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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

Robots e imperio (50 page)

BOOK: Robots e imperio
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–La fisión del uranio. Es totalmente diferente de la microfusión. La fisión es la fragmentación de núcleos macizos, como por ejemplo el uranio. La microfusión es la unión de núcleos ligeros, como los del hidrógeno. Sin embargo, ambas son formas de energía nuclear.

–Presumo que el uranio sería el combustible para los aparatos de fisión.

–Sí, como también lo serían otros núcleos pesados, como el torio o el plutonio.

–Pero tanto el uranio como esos otros, son metales sumamente raros. ¿Pueden mantener una sociedad que utiliza la fisión?

–Esos elementos son raros en los otros mundos. En la Tierra no son precisamente corrientes, pero tampoco son muy raros. El uranio y el torio se encuentran muy diseminados en pequeñas cantidades en la corteza terrestre y están concentrados en escasos puntos.

–¿Y hay ahora en la Tierra, señora, aparatos creadores de energía por fisión?

–No –contestó Quintana, tajante–. En ninguna parte y de ningún tipo. Los seres humanos antes quemarían petróleo, o madera, que utilizar uranio fisionado. La palabra uranio es tabú en sociedad. No me haría usted estas preguntas, ni yo le daría estas respuestas, si fuera un ser humano y perteneciente a la Tierra.

Pero Daneel insistió:

–¿Está segura, señora? No hay ningún ingenio secreto que utilice la fisión y que por causa de la seguridad nacional...

–No, robot –contestó Quintana– Se lo aseguro..., no existe tal cosa. ¡Ninguno!

–Muchas gracias, señora, y le ruego me perdone por abusar de su tiempo y por insistir tanto en lo que parece ser un tema sensible. Con su permiso, voy a dejarla ahora.

Quintana agitó la mano, distraída.

–A su disposición, R. Daneel.

La señora se volvió de nuevo a su vecino, tranquila por saber que entre los de la Tierra la gente no trataba nunca de escuchar una conversación cercana, y si lo hacía, jamás lo admitiría. Dijo:

–¿Se imagina sostener una discusión sobre energética, con un robot?

En cuanto a Daneel, volvió a su sitio y dijo en voz baja a Giskard:

–Nada, amigo Giskard, nada que pueda sernos útil.

Luego añadió con cierta tristeza:

–A lo mejor formulé la pregunta equivocada. Mi colega Elijah habría formulado las pertinentes.

Quinta parte LA TIERRA

XVII. EL ASESINO
78

El Secretario General, Edgar Andrev, Presidente de la Tierra, era un hombre alto e imponente, rasurado al estilo espacial. Se movía siempre con mesura, como si estuviera en constante exhibición, y tenía un cierto aire centelleante como si siempre estuviera encantado de sí mismo. Su voz era tal vez algo estridente que no encajaba en su constitución, pero no llegaba a ser molesta. Sin parecer obstinado, era difícil de hacerle cambiar de idea. Y esta vez cedió:

–Imposible –dijo con firmeza a D.G.–. Debe hacer su aparición.

–Ha tenido un día muy pesado, Secretario General –protestó D.G.–. No está acostumbrada a las multitudes ni a este ambiente. Yo soy responsable ante Baleymundo de su bienestar y mi honor personal está en juego.

–Comprendo su posición –respondió Andrev–, pero yo represento a la Tierra y no puedo negar a su gente que la vea. Los corredores están abarrotados, los canales de hiperonda están preparados, y yo no podría esconderla aunque lo deseara desesperadamente. Después de esto... ¿cuánto tiempo puede durar? ¿Media hora? Podrá retirarse y no tendrá necesidad de reaparecer hasta el discurso de mañana por la noche.

–Hay que cuidar su comodidad insistió D.G. abandonando tácitamente su posición–. Hay que mantenerla a cierta distancia de la multitud.

–Habrá un cordón de guardias de seguridad que le proporcionará un amplio espacio despejado. La primera fila del público se retirará. Ya están todos allá. Si no les anunciamos que aparecerá pronto, se organizará un tumulto.

