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Authors: Elisabeth Kübler-Ross

Sobre la muerte y los moribundos (25 page)

BOOK: Sobre la muerte y los moribundos
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Doctora:
¡Como usted! Sus hijos eran lo primero...

Paciente:
Siempre lo han sido.

Doctora:
¿Ha encontrado muy difícil esto? Usted vino aquí un poco recelosa. Aquí, a la entrevista.

Paciente:
Realmente, no me entusiasmaba demasiado la idea de venir.

Doctora:
Ya lo sé.

Paciente:
Pero luego pensé... bueno, decidí que vendría.

Capellán:
¿Y ahora qué piensa?

Paciente:
Me alegro de haber venido.

Doctora:
No ha sido tan terrible, ¿verdad? Usted dijo que no era una buena conversadora. Yo creo que lo ha hecho muy bien.

Capellán:
Sí, yo también. Aunque me gustaría saber si no tendría algunas preguntas que hacemos —ya que antes ha insinuado que los médicos no dan tiempo para que el paciente les haga preguntas. Le estamos dando tiempo para que, si tiene que hacemos alguna pregunta sobre la sesión, sobre cualquier cosa...

Paciente:
¡Oh! Bueno, yo, cuando vino usted y me habló de esto, yo no entendí muy bien para qué iba a servir o... cuál era la idea que se pretendía, ¿sabe?

Capellán:
¿Ha quedado esto aclarado en parte, con la entrevista?

Paciente:
Parcialmente, sí.

Doctora:
Mire, lo que estamos intentando hacer es aprender del paciente cómo podemos hablar con personas completamente extrañas, a las que no hemos visto nunca antes y a las que no conocemos en absoluto, cómo llegar a conocer a un paciente bien y captar la clase de necesidades y deseos que tiene. Y luego procurar cubrirlos. Por ejemplo, ahora he aprendido mucho de usted: que usted sabe bastante bien lo que es su enfermedad, que sabe que es grave, que sabe que está en diferentes sitios. No creo que nadie pueda decirle cuánto tiempo va a durar esto. Han intentado una nueva dieta, que creo no han dado a muchos pacientes, pero tienen muchas esperanzas en ella. Ya sé que para usted será una dieta insoportable. Pero creo que todo el mundo hace todo lo posible, ¿sabe?...

Paciente:
Si creen que eso me va a ayudar, entonces quiero intentarlo.

Doctora:
Sí que lo creen. Por eso se lo dan. Pero lo que usted decía me parece, es que le gustaría tener un poco de tiempo para charlar de esto con el doctor. Aún en el caso de que él no pueda darle todas las respuestas claras y exactas; creo que nadie puede. Pero usted sólo quiere hablar de ello. La clase de cosas que se hacen con el médico de la familia, la clase de cosas que estamos tratando de hacer aquí.

Paciente:
No me noto tan nerviosa como creía que iba a estarlo. Quiero decir que me encuentro bastante a gusto.

Capellán:
Yo creía que estaba muy relajada, aquí sentada.

Paciente:
Cuando he llegado estaba un poco nerviosa.

Capellán:
Sí, ya lo comentó.

Doctora:
Creo que vamos a llevarla otra vez a su habitación. Pasaremos a verla dentro de poco. ¿De acuerdo?

Paciente:
Sí.

Doctora:
Gracias por haber venido

En resumen, aquí tenemos un ejemplo típico de paciente que ha tenido muchas pérdidas en su vida, que necesitaba compartir sus preocupaciones con alguien, y que se sintió aliviada al poder exponer algunos de sus sentimientos a alguien que se preocupaba de ella.

