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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Robots e imperio (46 page)

BOOK: Robots e imperio
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Un clamor insistente e intermitente se oyó por toda la nave y Daniel observó:

–El "salto" se ha hecho con seguridad, amigo Giskard. Lo experimenté hace unos minutos. Pero todavía no hemos llegado a la Tierra y la intercepción que has mencionado, diría que ya ha llegado, así que no seguimos necesariamente una pista equivocada...

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D.G. tuvo que admitir una perversa admiración. Cuando los auroranos estaban realmente dispuestos a actuar, se ponía de manifiesto su perfecta técnica. Indudablemente habían enviado a una de sus naves más modernas, por lo que se podría deducir al momento que debía de ser muy importante lo que les obligaba a actuar.

Y esa nave había detectado la presencia de la de D.G. a los quince minutos de su aparición en el espacio normal y, además, desde gran distancia.

La nave de Aurora estaba utilizando un equipo de hiperonda de enfoque limitado. La cabeza del que hablaba podía verse con claridad mientras estaba bien enfocada. Todo lo demás era una nebulosa gris. Si el que hablaba movía la cabeza un decímetro del punto de enfoque, ésta se perdía en la nebulosa gris. Los sonidos también quedaban limitados. El resultado era que uno veía y oía solamente lo mínimo de la nave enemiga (D.G. ya la había calificado de nave "enemiga") de forma que protegiera su intimidad.

La nave de D.G. también poseía una hiperonda de enfoque limitado, pero D.G. se dijo lleno de envidia que le faltaban el brillo y la elegancia de la versión aurorana. Por supuesto, su nave no era lo mejor que podían hacer los colonizadores pero, de todas formas, los espaciales les aventajaban tecnológicamente. Los colonos tenían aún mucho que aprender. La cabeza aurorana enfocada era clara y de aspecto tan real que angustiaba verla sin cuerpo, hasta el extremo de que D.G. no se hubiera sorprendido de verla gotear sangre. Mirándola mejor, se notaba que el cuello se perdía en la nebulosa gris inmediatamente después de que empezara a verse el principio de un bien cortado uniforme.

La cabeza se identificó, con meticulosa etiqueta, como comandante Lisiform de la nave aurorana Borealis. D.G. también se identificó a su vez echando la barba hacia adelante como si quisiera estar seguro de que ésta quedara bien enfocada. Opinaba que su barba le daba un aspecto de ferocidad que no podía sino impresionar a un débil y rasurado espacial. D.G. adoptó el tradicional aire desenvuelto que tan irritante resultaba para un oficial espacial, como la tradicional arrogancia de éste molestaba a los colonizadores Preguntó:

–¿Qué razón tiene para ponerse al habla conmigo, comandante Lisiform?

El comandante aurorano tenía un acento exagerado que era posible que lo considerara tan formidable como D.G. consideraba su barba. D.G. encontró agotador intentar penetrar el acento y comprenderle.

–Tenemos entendido –respondió Lisiform– que lleva a bordo una ciudadana aurorana, llamada Gladia Solaris. ¿No es así, capitán Baley?

–La señora Gladia se encuentra, en efecto, a bordo de esta nave, comandante.

–Gracias, capitán. Mi información me lleva a suponer que van con ella dos robots de fabricación aurorana, R. Daneel Olivaw y R. Giskard Reventlov. ¿No es así, capitán?

–En efecto.

–En ese caso, debo informarle que en este momento R, Giskard Reventlov es un mecanismo peligroso. Poco antes de que su nave abandonara el espacio aurorano, dicho robot lesionó gravemente a una ciudadana aurorana en oposición a las tres leyes. El robot, por consiguiente, debe ser desmantelado y reparado.

–¿Está sugiriendo, comandante, que nosotros desmantelemos y reparemos al robot en esta nave?

–No, señor, de ningún modo. Su personal, careciendo de la experiencia robótica, no lo desarmaría debidamente y, de hacerlo, no podría repararlo.

–Entonces, podríamos destruirlo sencillamente.

–Es demasiado valioso para ello; capitán Baley, el robot es un producto aurorano, y por tanto responsabilidad de Aurora. No deseamos que sea causa de daños a la gente de su nave y del planeta Tierra, si aterrizan allá. En consecuencia, les rogamos que nos lo entreguen.

–Comandante, agradezco su preocupación. Sin embargo, el robot es propiedad legal de la señora Gladia, que está con nosotros. Puede ser que no consienta en separarse de su robot y, aunque no quisiera darle lecciones de ley aurorana, creo que sería ilegal, según su ley, obligarla a tal separación. Aunque ni yo ni mi tripulación nos consideramos gobernados por esa ley, no nos gustaría colaborar ayudándoles en lo que su propio gobierno podría juzgar como acto ilegal.

Se percibió un asomo de impaciencia en la voz del comandante.

–No es cuestión de ilegalidad, capitán. Un mal funcionamiento en un robot, con posible peligro para la vida humana, pasa por encima de los derechos ordinarios de un propietario. Sin embargo, si hay la menor dificultad, mi nave está dispuesta a aceptar a la señora Gladia con su robot, Daneel, y el robot en cuestión, Giskard. Así no habrá separación entre Gladia Solaris y su propiedad robótica, hasta su regreso a Aurora. Entonces allí la ley puede seguir su curso.

