Roehuesos - Novelas de Tribu (13 page)

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Authors: Bill Bridges y Justin Achilli

Tags: #Fantástico

BOOK: Roehuesos - Novelas de Tribu
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Se fueron a la mañana siguiente. Madre les hizo
palacsinta
(tortitas) y les instó para que no se preocuparan por Grita Caos. Le vigilaría ella con la ayuda de Szabó y Ferenc y juró que tendrían que matarla a ella antes de que un atacante le tocara un pelo a Grita Caos.

—Yo enseñaré que esta vieja todavía tiene mucha lucha dentro, si se atreven a venir.

Cogió a Halaszlé por los hombros y le dio un beso en la mejilla al tiempo que le decía algo en húngaro que hizo sonreír al hombre.

Luego los empujó fuera de la casa y cerró la puerta detrás de ellos, su forma de decir que se pusieran en camino.

Halaszlé les llevó por el Semmelweis utca por calles apartadas y luego les acercó más al río para seguir su curso hacia el sur por el campo.

Sólo había unos kilómetros hasta la frontera con Serbia y Halaszlé admitió que no había estado nunca allí y no sabía si habría alguien vigilando la frontera en el campo, lejos de las carreteras.

—No estoy segura de que debamos arriesgamos —dijo Julia—. Las fuerzas de la ONU, podrían estar vigilando quién entra y sale. Y es entonces cuando deberíamos pasar al otro lado.

—¡¿Qué?! —dijo Carlita—. ¿Estás loca? ¿Te acuerdas de lo que pasó la última vez? Vamos a estar luchando a cada paso.

—Ningún momento mejor que el presente para averiguarlo —dijo Julia—. Podríamos pasar ahora mismo. Además va a ser cada vez peor cuanto más río abajo vayamos. Así por lo menos averiguamos contra qué nos enfrentamos. Vamos, yo guío.

La manada se reunió dudosa a su alrededor mientras ella activaba la PDA y convertía la pantalla en un espejo. Se lo quedó mirando como si soñara despierta, mirando hacia el lejano horizonte. El mundo empalideció a su alrededor, se desvaneció y la materia dio paso a las características del mundo espiritual. Se pusieron en posición defensiva, listos para rechazar a cualquier Perdición que les hubiera estado siguiendo o que les hubiera visto desde el río.

Nada.

Aunque el Tisza rugía con un aullido tan sonoro como una catarata que cayera justo a su lado no había ninguna criatura a la vista. El río se lanzaba hacia adelante dentro de sus orillas, más salvaje y con más espuma que en el mundo físico pero sin duda más tranquilo que la noche de su llegada. Se asomaron al agua intentando distinguir las cosas que flotaban en la superficie y luego apartaron la mirada asqueados cuando reconocieron lo que eran: cadáveres de espíritus, huesos de animales etéreos cuyas personalidades habían desaparecido pero a los que se les había impedido desvanecerse para reaparecer en algún otro lugar de la Umbra. Cada uno de ellos era una especie de cripta, incapaz de moverse o actuar pero sin embargo consciente de su propio estado torturado y paralizado.

—Es monstruoso —lloró Julia cerrando los ojos con fuerza y gritando para que la oyeran por encima del rugido del río—. Algo que le haría eso a un espíritu está… más allá de la redención.

Ojo de Tormenta gruyó profundamente, desesperada por aullar su ira y su pena pero con miedo de lo que podría atraer un gesto así. Aquí tenían que caminar con cuidado, no se fueran a convertir en huesos ellos también.

Hijo del Viento del Norte se quedó quieto pero temblaba de ira, luchó por contener su rabia y sólo la pudo controlar prometiéndose a sí mismo que, tan pronto como encontrara al que había hecho esto, dejaría escapar toda su ira y causaría auténticos estragos.

