no supo con seguridad si Daneel y Giskard estaban a salvo con ella. Quería preguntar por ellos, pero estaba rodeada de gente desconocida. Pensó vagamente que los robots tenían que estar cerca, porque de lo contrario se habrían resistido a la separación y hubiera oído el tumulto.
Cuando por fin llegó a la habitación, los dos robots estaban allí.
No sabía exactamente dónde se hallaba, pero la estancia era grande y limpia. Era poca cosa comparada con su hogar en Aurora, pero comparada con el camarote de la nave, resultaba lujosa.
–Aquí estará a salvo, señora –le dijo el último de los guardias al marcharse–. Sí necesita algo, avísenos –indicó un aparato sobre una mesita, junto a la cama.
Se quedó mirando, pero cuando se volvió para preguntar qué era y cómo funcionaba, el guardia ya se había ido. "Oh, bueno –pensó– ya me arreglaré."
–Giskard –dijo, agotada– descubre cuál de estas puertas lleva al cuarto de baño y averigua si la ducha funciona. Lo que ahora necesito es una buena ducha.
Se sentó con cuidado, consciente de que estaba empapada y reacia a manchar de sudor la butaca. Giskard apareció cuando ya empezaba a experimentar dolor por la rígida postura que había adoptado
–Señora, la ducha funciona y está a la temperatura adecuada. Hay un objeto sólido que supongo que es jabón, de un tipo muy primitivo, y una especie de material como de toalla, junto con otros varios artículos que pueden resultar útiles.
–Gracias, Giskard –dijo Gladia, consciente de que pese a su grandilocuencia respecto de que los robots como Giskard no se dedican a trabajos domésticos, esto era precisamente lo que le había pedido que hiciera. Pero las circunstancias alteran a veces...
Sí nunca en su vida había necesitado una ducha tanto como ahora, tampoco nunca había disfrutado tanto de ella como ahora. Se quedó bajo el agua mucho más rato de lo preciso y cuando terminó no se le ocurrió preguntarse si las toallas habían sido esterilizadas por radiación, hasta mucho después de haberse secado, y para entonces ya era demasiado tarde.
Buscó entre los artículos que Giskard le había preparado: talco, desodorante, peine, pasta de dientes, secador. ., pero no encontró nada que pudiera servir de cepillo de dientes. Finalmente renunció y se arregló con el dedo, pero lo encontró poco satisfactorio. Tampoco había cepillo para el pelo y también la fastidió. Lavó bien el peine con jabón antes de utilizarlo, pero así y todo la disgustó. Descubrió una prenda que parecía adecuada para la cama. Olía a limpia, pero era demasiado holgada.
Daneel la advirtió:
–Señora, el capitán quiere saber si puede recibirle.
–Supongo que sí contestó mientras seguía buscando una prenda de noche que estuviera mejor–. Déjalo entrar.
D.G. no solamente parecía cansado, sino desencajado también, pero cuando se volvió para saludarle, él le sonrió con dulzura y le dijo:
–Es difícil creer que tiene más de veintitrés décadas.
–¿Qué? ¿Con esto?
–Esto ayuda. Es semitransparente..., ¿o no lo sabía?
Se miró, desconfiada, el camisón, y concedió:
–Bueno, si le divierte, pero de todos modos llevo viviendo dos siglos y un tercio.
–Nadie viéndola lo adivinaría. Debe de haber sido muy hermosa en su juventud.
–Nunca me lo dijeron, D.G. Graciosa, mona, siempre creí que era a lo más que podía aspirar... Por si acaso, ¿cómo funciona este instrumento?
–¿El avisador? Toque el cuadradito de la derecha y alguien le preguntará en qué puede servirla, y a partir de ese momento puede pedir lo que sea.
–Bien. Necesito un cepillo de dientes un cepillo para el pelo y ropa.
–Me ocuparé de que le proporcionen los dos cepillos. En cuanto a ropa, ya se habían ocupado de ello. Tiene una bolsa de ropa colgada en su armario. Encontrará que contiene lo mejor de la moda de Baleymundo, que a lo mejor no le gusta, claro. Y tampoco puedo garantizarle que le vaya bien. La mayoría de las mujeres baleymundistas son más altas que usted y mucho más gruesas... Pero no importa. Creo que permanecerá recluida una temporada.
–¿Por qué?
–Pues, señora, al parecer esta noche pasada ha largado usted un discurso y, me acuerdo de que no quiso sentarse aunque se lo pedí varias veces.
–Yo creo que tuve mucho éxito, D.G.
–Lo tuvo– Un éxito delirante –D.G. rió abiertamente y se rascó el lado derecho de su barba como estudiando bien lo que iba a decir–. No obstante, el éxito tiene también su penitencia. En este momento yo diría que es la persona más famosa de Baleymundo y que cada uno de sus habitantes quiere verla y tocarla. Si la llevamos a cualquier parte, se organizará un tumulto. Por lo menos hay que esperar a que las cosas se enfríen. Y no sabemos cuánto tardarán.