Read Saga Vanir - El libro de Jade Online
Authors: Lena Valenti
El observó sus expresiones. Sí, estaba tensa y asustada. Pero no asustada de él, sino de lo que creía que podía hacerle y, además, lo creía acertadamente. Puede que no esperara a llegar a Inglaterra para follársela. Y ella lo sabía Era imposible no saber lo que iba a hacer con ella. Su erección era tan grande que iba a agujerear el pantalón. Ella no era virgen. Su novio la visitaba cada noche, así que sabía lo que podía pasar. Lo que él se moría de ganas de hacerle. Con ese cuerpo pequeño (comparado con el suyo), sometido debajo de él, tierno, suave y hermoso... ¿Cómo sería estar dentro de ella? Sacó los pulgares de su short, y deslizó sus manos hasta las nalgas de ella. Las apretó, las tanteó, las masajeó y le sonrió.
—Vaya, vaya. Estás muy en forma, ¿eh? —le apretó las nalgas con deseo. Aquello era humillante. Él estaba vestido hasta las cejas. Ella estaba, sólo con unas braguitas, vulnerable y expuesta a cualquier cosa.
Aun así, había algo en él, no sabía el qué, que no hacía que estuviera completamente asustada. Podía ver las diferencias entre Caleb y el animal de Samael. Caleb podía ser cruel y brutal, pero parecía tener un fondo del que el asesino de su padre carecía. La estaba tocando casi con reverencia, mirándola con deseo sí, pero estaba convencida de que no la trataría mal, de que no la pegaría ni le haría daño porque sí.
Caleb empezó a presionar su erección contra ella. A frotarla acompasadamente en círculos sobre su intimidad. Las fricciones eran cada vez más fuertes y poderosas, y Eileen sintió como un calor húmedo y palpitante se concentraba en su entrepierna. Sin perder el ritmo, el vanirio dirigió
la boca a su cuello. Eileen se estremeció pensando que iba a morderla, pero sorprendentemente Caleb sólo lamió la sangre que había en aquella zona. Un lametón largo, como un rasposo satén, para luego cerrar la boca a la altura de la yugular y succionarla, sólo rozando con los colmillos, no hincándolos.
Eileen cerró los ojos al sentir aquel contacto lleno de calor. Ella era sabrosa, adictiva como ninguna otra que hubiese probado. Cuando limpió su cuello con la lengua y la boca, deslizó los labios por su barbilla casi en una caricia y luego ascendió hasta la mejilla. Eileen se quejó. El pómulo le dolía horrores.
—Detente.
Caleb se apretó más contra ella y le susurró al oído:
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—Te he dicho que no hablaras, ramera.
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—Deja de insultarme.
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Caleb colocó su gran mano sobre su boca, pero Eileen sacudía la cabeza para librarse. Unas
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enormes lágrimas cayeron por la comisura de sus ojos, resbalaron por su sien y desaparecieron
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por su pelo, que ya no estaba recogido en un moño, sino que ahora parecía un abanico negro
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extendido sobre el asiento del coche.
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Caleb se sintió avergonzado por ser él quién provocara las lágrimas en una mujer. Pero, ella no
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era una buena mujer, ni una buena persona, era una asesina, o como mínimo cómplice de
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asesinato. ¿Había alguna diferencia?
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Caleb friccionó con más fuerza su entrepierna. Se frotaba sin compasión. Mientras no cesaba en
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sus movimientos, acercó su boca a la herida de la mejilla y la lamió, entornando los ojos del placer
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sabroso de su sangre. No podía leer nada de ella, porque la sangre se había mezclado con el agua
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de la lluvia y, además, no la bebía en cantidades, cómo debería hacerlo para conseguir sus propósitos. Aun así, era sabrosa hasta límites que nunca podría haberse imaginado. Eileen sintió una quemazón en la cara. ¿La estaba lamiendo?
—La saliva es curativa y cicatrizante —le dijo él rozando su sien con sus labios. A continuación, él deslizó la boca hasta la mano que tenía apoyada en la boca de Eileen. Con la mirada le advirtió de lo que pasaría si volvía a hablar.
A Eileen se le empezó a nublar la vista. Su cuerpo estaba en tensión y sentía que incluso su propia piel quemaba. Caleb no dejaba de moverse, de apretarla y friccionarse con ella, y ella... ella empezaba a sentir que iba a volverse loca. Un placer palpitante, un cosquilleo, los músculos de su entrepierna empezaban a moverse espasmódicamente... No, qué vergüenza... No podía correrse con él. No, con él no. No así. No. Pero su cuerpo ya no le obedecía. Ahora Caleb era su dueño. Y
sonrió al ver la lucha interna de Eileen en sus ojos, en el modo de apretar la mandíbula, desesperada. Estaba a punto de caramelo.
Apartó la mano de su boca y deslizó la lengua por la comisura de sus labios, lamiéndola como si fuera un gato. Un gato salvaje. Lamió el labio inferior y luego el superior. Ella ya casi no tenía fuerzas para seguir frunciendo los labios. No iba a permitir que la besara. Necesitaba tomar aire, bocanadas de aire. Entre abrió la boca y empezó a respirar sin ritmo como si le fuera la vida en ello.
