Ser Cristiano (112 page)

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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Religión

BOOK: Ser Cristiano
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El seguimiento de la cruz, lo más profundo y fuerte del cristianismo, ha sido tristemente desacreditado por esos «devotos» a quienes Nietzsche tacha de «tenebrosos murmuradores, pusilánimes» que, encorvados, «se arrastran hacia la cruz» y, envejecidos y fríos, «han perdido la gallardía de la mañana»
[42]
.

En el lenguaje actual, «arrastrarse hacia la cruz» viene a ser lo mismo que darse por vencido, no tener confianza, resignarse, doblar estúpidamente la cerviz, plegarse, someterse, rendirse. Y «llevar la cruz» significa igualmente rendirse, abatirse, arrinconarse, no rechistar, adoptar una actitud pasiva… La cruz sería un signo magnífico para cobardes e hipócritas. Sin embargo, no es eso lo que quería decir Pablo cuando definía la cruz como locura para los paganos y escándalo para los judíos, pero «poder de Dios» para los creyentes
[43]
.

Si los «devotos» entienden la cruz como degradación del hombre, la culpa es en buena parte de ciertos predicadores oficiales de la palabra de Dios. ¡Cuántas vejaciones se han cometido en nombre de la cruz! ¡Cuántas veces se ha cargado a la cruz con los desatinos de las Iglesias! Poco a poco nos hemos acostumbrado a que la cruz no se lleve como carga sobre los hombros, sino como emblema honorífico sobre el abdomen (el «pectoral», la cruz que los obispos llevan pendiente del cuello, está documentada a partir del siglo XII, fue prescrita en 1570 para la misa, pero actualmente se emplea también fuera de la liturgia y desde el Barroco se ha ido haciendo cada vez más grande y pomposa); nos hemos acostumbrado a que este signo central del cristianismo, símbolo de infamia y de victoria, sea solemnizado a la vez que empobrecido en el gesto episcopal de unas bendiciones producidas en serie. Pero hay algo a lo que nunca deberíamos acostumbrarnos: a la tendencia de algunos jerarcas que, dados a identificar su propia palabra con la palabra de Cristo y de Dios, presentan la cruz como un «grande y oscuro designio de Dios», quien «envía duras pruebas» a los hombres para inducirlos a la penitencia y con otros fines ocultos, con lo cual esos pontífices proyectan sobre Dios y sobre Jesús la «voluntad de sufrir». ¿Para qué hacen esto? Para desacreditar ciertos valores modernos {nivel de vida, mayoría de edad, cambio de estructuras, afirmación del mundo, honestidad intelectual) y el compromiso activo con vistas a urgir esos valores en la sociedad; para justificar en tal contexto la carga de ciertas tradiciones eclesiásticas, como el celibato, presentándolas como cruces queridas por Dios; para fomentar la sospecha de que quienes se oponen a su modo autoritario de gobierno en la Iglesia —sus propios párrocos, coadjutores, laicos y «teólogos favoritos»— están «vaciando el contenido de la cruz»
[44]
. La cruz empleada como mazo: ¿qué diría Pablo, que no fue cardenal, de semejante predicación? No queremos herir los sentimientos de nadie ni poner en duda sus intenciones pastorales; pero en este gravísimo contexto, donde la praxis procede tan a la ligera, es preciso exigir decididamente —
oportune importune
— que se tenga respeto a la cruz.

b) Errores en torno a la cruz

Valga ese solo ejemplo representativo, y esperemos que esta vez no se ataque (como tantas otras) a quien lo expone. No querríamos detenernos ahora en las innumerables deformaciones primitivas que ha padecido seguimiento de la cruz, por más que éstas puedan repercutir seriamente en el individuo y en grandes sectores de la Iglesia. Sin embargo, en beneficio del auténtico seguimiento de la cruz, es preciso señalar tres sutiles errores, muchas veces denunciados
[45]
, que se suelen deslizar en la predicación.

1. El seguimiento de la cruz
no
significa
adoración cultual
. Como hemos visto, la cruz de Jesús trasciende todos los esquemas de la teología sacrificial y de la praxis litúrgica
[46]
. El carácter profano de la cruz se resiste a toda usurpación cultual y glorificación litúrgica del Crucificado.

Naturalmente, no se puede dejar de tributar respeto al símbolo de la cruz y a una veneración del mismo entendida según el evangelio, por ejemplo en la liturgia del Viernes Santo. Y, naturalmente, tampoco se puede menospreciar todo el arte que —tras haberse mostrado tímido durante siglos— ha afrontado con todo rigor este tema central del cristianismo
[47]
.

Pero veamos unos datos:

Si nos fijamos en la cruz de Cristo Jesús, ¿no resulta con frecuencia problemático ese gesto convertido en puro ritualismo que reduce la cruz a la condición de un simple signo repetido mecánicamente miles de veces y degradado en ocasiones a la categoría de signo mágico?

Si nos fijamos en la cruz, ¿no resulta problemático el mismo crucifijo colgado en la pared cuando de ello no se sigue nada para la praxis y con ese objeto tradicional decorativo se intenta eludir la cruz de Cristo?