–Es posible, comandante, que la señora Gladia no desee abandonar mi nave ni permitir que su robot lo haga.

–No tiene otro remedio, capitán. Mi gobierno me ha otorgado poderes legales para reclamarla, y como ciudadana aurorana debe obedecer.

–Pero yo no estoy legalmente obligado a entregar nada de lo que está en mi nave a requerimiento de un poder extranjero. ¿Y si no tengo en cuenta su demanda?

–En ese caso, capitán, no tendrá otra alternativa que considerarlo un acto no amistoso. Me permito señalarle que nos encontramos dentro de la esfera del sistema planetario del que la Tierra forma parte. No ha vacilado en enseñarme la ley de Aurora. Así que me perdonará si le hago ver que su gente no considera adecuado iniciar hostilidades dentro del espacio de este sistema planetario.

–Estoy enterado, comandante, y no deseo ninguna hostilidad, ni quiero que mi acto sea tenido por no amistoso. No obstante, me dirijo a la Tierra con cierta urgencia y estoy perdiendo tiempo con esta conversación y perdería mucho más si avanzara hacia usted, o esperara a que usted viniera hacia mí, única forma de llevar a cabo el traslado físico de la señora Gladia y sus robots. Yo preferiría seguir hacia la Tierra y aceptar formalmente toda responsabilidad respecto del robot Giskard y de su comportamiento hasta el momento en que ella y sus robots regresen a Aurora.

–¿Puedo sugerirle capitán, que instale a la mujer y los robots en una nave salvavidas y destaque a un miembro de su tripulación para que la conduzca hacia nosotros? Una vez entregada la mujer y los robots, nosotros nos comprometemos a escoltar el salvavidas hasta cerca de la Tierra y le compensaremos adecuadamente por el tiempo y las molestias. Un mercader no debería objetar el arreglo.

–No objeto nada, comandante, nada en absoluto –respondió D.G. sonriendo–. Pero, el hombre, el tripulante elegido para pilotear la nave salvavidas podría hallarse en gran peligro si se encuentra a solas con ese peligroso robot.

–Capitán, si la propietaria lo controla con firmeza, su tripulante no correrá más peligro en la nave salvavidas del que correría en su nave. Le compensaremos por el riesgo.

–Pero si el robot, después de todo, puede ser controlado por su propietaria, no será tan peligroso como para que no pueda quedarse con nosotros.

El comandante frunció el entrecejo:

–Capitán, espero que no esté usted tratando de jugar conmigo. Ha oído mi petición y me gustaría que fuera cumplimentada al instante.

–Supongo que puedo consultar con la señora Gladia.

–Si lo hace inmediatamente. Por favor, explíquele exactamente de qué se trata. Si, entretanto, trata de dirigirse a la Tierra, lo consideraré como un acto hostil y tomaré la acción apropiada. Puesto que, como me ha dicho, su viaje al planeta Tierra es urgente, le aconsejo que no tarde en consultar y adopte la inmediata decisión de cooperar con nosotros. Así no se retrasará demasiado.

–Haré lo que pueda –dijo D.G. con rostro inexpresivo, alejándose del punto de enfoque.

70

–¿Y bien? –preguntó D.G., serio.

Gladia parecía desesperada .Maquinalmente miró a Daneel y a Giskard, pero ambos permanecieron silenciosos e inmóviles. Entonces dijo:

–No quiero volver a Aurora, D.G. No es posible que quieran destruir a Giskard; está perfectamente, se lo aseguro. No es más que un subterfugio. Me quieren por alguna razón. Supongo que no habrá modo de parar esto, ¿verdad?

–Se trata de una nave de guerra aurorana, una de las grandes –contestó D.G.–. Ésta no es más que una nave mercante. Disponemos de escudos de energía y no pueden destruirnos al primer golpe, pero nos vencerán sin remedio y sin tardanza, y nos destruirán.

–¿No dispone de ningún medio para atacarles?

–¿Con mis armas? Lo siento, Gladia, pero sus escudos pueden resistir cualquier cosa que les lance siempre y cuando disponga de energía que gastar. Además...

–¿Sí?

–Casi me han acorralado. No sé por qué pensé que me interceptarían antes de "saltar", pero conocían mi ruta y llegaron antes y me esperaron. Estamos dentro del Sistema Solar, el sistema planetario del que la Tierra forma parte. Aquí no podemos luchar. Incuso si yo quisiera hacerlo, la tripulación no me obedecería.

–¿Por qué no?

–Llámelo suposición. El Sistema Solar es espacio sagrado para nosotros, si prefiere que se lo describa en términos melodramáticos. No podemos profanarlo luchando.

–¿Me permite tomar parte en la discusión, señor? –interrumpió Giskard.

D.G., ceñudo, miró a Gladia. Ésta dijo:

–Permítaselo, por favor. Estos robots son sumamente inteligentes. Ya sé que le cuesta creerlo, pero...