La señora S. tenía dos años y medio cuando se divorciaron sus padres y fue educada por unos parientes. Su única hija murió a los dos años y medio de edad, de tuberculosis, mientras su marido estaba en el servicio y ella no tenía a nadie más querido que aquella niña. Poco después, perdió a su padre en el sanatorio y ella misma tuvo que ser hospitalizada con tuberculosis. Después de veintidós años de matrimonio, su marido la dejó con dos niños para casarse con otra mujer. Un médico de cabecera en el que tenía mucha confianza murió cuando ella lo necesitaba más, es decir, cuando se notó un bulto sospechoso que más tarde resultaría ser maligno. Como se ocupaba ella sola de los chicos, aplazó el tratamiento hasta que el dolor se hizo insoportable, cuando el cáncer ya se había extendido. En medio de sus desgracias y su soledad, había encontrado algunos amigos importantes, con los que podía compartir sus preocupaciones. Ellos también eran sustitutos —así como su tía y su tío habían sido sustitutos de sus verdaderos padres; el amigo reemplazaba al marido, la vecina sustituía a la hermana que nunca había tenido. Esta última era la relación más importante, pues se convirtió en una madre suplente para la paciente y sus hijos al avanzar la enfermedad. El servicio prestado por esta persona cubría una necesidad y se llevaba a cabo con sensibilidad y sin entremetimiento.

La asistenta social tuvo un papel crucial en el trato posterior con este paciente, y también su médico, al que informamos de su deseo de hablar más con él de cuestiones personales.

A continuación viene la entrevista con una chica de diecisiete años, con anemia aplástica, que pidió que la entrevistáramos en presencia de los estudiantes. Inmediatamente después, tuvo lugar una entrevista con su madre, a la que siguió un coloquio entre los estudiantes de medicina, el médico que la asistía y las enfermeras de su sala.

Doctora:
Voy a tratar de hacértelo fácil, ¿de acuerdo?, y por favor, si te cansas demasiado o tienes dolor, dínoslo. ¿Quieres decir al grupo, cuánto tiempo llevas enferma y cuándo empezó todo?

Paciente:
Pues, me vino de repente.

Doctora:
¿Y cómo te vino?

Paciente:
Bueno, estábamos en una reunión parroquial en X, el pueblo donde vivimos, y yo había ido a todas las reuniones. Nos habíamos trasladado a la escuela para comer, y yo cogí mi plato y me senté. Entonces me entró frío, me vinieron escalofríos, empecé a temblar, y sentí un dolor muy agudo en el lado izquierdo. Entonces me llevaron a la casa del pastor y me echaron en una cama. El dolor era cada vez peor, y yo me notaba cada vez más fría. El pastor llamó a su médico de cabecera, y éste vino y dijo que yo tenía un ataque de apendicitis. Me llevaron al hospital, y pareció que el dolor se marchaba, desaprecia por sí solo. Me examinaron por todas partes y vieron que no era el apéndice, o sea que me mandaron a casa con el resto de la gente. Todo fue bien durante un par de semanas, y volví a la escuela.

Estudiante:
¿Qué creías que tenías?

Paciente:
No lo sabía. Fui a la escuela un par de semanas, y luego un día me puse muy mala y me caí por las escaleras. Me sentía realmente débil y me desmayé. Llamaron al médico de casa, y vino y me dijo que estaba anémica. Me llevó al hospital y me metieron un litro y medio de sangre. Luego empecé a tener estos dolores aquí. Eran fuertes y creyeron que quizá fuera el bazo. Iban a sacármelo. Hicieron un montón de radiografías y todo. A mí seguía doliéndome mucho y no sabían qué hacer. Consultaron con el doctor Y. y vine aquí para que me hicieran un reconocimiento. Estuve diez días en el hospital, me hicieron un montón de pruebas, y entonces es cuando descubrieron que tenía anemia aplástica.

Estudiante:
¿Cuándo fue esto?

Paciente:
Hacia la mitad de mayo.

Doctora:
¿Qué significa esto para ti?

