Rumbo al Peligro (30 page)

Read Rumbo al Peligro Online

Authors: Alexander Kent

Tags: #Histórico

BOOK: Rumbo al Peligro
7.99Mb size Format: txt, pdf, ePub

Murmuró débilmente:

—Yo no… no quería que me viera así, Aurora. Ella sonrió, pero fue una sonrisa que expresaba una extraordinaria tristeza.

—Es una persona muy hermosa —dijo ella. Bolitho cerró los ojos, al límite de sus fuerzas. Bulkley se giró para observarles desde la puerta. Se suponía que debía estar habituado a ser testigo del dolor y de la recompensa de la recuperación, pero en realidad no era así, y se sintió emocionado por la escena que tenía delante. Parecía una pintura mitológica, pensó. La bella mujer derramando sus lágrimas sobre el cuerpo caído de su héroe.

No le había mentido a Bolitho. Había estado muy cerca de la muerte; el alfanje no sólo había dejado una profunda cicatriz sobre el ojo, cruzándole toda la frente, sino que había llegado a hacer mella en el hueso. Si Bolitho no hubiera sido tan joven, o si el alfanje hubiera sido utilizado con mayor destreza, habría sido su fin.

—Se ha dormido —dijo ella. Pero no hablaba con Bulkley. Se quitó el chal blanco y cubrió con él muy delicadamente el cuerpo de Bolitho, como si su desnudez, igual que las palabras que había pronunciado ella, fueran algo privado.

En el mundo más real y reglamentado de la
Destiny
, una voz bramó:

—¡El ancla está libre, señor!

Bulkley alargó una mano para mantener el equilibrio cuando la cubierta osciló bajo la súbita fuerza del viento y la acción del timón. Se iría a su enfermería y allí echaría unos cuantos tragos. No sentía ningún deseo de observar desde popa cómo la isla se quedaba atrás y acababa perdiéndose en la oscuridad. Les había proporcionado agua dulce, pero se había cobrado vidas a cambio. El grupo que había llegado con Bolitho a la charca había sido víctima de una auténtica matanza de la que sólo se habían salvado Stockdale y otros dos hombres. Colpoys había afirmado en su informe que los salvajes que les habían atacado eran esclavos que posiblemente habían podido escapar mientras se les trasladaba a alguna plantación de aquellas islas.

Al ver acercarse a Bolitho y sus hombres sin duda debían de haber imaginado que iban tras ellos y que si les cazaban serían víctimas de crueles represalias por haber huido. Cuando los botes de la
Destiny
, alertados por el disparo desde la playa y por el repentino pánico que se había apoderado de la dotación del escampavía, alcanzaron la costa, los esclavos habían corrido hacia ellos. Nadie podía saber si se habían dado cuenta de que la
Destiny
no era un barco negrero y aun así habían querido obtener algún botín. Colpoys había apuntado con los mosquetones y los cañones giratorios que se habían montado en cada uno de los botes y había arrasado la playa. Cuando el humo se desvaneció, no quedaba nadie vivo que pudiera aclarar aquel punto.

Bulkley se detuvo en lo alto de la escalerilla y se quedó escuchando el ruido de los motones, el sonido sordo de los pies desnudos de los marineros que tiraban de drizas y brazas de forma que el barco tomara el rumbo correcto.

Para un buque de guerra aquello sólo era un episodio más. Algo que simplemente quedaría registrado en el cuaderno de bitácora del barco. Hasta el siguiente desafío, la próxima batalla. Miró hacia popa y vio el fanal de la parte inferior de cubierta oscilando y, bajo éste, al centinela con su casaca roja.

Con todo, decidió, había habido también muchas cosas que valían la pena.

12
SECRETOS

Los días inmediatos a la vuelta a la vida de Bolitho fueron como retazos de un sueño. Desde que tenía doce años de edad, desde la primera vez que se había hecho a la mar como guardiamarina, había estado siempre habituado a las constantes demandas que exigía un barco. De día o de noche, a cualquier hora y en todo tipo de condiciones, él había estado dispuesto para correr con los demás a cumplir las órdenes recibidas, cualesquiera que éstas fuesen, y nunca se había hecho ilusiones respecto a las consecuencias que tenía el no acatarlas.

Pero mientras la
Destiny
navegaba lentamente hacia el norte surcando las aguas del Caribe, tuvo que aceptar la inactividad forzosa, permanecer quieto y limitarse a escuchar los familiares sonidos procedentes del exterior del camarote o de la cubierta por encima de su cabeza.

Su idílico sueño se hacía más que llevadero gracias a la presencia de Aurora. Ella parecía capaz incluso de mantener a raya el terrible e inmisericorde dolor que le acometía de repente por el simple hecho de notarlo a pesar de sus lamentables intentos de escondérselo.

Le cogía de la mano o le enjugaba la frente con un paño húmedo. En ocasiones, cuando el dolor le taladraba el cerebro como un hierro de marcar, ella le abrazaba y le apretaba el rostro contra su pecho, murmurándole a su cuerpo palabras secretas, como para aliviar el tormento.