Carlita estaba más triste que enfadada, quería ayudar a los espíritus pero el río se los llevaba demasiado deprisa y había demasiados. No le resultaba extraña la sensación de impotencia al contemplar unos crímenes tan terribles, toda su tribu conocía esa frustración de forma íntima.

—Venid —dijo Halaszlé—. Deberíamos movernos, antes de que se despierte algo.

—¿Crees que las Perdiciones están durmiendo? —dijo Carlita siguiendo a Halaszlé por la orilla. Los otros desviaron la atención del Tisza para concentrarse en caminar.

—Sí. La luna las perturba. Se ponen más furiosas por la noche.

No solía ser muy recomendable caminar por el mundo de los espíritus de día, cuando la luna estaba escondida, lo que permitía que todo tipo de Perdiciones rondaran con toda libertad, pero lo que decía Halaszlé tenía sentido. El único respiro que les daba la luna a las Perdiciones era durante el día, así que utilizaban ese momento para reponer las energías perdidas.

—Ahora está claro —dijo Julia—. Algo está tirando del río, haciéndole fluir más rápido de lo que quiere.

Siguieron caminando, todos ellos inquietos por el atronador sonido del caótico río pero agradecidos que no les saltara nada encima.

En cierto momento, Ojo de Tormenta se paró y agudizó el oído apartándolo del río, como si escuchara algo.

—¿Oís eso?

Todos se pararon y se esforzaron por oír algún sonido además del veloz torrente, pero no consiguieron distinguir nada.

—¿Qué es? —dijo Julia.

Ojo de Tormenta sacudió la cabeza.

—Ya no lo oigo…

—¡Esperad! —dijo Hijo del Viento del Norte—. Algo… allí, lejos… llamándome.

—Sí —dijo Ojo de Tormenta—. Pensé que había oído mi nombre…

—Mierda —dijo Carlita—. Eso es lo que pasó la última vez, ¡cuando esos murciélagos atacaron a Grita Caos! —Examinó el cielo oscuro en busca de alguna señal de movimiento.

—Se ha ido —dijo Hijo del Viento del Norte—. Ya no lo oigo.

—¿El ruido del río no se acaba de hacer más fuerte? —dijo Carlita.

Ninguno estaba seguro, todos se quedaron allí un rato intentando oír sus nombres de nuevo pero el sonido del río ahogó todo lo demás.

—Mirar —dijo Carlita—. Esto es bastante siniestro. Sea lo que sea lo que nos está llamando, yo no pienso contestar.

—Probablemente tienes razón —dijo Julia—. Vamos a seguir.

El resto asintió y reanudaron la marcha pero ahora incluso con más cautela que antes. Ahora se turnaban para mirar a todas partes por si lo que les llamaba venía de otra dirección que no fuera el río.

Después de caminar una hora, Carlita les pidió que pararan de nuevo haciéndoles gestos con urgencia para que se acercaran más y ella pudiera hablar sin tener que gritar.

—Debemos estar ya en Serbia. ¿No se curva el río un poco más arriba?

—Sí —dijo Julia—. Ya lo he notado.

—Se está dirigiendo más hacia el oeste —dijo el Hijo del Viento del Norte.

—No creo que haga eso en el mundo material —dijo Halaszlé—. Sí que se curva hacia el oeste en algún momento, pero desde luego no tan cerca de la frontera.

—Es mucho más que una simple curva —dijo Ojo de Tormenta con la mirada fija en el río—. Hay algo desviándolo a propósito.

Todos miraron pero no podían ver tan lejos en la oscuridad. Hijo del Viento del Norte cambió a la forma Lupus y contempló el punto que parecía mirar Ojo de Tormenta.

—Sí —dijo—. Hay algo allí, algo blanco.

—Que le jodan —dijo Carlita—. Yo no me voy a quedar atrás.

Ella también cambió a la forma Lupus y con la aguda visión de esa forma vio algo pálido a lo lejos, algo contra lo que claramente se estaba estrellando el río.