Paciente:
Yo quería estar segura de lo que era, porque estaba faltando mucho a la escuela. Me dolía mucho y luego, ¿sabe?, quería descubrir lo que era. Por eso pasé diez días en el hospital, me hicieron toda clase de pruebas, y luego me dijeron lo que tenía. Dijeron que no era terrible. No tenían ni idea de lo que lo había provocado.

Doctora:
¿Te dijeron que no era terrible?

Paciente:
Bueno, se lo dijeron a mis padres. Mis padres me preguntaron si quería saberlo todo, y yo les dije que sí, que quería saberlo todo. Entonces me lo dijeron.

Estudiante:
¿Cómo te lo tomaste?

Paciente:
Al principio no sabía qué pensar, y luego me figuré que era voluntad de Dios que me pusiera enferma, porque había pasado todo de repente y antes nunca había estado enferma. Y pensé que era voluntad de Dios que me pusiera enferma, que estaba en sus manos, y Él cuidaría de mí, de manera que no tenía que preocuparme. Y desde entonces he seguido así, y creo que eso es lo que me mantiene viva, el saber eso.

Estudiante:
¿Nunca te has deprimido?

Paciente:
No.

Estudiante:
¿Crees que otros podrían deprimirse?

Paciente:
¡Oh! Cuando alguien se pone muy, muy enfermo... Creo que no hay nada que le tranquilice, pero también creo que el que se pone enfermo siente de esta forma al cabo de un tiempo.

Estudiante:
¿Desearías que no hubieran sido tus padres quienes te hubieran hablado de lo que tenías? ¿Hubieras preferido quizá que te lo hubieran dicho los médicos?

Paciente:
No, prefiero que me lo hayan dicho mis padres... Supongo que estuvo muy bien que me lo dijeran ellos, pero me habría gustado mucho... si el doctor me hubiera hecho participar.
[4]

Estudiante:
La gente que trabaja a tu alrededor, los médicos y las enfermeras, ¿crees que eluden el tema?

Paciente:
Nunca me dicen nada, ¿sabe?, sólo mis padres. Ellos tienen que decírmelo.

Estudiante:
¿Crees que han cambiado tus sentimientos respecto al desenlace de esta enfermedad desde la primera vez que oíste hablar de ella?

Paciente:
No, sigo sintiendo lo mismo.

Estudiante:
¿Has pensado mucho en ello?

Paciente:
Ajá.

Estudiante:
¿Y eso no ha cambiado tus sentimientos?

Paciente:
No, pero lo he pasado muy mal, ahora ya no pueden encontrarme las venas. ¡Me dan tantas cosas para todas las demás complicaciones! Pero tengo que conservar la fe.

Estudiante:
¿Crees que después de todo esto tienes más fe?

Paciente:
Ajá. Realmente la tengo.

Estudiante:
¿Crees que en esto has cambiado? ¿La fe es, pues, lo más importante para salir adelante?

Paciente:
Bueno, no sé. Dicen que tal vez no salga de ésta, pero si Él quiere que yo esté bien, me pondré bien.

Estudiante:
¿Ha cambiado tu personalidad? ¿Has notado algún cambio?

Paciente:
Sí, porque trato a más gente. Aunque generalmente lo hacía. Voy por ahí a visitar a algunos pacientes y a ayudarles. Me llevo bien con las compañeras de habitación, o sea que tengo con quien hablar. Cuando estás deprimida, te ayuda hablar con otra persona.

Doctora:
¿Te deprimes a menudo? Antes, en esta habitación estabais dos, y ahora estás sola.

Paciente:
Creo que fue porque yo estaba muy cansada. Ahora hace una semana que no salgo.

Doctora:
¿Estás cansada ahora? Cuando estés demasiado cansada, dímelo y terminaremos la sesión.

Paciente:
No, no.

Estudiante:
¿Has notado algún cambio en tu familia o en tus amigos, en su actitud respecto a ti?