Él no dejaba de observarla siempre que ella se encontrara en una posición en la que pudiera verla. Mientras le quedaban fuerzas, le describía el significado de los sonidos de a bordo, le decía los nombres de los marineros a los que reconocía y le explicaba cómo trabajaban juntos para hacer del barco una cosa viva.

Le habló de su hogar en Falmouth, de su hermano y hermanas y de la larga ascendencia del linaje de los Bolitho, que formaba parte del mar.

Ella tenía siempre mucho cuidado de no excitarle con demasiadas preguntas, pero le permitía hablar todo el tiempo que él quería, mientras se lo permitían las fuerzas. Le daba de comer, pero lo hacía de tal forma que él no se sentía humillado o como un niño indefenso.

Sólo cuando salió a colación el tema de afeitarse ella fue incapaz de mantener inalterado el semblante.

—Pero, mi querido Richard, ¡no me parece que necesite afeitarse!

Él se ruborizó; sabía que ella tenía razón, pues por lo general le bastaba con afeitarse una vez por semana.

—Yo lo haré —dijo ella de todos modos.

Utilizó la navaja con sumo cuidado, fijándose en cada pasada y mirando de vez en cuando a través de las ventanas de popa para comprobar que el barco estaba en una posición estable.

Bolitho intentó relajarse, contento de que ella imaginara que la causa de su tirantez era el temor a que le cortara con la navaja de afeitar. En realidad se trataba de que era más que consciente de lo cerca que la tenía, de la presión de sus pechos cuando se inclinaba sobre él, del excitante contacto de aquellas manos en su rostro y su garganta.

—Ya está. —Dio un paso atrás y se quedó estudiándole con aire de aprobación—. Ahora tiene un aspecto muy… —calló un instante mientras buscaba la palabra adecuada—. Distinguido.

—¿Puedo verme, por favor? —preguntó Bolitho. Notó su indecisión e insistió—: Por favor.

Ella cogió un espejo de la cómoda y dijo:

—Usted es fuerte. Lo soportará.

Bolitho miró fijamente el rostro del espejo. Era el de un extraño. El médico le había trasquilado el cabello por completo en la sien derecha, y toda la frente, desde la ceja hasta donde volvía a tener pelo, era un enorme cardenal de color negro y púrpura: Bulkley se había mostrado satisfecho al quitarle los vendajes, pero a los ojos de Bolitho la longitud y profundidad de la cicatriz, cuyo aspecto era aún más horrible debido a los negros puntos de sutura entrelazados que le había puesto el médico, aquello era repelente.

—Debe resultarle repugnante —le dijo a ella en voz baja.

Ella apartó el espejo y replicó:

—Me siento orgullosa de usted. Nada podría malograr lo que siento por usted en el fondo de mi corazón. He estado junto a usted desde el primer momento en que le trajeron aquí. Le he estado observando, así que conozco su cuerpo tan bien como el mío. —Le miró a los ojos con arrogancia—. Esa cicatriz permanecerá, ¡pero significará un honor, no una vergüenza!

Más adelante se apartó de su lado, requerida por Dumaresq.

El sirviente del camarote, Macmillan, informó a Bolitho de que la
Destiny
esperaba avistar San Cristóbal el día siguiente, por lo que al parecer lo más probable era que el comandante estuviera acabando de poner en claro la declaración de Egmont y asegurándose de que la mantendría.

La búsqueda del oro perdido, cualquiera que fuese la forma en que éste se hubiese transformado desde que Garrick se había incautado de él, no era un asunto importante para Bolitho. Había tenido mucho tiempo para pensar en su propio futuro mientras el dolor perlaba su frente de sudor e iba recuperando la fuerza en los brazos. Quizá demasiado tiempo.

La idea de que ella bajara a tierra para unirse de nuevo a su esposo en cualquier nueva empresa que él decidiera, la posibilidad de no volver a verla, le resultaba insoportable.

La marcha de su recuperación había estado jalonada de visitas. Rhodes, radiante de alegría por volver a verle, se mostró más desenfadado que nunca diciendo:

—Tiene un aspecto verdaderamente terrorífico, Richard. ¡Esto hará saltar a las chicas cuando lleguemos a puerto! —Pero tuvo buen cuidado de no mencionar a Aurora.

También Palliser le visitó, ofreciéndole lo más parecido a una disculpa que él era capaz de expresar:

—Si hubiera enviado un piquete de infantes de marina, como sugirió Colpoys, nada de esto hubiera sucedido. —Se encogió de hombros y miró a su alrededor por todo el camarote, hacia el vestido de mujer colgado cerca de las ventanas tras haber sido lavado por la doncella—. Aunque al parecer tiene también sus aspectos positivos.

Bulkley y el secretario de Dumaresq supervisaron su primera salida para dar un corto paseo fuera del camarote. Bolitho sintió la solidez del barco bajo sus pies desnudos, pero era consciente de su debilidad, del vértigo que nunca parecía desaparecer del todo, por mucho que intentara disimularlo.

Maldijo a Spillane y sus conocimientos de medicina cuando éste preguntó:

—Puede haber una fractura grave, ¿no cree?

