Sol naciente

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Thriller

BOOK: Sol naciente
10Mb size Format: txt, pdf, ePub

 

Una novela explosiva sobre el imperialismo económico japonés. En la mejor tradición de los buenos thrillers, la historia arranca con el hallazgo de un cadáver, en esta ocasión el de una call-girl en el piso 45 de la torre Nakamoto, un rascacielos de Los Ángeles que alberga el cuartel general desde donde el coloso oriental lanza su invasión económica sobre Estados Unidos…

Michael Crichton

Sol naciente

ePUB v1.3

Perseo
05.06.12

Título original:
Rising Sun

Michael Crichton, 1992

Traducción: Ana María de la Fuente Rodríguez

Diseño/retoque portada: Perseo

Editor original: Perseo (v1.0 a v1.3)

ePub base v2.0

Estamos entrando en un mundo en el que ya no rigen las viejas normas.

P
HILLIP
S
ANDERS

Los negocios son la guerra.

Lema japonés

DEPARTAMENTO DE POLICÍA DE LOS ÁNGELES

TRANSCRIPCIÓN CONFIDENCIAL DE ARCHIVOS INTERNOS

Contiene: Transcripción de interrogatorio en vídeo al Detective Peter J. Smith 13-15 de marzo

ref.: «Asesinato Nakamoto» (A8895-404)

Esta transcripción es propiedad del Departamento de Policía de Los Ángeles para utilización interna exclusivamente. La autorización para copiar, citar, reproducir o revelar con cualquier otro medio el contenido de este documento está limitada por la ley. La utilización no autorizada conlleva severas sanciones.

Dirigir las consultas a:

Oficial al mando,

Departamento de Policía de Los Ángeles

Apartado 2029

Los Ángeles, CA 92038

Teléfono (213) 555-7600

Fax: (213) 555-7812

Vídeo interrogatorio detective P.J. Smith 13-15.3

Caso:
«Asesinato en la Nakamoto»

Descripción del interrogatorio:
El sujeto (teniente Smith) fue interrogado durante 22 horas a lo largo de tres días, desde el lunes, 13, hasta el miércoles, 15 de marzo. La conversación fue grabada en cinta de vídeo S-VJS/SD.

Descripción de la imagen:
Sujeto (Smith) sentado a un escritorio en la Sala de Vídeo 4, Central de la Policía de Los Ángeles. Reloj en la pared, detrás del sujeto. La imagen abarca superficie de la mesa, taza de café y sujeto de cintura para arriba. El sujeto viste americana y corbata (primer día); camisa y corbata (segundo día) y mangas de camisa (tercer día). En el ángulo inferior derecho, código horario del vídeo.

Objeto del interrogatorio:
Aclarar el papel del sujeto en el «Asesinato en la Nakamoto» (A8895-404). Los oficiales encargados del interrogatorio fueron el detective T. Conway y el detective P. Hammond. El sujeto renunció a su derecho a un abogado.

Situación del caso:
Archivado como «caso sin resolver».

Trascripción del 13 de marzo (1)

INT.: Bien, la cámara está en marcha. Diga su nombre para el informe, por favor.

SUJ.: Peter James Smith.

INT.: Edad y categoría.

SUJ.: Treinta y cuatro años. Teniente de la división de Servicios Especiales. Departamento de Policía de Los Ángeles.

INT.: Teniente Smith, como usted ya sabe, por el momento no se le acusa de ningún crimen.

SUJ.: Lo sé.

INT.: De todos modos, tiene derecho a hacerse representar por un abogado.

SUJ.: Renuncio.

INT.: Bien. ¿Ha sido coaccionado de algún modo para venir aquí?

SUJ.: (Pausa larga): No; no he sido coaccionado en modo alguno.

INT.: Bien. Deseamos hablar con usted acerca del Asesinato en la Nakamoto. ¿Cuándo tuvo la primera noticia del caso?

SUJ.: El jueves, 9 de febrero, alrededor de las nueve de la noche.

INT.: ¿Qué pasó entonces?

SUJ.: Yo estaba en casa. Me llamaron por teléfono.

