Ser Cristiano (64 page)

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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Religión

BOOK: Ser Cristiano
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Jesús fue
condenado a muerte
por la autoridad espiritual y política conjuntamente. Según todos los relatos, la acusación sumió al político Pilato en cierta perplejidad, porque él, probablemente creyendo que Jesús era un jefe zelota, no podía encontrar ni una sola prueba tangible en favor de la acusación. No se puede olvidar que los evangelistas tienden a descargar la responsabilidad de Pilato, presentándolo como testigo de la inocencia de Jesús. No obstante esto, es verosímil que Pilato intentase negociar el indulto de Jesús (como caso naturalmente excepcional, ya que es improbable una costumbre anual en este sentido). Pero, finalmente, accediendo a los deseos del pueblo enfebrecido, dio libertad al revolucionario aelota Barrabás (hijo de Abba). Esto es, en resumen, en lo que todas fuentes concuerdan. Por lo demás, la intercesión de la mujer de Pilato sólo aparece en Mateo
[66]
; el infructuoso interrogatorio ante Herodes Antipas, únicamente en Lucas
[67]
, y el interrogatorio ante el sumo sacerdote Anas y la larga serie de preguntas de Pilato, sólo en Juan
[68]
. Cuando Pilato condena como «Rey (= Mesías) de los judíos» a este Jesús que para sí mismo jamás había reivindicado títulos mesiánicos, paradójicamente lo convierte ante todo el mundo en el Mesías crucificado. Este hecho no pudo por menos de ser enormemente importante para la fe pospascual y para la comprensión retrospectiva del Jesús prepascual. Es posible que la ironía de la inscripción de la cruz fuese pretendida conscientemente por el gobernador romano. Que así por lo menos lo percibieron los judíos, para quienes un Mesías crucificado constituía un tremendo escándalo, lo demuestra la controversia que sostienen con Pilato sobre su formulación
[69]
.

5.
La crucifixión
. Antes de ser ajusticiado —y para esto tampoco faltan paralelos históricos—, Jesús estuvo expuesto a las burlas y escarnios de la soldadesca romana. Las
burlas
que hacen de Jesús como rey de caricatura confirman que su condena fue debida a sus supuestas pretensiones mesiánicas. Antes del ajusticiamiento también era usual la flagelación, terrible castigo consistente en dar de latigazos al reo con ayuda de flagelos de cuero con trozos de metal incrustados
[70]
. Sumamente probable es, por tanto, que Jesús desfalleciese en el camino bajo el peso del palo transversal y que, para ayudarle, forzasen al mencionado Simón, de la norte-africana Cirene (aunque se prescinda de la mención de sus dos hijos). La «via crucis», por supuesto, no coincide con la actual «via dolorosa», sino que va desde el palacio de Herodes (este palacio y no la Torre Antonia era la residencia de Pilato en Jerusalén) hasta el lugar de las ejecuciones, situado sobre una pequeña colina que entonces quedaba fuera de las murallas de la ciudad y que, probablemente por su forma, se llamaba Gólgota (= cráneo o calavera).

Es imposible describir la ejecución más concisamente que el propio evangelista. «Y lo crucificaron»
[71]
. De sobra conocido por todos era entonces el terrible suplicio (probablemente ideado por los persas) que los romanos reservaban a los esclavos y a los rebeldes políticos: el condenado era clavado al palo transversal, y éste fijado a otro palo previamente hincado en el suelo, en el cual a su vez se sujetaban los pies por medio de clavos o cuerdas. La tabla que el condenado llevaba colgada al cuello durante el camino y en la que constaba el motivo de la ejecución, era luego clavada a la cruz para que todo el mundo la viese. Por fin, después de una larga agonía que a veces duraba hasta el día siguiente, el condenado moría desangrado por las heridas de los golpes o asfixiado por la postura, prácticamente de ahorcado. Una forma de ejecución tan cruel como discriminatoria. Un ciudadano romano podía ser decapitado, pero nunca crucificado
[72]
.

Los evangelios
no
se detienen en
detalles
. El mismo cómputo de las seis horas que Jesús permanece, según Marcos, en la cruz (en desacuerdo con el cómputo de Juan) podría no ser más que una alusión simbólica, siguiendo el esquema de tres veces tres horas, al significado de esa muerte y al plan divino que tras todo ello se esconde. También el simbolismo explica, con mayor razón, los dos
signos apocalípticos
que Marcos menciona, pero que no se encuentran en Juan: el eclipse de sol (imposible en el tiempo de la luna llena de primavera), signo análogo al que había señalado la muerte de César y otros grandes acontecimientos de la Antigüedad y signo, sobre todo, anunciado por el profeta Amos para el día del «luto por el hijo»
[73]
. Y el desgarrón del velo del santuario, que quiere significar que con la muerte de Jesús ha llegado el fin del culto del Templo. Signos, ambos, que en escritos posteriores, como en el
Evangelio de los Nazarenos
y en el
Evangelio de Pedro
, se tornan aún más milagrosos: se derrumba el gigantesco arquitrabe del Templo, sobrevienen tinieblas como de noche, la tierra tiembla cuando los cadáveres aparecen sobre el suelo, millares de judíos se concierten y comprenden su error cuando vuelve a lucir el sol.