Bulkley replicó malhumorado:

—Tonterías. Con todo, han pasado muy pocos días; es pronto para decirlo.

Bolitho había esperado morir, pero ahora que aparentemente su recuperación se había afianzado, no parecía tener ante él más que un camino posible. Ser enviado a casa en el primer barco disponible, eliminando el escalafón de miembros de la Armada en activo y no mantener siquiera media paga como oficial retirado para así tener alguna esperanza de encontrar un nuevo empleo.

Hubiera deseado darle las gracias a Stockdale, pero ni siquiera su influencia había sido suficiente para que el centinela que había en la puerta le permitiera pasar.

Todos los guardiamarinas, con la única y significativa excepción de Cowdroy, le habían visitado, y todos se habían quedado mirando la terrible cicatriz con una mezcla de respeto y conmiseración. Jury se había mostrado incapaz de disimular su admiración y había exclamado:

—¡Y pensar que yo lloré como un niño por un rasguño!

Era última hora de la tarde cuando volvió al camarote, y él notó enseguida el cambio que se había producido en ella, la apatía con que le arregló la almohada y comprobó que la jarra de agua estaba llena.

—Tengo que irme mañana, Richard —dijo mansamente—. Mi esposo ha firmado los documentos. Todo ha terminado. Su comandante ha jurado que nos dejará marchar libremente una vez haya visto al gobernador de San Cristóbal. Después, no sé.

Bolitho asió con fuerza su mano e intentó no pensar en aquella otra promesa que Dumaresq le había hecho al capitán del
Heloise
antes de que muriera. Había sido la espada de Bolitho la que le había matado.

—Puede que también yo tenga que dejar el barco —dijo.

Ella pareció olvidar sus propios problemas y se inclinó sobre él angustiada.

—¿Qué significa eso? ¿Quién ha dicho que debe usted marcharse?

Él se incorporó con cuidado y le tocó el cabello. Era como la seda. Cálida, preciosa seda.

—Ahora ya no importa, Aurora.

Ella trazó un dibujo en su hombro con el dedo.

—¿Cómo puede decir eso? Naturalmente que importa. El mar es su mundo, su vida. Ha visto y hecho muchas cosas, pero tiene aún toda la vida por delante.

Bolitho se estremeció al sentir cómo su cabello le rozaba la piel.

—Voy a abandonar la Armada —dijo firmemente—. He tomado una decisión.

—¿Después de todo lo que me ha explicado de su tradición familiar? ¿Va a tirarlo todo por la borda?

—Por usted sí, lo haré.

Negó con la cabeza, su larga melena negra cayendo sobre él mientras protestaba:

—¡No debe decir eso!

—Mi hermano es el preferido de mi padre, siempre lo ha sido. —Era extraño, pero en los momentos más difíciles era capaz de reconocerlo sin amargura, sin sentirse compungido por ello aun sabiendo que era cierto—. Él puede mantener la tradición. Pero lo que yo quiero es a usted; a usted es a quien amo.

Pronunció estas palabras con tanta intensidad que ella no pudo ocultar su emoción.

Bolitho vio cómo se llevaba la mano al pecho y el pulso acelerado en el cuello que delataban la mentira de su aparente serenidad.

—¡Es una locura! Yo lo sé todo de usted, pero usted no sabe nada de mí. ¿Qué clase de vida tendría, viéndome envejecer y anhelando estar en un barco, añorando todas las oportunidades que un día desperdició? —Le puso la mano en la frente—. Es como una fiebre, Richard. ¡Luche contra ella o nos destruirá a los dos!

Bolitho apartó la cara; le escocían los ojos cuando dijo:

—¡Yo podría hacerla feliz, Aurora! Ella le acarició el brazo, intentando apaciguar su desesperación.

—Jamás lo he dudado. Pero hay más cosas en la vida, créame. —Se movió hacia atrás, acompasadamente con el suave balanceo del barco—. Ya se lo dije en una ocasión, podría amarle. Durante estos últimos días con sus noches le he estado observando, le he tocado. Mis pensamientos eran perversos, mi deseo mayor de lo que me atrevería a admitir. —Agitó la cabeza—. Por favor, no me mire de esa forma. Después de todo, quizá el viaje fue demasiado largo y mañana sea demasiado tarde. En estos momentos ya no sé nada con seguridad.

Se giró, su rostro oculto en la sombra, su silueta enmarcada por las ventanas manchadas de sal.

—Nunca le olvidaré, Richard, y probablemente me maldeciré por haber rechazado lo que me ofrece. Pero le estoy pidiendo ayuda. No puedo hacerlo sola.

Macmillan apareció con la cena y dijo:

—Disculpe, señora, pero el comandante y sus oficiales le presentan sus respetos y desean saber si cenará con ellos esta noche. Será la última cena juntos, por así decirlo.

Other books

Vulnerable by Allyson Young
Icing on the Lake by Catherine Clark
If He's Wild by Hannah Howell
Operation Sea Ghost by Mack Maloney
Gente Independiente by Halldór Laxness
Vicky Angel by Jacqueline Wilson