–Escucharé. No hay que presionarme.

–Señor –dijo Giskard–, estoy seguro de que es a mí a quien quieren. No puedo permitirme ser la causa de daños a seres humanos. Si usted no puede defenderse, y está seguro de ser destruido en un conflicto con la otra nave, no tiene otra alternativa que entregarme. Estoy seguro de que si se les ofrece dejar que se queden conmigo no se opondrán a que usted desee retener a Gladia y al amigo Daneel. Es la única solución.

–No –exclamó, tajante, Gladia–. Me perteneces y no quiero entregarte. Iré contigo si el capitán decide que debes ir. Yo me ocuparé de que no seas destruido.

–¿Puedo hablar yo también? –preguntó Daneel.

D.G. extendió las manos en cómica desesperación:

–Por favor, ¡hablen todos!

–Si decide entregar a Giskard, debe comprender las consecuencias. Creo que Giskard piensa que si se le entrega, los de la nave aurorana no le harán nada y que lo soltarán. Y no lo creo así. Creo más bien que los auroranos piensan realmente que es peligroso y tal vez tengan instrucciones de destruir al salvavidas cuando éste se acerque, matando a cualquiera que se encuentre a bordo.

–¿Por qué razón lo harían? –preguntó D.G.

–Ningún aurorano ha encontrado nunca ni conciben un robot peligroso. No correrían el riesgo de llevar uno a bordo de una de sus naves. Sugiero, capitán, que se retire. ¿Por qué no "saltar" otra vez lejos de la Tierra? Estamos a bastante distancia de la masa planetaria que podría impedirlo.

–¿Retirarme? ¿Quieres decir huir? No puedo hacerlo.

–Entonces, tendrá que entregamos –murmuró Gladia con expresión de resignada desesperanza.

–No voy a entregarles. Ni voy a huir –dijo D.G. con violencia–. Y no puedo luchar.

–¿Qué solución, entonces? –preguntó Gladia.

–Una cuarta alternativa, Gladia, debo rogarle que se quede aquí con sus robots hasta que vuelva.

71

D.G. reflexionó. Durante la conversación hubo tiempo suficiente para señalar la situación de la nave aurorana. Estaba un poco más alejada del sol que su propia nave y esto era bueno. "Saltar" hacia el sol, a tal distancia del mismo, sería arriesgado; "saltar" de lado, por decirlo así, era un regalo. Claro que podría ocurrir un accidente por la desviación probable; pero, a lo mejor, no. Él mismo había asegurado a la tripulación que no se haría el menor disparo (que en cualquier caso, tampoco serviría de gran cosa). Era obvio que estaban seguros de que el espacio de la Tierra les protegería mientras no profanaran su paz, oponiendo violencia. Era puro misticismo que el propio D.G. hubiera tratado despectivamente, si no hubiera compartido la creencia.

Volvió a aparecer enfocado. Había sido una espera larga, pero no había habido inpaciencia por parte del otro lado. Habían hecho gala de una paciencia ejemplar.

–El capitán Baley, presente –anunció–. Quiero hablar con el comandante Lisiform.

No tuvo que esperar mucho.

–Aquí el comandante Lisiform. ¿Puede darme su respuesta?

–Entregaremos a la mujer y a los dos robots.

–¡Muy bien! Una prudente decisión.

–Los entregaremos tan de prisa como podamos.

–Repito que es una decisión prudente.

–Gracias. –Y D.G. dio la señal y su nave "saltó". No hubo tiempo, ni necesidad, de contener el aliento. Todo terminó tan pronto como había empezado. O, por lo menos, el lapso fue insensible.

El piloto anunció:

–Nueva posición de la nave enemiga comprobada, capitán.

–Bueno –respondió D.G.–. Ya saben lo que hay que hacer.

La nave había emergido del "salto" a toda velocidad respecto de la nave aurorana y se estaba haciendo la corrección del rumbo (no excesiva, cabía esperar).

D.G. volvió a la pantalla:

–Estamos muy cerca, comandante, y camino a hacer la entrega.

Puede disparar si así lo desea, pero nuestros escudos están en posición y antes de que pueda machacarlos les habremos alcanzado a fin de hacer la entrega.

–¿Manda un salvavidas? –El comandante abandonó el enfoque.

D.G. esperó y volvió a aparecer el comandante con el rostro contraído–. ¿Que es esto? Su nave lleva rumbo de colisión.

–Si, así parece –asintió D.G.–. Es el medio más rápido de hacer la entrega.

–Destruirá su nave.

–Y la suya también. Su nave es por lo menos cincuenta veces más valiosa que la mía, tal vez más. Un mal intercambio para Aurora.

–Pero inicia la lucha en espacio de la Tierra, capitán. Sus costumbres no se lo permiten.

–Ah, conoce nuestras costumbres y se aprovecha de ellas. Pero no combato. No he disparado ni un erg de energía, ni pienso hacerlo. Sencillamente sigo en trayectoria. La trayectoria se cruzará en su posición, pero como estoy seguro de que se apartará antes de que el choque tenga lugar, es obvio que no deseo la menor violencia.

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