INT.: ¿Qué hacía usted cuando le llamaron por teléfono?

Primera noche

Para ser exactos, yo estaba en mi apartamento de Culver City, sentado en la cama, mirando un partido de los Lakers, sin el sonido, mientras trataba de aprender vocabulario de mi curso de japonés para principiantes.

Era una noche tranquila; había acostado a mi hija a eso de las ocho. Tenía el casete encima de la cama y una alegre voz femenina decía cosas tales como: «Buenos días, soy policía. ¿Puedo ayudarle en algo?» y «Por favor, tráigame el menú». Después de cada frase, la mujer hacía una pausa, para que yo repitiera, en japonés, lo que había dicho ella. Y yo repetía, a trompicones, lo mejor que sabía. Luego ella decía: «La verdulería está cerrada. ¿Dónde está la oficina de Correos?». Cosas por el estilo. A veces, era difícil concentrarse, pero lo intentaba. «Mr. Hayashi tiene dos hijos».

Yo traté de contestar.
«Hayashi-san wa kodomo ga fur… futur…»
. Juré por lo bajo, pero ella ya estaba hablando otra vez.

—Esta bebida no es muy buena.

Yo tenía el libro abierto encima de la cama, al lado de un muñeco Cabeza de Patata de mi hija que acababa de reparar. Al otro lado, un álbum y las fotos del segundo cumpleaños de la niña. Ya hacía cuatro meses de la fiesta de Michelle, y yo aún no había pegado las fotos en el álbum. Uno no debe retrasarse en estas cosas.

—Se celebrará una reunión a las dos.

Las fotos de encima de la cama ya no reflejaban la realidad. Al cabo de cuatro meses, Michelle estaba muy cambiada, había dado un estirón y se le había quedado corto el caro vestido de fiesta que le había comprado mi ex esposa: terciopelo negro con cuello de encaje blanco.

En las fotos, mi ex esposa hace un gran papel: sostiene el pastel mientras Michelle sopla las velas o ayuda a la niña a abrir los regalos. Parece una madraza. En realidad, mi hija vive conmigo y mi ex esposa no la ve mucho. La mitad de los fines de semana no aparece y se salta los pagos de la pensión de la niña.

Pero, por las fotos, nadie lo diría.

—¿Dónde está el aseo?

—He traído el coche. Podemos ir juntos.

Seguí estudiando. Oficialmente, aquella noche estaba de guardia: yo era el oficial de Servicios Especiales encargado de la zona centro. Pero el nueve de febrero era un jueves tranquilo y yo no esperaba mucha acción. Hasta las nueve, sólo había recibido tres llamadas.

Servicios Especiales comprende la sección diplomática del Departamento de Policía; nos encargamos de los problemas relacionados con diplomáticos y celebridades, y proporcionamos intérpretes y enlaces a los extranjeros que, por una u otra causa, entran en contacto con la Policía. Es un trabajo variado pero no fatigoso: durante un turno de servicio, puedo recibir media docena de peticiones de ayuda, y ninguna urgente. Casi nunca tengo que salir. Es un trabajo mucho menos exigente que el de encargado de Prensa, lo que hacía antes de pasar a Servicios Especiales.

La primera llamada que recibí la noche del nueve de febrero se refería a Fernando Conseca, el vicecónsul de Chile. Un coche patrulla lo había parado; Ferny había bebido demasiado para conducir, pero invocaba inmunidad parlamentaria. Dije a los agentes que lo llevaran a su casa y tomé nota para volver a quejarme al Consulado por la mañana.

Una hora después me llamaron unos detectives de Cárdena. Durante un tiroteo en un restaurante, habían arrestado a un sospechoso que sólo hablaba samoano, y pedía un intérprete. Yo les dije que no había inconveniente en facilitarles el intérprete, pero que todos los samoanos hablaban inglés porque hacía años que el país era posesión norteamericana. Los detectives dijeron que ellos se encargarían del asunto. Luego recibí un aviso de que unidades móviles de televisión bloqueaban las salidas de incendios en un concierto de Aerosmith; dije a los agentes que avisaran a los bomberos. Durante la hora siguiente, hubo calma. Volví al libro y a la mujercita de la voz cantarina que decía cosas tales como: «Ayer hizo un día lluvioso».