Todo ello, evidentemente, no son afirmaciones históricas, sino teológicas, subordinadas a la narración, por lo demás tan simple, sobria y exenta de sentimentalismos. No se describen dolores ni tormentos, no se suscitan emociones ni agresividades. Simplemente se intenta poner de relieve por todos los medios (citas y alusiones veterotestamentarias, signos portentosos) el significado de esta muerte: la muerte de este ser único que, después de haber despertado tantas esperanzas, ha sido ahora liquidado e infamado por sus enemigos y abandonado por sus amigos y hasta por el mismo Dios. Con lo que todo viene a desembocar, ya en el mismo Evangelio de Marcos, en el dilema de la fe: ¿Qué ve cada uno en esta atroz y vergonzosa muerte? ¿La muerte de un fanático iluso y fracasado que en vano implora el auxilio de Elias? ¿O, por el contrario, la muerte del Hijo de Dios, como ve el centurión romano, por cierto el primer pagano que lo testifica?

d) ¿Por qué?

Lo que en la narración evangélica figura como término y remate del camino terreno de Jesús de Nazaret tuvo que parecer a sus contemporáneos un final absoluto. ¿Acaso alguien ha hecho a los hombres mayores promesas que él? ¡Y ahora este fracaso total, con una muerte deshonrosa e infamante!

Si a alguien le parecen iguales todas las religiones y sus fundadores, compare la muerte de todos ellos y encontrará notables
diferencias
. Moisés, Buda, Confucio, todos ellos murieron en edad avanzada, coronados de éxito a pesar de todos sus desengaños, rodeados de sus discípulos y seguidores, «ahítos de vida» como los patriarcas de Israel. Moisés, según la tradición, murió rodeado de su pueblo, teniendo ante sus ojos la tierra prometida, a la edad de ciento veinte años, sin que sus ojos se hubiesen vuelto turbios ni hubiese decaído su vigor. Buda muere pacíficamente a los ochenta años, en medio de sus discípulos, después de haber reunido como predicador ambulante una gran comunidad de monjes, monjas y seguidores laicos. También Confucio muere ya viejo, tras su retorno a Lu (de donde había sido expulsado siendo ministro de Justicia), después de haber dedicado los últimos años de su vida a la formación de un grupo de discípulos, nobles en su mayoría, que se consagrarían a guardar y continuar su obra, y a la transcripción de los antiguos textos de su pueblo, única redacción que habría de ser transmitida a la posteridad. Y Mahoma, finalmente, muere después de haber disfrutado los últimos años de su vida como dueño político de Arabia, en su harén, en brazos de su mujer favorita.

He aquí, en cambio, el caso de Jesús: hombre joven, de unos treinta años, tras una actividad de tres años como máximo, o quizá tan sólo de unos pocos meses, marginado de la sociedad, traicionado y negado por sus discípulos y seguidores, escarnecido y ultrajado por sus enemigos, abandonado de los hombres y de Dios, muere según un ritual de los más horribles y refinados que la imaginativa crueldad de los hombres ha podido inventar.

Ante este hecho culminante de su muerte, los oscuros problemas históricos del camino hacia la cruz pasan a segundo plano. Sean cuales fueren la ocasión inmediata desencadenante del conflicto, los motivos del traidor, las circunstancias concretas del prendimiento, las modalidades del proceso, los verdaderos culpables, las estaciones exactas del camino hacia la cruz, la muerte de Jesús no fue un azar, ni un trágico error judicial, ni una arbitrariedad, sino una necesidad histórica, que, por supuesto, no exime de culpa a los responsables. Esta necesidad sólo la podía conjurar un cambio total de pensamiento, una verdadera «metanoia» de los interesados, una nueva conciencia, una renuncia a la cerrazón en el propio quehacer, a la total seguridad y justificación procedente de la Ley, una conversión plenamente confiada al Dios de la gracia sin límites y del amor sin reservas, tal como lo anuncia Jesús.

Su violento final estaba ya implícito en la
lógica de su predicación y de su comportamiento
. Su pasión vino a ser mero efecto de la reacción de los guardianes de la Ley, el derecho y la moral frente a toda su obra. Jesús no sólo fue sujeto paciente de su muerte; también la provocó activamente. Para explicar su condena, basta su predicación; para dar razón de sus padecimientos, bastan sus acciones. Sólo en la totalidad de su vida y su obra se puede descubrir en qué consiste la diferencia entre la cruz de este ser único y las cruces de aquellos rebeldes judíos que los romanos ajusticiaron en masa pocos decenios después de la muerte de Jesús ante los muros de la ciudad asediada, entre la cruz de Jesús y las cruces de los 7.000 esclavos romanos crucificados en la Vía Apia tras el fracaso de la rebelión de Espartaco (él mismo no crucificado, sino caído en la batalla) y, en fin, entre la cruz de Jesús y las innumerables grandes y pequeñas cruces de todos los martirizados y ajusticiados de la historia universal.