Julia y Halaszlé también cambiaron a la forma de lobo y la manada se acercó más con cautela, ahora todos a cuatro patas.

Al acercarse más la palidez resultó ser una especie de presa. El Tisza se estrellaba contra ella pero no podía saltarla así que giraba a la izquierda (hacia el oeste) y fluía por un curso nuevo, diferente del de su equivalente físico. Pero la división del espíritu y la materia no se lograba sin provocar daños. Allí donde fluía el río el agua se hacía cada vez más negra y aceitosa, más parecida a una mancha de aceite móvil que a un río.

Al aproximarse a la presa se dieron cuenta de que la palidez provenía de la masa de huesos blanquecinos que se apilaban a todo lo alto y largo, y que atravesaban el curso original del río. Miles de huesos, espíritus de animales muertos (peces, pájaros, hasta perros y gatos) que estaban colocados en una estrecha formación que bloqueaba todos los intentos del Tisza para destruirla.

Peces espíritus todavía vivos se veían arrojados del curso del río y se hundían cayendo en medio del dolor y la agonía de asfixiarse lejos de la humedad del río.

La manada se quedó paralizada cuando vieron una forma levantarse de un agujero al otro lado de la presa. Una masa deforme mezcla de pez y lobo (una Perdición de las Inundaciones) se escabulló sobre la presa para agarrar el pez varado. Aquí, en el mundo espiritual, tenía más sustancia, no era una simple forma de agua esculpida sino una cosa hecha de carne, aletas y escamas. Mientras la manada lo contemplaba, la forma se tragó entero al pez espíritu gorgoteando mientras lo hacía desaparecer garganta abajo. Luego miró por allí buscando más y cuando el río no le lanzó ningún otro espíritu fresco volvió a desaparecer arrastrándose por el agujero.

Cuando se fue, Carlita dejó escapar el aire que había estado conteniendo y al hacerlo aspiró un soplo de su olor, lo bastante fuerte para atravesar un río torrencial. Era tan fétido y podrido que le apeteció meter la nariz en el río para lavarla, pero sabía perfectamente que no podía.

John Hijo del Viento del Norte fue el primero en hablar.

—Tenemos que romper esa presa.

—Está matando el río —dijo Julia—. Lo está ayudando a dirigirse hacia Jo'cllath'mattric. Si podemos hundirla quizá el río vuelva a fluir bien y no le de tanto poder a la bestia Wyrm.

—¿Cómo lo hacemos sin tener que luchar contra esas cosas? —dijo Carlita.

—No podemos —dijo Ojo de Tormenta—. Preparaos para luchar. Y morir si hace falta.

—Pero viste lo que pasó la última vez que nos enfrentamos a una de ellas, ¡no todos tenemos paralizadores!

—Esto es la Umbra —dijo Julia—. Aquí nos deberían bastar las garras. ¿Te diste cuenta de que este tenía más sustancia? ¡Hasta podía olerlo!

—Tiene que haber una manera mejor —gimoteó Halaszlé—. ¿No podemos rodear la presa sin que nos vean y mirar si tiene algún punto débil? Quizá podamos destrozarla o mejor aún, quitarle una parte para que el resto se venga abajo…

—Merece la pena intentarlo por lo menos —dijo Carlita—. Antes de ir a ganarnos unas cuantas cicatrices de batalla deberíamos por lo menos echarle un vistazo a eso. No tenemos ni idea de cuántas de esas cosas hay en esa presa.

—Estoy de acuerdo —dijo Julia—; vamos a acercarnos y ver lo que hay al otro lado antes de empezar a atacar nada.

Ojo de Tormenta e Hijo del Viento del Norte asintieron y la manada se movió junta en un gran arco rodeando la presa para acercarse a ella desde atrás. Al acercarse no consiguieron ver ninguna diferencia de importancia en la parte de atrás. Era una construcción inmensa de huesos apilados que no tenía ninguna otra característica especial a parte de un manchón negro sobre la parte de arriba que estaba claro que era el agujero por el que había salido la Perdición. Era una abertura bastante amplia, desde luego lo bastante grande para que cupiera un Garou en la forma Crinos.