Si nos fijamos en la cruz, ¿no resulta problemática esa hábil industria de objetos sagrados que, especulando con la fe y la superstición, entrega la cruz a un comercio barato?

El hecho es que quien se compromete seriamente en el camino de Jesús no puede permitir que la cruz sea instrumentalizada, con miras cultuales o devotas, en beneficio de ningún interés. La cruz de Jesús es el «escándalo» ante el cual se han hundido definitivamente las barreras divisorias de lo profano y lo sagrado. Esto sigue siendo una exigencia para quien celebra bajo este signo el culto, la eucaristía, el memorial de la pasión. La celebración litúrgica bajo el signo de la cruz ha de tener una repercusión. A la conmemoración debe responder un seguimiento práctico.

2. El seguimiento de la cruz
no
significa
interiorización mística
. No se trata de una unión individualista en el dolor, aferrada a la oración y meditación, situada en el plano de una identificación con los padecimientos espirituales y físicos de Jesús. Esto sería una mística de la cruz mal entendida.

Pero también aquí hay que exigir respeto para la gran mística del dolor y de la cruz de un Francisco de Asís, de un Buenaventura o un Ignacio de Loyola, de un Juan de la Cruz y una Teresa de Jesús.

Respeto asimismo para el impulso crítico de emancipación introducido en la Iglesia y en la sociedad por una espiritualidad seglar inspirada en la cruz que —desde los movimientos medievales impulsados por un ideal de pobreza hasta los «espirituales» negros de los esclavos americanos del Sur— contrapuso el Cristo doliente, pobre y desamparado al Cristo celestial y dominante de los ricos poderosos.

Respeto, en fin, para esa tradición religiosa que, por ejemplo en las estaciones del vía crucis, fomenta el recuerdo de Cristo Jesús con una meditación distendida y liberadora, sin asomo de masoquismo.

Pero tengamos en cuenta algunos hechos:

Si nos fijamos en la cruz de Cristo, ¿no resulta problemática esa mística que, con lindezas y caricaturas piadosas, anula la radicalidad del dolor de Jesús, su desamparo de Dios y de los hombres?

Si nos fijamos en la cruz, ¿no resulta problemática esa mística que, con piadosa autocompasión, llora junto con la pasión de Cristo el propio sufrimiento —muchas veces merecido— o aureola sus propios dolores con los dolores de Jesús?

Si nos fijamos en la cruz, ¿no resulta problemática esa mística que ha perdido el sentido de la distancia y del respeto ante la cruz y el dolor únicos de Jesús, que acorta con excesiva desenvoltura esa distancia singular y se resigna pasivamente al sufrimiento, sin hacer nada por evitar las causas del dolor en la propia vida y en la sociedad?

El hecho es que quien se compromete seriamente en el camino de Jesús no admite que se endulce y hermosee la cruz de Cristo, que se la haga objeto de individualismos y acortamientos. La cruz es una invitación a la fe en un Dios que puede parecer ausente, pero que no atormenta sádicamente al hombre, sino que sufre a su lado; es una invitación a la fe en Cristo Jesús, el cual no fue un hombre débil y resignado, sino el hermano valeroso de todos los pobres, torturados y angustiados, en cuya compañía encuentran los humillados enaltecimiento, respeto, reconocimiento y dignidad humana. De él recibe la cruz su carácter ambivalente: expresión de miseria y de protesta contra la miseria, signo de muerte y de victoria.

3. El seguimiento de la cruz
no
significa mera
imitación
ética de la conducta de Jesús, no significa una copia fiel del modelo de su vida, predicación y muerte.

También aquí hay que exigir respeto para las grandes figuras —desde Francisco de Asís hasta León Tolstoi y Martin Luther King— que, renunciando a la posesión o la violencia, escogieron a Jesús como modelo directo y dejaron claras señales programáticas de lo que es una actuación cristiana.

Respeto para la tradición de los grandes mártires del cristianismo, los cuales, con su abnegación, valor y coherencia radical, decidieron asemejarse a Jesús en el sufrimiento.

Respeto igualmente para la gran tradición del monacato, la cual, sobre todo en la Edad Media, se inspiró en la «imitación de Cristo» para estimular profundas reformas en la Iglesia y en la sociedad, derivando directamente de Cristo los principios que guiaron su vida de renuncia a la familia, al matrimonio y a la posesión de bienes.

Pero pensemos un poco: Si nos fijamos en la cruz de Cristo Jesús, ¿no resulta problemática la «imitación» por cuyo medio ciertas almas dotadas para el sacrificio buscan expresamente el sufrimiento hasta el extremo de una imitación física en el contexto de un más que discutible culto a las llagas y estigmas (Teresa de Konnersreuth
[48]
)? ¿No es más que discutible todo tipo de canonización en vida, todo intento de atesorar méritos en el cielo y de asegurarse de antemano la salvación?

