Sexy de la Muerte (11 page)

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Authors: Kathy Lette

BOOK: Sexy de la Muerte
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Lo que a Shelly le preocupaba eran las huellas dactilares… como las de Kit, por todo el cuerpo de Coco. Pero antes de que la francesita de ideología atolondrada pudiera empezar otra vez con la misma cantinela, Shelly desvió su atención hacia un hombre impecablemente equipado con ropa deportiva blanca que se pavoneó por la zona de desayunos y ahora se estaba dirigiendo hacia ellos con una intensidad amenazante.

Coco le lanzó una mirada desdeñosa… pero se mantuvo lejos de él, deslizándose inmediatamente sobre sus pies y marchándose con sus pantalones ultracortos y ajustados con un contoneo de gata indiferente, provocándole a Shelly un ataque de celos que le dio dentera, no sólo en la boca sino en todo el cuerpo.


Monsieur
—el hombre se quitó un sobrero invisible y miró la mano de Shelly—.
Madame
. Deben disculpar a los empleados. No se les pegmite que fgategnisen con los huéspedes. Especialmente ésa —señaló en dirección a Coco, en proceso de desaparición—. Llegó aquí, una buena chica fgancesa, pego como decís los ingleses, «se volvió nativa». ¿El pogqué? —se encogió de hombros—. No lo sé. Antes de que la llegágamos y civilizágamos a los cguiollos, su pguincipal fogma de tganspogte egan las paggas, ¿
n'est-ce pas
?

Cuando se detuvo para encender el omnipresente
Gauloise
, Kit y Shelly intercambiaron una mirada. Los dos tuvieron claro al instante que este hombre sufría de autoestima alta. Fue entonces, al quitarse éste las gafas de sol, cuando Shelly reconoció en él al brutal jefe de policía del aeropuerto. ¿Cómo podría olvidar esa cara? El hombre era tan feo que era asombroso que no estuviera metido en una botella en algún laboratorio científico.

—Dios —susurró Kit—. Su madre debió de alimentarlo con un tirachinas… —una imagen subrayada por las mejillas del tipo, que estaban onduladas con cicatrices de acné. Su tonsura resultaba aún más llamativa a la vista, pues comprendía tres pelos mal teñidos de color granate peinados sobre un cráneo devastado por el sol. Sus enormes pies rebosaban sin calcetines fuera de sus mocasines de caimán. Suspendidas por encima de estos reptiles embarazados, unas piernas achaparradas estaban apretadas dentro de unos vaqueros blancos planchados. Y sobre estas salchichas gordas y albinas, una barriga, que había conocido demasiado Perrier Jouët y paté de
foiegras
, apretada contra los botones de su camisa Pierre Cardin. Era intimidante y poderoso, pero en un estilo compacto, como un perro faldero hasta arriba de esteroides. Eso es lo que era… un chihuahua de ataque.

—Los negros son unos vagos. El pgoblemá es que les pagamos demasiado. Pog-que los fganceses somos demasiado libegales. Demasiado h'enegosos. ¿Les pagamos menos? —se encogió de hombros—. Tgabah'an más dugo.

Shelly sintió que le hervía la sangre.

—¿En serio? Creía que ahora el reclutamiento de mano de obra en régimen de subsistencia estaba prohibido… excepto en el matrimonio —era algo que su madre siempre había dicho.

Sin embargo, el jefe de policía ya había hecho las reverencias y salió disparado cual barril en persecución de su hermosa víctima.

Shelly se giró hacia Kit.

—Tienes razón, ¿sabes? El compromiso es un montón de basura. Los hombres sólo os casáis para colonizar a las mujeres. De la misma forma que los franceses han colonizado a estos pobres criollos. Cuando las mujeres estamos agitadas, hacemos agujeros en nuestras tarjetas de crédito, nos cambiamos el corte de pelo o comemos chocolate, mientras que vosotros colonizáis otro país. Los hombres ingleses y franceses irrumpieron en el mundo, luchando por la posesión de cada isla que encontraban, sin molestarse siquiera en limpiarse los zapatos primero… y luego conseguían esclavos para que fueran limpiando detrás de ellos, como hacemos las esposas.