–No teníamos que haberlo preparado. No es seguro. Hay gente de la Tierra que no traga a los espaciales.

El Secretario General se encogió de hombros.

–¡Ojalá pudiera decirte cómo podía haber evitado arreglarlo! En este momento es una heroína y no se la puede retener. Nadie le hará nada sino vitorearla... de momento. Pero si no se presenta, la cosa puede cambiar. Ahora, vamonos.

D.G. retrocedió disgustado. Miró a Gladia. Parecía cansada y más

que un poco desgraciada. Le dijo:

–Hay que hacerlo, Gladia. No tenemos más remedio.

Por un instante se miró las manos como preguntándose si podrían hacer algo para protegerla, luego se irguió y levantó la barbilla. ¡Una espacial menuda entre una horda de bárbaros!

–Si hay que hacerlo, lo haré. ¿Te quedarás conmigo?

–A menos que me retiren físicamente.

–¿Y mis robots?

D.G. vaciló:

–Gladia, ¿cómo pueden dos robots ayudarte en medio, de millones de seres humanos?

–Lo sé, D.G. También sé que tendré que prescindir de ellos eventualmente si debo continuar mi misión. Pero todavía no, por favor. De momento me sentiré más segura con ellos, tanto si te parece sensato como si no. Si estos funcionarios quieren que me presente al público, que sonría, que agite la mano, que haga todo lo que se supone que debo hacer, la presencia de Daneel y Giskard me confortará... Mira, D.G., estoy consintiendo en algo que es muy importante para mí, aunque tengo tanto miedo que creo que nada sería mejor que salir huyendo. ¡Que me consientan esto tan insignificante!

–Lo intentaré –murmuró D.G. claramente desanimado y al acercarse a Andrev, Giskard avanzó junto a él. Unos minutos después. Gladia, rodeada de un contingente de funcionarios, cuidadosamente seleccionados, hizo su entrada en una tribuna; D.G. permaneció unos pasos detrás de ella, flanqueado a su izquierda por Giskard y a su derecha por Daneel. El Secretario General había dicho, resignado:

–Está bien, está bien. No sé cómo ha conseguido hacerme aceptar, pero de acuerdo. –Se pasó la mano por la frente, notando un pequeño dolor en la sien derecha. Por casualidad tropezó con la mirada de Giskard y se volvió con un ligero estremecimiento. –Pero debe conseguir mantenerlos inmóviles, capitán, recuérdelo. Y, por favor, trate de retener al que parece más robot, lo más disimulado que pueda. Me pone nervioso y no quiero que la gente lo vea más de lo que sea necesario.

D.G. le tranquilizó:

–Estarán mirando a Gladia, Secretario General. No verán a nadie más.

–Así lo espero... –dijo Andrev de mala gana. Se detuvo para recoger un mensaje en una cápsula que alguien le puso en la mano. Se lo guardó en el bolsillo, reanudó la marcha y no se acordó más hasta que llegaron a la tribuna.

79

A Gladia, cada vez que cambiaba de lugar, le parecía peor: más gente, más ruido, más luces desconcertantes, más invasión en todos los sentidos. Hubo gritos. Podía oír su nombre pronunciado a gritos. Con dificultad se sobrepuso al impulso de huir y se quedó quieta. Levantó el brazo, lo agitó, y sonrió. El griterío se hizo más fuerte. Alguien empezó a hablar, resonando la voz por encima del sistema de altavoces, y vio su imagen reflejada en una enorme pantalla colocada en alto, visible para todo el mundo. Indudablemente era también visible en innumerables pantallas de innumerables locales, en cada sección de cada ciudad del planeta. Gladia suspiró aliviada al ver a alguien más, bajo los focos. Trató de encogerse y dejar que la voz del orador distrajera la atención del público. El Secretario General Andrev, amparándose bajo la voz, lo mismo que hacía Gladia, agradecía el que por dar preferencia a Gladia no parecía necesario dirigirse a la multitud. De pronto recordó el mensaje que había guardado en el bolsillo.

