–«En cuanto a Cartago -leyó-, el fantasma de Catón podrá descansar por fin. La ciudad, que era tan antigua como Roma, está ahora destruida. El puerto fue destruido, las casas incendiadas, los altares destinados a los sacrificios humanos reducidos a escombros. Los jardines asolados. Los majestuosos mosaicos de las plazas públicas convertidos en piscinas de sangre. »Los hombres fueron masacrados mientras tuvimos fuerzas para masacrarlos; los pocos que sobrevivieron se convertirán en esclavos. Por lo que sé, todas las mujeres fueron violadas, independientemente de su edad o su posición. Muchas fueron asesinadas, aunque suplicaron clemencia; hasta ese punto llegó el frenesí de destrucción que superó a los vencedores. Las mujeres y los hombres que sobrevivieron serán separados según el sexo y vendidos en mercados de esclavos a cientos de millas de allí, para que los hombres y las mujeres cartagineses jamás puedan volver a copular y su raza se extinga. Antes de ser vendidos, se les cortará la lengua para que su idioma e incluso los nombres de sus dioses desaparezcan para siempre de la faz de la tierra. »La tierra en sí quedará yerma. Están vertiendo sal en el territorio que rodea la ciudad para que durante una generación entera no pueda cultivarse nada allí. Según me enseñó Blosio, la sal fue lo que dio origen a Roma hace mucho tiempo, por lo que resulta adecuado que sea la sal la que selle el enterramiento de Cartago. »Cuando Alejandro conquistó Persia, decidió dejar la ciudad de Babilonia intacta y convertir a sus habitantes en sus súbditos; su clemencia fue exaltada por dioses y hombres. Nosotros hemos seguido un ejemplo más antiguo, el de los despiadados griegos que saquearon la ciudad de Troya y sólo dejaron ruinas a su paso. Los dramaturgos griegos nos cuentan las muchas desgracias que posteriormente sufrieron los victoriosos griegos: Áyax, Ulises, Agamenón y los demás. Rezo para que los dioses propicien lo que le hemos hecho a Cartago y garanticen un destino justo al pueblo de Roma, que ha cometido este acto terrible por la gloria de Júpiter».
Con manos temblorosas, Cornelia dejó la tablilla a un lado. – ¡Si pudiese haber estado allí! – dijo Cayo, con los ojos brillantes de emoción-. ¡Debió de ser un día glorioso! Y nunca se repetirá porque Cartago ha desaparecido, y yo era demasiado joven para estar allí y jamás volverá a haber otra guerra contra ella. Me muero de ganas de que Tiberio vuelva a casa y me dé más detalles.
Menenia bajó la vista.
–La guerra es la forma de ser del mundo, y siempre lo será -dijo en voz baja Blosio-. Es evidente que los dioses de Roma eran superiores a los de Cartago. Debemos estar agradecidos por eso. Pero aun así… temo por el futuro de Roma. Qué astuto es Tiberio al destacar el ejemplo de los griegos contra Troya. Recuerdo a Aquiles, el héroe griego que era casi invencible; pero aun así, cuando profanó el cadáver del troyano Héctor, los dioses vieron mal su arrogancia, le retiraron su protección y Aquiles murió en el campo de batalla como cualquier otro mortal. »Roma ha entrado en una nueva era. Con la destrucción de Corinto, el respeto de los romanos hacia la cultura griega degeneró en un saqueo absurdo. Con la destrucción de Cartago, los romanos ya no tienen rival en el Mediterráneo. Pero ¿cómo soportará Roma las responsabilidades de un poder y una riqueza sin precedentes en la historia del mundo? Debemos rezar para que los dioses den a Roma hombres sabios que sepan conducirla en un futuro… y mujeres sabias que críen a estos hombres mientras sean niños.
Blosio, Menenia y Cornelia volvieron la mirada hacia el joven Cayo. Inspirado por las visiones de carnicería en Cartago, se había atrevido a coger la corona mural y estaba probándosela de nuevo, sin darse cuenta de que los mayores lo observaban atentamente.
A pesar de que solía producirle indigestión, Blosio se sirvió también un poco de repollo. Aunque todos los hijos de Cornelia habían llegado ya a la edad adulta, Blosio seguía viviendo en su casa pero pasaba la mayor parte del tiempo en casa de Menenia, a escasa distancia de allí, en el Palatino.
Era impensable que Menenia y Blosio, una patricia romana y un filósofo de Cumas, llegaran a casarse algún día, pero su relación había resistido con éxito la prueba del paso del tiempo. La viuda y el estoico estaban encaneciendo juntos.