—¡Ah! Así que estás de acuerdo con Coco. —Kit puso una sonrisa victoriosa de dientes irregulares.

—No. Sí. Yo lo único que digo es que, sí, los negros han sido discriminados, pero también las mujeres. Mi madre no iba a dejar que su padre o el mío la dominaran; mi padre quería que dejara la música, ¿sabes? Así que acabó criándome ella sola en un piso de protección oficial. Deberías ver una urbanización galesa. Entonces podrías creer realmente que el mundo fue creado en seis miserables días. Fue una ciudadana de segunda clase casi toda su vida. La mayoría de las mujeres lo son. Los maridos tienen la terrible costumbre de convertirse en patriarcas victorianos. Una campana de boda y se transforman, «¿de verdad piensas que es apropiado llevar una falda tan corta en público?», «¿de verdad piensas que es adecuado preguntarle a mi jefa por qué las lesbianas se ponen consoladores vaginales con correas de sujeción si odian a los hombres?». Puede que los tíos ya no nos hagáis cubrirnos las patas para dominar vuestra excitación sexual, pero aún nos ponéis miriñaque emocional y no nos tomáis en serio.

—Bueno, hum… ¿y por qué lo hacen?

—¿Qué?

—¿Por qué se ponen consoladores con correas de sujeción? Las lesbis, quiero decir —dijo sin tomarla en serio.

—¿Has escuchado algo de lo que he estado dicie…?

—Más o menos, hasta que mi cerebro ha cogido aeroembolismo. No puedo mantener conversaciones tan profundas. No hasta que no tenga mi equipo de buceo. A propósito, ¿vas a venir a bucear?

—El buceo es señal de enfermedad mental. Además, no dispongo de la clase adecuada de conjunto luminoso y horrible.

—Traje de neopreno. Se llama t-r-a-j-e d-e n-e-o-p-r-e-n-o —deletreó Kit corrigiéndola—. ¡Vamos! ¡No seas tan floja, euroblandiblú!

—Lee mis labios. NO voy a bucear. ¿Te has preguntado alguna vez por qué los peces no necesitan cocaína? ¿Por qué son saltarines por naturaleza? Porque algo mucho, pero que mucho más grande que ellos está siempre intentando comérselos.

—¿Es que no hay ningún deporte que te guste? —suplicó Kit.

Shelly se encogió de hombros, demoliendo el
cruasán
que Coco se había dejado.

—¿Golf?

Kit roció de
brioche
a medio masticar toda la mesa.

—¿Golf? El golf es un deporte para gente que no está lo suficientemente capacitada para hacer otra cosa.

—Mantengo inamovibles mis palabras.

—Al igual que tu culo gordo. —Y le dio juguetón un azotillo en el culo, como un pirata merodeador que está robando y saqueando.

Shelly se ruborizó acaloradamente.

—¿Te importa? No soy una isla remota que necesite desarrollo. No intentes colonizarme, si eres tan amable —dijo hecha un basilisco.

—Ese es el problema que tenéis los británicos. Nunca hacéis nada espontáneo.

—A lo mejor mañana planeo un poco de espontaneidad. —El rostro de Shelly ardió de vergüenza—. Cuando te mate, Kit Kinkade.

Era el tipo de frase de despedida que requería cuerdas orquestales y un atardecer… pero Shelly tuvo que apañárselas con la música de fondo de las clases de aeróbic acuático que vibraba desde el enorme radiocasete del animador del hotel. «Pero a quién estaba engañando —pensó Shelly mientras reservaba su vuelo de vuelta a Londres—. La retirada no es más que una maniobra estratégica del combatiente que ha perdido la batalla.»