Paciente:
Me he acercado mucho más a mi familia. Nos llevamos muy bien. Mi hermano y yo nos llevábamos siempre bien cuando éramos pequeños. Él tiene dieciocho años y yo diecisiete, sólo nos llevamos catorce meses. Y mi hermana y yo siempre hemos sido realmente amigas. Pero ahora estoy aún más unida con ellos y mis padres. Podemos hablar más juntos, ¡oh!, no sé, sólo es una sensación de mayor intimidad.

Estudiante:
¿Se ha profundizado y enriquecido tu relación con tus padres?

Paciente:
Ajá, y con los otros chicos también.

Estudiante:
¿Esto te hace sentirte apoyada durante esta enfermedad?

Paciente:
Sí, no creo que pudiera soportarlo sin mi familia y todos los amigos.

Estudiante:
Ellos quieren ayudarte de todas las formas posibles. ¿Y tú? ¿Les ayudas, también, de alguna manera?

Paciente:
Bueno, yo intento... Siempre que vienen trato de hacer que se encuentren cómodos y que vuelvan a casa sintiéndose mejor y cosas así.

Estudiante:
¿Te sientes muy deprimida cuando estás sola?

Paciente:
Sí, me entra una especie de pánico, porque me gusta la gente, me gusta estar rodeada de ella, estar con alguien... No sé, cuando estoy sola surgen todos los problemas. Sí, te sientes más deprimida cuando no hay nadie con quien hablar.

Estudiante:
Cuando estás sola, ¿sientes algo en particular? ¿Algo que te haga asustarte de estar sola?

Paciente:
No, sólo siento que no haya nadie allí, nadie con quien hablar.

Doctora:
Antes de ponerte enferma, ¿qué clase de chica eras? ¿Te gustaba mucho salir o te gustaba más estar sola?

Paciente:
Pues sí, salía bastante. Me gustaba hacer deporte, ir a sitios, a partidos y a muchas reuniones.

Doctora:
¿Has estado alguna vez sola algún tiempo antes de ponerte enferma?

Paciente:
No.

Estudiante:
Si tuviera que empezar todo otra vez, ¿preferirías que tus padres esperaran a decírtelo?

Paciente:
No, estoy contenta de haberlo sabido desde el principio. Quiero decir que prefiero saberlo ya desde el principio, saber que tengo que morir y que ellos no tengan que disimular frente a mí.

Estudiante:
¿Qué es lo que tienes que afrontar? ¿Cómo te parece que es la muerte?

Paciente:
Bueno, creo que es maravillosa, porque vas a tu casa, a la otra, junto a Dios, y no tengo miedo de morir.

Doctora:
¿Te representas visualmente esa “otra casa”? Porque, ¿sabes?, todos nosotros tenemos algunas fantasías al respecto, aunque nunca hablamos de ello. ¿No te molesta hablarnos de eso?

Paciente:
Bueno, sólo me imagino que es como una reunión, en la que todo el mundo que está allí es realmente agradable y Alguien más... especial, ¿sabe?, que lo hace todo diferente.

Doctora:
¿Puedes decir algo más sobre eso? ¿Cómo se siente uno?

Paciente:
¡Oh! Yo diría que se tiene una sensación maravillosa, no se necesita nada más, sólo estás allí y sabes que nunca volverás a estar sola.

Doctora:
¿Todo está bien?

Paciente:
Todo bien, ajá.

Doctora:
¿No necesitas comer para mantenerte fuerte?

Paciente:
No, no creo. Tienes una fuerza dentro de ti.

Doctora:
¿No necesitas todas las cosas terrenas?

Paciente:
No.

Doctora:
Ya. Bueno, ¿cómo has conseguido esta fuerza, este valor para afrontarlo directamente desde el principio? Ya sabes que muchas personas tienen una religión, pero muy pocas lo afrontarán como tú en estos momentos. ¿Siempre has reaccionado así?

Paciente:
Ajá.

Doctora:
¿Nunca has sentido una hostilidad en el fondo...?

Paciente:
No.