Caleb gruñó de placer y volvió a deslizar las manos por su cintura, pasando por las caderas, hasta coger las nalgas con brutalidad. Las alzó contra él, y empezó a moverse más duro y rápido que antes. A Eileen se le escapó un sonido gutural. No, por Dios. No, por favor. Caleb tenía la boca abierta y los colmillos desarrollados. Quería hincárselos mientras ella llegaba al orgasmo. Sería la primera vez que pudiera entrar en su cabeza y bajarle las barreras. Tenía los ojos fijos en su boca, y ella apartó la cabeza y la ocultó en uno de sus propios brazos, ofreciéndole inconscientemente el cuello. Seguía con las manos sobre el reposacabezas del asiento.
Caleb rugió al ver cómo la piel palpitaba en esa zona, en su feminidad, y la abrió más con sus piernas para apretarla y friccionarse de arriba abajo contra ella. Más rápido, más fuerte, más... Eileen cerró los ojos con fuerza. No.
Y de repente, un estallido de placer. Fuegos artificiales. Espasmos corporales. Una sensación líquida entre sus piernas y el mundo que se acababa. Se estaba corriendo con él y él lo sabía. Se estremecía violentamente en sus brazos. En los brazos del monstruo. No había podido controlar su inexperto cuerpo. Lo había intentado pero Caleb salió vencedor. La había provocado, estimulándola hasta el clímax.
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Él soltó sus nalgas a regañadientes y colocó las manos sobre la butaca, a cada lado de su cara.
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Murmuró algo indescifrable. Ambos respiraban entrecortadamente.
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Él todavía tenía los incisivos largos, pero el color de los ojos no le había cambiado. Cuando ella
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lo miró, pudo ver lo orgulloso que se sentía de avergonzarla así. Era el ganador y ella la derrotada.
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—Así me gusta —la miró con determinación y algo más que ella no supo descifrar. —Que
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obedezcas a tu amo en todo.
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¿Era orgullo? ¿Estaba orgulloso de ella? No, no podía ser. Oh, por favor. Sólo faltaba eso para
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acabar de pisotearle el amor propio. Caleb echó un vistazo a sus pechos, su cuello y sus mejillas.
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Estaban teñidas de rojo. Rojo pasión o rojo vergüenza. Le daba igual.
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—Si te pudieras ver... Ahora sí que pareces una zorra de verdad.
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Eileen le prometió con la mirada que lo mataría si pudiese. Volvió a esconder la cara en su brazo y se echó a llorar como una loca desquiciada. Caleb intentó comprender la situación en la que se encontraba. Obviamente, tenía que sentirse derrotada. Se lo merecía. Bajó la mirada para verse aplastado contra su sexo. Todavía estaba duro como una roca, él no había tenido ninguna liberación. Se levantó un poco apoyándose sobre sus brazos y vio como el pelo púbico oscuro de ella se transparentaba a través del short blanco mojado. Agarró el short y tiró de él. No podía aguantar más. Tenía que hundirse en ella.
—No. Te lo ruego —gritó Eileen cogiéndole la muñeca con la mano buena. Caleb tensaba el short con sus dedos. Ambos sabían que si le daba un tirón más, se desgarraría y la dejaría como él quería verla. —¿No, qué? —levantó una ceja divertido. Aunque en realidad no había nada de divertido en lo que estaba pasando. Eileen no creyó
jamás que pudiera odiar a alguien como odiaba a Caleb en ese momento. Él esperaba oír las palabras mágicas. Bien. Ella tragó saliva y sintió el sabor de la dignidad. Amargo. Muy, muy amargo.
—No, por favor... amo.
Caleb levantó la barbilla, tomó aire por la nariz, levantando el pecho con el movimiento, y cogió
a su vez la barbilla de ella para alzarla hacia él. —Vas aprendiendo. Nos llevaremos bien. Colocó bien su asiento y de un salto se encaramó a la zona del piloto. Eileen que seguía temblando, lo miró de reojo sin tenerlas todas con ella. Al menos ya no lo tenía encima. No estaba segura de relajarse todavía. ¿Relajarse? Nunca más podría hacerlo en su vida, porque ya no tenía en quién confiar. No en el mundo de Caleb.
—Caleb, te acabamos de adelantar —dijo la voz de Menw que resonó por todo el coche. Era el comunicador de última generación que habían instalado. —¿No has podido esperar, eh, pillín? Te la has tenido que tirar, ¿verdad?
Caleb miró a Eileen que había vuelto a ocultar su cara entre sus brazos y se había hecho un ovillo dándole la espalda. Una espalda que se movía temblorosamente.
—Lo que hagamos ella y yo no te concierne.
—La tiene pequeña y es un marica... Como todos vosotros... —gritó Eileen enrojecida y furiosa.