*

Cuando Gaby localizó a Shelly registrando su salida en recepción, se puso como una fiera.

—¿Y qué pasa con tu contrató? ¿Qué me dices de los veinticinco mil que vas a recoger al final de la semana? —Su voz zumbaba de manera insistente en el oído de Shelly—. Mira, admito que los
ciborg
tuertos que comen carne humana son menos raros que los hombres. ¿Pero no puedes aguantar con ese cabrón arrogante aunque sea unos pocos días más? ¿Qué pasa con mis malditos telespectadores?

—Lo siento por tu programa, Gaby. Pero estoy harta de ser humillada. Ésta no soy yo… persiguiendo a un hombre. Es que no soy así. Además, es inútil. Kit está demasiado ocupado entrando en contacto con su lado «femenino».

—Sí. En otra mujer.

—¿A qué te refieres?

—Coco acaba de conseguir un puesto trabajando por las tardes en la tripulación del barco de buceo.

Ahora bien, aunque Shelly había aceptado el hecho que de podía sentir deseos sexuales pero no satisfacerlos, le jodía que cualquier otra mujer se llevara la tajada mientras ella pasaba hambre.

Razón por la cual, después de una clase de dos horas al fondo de la piscina, Shelly estaba presentando tres documentos de identificación para conseguir una toalla de playa. Miró fijamente el Océano Índico con turbación, que de vez en cuando se hacía visible entre manchas de loción bronceadora, colchonetas hinchables, lanchas a motor, paracaídas acuáticos, barcos con fondo de cristal y escuadras de motos de agua, zumbando como mosquitos acuáticos de arriba abajo a través de la bahía a la caza de clientes.

*

Un enjambre de vecinos, equilibrando una cesta de caracolas de mar en cada cadera, y la abuelita desparejada vestida con un
sari
luciendo un turbante afrutado de piñas maduras, descendieron inmediatamente hacia ella, graznando: «¿Compras?». Por lo cual no divisó a Kit hasta pasados unos diez minutos, tumbado sobre su barriga en una franja de tierra negra volcánica junta al límpido mar. Una gorra de béisbol cubría la mitad de su rostro, dejando al descubierto sus labios exquisitos, que se habían aferrado húmedos a un mango. Oh, fruta afortunada. Cuando paró de devorar para extraer una fibra de mango, enganchada en forma de vello púbico entre sus dientes, fue absolutamente pornográfico.

Shelly tragó con fuerza.

—Bueno, ¿dónde consigo entonces mi traje de buceo?

Kit ladeó la cabeza hacia arriba para mirarla con los ojos entornados.

—¿Vas a venir a la inmersión mortal?

Lo que ella quería decir era: es el punto número uno de mi lista de «cosas que menos me gustaría hacer antes de morir». Sin embargo, lo que dijo fue:

—¡Pues claro!

—¿Tienes el certificado?

El certificado de demente, sí, después de la gran mentira que estaba a punto de salir de su boca.

—Aajáa —improvisó.

Shelly estaba decidida a recuperar el afecto de su Dios del amor, incluso si tenía que romperse cada hueso de su cuerpo para conseguirlo… lo cual sería bastante fácil, por supuesto, dando tumbos con todo el cuerpo a treinta metros bajo el mar.

Una hora después estaba verde de las náuseas, con los dientes castañeteando y el culo helado, y agarrándose al asiento del ensordecedor barco de buceo en busca de vida mientras éste batía las irritables olas, dejando atrás el cabo de la bahía encrespada, y se adentraba en mar abierto. El barco de ochenta caballos resultaba demasiado endeble para aguas tan profundas. El barco hinchable era llamado Lomac y parecía como si simplemente hubieran atado un motor fuera borda a los labios de Coco. Cuando por fin pararon los motores, Shelly se dio cuenta con creciente pánico de que no había tierra a la vista, sólo los cuerpos semejantes a regalices de los veinte buceadores con trajes de buzo, con aletas y máscaras y nerviosos de excitación.