Si nos fijamos en la cruz, ¿no resulta problemática esa imitación que cree pretenciosamente en la posibilidad de reproducir, con Jesús como gran guía, su misma cruz, de seguir su camino con el propio esfuerzo, de sufrir su pasión pasando por alto tiempos y situaciones con una admiración y un entusiasmo ciegos?

El hecho es que quien se compromete seriamente en el camino de Cristo Jesús descubre que la cruz no es susceptible de una simple copia, de una imitación heroica capaz de procurar seguridades. La cruz de Jesús es inigualable; su abandono de Dios y de los hombres, único; su muerte, irrepetible. Ya para Pablo
[49]
, la imitación de Cristo no es simplemente la «imitación del Jesús terreno en sus rasgos concretos o en la impresión de conjunto que él mismo produce»
[50]
con la finalidad de ser cada vez más semejante a él. Para Pablo, la imitación de Cristo es obedecer al Señor de la gloria con una obediencia que debe traducirse en la realidad concreta: una imitación que no es copia, sino seguimiento. Para Pablo, ser imitador coincide con ser discípulo. Por tanto, el sentido del seguimiento no consiste en padecer el mismo abandono de Dios y de los hombres, en sufrir los mismos dolores, en recibir las mismas heridas. Por el contrario, dado que la cruz no es susceptible de una simple copia, siempre será una exigencia e invitación: a tomar la propia cruz, a recorrer el propio camino entre los riesgos de la propia situación y la incertidumbre del futuro.

c) Cómo entender la cruz

Son muchos los crucificados: no sólo los revolucionarios fracasados, los prisioneros y los condenados a muerte, ni sólo los enfermos incurables, los derrotados hasta el fondo, los cansados de vivir y los que desesperan de sí mismos y del mundo. De la cruz penden también los atormentados por las preocupaciones y los aplastados por los hombres, los oprimidos por las obligaciones y los anonadados por el hastío, los aterrados por el miedo y los envenenados por el odio, los olvidados por los amigos y los ignorados por los medios de información… En una palabra: ¿no está cada cual clavado en su propia cruz?

Con frecuencia, a la vista de un dolor inexpresable, vale más callarse. Ante la enfermedad y la muerte, ante un «por qué» o «para qué», cualquiera ha podido experimentar en su propia vida cuántas veces las respuestas se paralizan en la garganta y qué difícil es pronunciar una palabra de consuelo. Pero precisamente la experiencia de esas situaciones humanas extremas está pidiendo una palabra que esclarezca, consuele y transforme. Se necesita una labor de consuelo, una labor que, por mucha ayuda material y espiritual que la acompañe, consistirá fundamentalmente en palabras. La cruz de Cristo no permite al cristiano quedar mudo, sin respuesta, aunque precisamente en este punto haya que huir de todo formulismo. El cristiano no queda mudo cuando deja hablar al Crucificado.

Pero ¿qué debe decir? ¿Cómo debe ayudar? Y ¿cómo será esa ayuda si se excluye la adoración cultual, la unión mística y la imitación ética? Digámoslo sencillamente: se trata de un seguimiento, de una imitación en clave de correlación o correspondencia. Vamos a ver lo que esto significa.

1.
No buscar el dolor, sino soportarlo
. Jesús no buscó el dolor, sino que hubo de padecerlo. Quien, con espíritu masoquista, anhela o se inflige él mismo dolores y sufrimientos no marcha por el camino de la cruz de Jesús. El dolor será siempre dolor, y el sufrimiento siempre sufrimiento: esto no se puede disimular ni se puede, so pena de masoquismo, buscar placer en el dolor. El dolor y el sufrimiento serán siempre una agresión al hombre. El cristiano no puede convertirse en amante de la tristeza, como sería el caso del vividor profesional que, por un vuelco de su ostentoso gusto y placer de vivir, viene a dar en el polo opuesto:
«¡Bonjour, tristesse!»
.

Seguir la cruz no significa imitar la pasión de Jesús, reproducir el suplicio de su cruz. Eso sería pura arrogancia. Seguir la cruz significa soportar, en
correspondencia
con el sufrimiento de Cristo, el dolor que me
ha sobrevenido
precisamente o

. Quien quiera ir con Jesús debe negarse
a sí mismo
, tomar sobre sí no la cruz de Jesús ni otra cualquiera, sino
la suya
, su propia cruz, y seguirle
[51]
. Lo cristiano no consiste en buscar, con rasgos de ascesis monacal o heroísmo romántico, un sufrimiento extraordinario, sino en aguantar el sufrimiento corriente, normal, diario y —por eso mismo— enorme, cosa que por su frecuente repetición suele ser más difícil que un acto heroico. Ese es el heroísmo que se pide a quien cree en el Crucificado: la cruz de cada día
[52]
. Y esto no lo decimos por afán de edificación ni porque sea evidente: de ello puede dar fe quien haya visto cuan a menudo intenta el hombre zafarse a su propia cruz, a sus obligaciones de cada día, a las exigencias y responsabilidades familiares y profesionales, o bien cargarla sobre otro o deshacerse de ella. En esta perspectiva, la cruz de Jesús se convierte en un criterio para conocer y actuar sobre una base de autocrítica.

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