Sexy de la Muerte (3 page)

Read Sexy de la Muerte Online

Authors: Kathy Lette

BOOK: Sexy de la Muerte
13.32Mb size Format: txt, pdf, ePub

Kit echó la cabeza hacia atrás una vez más para reír. Había un vigor animal en él, un sentido de peligrosa pasión. Y no sólo por la excesiva exuberancia de la calefacción central, por la cual se sintió sumamente agradecida cuando provocó que Kit se desabrochara la camisa y revelara su tableta de chocolate y sus duros pectorales.

—Por supuesto que las mujeres son superiores. —Kit le sostuvo la mirada de manera desafiante—. Quiero decir, debéis de ser inteligentes, porque mira a quién elegís para casaros… ¡A nosotros los hombres! —Guiñó un ojo—. Por eso me jode tanto que os quejéis de que el mundo está hecho para los hombres.

—¡Venga ya! Es muchísimo más fácil ser un tío.

—¿De dónde sacas eso?

—Pues mira… Las arrugas y las canas aportan carácter. Os podéis comer un plátano sin que todos los hombres que estén a vuestro alrededor os imaginen desnudos. No hace falta que os suicidéis cuando alguien aparece en una fiesta con un traje idéntico al vuestro. —Shelly empezó achispada a enumerar puntos con las yemas de los dedos—. Nunca os tenéis que afeitar por debajo de la epiglotis. Os da igual si nadie se percata de vuestro nuevo corte de pelo. ¡Ni el peluquero os cobra el doble por cortároslo! Vuestras conversaciones telefónicas duran treinta segundos a lo sumo. Siempre tenéis ganas. Estáis…

—Hey —interrumpió Kit Kinkade—, con el hombre adecuado vosotras también tendríais ganas siempre. —Sus vocales alargadas dejaron una estela de vapor verbal—. ¿Necesitas una prueba de que el mundo está hecho para las mujeres? Bien, en tal caso tengo dos palabras para ti, amiga. —Se recostó sobre el asiento de cuero con los brazos extendidos sobre la parte trasera de la tapicería, complacido consigo mismo con aires de suficiencia—. Son «orgasmo» y «múltiple». Otra razón por la que la guerra de sexos es culpa vuestra. Nosotros somos muy entregados. ¡Mientras que vosotras sois egoístas y exigentes! Siempre gritando «¡No pares! ¡No pares!», hora tras extenuante hora. Para retrasar el orgasmo se supone que tenemos que pensar en cosas horribles. ¡Pues bien, una vez pensé en Andrea Dworkin, Anne Widdecombe y Barbara Bush desnudas, y retrasé mi orgasmo durante tres malditos meses! —Kit abrió la boca de par en par y soltó otra carcajada, esa risa cínica, ruda, de bar de jazz americano que había irritado ligeramente a Shelly al principio, pero que ahora estaba empezando a encontrar inexplicablemente encantadora.

—¡Al menos todos vuestros orgasmos son auténticos! —rebatió Shelly.

—Como ya he dicho, con el hombre adecuado…

Su voz era sedosa, al igual que sus manos… manos que ahora estaban desviándose por debajo del espantoso
soufflé
. Y ella no las estaba parando. Y en realidad tampoco era que Shelly hubiera fingido alguna vez un orgasmo. No. Su problema era que sólo había estado con hombres que habían fingido los preliminares.

Pero no éste. La atmósfera en la limusina crepitaba de repente de calor sexual, como una mecha prendiendo hacia una bomba.

—Ah, veo que ya has tomado precauciones.

Shelly, respirando con dificultad, consiguió levantar una ceja.

—Pantis —aclaró él con alegre pillería.

—Hey, si los tirantes fueran tan estupendos vosotros los llevaríais. Y de todas formas… —salió de su trance sensual—, ¿qué narices te crees que estás haciendo?

Una cosa eran algunas caricias ligeras, pero este yanqui engreído había empezado hábilmente a bajarle la pretina de sus pantis.