Para poner la guinda en la tarta de angustia, ahora Shelly se dio cuenta de que no sólo estaban a bordo Towtruck y Mike el Silencioso, sino también el comandante de policía, el hombre al que claramente separaron de Napoleón al nacer. ¿Napoleón? ¿A quién estaba engañando? Napoleón habría tenido complejo de comandante.

—¿Cómo se llama el jefe de policía? —preguntó Shelly al imparable animador. Dominic estaba ocupado (y ¡¡oh, con cuánto entusiasmo!!) colocando a las señoras de sus clases de aeróbic acuático, todas las cuales intentaban aparentar menos años de los que tenían realmente llevando
bikinis
de tanga de leopardo y bronceados artificiales, sus equipos de buceo superficial.

¡Mua! ¡Mua! Las mejillas de Shelly tuvieron que pasar por el habitual
jacuzzi
de saliva antes de que Dominic le respondiera por fin:

—Simeon Gaspard.

¿Simeon? A Shelly le sonaba a vino peleón.

—Hay h'ente que lo odiaba pog su Impunite Zéro… patgulla de Tolegancia Sego. Desde que volvió de Paguís ha sido muy sevego. Polis… demasiados polis en las calles condenan con dureza, hacen acoggalamientos gutinaguios de
putains
, anagquistas e indeseables. En Fgancia es muy conocido. Le llaman
Super Flic
{8}
.
Pego hubo un escándalo,
ma belle
. Él está aquí, como se dice, en calidad de pguéstamo, hasta que las cosas se calmen.

—¿En calidad de préstamo? Yo me habría inclinado más a pensar que está en calidad de fugitivo del Tribunal Internacional de Crímenes de Guerra.

«¿Pero qué estaba haciendo él ahí? —se preguntó—, ¿en el barco de buceo del hotel?»

—¿Dónde está el camagá,
ma belle
? —preguntó Dominic con optimismo, echando un pie hacia atrás como un flamenco exótico, con una extensión de muslo que dejó a todas las mujeres del aeróbic acuático en un síncope de recalentamiento. Reclamaron que volviera para abrocharles la cremallera de sus trajes de buceo, ofreciéndole muslos que parecían nata espesa rastrillada con tenedores.

Shelly vio a Gaspard lanzar una mirada maligna a Coco. Con su gracia lánguida y sensual, estaba eclipsando sin esfuerzo a todas las mujeres del barco, una ventaja exquisitamente realzada por un bikini de
lamé
plateado tan minúsculo que era más una molécula que una pieza de bañador. Shelly supo de manera instintiva que no se trataba de la clase de mujer que lleva «bragas para la regla». No, no sería nada más que la mejor lencería de encaje día sí, noche no; en otras palabras, no era una mujer en la que confiar… una mujer que tenía tatuajes en partes dolorosas. Hasta sus pies eran perfectos, notó Shelly, con brillo de uñas rosa y tobillera dorada y anillos turquesa en los dedos. Bajó la mirada hacia sus propios pies sin pedicura… los talones agrietados y deshidratados semejantes a trozos del queso parmesano que había comido el día anterior… y los metió rápidamente en sus aletas. Aunque, lamentablemente, ¿quién lo notaría?

—Podéis deh'ar si queguéis los obh'etós de valog en el bagco —anunció Gaspard a los otros buceadores una vez que el capitán echó ancla—. ¿La tguipulación cguiolla? —se rió entre dientes—. Igán diguectos a vuestgos monedegos.

Dirigió una mirada feroz y beligerante hacia Coco. Los compinches del jefe de policía rieron obedientemente. Si Coco había oído el comentario, la gran revolucionaria no movió ni una de sus pestañas con rímel. No era exactamente una respuesta garibaldiesca. ¿No se suponía que tenía que estar en modo Mao? ¡Oh, hazte a un lado, Ulrike Meinhof!

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