Frunció el entrecejo, molesto por lo que pudiera justificar la interrupción de tan importante ceremonia y experimentó una fuerte irritación por si el mensaje resultaba ser intrascendente.

Apretó la yema del pulgar con fuerza sobre la ligera concavidad diseñada para recibir la presión, y la cápsula se abrió. Retiró la delgada pieza de plastipapel, leyó el mensaje y después lo contempló autodestruirse. Sacudió el polvillo impalpable que había quedado e hizo un gesto imperioso a D.G. En las condiciones de tremendo e incesante ruido en la plaza, era innecesario hablar en voz baja. Andrev dijo:

–Me contó usted que se encontró con una nave de guerra aurorana dentro del espacio del Sistema Solar.

–Sí. Imagino que los sensores de la Tierra la detectaron.

–Naturalmente. Me dijo también que no hubo ninguna acción hostil por parte de nadie.

–No se empleó ningún arma. Reclamaban a Gladia y a sus robots. Yo me negué y se fueron. Ya se lo expliqué.

–¿Cuánto se tardó en todo ello?

–No mucho. Varias horas.

–¿Quiere decirme que Aurora mandó una nave de guerra sólo para discutir con usted durante unas horas, y que luego se marchó?

D.G. se encogió de hombros.

–Secretario General, ignoro sus motivos, sólo puedo informarle de lo que ocurrió.

El Secretario General le contempló con altivez, y añadió:

–Pero no me informó de todo lo ocurrido. La información de los sensores ha sido ya analizada por computadora y parece ser que usted les atacó.

–No disparé ni un solo kilovatio de energía, señor.

–¿Tuvo usted en cuenta la energía cinética? Utilizó su propia nave como proyectil.

–Tal vez se lo pareció. Prefirieron evitarme y no tomarme a broma.

–Pero ¿era una broma?

–Pudo haber sido.

–Me parece, capitán, que estaba usted dispuesto a destruir dos naves dentro del Sistema Solar y tal vez crear un estado de guerra. Fue correr un tremendo riesgo.

–No pensé que llegáramos a destruirnos, y no ocurrió así.

–Pero todo el proceso le retrasó y distrajo su atención.

–Sí, puede que sí, pero ¿por qué me lo hace notar?

–Porque nuestros sensores detectaron algo que usted no observó... o por lo menos no hizo constar en su informe.

–¿Qué pudo ser. Secretario General?

–Detectaron el lanzamiento de un módulo orbital que parece ser llevaba dos personas a bordo y que se dirigió a la Tierra. Ambos estaban sumidos en su propio mundo. Ningún otro ser humano, en la tribuna, les prestaba la menor atención. Sólo los dos robots que flanqueaban a D.G. les miraban y escuchaban. Fue entonces cuando el orador terminó, y sus últimas palabras fueron:

–La señora Gladia, espacial de nacimiento, procedente del mundo de Solaria, residente en Aurora, pero pasando a ser ciudadana de la Galaxia en el mundo colonizador de Baleymundo. –Se volvió hacia ella y le hizo un gesto cortés–. Señora Gladia...

El ruido de la muchedumbre fue como un interminable trueno feliz. Aquella masa de cabezas se transformó en un bosque de brazos alzados. Gladia notó una mano en su hombro y una voz que le decía al oído:

–Por favor, unas palabras.

Gladia dijo débilmente:

–Gente de la Tierra. –Las palabras retumbaron y se hizo un extraño silencio. Gladia repitió, con voz más firme–: Gente de la Tierra: me encuentro ante vosotros como un ser humano, lo mismo que vosotros. Un poco más vieja, lo confieso, asi que carezco de vuestra juventud, de vuestras esperanzas, de vuestra capacidad de entusiasmo. No obstante, mi desgracia está mitigada ahora por el hecho de que en vuestra presencia me siento capaz de inflamarme con vuestro fuego, como si los años se apartaran de mí...