—Hey, su señoría. Lo siento muchísimo. No me había percatado de su capota y su polisón. Qué considerado por su parte venir hasta el presente desde la Inglaterra victoriana. —Sus dedos empezaron a recorrer de un lado a otro la parte inferior de la barriga de Shelly hasta que, en contra de su voluntad, pronto empezó a arquearse como un gatito.

Pero conforme su mano se desviaba hacia abajo, la detuvo agarrándola con la fuerza de un torno.

—¡Pero bueno! ¿De dónde te crees que soy? ¿De «Putones R’Us»?

—Piensas demasiado. Si se hace bien, la mujer no debería estar pensando en nada, porque estará en un coma de estupefacción sexual. Será un coma sexual. —Los dedos de Kit volvieron a introducirse por la pretina de sus pantis. Shelly dio un suspiro involuntario de placer. Este hombre podía encontrar puntos libidinosos donde las mujeres ni siquiera los tenían. Era un cartógrafo carnal, delimitando sus zonas erógenas… y luego aparcando en doble fila en todas ellas.

—Los hombres sois… más afortunados… porque podéis… eliminar las emociones… y no sentiros culpables después. Quiero decir… —Shelly tragó con dificultad mientras un impulso sexual le ponía los pezones de punta—, podéis sencillamente hacer el amor con una perfecta extraña, ¿verdad?

—¡Por Dios, no!

Shelly sintió cómo la desilusión recorría su cuerpo.

—No quiero que sea perfecta —explicó Kit con descaro—, quiero que sea realmente sucia y mala.

Entonces la besó… de manera pasional y asombrosa. Shelly saboreó el interior salado y cálido de su boca y sintió un siniestro latido de deseo digno de una escena de pasión desenfrenada de una novela.

—Te quedarás emocionalmente marcada para siempre, pero oye… —rió con arrogancia—, será una experiencia que nunca olvidarás.

Una parte de Shelly sabía que eso era cierto. Sabía que era peligroso hacer el amor con Kit Kinkade… era tan exótico, tan… en fin… «de por ahí». Como encontrarse con un tigre de Tasmania o con un
poltergeist
. Pero su cuerpo había empezado sin ella. Albergaba la débil esperanza de que sus pantis la protegieran de sus instintos más bajos, pero entonces él usó ambas manos para rajar en dos la entrepierna de sus pantis y Shelly sintió cómo sus traidoras piernas le cedían el paso con entusiasmo sin consultar a
Mission Control
. Sus dedos se detuvieron en la carne ecuatorial del lateral interior de sus muslos y luego desaparecieron por la,
ay Dios
, se acordó demasiado tarde, jungla tropical que tenía entre las piernas. Houston, tenemos un problema.

—No me depilo las ingles en invierno —soltó, cortando el beso en seco e intentando cruzar las piernas. «Si él consideraba que los pantis no eran nada sexys, qué opinaría de su maleza secreta», pensó Shelly, intentando hacer caso omiso al placer que se le estaba acumulando en la sangre.

Los flexibles dedos del extraño separaron sus muslos una vez más.

—Puede que descubras el legendario templo perdido de la tribu de los Xingothuan ahí abajo, ¿sabes? —dijo jadeante Shelly dentro de la boca de Kit, con la voz avergonzada, pero aún llena de deseo—. O quizá un par de concursantes de Gran Hermano que aún no se han enterado de que la serie terminó.

Kit plantó un cálido beso en la curva del cuello de Shelly. Todo él era calor concentrado. Su olor era picante y salvaje. Shelly no necesitaba rozar su ingle para saber que era tan intenso como un tarro de mostaza de
Dijon
… pero lo hizo igualmente.

Y entonces él la dobló hacia atrás y marcó a mordiscos una línea de besos por la garganta y los pechos. Los nervios de su cuerpo saltaron salvajemente conforme la cabeza de Kit desaparecía bajo su
soufflé
sintético.

—Supongo que ahora es un buen momento para decirte que yo no soy vegetariano.