—Abusones de mierda...—dijo esta vez con un hilo de voz y atragantándose. Abrió la puerta del coche, se deslizó por el asiento, cayó a cuatro patas en el asfalto y empezó a vomitar. Tuvo que dejarse de apoyar en la muñeca rota, así que se quedó a tres patas mientras tenía que oír como a través del manos libres los otros tres rompían a carcajadas. Caleb la miró muy seriamente. Un músculo de la mandíbula le temblaba sin control. Nadie lo
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avergonzaba así. Nadie.
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—Así que la tienes pequeña... —añadió Menw ahogando la risa.
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Él seguía sin contestar. Estaba impasible. Su rostro como esculpido en granito. No apartaba la
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mirada de ella.
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—¿Habéis localizado al otro guardaespaldas que había entre los pinares? —seguía mirándola
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fijamente. Mientras la chica vomitaba, él observaba como los músculos de su espalda se tensaban
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y se movían sin descanso. —Lo tiré allí.
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—Sí, era el hermano gemelo del que se ha cargado Samael. Le hemos inducido la imagen
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mental de que su hermano se había enamorado de una asiática y que se iban a casar a las Vegas
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esa misma noche, él, de John Travolta y ella, de Olivia Newton-John. Tenía una fractura en la
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pierna. Recordará que se la hizo en un accidente de tránsito. Y también hemos tratado con todo el
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servicio. Les ha quedado muy claro que mañana cuando se despierten se acordarán que la señorita
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Eileen y el señor Mikhail han tenido que hacer un viaje relámpago por un asunto de negocios, y
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que cabe la posibilidad de que pasen una larga temporada fuera para conseguir nuevos clientes. Por supuesto, ellos deben seguir sus vidas con normalidad.
—Muy bien. ¿Qué hay del cuerpo de Mikhail y de su guardaespaldas?
—Están ocultos bajo el suelo de su propia casa. Todo controlado, Caleb. Ahora sólo queda saber si eres capaz de domar a esa fierecilla que va contigo. No va bien para tu reputación de rompecorazones que una chica te toree así.
—Tranquilo. Sólo está conmocionada por lo que le he hecho.
Volvieron a sonar las carcajadas.
—Os veo en el avión.
Apagó el comunicador y salió del coche con determinación y una mirada muy peligrosa. Parecía mentira que la joven tuviera tantas agallas estando como estaba. Eileen había dejado de vomitar, pero seguía apoyada sobre las rodillas y su mano izquierda. Respiraba agitadamente, pálida y abatida.
Caleb la agarró del pelo de nuevo y la levantó. Eileen pensó que si seguía haciéndole eso, la dejaría calva.
Abrió la puerta del copiloto y la metió dentro de un empujón.
Eileen siguió con los ojos a Caleb hasta que él también entró en el coche.
—Cuando lleguemos a Inglaterra, te demostraré lo pequeña que la tengo de todas las maneras, ramera —susurró entre dientes mientras ponía la primera marcha para arrancar. Eileen no supo qué responder. Sólo sabía que estaba muy cansada y que le dolía todo el cuerpo. A lo único que se podía amarrar para salir de aquella pesadilla, era al hecho de que ninguno de ellos sabía que ella era diabética. Ése era su as en la manga. Con un poco de suerte, al dejar de tener la vida habitual y controlada que hasta ahora había tenido, si su cuerpo dejaba de recibir insulina, caería enferma de un modo o de otro. Sin atenciones moriría. Los riñones le fallarían, los vasos sanguíneos de las piernas se bloquearían e iría perdiendo sensibilidad a las heridas de cualquier tipo, puede que incluso tuvieran que cortarle las piernas. Podría quedarse hasta ciega. Entonces así, ya no les serviría ni a ellos, ¿no?
Pensar en todo eso le estaba revolviendo más el estómago, si era posible. Pero preferiría morir antes que convertirse en la puta de nadie, y menos del monstruo que tenía al lado. El mundo desapareció de su vista, y esperó a que llegara la oscuridad.
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CAPÍTULO 03
EL VIAJE hasta Inglaterra fue menos problemático de lo que en un principio parecía que iba a ser.
Cuando llegaron al avión privado, Eileen tuvo que hacer un esfuerzo para caminar hasta las escaleras de abordaje. Lo consiguió gracias a los empujones que recibía de Caleb. Miró a su alrededor. No sabía ni dónde estaba ni si todavía seguía en España. ¿Era aquel el primer avión que tomaban?
Ya en el confortable avión, Caleb le hizo sentar a su lado alejada de los otros tres, que le echaban miradas lascivas y furtivas. Ella se cubría el torso como podía, pero el brazo lisiado le dolía tanto que apenas podía levantarlo. Se hizo un ovillo y volvió a darle la espalda a Caleb, mientras tiritaba. El aire acondicionado del avión estaba demasiado fuerte. Pero antes de cerrar los ojos, tuvo que aguantar cómo Cahal le sacaba la lengua varias veces y la movía haciendo círculos. No podía dormirse. Lo intentaba, pero no podía. ¿Y si lo hacía y se encontraba con que la habían desnudado y...?