—Yo digo que nos metamos en el agujero —dijo Hijo del Viento del Norte—. Tiene que tener algún sitio dentro, desde este lado es demasiado grueso para reventarlo sin más.

—Espera un segundo —dijo Carlita—. Vamos a pensarlo. Julia, ¿es posible, quizá, romper algunos de esos huesos y hacer que se disipen los espíritus? Podríamos provocar una reacción en cadena.

Julia lo pensó un momento.

—Podríamos intentarlo, pero podría atraer la atención de algo y puesto que ni siquiera sé lo que está haciendo que permanezcan en su forma muerta, no puedo ni empezar a formar una teoría sobre cómo romperlos, excepto con las garras, quizá.

—Si eso falla —dijo Ojo de Tormenta— vendrían las Perdiciones y no entraríamos jamás. Yo digo que vayamos ahora, antes de que nos conozcan.

Carlita no vio otra opción, había esperado que apareciera otra cosa pero parecía que no tenían elección.

Halaszlé temblaba y escondía la cara en las manos moviendo la cabeza hacia delante y hacia atrás murmurando algo en húngaro.

—Oye, tranquilízate —dijo Carlita poniéndole la mano en el hombro—. Si superamos esto y reventamos esa presa tu futuro estará lleno de sopa de pescado.

—Ja —dijo Halaszlé asomándose entre las manos—.
Si
es una palabra muy grande ahora mismo, y después de ver esto estoy pensando en que a lo mejor me cambio el nombre.

—Vamos —dijo Ojo de Tormenta—. ¡Ahora!

La loba saltó dirigiéndose directamente al agujero oscuro. Hijo del Viento del Norte estaba justo detrás de ella.

Carlita dudó sólo un momento, lo justo para agarrar a Halaszlé por el cuello y arrastrarle detrás del resto de la manada mientras cambiaba a la forma Crinos y cogía la daga de colmillo con la otra mano.

—¡Venga, chavalote! ¡Vamos a pillar unos cuantos huesos para estos perros!

Capítulo once

Ojo de Tormenta hizo una pequeña pausa fuera del agujero para olisquearlo y luego se hundió en él. Hijo del Viento del Norte no lo dudó un momento y saltó con los pies por delante con la voluminosa forma Crinos. A Carlita no le gustaba ser la última pero el resto ya había saltado antes. Julia se deslizó por la abertura en la forma Lupus en el instante en que Carlita llegaba allí con Halaszlé justo detrás de ella. Él, al igual que Carlita, estaba en la forma Crinos.

Mientras se deslizaba por el agujero y aterrizaba en el túnel de debajo, los otros ya habían formado un muro defensivo alrededor de la hendidura. Ojo de Tormenta se asomó en ambas direcciones (derecha e izquierda) olisqueando en busca de pistas que les indicasen qué camino tomar.

El suelo estaba lleno de charcos pero parecían llenos de agua normal, no la carne espiritual sin forma de una Perdición de las Inundaciones. Halaszlé metió una garra en uno de los charcos y lo agitó, sólo para asegurarse, pero no hubo ninguna reacción más allá del remolino de agua alterada que era de esperar.

Ojo de Tormenta se puso a la derecha seguido de Hijo del Viento del Norte. Carlita fue la siguiente, ya que Julia se había abierto para vigilar el flanco izquierdo al entrar en el túnel. Ahora se volvió y empujó a Halaszlé delante de ella, pero caminó con cautela, constantemente pendiente del túnel que había detrás de ellos.

El rugido del río quedaba ahora más distante, como si lo bloqueara la masa de huesos. Julia se arriesgó a susurrarles un mensaje por encima del tecleo y del goteo de fondo que se filtraba por las paredes.

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