*

Conforme la limusina dejaba atrás Manchester a su derecha, y luego
Blackpool
a la izquierda, si la ventanilla insonorizada no estuviera ahumada, el conductor habría visto a sus pasajeros lanzarse el uno al otro con abandono primitivo. Visiones fugaces de Cumbria y Carlisle pasaron como en un caleidoscopio ante Shelly conforme Kit luchaba juguetón con ella en el suelo alfombrado de la limusina. Para su propio asombro, Shelly descubrió en sí misma una pasión tan ardiente que ni siquiera ese atrevido tapapozos petroleros Red Adair podría haber apagado. La sensación suprimió el mundo y su lógica. Cuando Shelly, agarrando a Kit por el pelo, gritó, no estuvo segura de si era un orgasmo o una posesión demoníaca. ¿Hundiría Kit su lengua dentro de ella otra vez o llamaría a un exorcista? Pero fuera lo que fuera, quería más.

—¡Ufff!

Shelly levantó rápidamente la cara del suelo de la limusina para observarle con admiración. Kit Kinkade sonrió con satisfacción. Si hubiera tenido un taco de billar, lo habría tocado afablemente en la punta. Entonces trepó por su cuerpo, encontró su boca y la besó con lujuria, de forma deliciosa, dejando que saboreara su propio jugo mientras respiraban la esencia del otro, o
«nuestrencia»
como decía Kit,
esa ambrosía de feromonas embriagadora que la madre naturaleza dio a hombres y mujeres para que pudiéramos dejar de discutir entre nosotros de vez en cuando.

Cuando Shelly se descubrió a sí misma agarrando a toda prisa la entrepierna de Kit, él la empujó con suavidad contra el asiento de cuero. Y entonces dijo las palabras que toda mujer fantasea con oír algún día (junto con «Los científicos han descubierto que el apio engorda»): «
Haciéndote disfrutar, disfruto yo
».

Ahora bien, el puñado de hombres con los que Shelly había intimado había poseído una envergadura de atención sexual del tamaño de un insecto. Habían sido brutos y arrogantes, haciendo del sexo algo funcional y triste. Le daba la sensación de que la mayoría de los hombres sólo realizaban su parte de
cunnilingus
superficial para que se lo devolvieran en el pene, con el pagaré erótico que eso implicaba. Por eso Shelly se pellizcó para comprobar que no estaba corriéndose en sueños. Pero no, segundos después, era más que una simple idea en la punta de su lengua. Oyó un gemido lánguido y débil y se sobresaltó al darse cuenta de que había salido de ella mientras se retorcía una vez más bajo la boca de Kit. Era un placer exquisito y al mismo tiempo insoportable… como si estuviera nadando en una piscina cálida, profunda y deliciosa y de repente se encontrara con gotas de hielo.

Cuando Shelly llegó al clímax por última vez en aquel viaje, la sensación fue tan larga e intensa y tan abrumadoramente espectacular que sólo pudo describirlo como un orgasmo extra corporal. ¡Era coma sexual! Tocó el rostro de Kit, asombrada. Cuando finalmente consiguió inhalar una trémula bocanada de aire, fue para confesar que acababa de experimentar un orgasmo más largo que el ciclo del Anillo de Wagner.

—¿El ciclo del anillo? —preguntó Kit, lamiéndose el salado jugo de Shelly de los labios—. ¿Qué narices es eso? ¿Un tema de Zsa Zsa Gabor?

—¿Zsa Zsa Gabor? —inquirió Shelly, acariciándole las esquirlas de ámbar de su pelo.

—¿Wagner? —interrogó Kit.

Pero no importaba. Con las endorfinas altas, lucían sonrisas tan gigantes que se salían de la escala del rictus. Tan sólo vertían con amplias sonrisas su complicidad eufórica en los ojos enamorados del otro. No era nada parecido a un momento mágico. Dios, era tan mágico que no le habría sorprendido enterarse de que Gandalf estaba detrás de todo eso.

—Bueno, Shelly Green —Kit le besó la frente—, ¿crees ahora en el amor a primera vista?… ¿O debería empezar otra vez?