Doctora:
¿O te has disgustado con personas que no estaban enfermas?

Paciente:
No, creo que me avengo con mis padres porque fueron misioneros durante dos años en S.

Doctora:
Ya.

Paciente:
Y los dos han trabajado maravillosamente para la iglesia. Nos educaron a todos en un hogar cristiano y eso me ha ayudado mucho.

Doctora:
¿Crees que nosotros, como médicos, deberíamos hablar a las personas que tienen una enfermedad fatal, de su futuro? ¿Puedes decirnos qué nos enseñarías si tu misión fuera indicarnos lo que deberíamos hacer por otras personas?

Paciente:
Bueno, generalmente el médico sólo entra, te da una ojeada y te dice: “¿Cómo estás hoy?”, o algo así, una verdadera farsa. Lamentas estar enferma porque nunca te hablan. Vienen como si fueran otra clase de personas. La mayoría de los que conozco hacen eso. Vienen, charlan un poco conmigo, me preguntan cómo me encuentro y me visitan. Dicen cosas de mi cabello y de que tengo mejor aspecto. Me preguntan cómo me encuentro y algunos explican las cosas todo lo que pueden. Es difícil para ellos, porque yo soy menor de edad y se supone que no me han de decir nada, en principio se lo han de decir todo a mis padres. Creo que es muy importante charlar con el paciente porque si los médicos se portan fríamente y de forma expeditiva llegas a temer que vengan. Que el médico sea cordial y humano, eso es muy importante.

Doctora:
¿Has tenido una sensación de incomodidad o desagrado por venir aquí y hablar de esto con nosotros?

Paciente:
No, no me molesta hablar de esto.

Estudiante:
¿Cómo se han portado las enfermeras en tu caso?

Paciente:
La mayoría han sido verdaderamente maravillosas. Hablan mucho y conozco a la mayoría bastante bien.

Doctora:
¿Tienes la impresión de que las enfermeras son capaces de comportarse mejor que los médicos, en cierto modo?

Paciente:
Bueno, sí, porque ellas están más aquí y hacen más que los médicos.

Doctora:
Ajá, te hacen sentir menos incómoda.

Paciente:
De eso estoy segura.

Estudiante:
¿Puedo hacer una pregunta? ¿Ha muerto alguien de tu familia en vida tuya?

Paciente:
Sí, el hermano de papá, mi tío, se murió. Yo fui al entierro.

Estudiante:
¿Qué sentiste?

Paciente:
Bueno, no sé. Él estaba extraño, parecía diferente. Era la primera persona que veía muerta.

Doctora:
¿Qué edad tenías?

Paciente:
Unos doce o trece años.

Doctora:
Has dicho “estaba extraño” y has sonreído.

Paciente:
Bueno, es que parecía diferente, ¿sabe?, sus manos no tenían ningún color y aparecían muy quietas. Luego murió mi abuela, pero yo no estaba allí. Mi abuelo murió al lado de mi madre, pero yo tampoco estaba allí. ¡Oh!, luego murió mi tía, y no pude ir al entierro porque ocurrió no hace mucho tiempo, yo ya estaba enferma y no fuimos.

Doctora:
Viene de diferentes formas y maneras, ¿verdad?

Paciente:
Sí, él era mi tío favorito. En realidad no tienes que llorar cuando alguien se muere porque sabes que se va al cielo y te alegres por él, porque sabes que va a estar en el paraíso.

Doctora:
¿Te habló de esto alguno de ellos?

Paciente:
Un amigo, muy amigo mío, murió hace un mes, y su mujer y yo fuimos al entierro. Eso significó mucho para mí, porque él había sido encantador conmigo, ¡y había hecho tanto por mí cuando me puse enferma! ¡Me hacía sentirme tan feliz!

Doctora:
O sea que lo que tú propones es que los médicos sean un poco más comprensivos, dediquen más tiempo a los pacientes y hablen con ellos.

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