Menenia no probó el repollo. Cuando hacía calor perdía el apetito y siempre se lamentaba de que durante todo el mes de sextilis no podía comer nada. Detrás de ella, un esclavo agitaba un abanico de plumas de pavo real para ventilar un poco el lánguido ambiente del jardín.
–Tiberio Graco siempre ha sido tu amigo, Lucio -dijo-. Deberías alegrarte por él. Tendrías que haber considerado su cargo de tribuno como una oportunidad para ti. Pero durante este último año lo único que has hecho ha sido evitarlo. ¿Qué me dices de la ley que ha conseguido promulgar en la que se establece una comisión para redistribuir las tierras de cultivo? Podrías haber trabajado para esta comisión… -¡Si quisiese dar por terminada mi carrera antes de empezarla! Todo esto acabará en desastre.
–No necesariamente -dijo Blosio-. Es evidente que Tiberio se la juega. Francamente, su osadía me asombra, aunque no debería ser así; es descendiente de su abuelo, al fin y al cabo, e hijo de su madre. – ¡Y pupilo de Blosio! – explotó Lucio-. Vosotros los estoicos siempre vais diciendo que la mejor forma de gobierno no es la república, sino un rey. Le has metido en la cabeza a Tiberio un montón de ideas peligrosas.
Blosio se contuvo, pero el repollo empezaba a darle vueltas en el estómago.
–Tiberio es un visionario. Si mis enseñanzas le han servido de inspiración, me enorgulleceré de haberlo conseguido. – ¿Y sufrirás las consecuencias a su lado, cuando toda esta iniciativa se derrumbe?
–Tiberio es el hombre más querido de toda Roma -dijo Blosio.
–También es el hombre más odiado -contraatacó Lucio. – ¡Lucio! ¡Blosio! ¡Dejaos ya de peleas! – Menenia suspiró-. Quiero que los dos me expliquéis, una vez más y desde vuestro punto de vista, qué es exactamente lo que Tiberio pretende hacer y por qué se vislumbra un éxito tan grande… o un fracaso.
Blosio levantó una ceja.
–Finges ignorancia, querida, en tu esfuerzo por llevarnos a defender nuestras posiciones con más lógica que emoción. Podrías resumir la situación tan bien como cualquiera de nosotros.
Menenia rió. – ¡Si con ello os calláis los dos, lo haré! Si nos remontamos a los tiempos en que nuestros antepasados conquistaron Italia, trocito a trocito, veremos que Roma adquirió inmensas parcelas de terreno público. Posteriormente, hubo aún más terrenos confiscados a las ciudades italianas que se aliaron con Aníbal. La política que se ha llevado a cabo ha sido siempre la de distribuir estas tierras entre ciudadanos romanos y aliados de la península para recompensarlos por su servicio militar. Se sabe que las granjas pequeñas ayudan a mantener la estabilidad económica, además, suministran más soldados, pues los terratenientes están obligados a servir en la milicia. Para que las propiedades sigan siendo pequeñas en tamaño y las distribuciones justas, siempre han existido límites en cuanto a la cantidad de tierra que un único hombre puede poseer. »Pero, según dice el proverbio etrusco, el dinero lo cambia todo. En lo que llevo de vida, han entrado en Roma cantidades asombrosas de plata y oro procedentes de las ciudades y provincias conquistadas y, como resultado de ello, un grupo muy pequeño de ciudadanos se ha hecho rico, muy rico. Hay algunos que han encontrado la manera de burlar los límites legales y han comprado superficies inmensas de suelo público, junto con esclavos para trabajar sus enormes propiedades.
Como consecuencia de ello, los hombres libres de toda Italia se han visto obligados a abandonar sus tierras e instalarse en las ciudades, donde luchan por sobrevivir, evitan tener familia y no tienen obligación de servir en el ejército. La situación no beneficia a nadie, excepto a ese pequeño número de riquísimos terratenientes. Las masas pobres de toda Italia se ven desposeídas de sus tierras y la mano de obra disponible para las legiones romanas es cada vez menor. Algo hay que hacer para recuperar las tierras que los grandes propietarios han adquirido ilegalmente y para redistribuir de nuevo esa tierra. – Menenia parecía satisfecha consigo misma-. Ya está. ¿He explicado la situación general para satisfacción de mi público?