Diferencias entre sexos: Inteligencia

 

¿Por qué a los hombres les gustan las mujeres inteligentes?

Porque los polos opuestos se atraen.

2

Tregua

«
¿Crees ahora en el amor a primera vista, o debería empezar otra vez?
» fue lo que Kit le había preguntado a Shelly y ésta había intentado responder. Pero ahora que la había liberado, el corazón le robaba la propiedad del habla. La parte inferior de su cuerpo se arqueó con entusiasmo dentro del de Kit en respuesta.

—Espero que mañana por la mañana siga respetándote —consiguió decir finalmente. Pero, para su sorpresa, Kit se apartó.

—Lo que pasa, cariño, es que me estoy reservando para el día de mi boda. —La miró, con el rostro soñador y desaliñado—. ¿Será éste el día de mi boda, Shelly?

Que Shelly Green dijera «sí» a una propuesta de matrimonio era tan probable como ver a Bin Laden haciendo la ronda de bares. Sin embargo, la misógama vaciló. Lo que le estaba pasando a Shelly por la cabeza era una mezcla de: 1) Buufff. 2) Una casa, un coche y suficiente pasta para comprar una guitarra Fleta que había codiciado desde que se graduó. 3)
Carpe diem
o, como diría Kit, ¿y por qué no, nena? 4) Estoy más pensada que lo que me emborracho. Semanas después, Shelly confesaría que no fue el alcohol lo que la intoxicó, sino la total dedicación de Kit a ella. Si se casaba con este hombre, quizá llegara a tocarle con mediana regularidad… ¡Eso era lo que ella llamaba una proposición indecente!

—Shelly… —La forma en la que murmuró su nombre con esa voz aterciopelada provocó que una corriente crepitante de lujuria vibrara por la parte inferior de su columna vertebral—. ¿Qué puedes perder, nena?

Efectivamente. Ni siquiera su trabajo; sus alumnos habían susurrado a la salida de clase que habían encontrado un sustituto para que se hiciera cargo de su volumen de trabajo durante las próximas dos semanas. En un arranque brutal de honestidad, Shelly también admitió para sí misma lo cansada que estaba de despertarse el día de Año Nuevo sin nada que lamentar. Llevaba demasiado tiempo sintiendo que su vida le estaba hablando, pero que estaba mirando por encima de su hombro en busca de alguien más interesante. Su madre habría pensado que padecía una trágica insuficiencia de medicación, pero Shelly se dio cuenta con un arranque de desorbitado optimismo que estaba decidida a decir que sí. ¿Por qué? Porque había tocado su vida en tono menor. Porque toda ella era obertura y no ópera. Porque se sentía sobrecogida por la nostalgia de algo que nunca había tenido. Sí, de entrada se había enfadado con sus alumnos por inscribirla en el concurso
Desesperados y Desparejados,
pero se había dado cuenta a lo largo de las últimas horas de que quizá Kit Kinkade fuera el empujón que necesitaba para forzar el arranque de su vida, para volver a poner en marcha su motor emocional. Aventura. Era el elixir de la vida. Quería que la tonificara. Su grupo sanguíneo no era B negativo, maldita sea.

—¿Por qué no te lanzas, eh? —persistió Kit, con los caramelos verdes de sus ojos puestos con dulzura sobre ella—. Si empiezas a matar el tiempo, el tiempo pronto empezará a matarte a ti —sentenció—. El único lugar para vivir es el presente… ¡a no ser que te hayan ofrecido un castillo en el sur de Francia, claro! Sólo una norma en lo que a vaginas respecta. —Se lamió los labios con una lentitud deliberada—: Si descansas, te oxidas. —Le dedicó una sonrisa de Casanova… una gran sonrisa de chico malo, traviesa e insolente.

Other books

Two Cooks A-Killing by Joanne Pence
Code Name Verity by Elizabeth Wein
Twisted (Delirium #1) by Cara Carnes
When I Say No, I Feel Guilty by Manuel J. Smith
Gentleman Called by Dorothy Salisbury Davis
Particle Z (Book 1) by Scott, Tim