La muerte de Jesús fue el tributo de su vida. Pero que nada tiene en común con el asesinato político —tras la desafortunada tentativa de erigirse en rey— de Julio César a manos de Bruto, tal como Plutarco lo describe con toda clase de detalles históricos y poéticos y luego Shakespeare lo convierte en drama. La muerte del pacífico Jesús de Nazaret, que no abriga ambiciones de poder político, sino que únicamente defiende la causa y la voluntad de Dios, tiene muy distinto rango. Y la historia evangélica de la pasión no tiene necesidad de versiones dramáticas o historiográficas; ella sola, con su sublime sobriedad, hace que surja la pregunta inevitable: ¿por qué se le hace sufrir a este hombre tan enormemente?

Teniendo en cuenta la totalidad de los evangelios (no atendiendo sólo a la historia de la pasión, ya que ésta no es comprensible más que en el contexto de aquellos), resulta claro por qué la cosa hubo de llegar tan lejos, por qué Jesús no murió de infarto o por accidente, sino que fue matado. ¿O acaso la jerarquía debía haber dejado vía libre a este radical, que anunciaba la voluntad de Dios sin aval ni justificación, en razón de su propia autoridad? ¿A este
maestro de falsedad
, que minimizaba la Ley y el orden religioso-social entero, confundiendo al pueblo política y religiosamente ignorante? ¿A este
falso profeta
, que profetizaba la destrucción del Templo y relativizaba todo el aparato cultual, sembrando inseguridad en los tradicionalmente piadosos? ¿A este
blasfemo contra Dios
, que en un amor sin fronteras ha escogido como seguidores y amigos a personas sin base religiosa y moral, a los transgresores de la Ley o que ni siquiera tienen ley; que en una solapada hostilidad hacia la Ley y el Templo ha rebajado al Dios sumo y justo de la Tora y del Templo, convirtiéndolo en el Dios de los sin Dios y sin esperanza y que en una arrogancia inconcebible se ha atrevido a usurpar los derechos soberanos y exclusivos de Dios, concediendo y garantizando personalmente el perdón de los pecados? ¿A este
seductor del pueblo
, que constituye en persona una provocación sin precedentes a todo sistema social, un desafío a la autoridad, una rebelión contra la jerarquía y su pensamiento teológico, todo lo cual puede traer como consecuencia no sólo confusión e inseguridad, sino, lo que es más grave, tumultos, manifestaciones y hasta una insurrección popular que desencadenaría forzosamente un gran conflicto con las fuerzas de ocupación y la segura intervención del poder romano?

El enemigo de la Ley es a la vez, teológica y políticamente, un enemigo del pueblo. No es nada exagerado lo que el sumo sacerdote Caifas hace observar (según cuenta Juan, de ordinario tan clarividente) en la decisiva sesión del Sanedrín: «No tenéis idea, no calculáis que antes que perezca la nación entera conviene que uno muera por el pueblo»
[74]
.

El proceso político y el ajusticiamiento de Jesús como delincuente político por parte de la autoridad romana no fue de ninguna manera un malentendido o un destino absurdo, debido exclusivamente a una artimaña política o a una burda falsificación de las autoridades romanas. Dadas las circunstancias políticas, religiosas y sociales de entonces, había razón más que suficiente para acusar políticamente a Jesús y condenarlo. Dichas circunstancias no consentían
una simple separación de religión y política
. No había política sin religión ni religión sin política. Quien causaba desórdenes en el ámbito religioso, también los causaba en el político. De ahí que Jesús constituyese, tanto para la autoridad religiosa como para la política, una grave amenaza para la seguridad social.
No obstante
, si no se quieren desdibujar los trazos de la vida y la muerte de Jesús, el
componente político no
debe ponerse
en el mismo plano que el religioso
. El conflicto político con la autoridad romana es una mera consecuencia (de suyo no necesaria) del conflicto religioso con la jerarquía judía. Aquí es preciso hacer una clara distinción:

La
acusación religiosa
, según la cual se había tomado Jesús unas libertades soberanas ante la Ley y el Templo, había puesto en entredicho el ordenamiento religioso tradicional y con su predicación de la gracia del Dios Padre y su personal concesión del perdón de los pecados se había arrogado unos poderes realmente inauditos, era una acusación
verdadera
. Según todos los evangelios, está justificada: desde la perspectiva de la religión tradicional de la Ley y del Templo la jerarquía judía tenía forzosamente que actuar contra tal maestro de falsedad, falso profeta, blasfemo contra Dios y seductor del pueblo, a no ser que ella misma diese un giro radical y prestase crédito al mensaje con todas las consecuencias.

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