Entonces llamó Tom Graham.

—Estos jodidos japoneses —dijo Graham—. Tienen un morro increíble. Vale más que vengas, Petey-san. Mil cien de Figueroa, esquina a Séptima. Es el nuevo edificio «Nakamoto».

—¿Cuál es el problema? —Tenía que preguntarlo: Graham es un buen detective, pero tiene mal genio y a veces exagera.

—El problema es que los jodidos japoneses exigen ver al jodido oficial de enlace de Servicios Especiales. Y ése eres tú, colega. Dicen que la Policía no puede proceder hasta que llegue el oficial de enlace.

—¿Proceder? ¿A qué? ¿Qué tenéis ahí?

—Homicidio —dijo Graham—. Mujer blanca, de unos veinticinco años y un metro ochenta. Tendida de espaldas, en su jodida sala de juntas. Todo un panorama. Anda, ven cuanto antes.

—¿No se oye música de fondo? —pregunté.

—Sí, mierda —dijo Graham—. Hay una fiesta por todo lo alto. Esta noche inauguran la torre «Nakamoto» y dan una recepción. Ven.

Le dije que iría. Llamé a la señora Ascanio, que vive al lado, y le pedí que vigilara a la niña porque yo tenía que salir; nunca está de más un poco de dinero extra. Mientras la esperaba, me cambié la camisa y me puse el traje bueno. Luego llamó Fred Hoffmann. Era el encargado de guardia, un tipo fornido de pelo gris.

—Oye, Pete, me parece que no te vendría mal un poco de ayuda en esto.

—¿Por qué? —pregunté.

—Al parecer, tenemos un homicidio con ciudadanos japoneses involucrados. Puede ser un asunto delicado. ¿Cuánto hace que eres oficial de enlace?

—Unos seis meses.

—Yo, en tu lugar, pediría ayuda a alguien con experiencia. Llévate a Connor.

—¿A quién?

—A John Connor. ¿Le conoces?

—Desde luego —dije. En la división, todo el mundo había oído hablar de Connor. Era una leyenda, el más experto de todos los oficiales de Servicios Especiales—. Pero ¿no estaba retirado?

—Está en situación de excedencia, pero todavía interviene en casos relacionados con japoneses. Creo que podría ayudarte. Verás lo que haremos: yo le llamo de tu parte y tú pasas a recogerlo. —Hoffmann me dio la dirección.

—De acuerdo. Gracias.

—Y, otra cosa: en este asunto, líneas terrestres, ¿de acuerdo, Pete?

—De acuerdo. ¿Quién lo ha dispuesto?

—Es preferible.

—Lo que tú digas, Fred.

«Líneas terrestres» significaba no utilizar las radios, para que nuestras transmisiones no fueran captadas por los medios de comunicación que permanecían a la escucha de las frecuencias de la Policía. Era la práctica habitual en determinadas circunstancias: cuando Elizabeth Taylor era hospitalizada, o cuando moría en accidente de circulación un adolescente hijo de un personaje famoso, para estar seguros de que los padres se enteraban de la noticia antes de que los equipos de televisión empezaran a aporrear la puerta. En tales casos se utilizaban líneas terrestres. Pero yo no recordaba que se hubieran recomendado en un homicidio.

De modo que, mientras me dirigía al centro no utilicé el radioteléfono del coche. Escuchaba la radio. Daban la noticia de que un niño de tres años había recibido una herida de bala que lo había dejado paralítico de cintura para abajo. Durante un atraco a una tienda de la cadena «Siete a Once», una bala perdida alcanzó al niño que se encontraba casualmente en las inmediaciones, hiriéndole en la espina dorsal y ahora estaba…

Cambié de emisora: una tertulia radiofónica. Delante de mí, veía las luces de los rascacielos del centro envueltos en la bruma. Salí de la autopista por San Pedro, la salida de Connor.

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