–Ni yo mismo podría haberlo hecho mejor -dijo Blosio-, aunque añadiría que las consecuencias van más allá de la simple gestión de la tierra. Actualmente, se está librando una guerra en Hispania, una lucha gratuita, prolongada y desastrosa, que es el resultado de las continuas trifulcas de la camarilla que gobierna en el Senado. Eso ha llevado a que en las filas del ejército reine la insatisfacción general y una disciplina severa y humillante. Estoy pensando en el ejemplo de los desertores de la campaña de Hispania que fueron acorralados, apaleados y vendidos como esclavos. – Miró con gula el repollo, pero decidió renunciar a un nuevo bocado. »La enorme influencia de los esclavos ha generado sus propios problemas, como la gran revuelta que se está produciendo en Sicilia en estos momentos. ¡Los esclavos amenazan con hacerse con toda la isla! Y éste no es más que el último y más grave estallido de violencia por parte de esclavos renegados. Su número ha aumentado de forma alarmante por toda Italia y muchos de ellos están francamente embrutecidos. La situación es más peligrosa cada día que pasa. Campesinos expulsados de sus tierras, escaso respeto y poca retribución para las tropas, demasiados esclavos en situación desesperada y miserable. Los ciudadanos de Roma exigen que se haga algo… y Tiberio Graco ha declarado que él va a ser quien lo haga. – ¡Sólo tiene veintinueve años y ya es tribuno! – dijo Menenia-. Cornelia puede sentirse muy orgullosa.
Lucio se lo tomó como una afrenta. Una sonrisa afectada se dibujó en sus facciones. – ¡Tener un suegro importante ayuda! Apio Claudio es seguramente el hombre más poderoso del Senado. – ¡Los Claudio, siempre los Claudio! Y sus políticos parecen volverse más radicales cada generación que pasa -dijo Blosio-. Sí, Tiberio tiene en Claudio un poderoso aliado. Pero los grandes terratenientes no se detendrán ante nada para conservar sus propiedades. Ya hemos visto cómo se han desarrollado las desavenencias hasta ahora. Tiberio presentó una propuesta para redistribuir la tierra, pero bastaba con que uno de los nueve tribunos la vetara, y los terratenientes convencieron al tribuno Marco Octavio para que lo hiciera.
Lucio estaba cada vez más agitado.
–Y ahora me darás la razón por la que no quiero tener nada que ver con Tiberio y su política.
Cuando Octavio emitió su veto, Tiberio pidió que Octavio fuera expulsado por votación popular y se le retirara de su cargo. Pero Octavio se negó a dimitir, con lo cual uno de los libertos de Tiberio echó a la fuerza a Octavio de la tribuna de orador y, en el altercado que siguió, uno de los criados de Octavio resultó herido y se ha quedado ciego. Ahora, los detractores de Tiberio le llaman enemigo del pueblo por haber hecho lo que ni siquiera Coriolano logró hacer. ¡Echar a la fuerza a un tribuno de su puesto!
–La actuación de Tiberio estaba completamente amparada por la ley…
–No sé si la expulsión de Octavio fue legal o no. Lo que sí sé es que Tiberio recurrió a la violencia. Sí, al final se salió con la suya. Su propuesta se convirtió en ley. Para redistribuir la tierra, es necesario crear una comisión. ¿Y a quién nombra Tiberio para formar esa poderosa comisión? A sí mismo, a su suegro Apio Claudio y a su hermano menor, Cayo… ¡que apenas tiene veintiún años!
–Tiberio necesitaba hombres de confianza -insistió Blosio.
–Huele a nepotismo -dijo Lucio-. Madre, antes me sugerías que debería haberme asegurado un puesto en la comisión de Tiberio. ¡Te lo digo, ningún poder en la tierra me habría convencido para hacerlo!
–Y ahora estamos ante la última táctica de Tiberio. Como bien has dicho, madre, el dinero lo cambia todo. El rey Atalo de Pérgamo ha muerto y su testamento deja un hueco en su país que puede aprovechar Roma: las tierras que pertenecieron a Troya en la antigüedad serán ahora nuestras. La llegada de riqueza será enorme. Normalmente, ese oro y ese botín irían a parar directamente a los cofres del Senado, pero a Tiberio se le ha ocurrido otra idea. Propone que vayan directamente al pueblo, que se distribuyan junto con parcelas de tierra y sirvan para pagar los pertrechos de la granja y todo lo necesario para empezar las labores. Sus enemigos lo califican de soborno público a una escala sin precedentes. Acusan a Tiberio de pretender convertirse en rey. – ¡Jamás! – se mofó Blosio.
–Como mínimo, Tiberio pretende una especie de revolución desde las bases. Al utilizar el cargo de tribuno para hacer cosas que nunca antes había hecho un tribuno está desafiando la supremacía del Senado.
–Lo encuentro tremendamente excitante -dijo Menenia-. ¿Por qué estás tan convencido de que Tiberio fracasará?