El aplauso creció y uno de la tribuna explicó a otro:

–Les hace sentirse felices por tener la vida breve. Esta espacial tiene el descaro del demonio.

Andrev no prestaba atención, insistió con D.G.:

–Todo este episodio pudo haber sido una trampa para mandar esos dos hombres a la Tierra.

D.G. comentó:

–No podía saberlo. No podía pensar en otra cosa que salvar a Gladia y a mi nave. ¿Dónde aterrizaron?

–No lo sabemos. No han tocado en ninguno de los aeródromos espaciales de la Ciudad. Claro, iban a evitarla.

–No tiene más importancia que provocarme una molestia pasajera. En los últimos años hemos tenido muchas llegadas de este tipo, aunque ninguna tan cuidadosamente preparada. Nada ha ocurrido jamás, y no les prestamos atención. La Tierra, después de todo, es un mundo abierto. Es el hogar de la humanidad y cualquier persona de cualquier mundo puede ir y venir libremente..., incluso los espaciales, si así lo desean.

D.G. se frotó la barba con un ruido característico.

–No obstante, sus intenciones a lo mejor no nos hacen ningún bien.

(Gladia estaba diciendo entonces: "Os deseo a todos lo mejor en este mundo de origen humano, en este mundo especial y lleno de gente, en esta Ciudad maravillosa...", y aceptó el aplauso con una sonrisa, agitando la mano, de pie, dejando que el entusiasmo creciera... y se concentrara.)

Andrev levantó la voz para dejarse oír por encima del clamor:

–Sean cuales fueren sus intenciones, no ocurrirá nada. La paz que ha descendido sobre la Tierra, desde que los espaciales se retiraron y empezó la colonización, nada ni dentro ni fuera la romperá. Hace ya muchas décadas que los más alocados entre nosotros se han ido a los mundos colonizados, y un espíritu como el suyo, capitán, que ose arriesgar la destrucción de dos naves en el espacio del Sistema Solar, ya no existe aquí.

Ya no hay nivel sustancial de crímenes en este planeta, ni violencia. Los guardias de seguridad asignados para controlar a esa muchedumbre no llevan armas, porque no las necesitan.

Mientras hablaba, de entre el anonimato de la gran concurrencia, un desintegrador apuntó a la tribuna cuidadosamente.

80

Muchas cosas ocurrieron casi a la vez.

La cabeza de Giskard se volvió hacia la gente, atraído de pronto por algo.

Los ojos de Daneel le siguieron, vieron el desintegrador apuntando y con rápidos reflejos humanos, se lanzó.

Se oyó el ruido del disparo.

La gente de la tribuna se quedó petrificada y a continuación empezaron a exclamar. D.G. tomó a Gladia y la apartó a un lado. El ruido de la multitud se transformó en un enorme y terrorífico rugido. Daneel se lanzó sobre Giskard y lo derribó.

El disparo del desintegrador entró por encima de la tribuna haciendo un agujero en el techo. De haber trazado una línea del arma al agujero, ésta habría pasado en medio del espacio ocupado segundos antes por la cabeza de Giskard.

Giskard murmuró al ser derribado:

–No humano. Fue un robot.

Daneel soltó a Giskard y observó rápidamente la escena. El piso estaba a unos seis metros por debajo de la tribuna, y el espacio inmediato estaba vacío. Los guardias de seguridad luchaban por abrirse paso hacia el punto donde el revuelo de la gente indicaba el lugar en que el presunto asesino había estado. Daneel saltó por encima de la barandilla y cayó, su esqueleto metálico absorbió fácilmente el choque, como no lo hubiera hecho un ser humano. Corrió hacia la gente. Daneel no tenía elección. Jamás se había visto en semejante situación. La necesidad suprema era alcanzar al robot con el desintegrador antes de que lo destrozaran y con esto in mente, Daneel se encontró, por primera vez en su existencia con que no podía entretenerse en no lastimar, o evitar que lastimaran a los seres humanos. Tenía que sacudirlos. Y los fue empujando a un lado y a otro, mientras se metía entre la gente gritando con voz estentórea.

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