–Porque, madre, su apoyo se debilita cada día que pasa. El pueblo, independientemente de que sirva o no a sus intereses, cree que Tiberio puso en tela de juicio su soberanía cuando expulsó a un tribuno rival de su puesto. Y si piensa que puede apropiarse de la riqueza de Pérgamo para sus objetivos políticos, eludiendo al Senado, está jugando con fuego. ¿Quiere Tiberio ser rey, tal y como afirman sus enemigos? – Lucio miró fijamente a Blosio-. De hecho, ya tiene una corte como si lo fuera, con un filósofo griego que actúa de consejero.
Blosio se mosqueó.
–Mi filosofía será griega, pero yo he nacido en Italia y soy de noble sangre de la Campania. Sí, fui el tutor de Tiberio cuando era niño. Y sí, aún me consulta siendo hombre, ¿por qué no?
–Porque los magistrados romanos no consultan los asuntos de Estado con filósofos griegos… a menos que quieran ser como los' tiranos griegos. Yo me limito a repetir lo que dicen los enemigos de Tiberio, quienes se preguntan también lo siguiente: cuando el embajador de Pérgamo llegó a Roma, ¿a quién entregó el testamento real, la diadema y el manto púrpura del fallecido rey Atalo? ¿Al Senado? ¡No! Fue directamente a casa de Tiberio. – ¡No para nombrarlo rey! – protestó Blosio-. El embajador visitó a Tiberio por simple cuestión de cortesía. Los vínculos diplomáticos entre los Graco y la casa de Atalo se remontan a una generación. Hace treinta años que el padre de Tiberio encabezó una embajada romana para investigar los cargos de sedición imputados al padre del fallecido rey, que fue encontrado libre de toda sospecha. Desde entonces, la familia real de Pérgamo ha mantenido una estrecha relación con los Graco.
–Sea cual sea la explicación, parece sospechoso.
Blosio negó con la cabeza. – ¡Tonterías! Los enemigos de Tiberio se rebajarán a cualquier calumnia con tal de acabar con él. Tiberio defiende al pueblo y los que ambicionan la tierra dicen que quiere convertirse en el rey del pueblo. Los votantes tendrían que tener más cabeza y no creer en esas mentiras.
–Pronto veremos lo que piensan los votantes -dijo Lucio-. Tiberio se presenta para un segundo mandato como tribuno. Evidentemente, es ilegal que los magistrados desempeñen el puesto dos años seguidos…
–Pero no como tribunos -dijo Blosio-. Existe un precedente para que un tribuno pueda seguir en su cargo. Si en un determinado año no se presentan suficientes candidatos para cubrir los diez puestos… -¿Es eso lo que Tiberio anda tramando? ¿Seguir en su cargo sobornando o borrando de la lista a otros candidatos?
–Los demás renunciarán a su puesto porque el pueblo lo exigirá.
Lucio gruñó exasperado. – ¿Acaso no ves adónde lleva todo esto? Si gracias a algún tecnicismo Tiberio consigue presentarse de nuevo como tribuno y sale elegido, sus enemigos estarán aún más decididos a detenerlo como sea; y eso significa más violencia. Si pierde, perderá también la inmunidad que le proporciona su cargo y sus enemigos lo llevarán a los tribunales con cualquier acusación falsa y lo enviarán al exilio. Suceda lo que suceda, Tiberio se encuentra en una posición muy peligrosa.
Siguió un largo silencio, roto finalmente por un suspiro de Lucio.
–No es que no esté de acuerdo con la propuesta de Tiberio de redistribuir la tierra. Es un objetivo honorable. Debe hacerse, y se hará… algún día. Pero si Tiberio hubiese aplicado más lentamente su estrategia, si fuera más gradual…
–Los avariciosos terratenientes se hubieran opuesto igualmente a mí -dijo una voz ronca. – ¡Tiberio! – exclamó Menenia. Se levantó de un salto, abrazó al recién llegado y le estampó un beso en la mejilla-. ¿De dónde vienes?
–De hablar en el Foro, naturalmente. Se acerca el día de las elecciones. Pensé que encontraría a Blosio por aquí. – Tiberio Graco se había convertido en un hombre tremendamente atractivo; muchos que lo comparaban con los bustos de su abuelo decían que era aún más guapo que aquél.
Pero ese día estaba un poco ojeroso; los incesantes trabajos de su campaña para la reelección empezaban a pasar factura. Pese a su fatiga, proyectaba un aura que resultaba superior a su presencia física, ese encanto indefinible que los griegos denominaban kharisilla. El íntimo escenario del jardín de Menenia parecía demasiado pequeño para darle cabida.
Blosio se levantó a saludarlo. Intercambiaron unas palabras. Entonces Tiberio se volvió hacia Lucio, que había permanecido sentado y en silencio.