Authors: Jordi Sierra i Fabra
âDel medio hacia adelante.
âTendremos que pactar eso.
â¿Veremos la pelÃcula?
âPor supuesto que la veremos. Yo no pago la pasta que vale una entrada para hacer en el cine lo que puedo hacer fuera.
â¿Qué más te gustarÃa hacer conmigo? âla provocó.
âAún no lo he pensado. Te lo diré cuando te vea.
âMañana por la tarde, después de tu examen.
âSÃ.
â¿En el parque?
âSÃ, a la misma hora.
âTengo muchas ganas.
âYo también. âLa voz casi desapareció al hacerse más y más tenue.
Rogelio no quiso excitarse más.
â¿Y tu madre?
âViendo la tele.
â¿No pueden oÃrte?
âNo.
â¿Y tu hermana?
âTampoco. ¿Tienes miedo?
âNo.
âSólo lo saben Elisabet y Gonzalo.
El nombre de su amigo lo hizo reaccionar.
âHe visto lo que colgaste de él en YouTube.
â¿Y qué tal? âse animó ella volviendo a su tono más natural.
âEs muy bueno.
âSÃ, ¿verdad?
âMás que bueno, es genial. ¿Tiene más canciones como ésa?
âLa tira. âParecÃa que acababa de hacerla muy felizâ. Bueno, menos mal que no se te ha estropeado el gusto con Brainglobalnoise y cosas asÃ. ¡PodrÃais hacerle una prueba para tu compañÃa!
âDiscos Karma no es ahora mismo lo mejor, ni edita ese tipo de música, y tampoco es cosa de que se precipite él o nos precipitemos nosotros, créeme.
âPero si dices que es genial...
âDame tiempo, ¿de acuerdo?
âVale âpareció resignarse.
Otro silencio. La noche. La calma.
âRogelio. âBeatriz recuperó su Ãntima dulzura.
â¿Qué?
âNo te lo dije pero... gracias por hablarme de Pilar.
Ni siquiera sabÃa por qué lo habÃa hecho.
Por más que ella le preguntara.
Pero se sentÃa libre después de ello.
â¿Tienes una foto suya en tu habitación? âmusitó Beatriz a través del teléfono, envuelta en aquella inocencia que convertÃa todo, hasta lo más delicado, en algo natural.
Â
Â
Acababa de cortar la comunicación, después de casi una hora de charla telefónica con ella, cuando el nuevo zumbido lo sobresaltó por lo inesperado y por la hora. El amable letargo en el que se habÃa sumido desapareció de golpe y fue substituido por la sombra de la sospecha. Sin saber el motivo, pensó en Amalia. La conversación de la tarde habÃa sido todo menos tranquilizadora o cordial. Le daba miedo.
Demasiado miedo ahora que era feliz.
Comprobó el número.
Martina.
Su hermana llamándolo casi a medianoche, cuando ella era de las que se acostaba como mucho a las once porque madrugaba.
â¿SÃ?
La andanada verbal lo asustó aún más.
â¡Rogelio, por Dios, llevas una hora al teléfono! ¿Dónde estás?
âEn casa.
â¡Pero si ni siquiera has cogido el fijo!
âEstoy en mi habitación, y desde aquà ya sabes que no lo oigo... âSe dio cuenta del estado de excitación y desasosiego de su hermana y se olvidó de las explicaciones para preguntarâ: ¿Qué pasa?
âEs papá... âVaciló.
Pensó en ella y en Miguel, en una pelea, en un cambio de actitud respecto a su relación.
No en aquello.
âHa tenido un infarto, Rogelio. Ven cuanto antes, por favor. Estamos en el Hospital de Barcelona...
CITAS
Â
Â
Â
Se encontró a su padre en la calle, cuando iba a entrar en el edificio.
â¡Papá!
âHola, tesoro. âEl hombre le pasó un brazo por encima de los hombros, la besó en la mejilla y la atrajo contra sà unos segundos, hasta que la soltó para que ambos pudieran caminar libremente en dirección al ascensorâ. ¿Qué tal ese dichoso examen?
âBien, muy bien âproclamó con orgulloâ. Se la he metido con vaselina al cabrón ese.
âBeatriz...
â¿Qué? Es la verdad. A ver cómo se lo monta para no ponerme algo más que nota. He estado brillante.
âFaltarÃa más âse burló él mientras miraba hacia arriba calculando lo que tardarÃa el aparato en llegar abajo.
âOye, ¿tú de qué parte estás?
âSiempre de la tuya. âPuso las dos manos por delante, a modo de pantalla protectoraâ. Pero es que a veces olvido que eres Leo.
âCállate, Escorpión.
El ascensor llegó al vestÃbulo, entraron en él y subieron a su piso. Su padre sonreÃa de una forma especial, diferente, y lo notó.
â¿Qué te pasa?
âTe lo cuento en casa.
âHuy. âPuso cara de escepticismo.
âTranquila.
Llegaron al rellano, abandonaron el camarÃn y él abrió la puerta. Mati todavÃa no habÃa llegado. De la habitación de Teresa llegó una música atronadora, asà que su dueña no se enteró de su presencia en la casa. Su padre la cogió entonces de la mano.
âVen.
La condujo hasta la sala, y la hizo sentar en una de las butacas. Beatriz se sentÃa expectante, aunque no asustada ni con incertidumbres, porque su padre continuaba sonriendo y en sus ojos centelleaba una luz hermosa.
Dulce.
â¿Qué, qué? âlo apremió al ver que no decÃa nada.
âMati está embarazada.
No fue un golpe, fue algo muy distinto, pero lo acusó igual.
Una maravillosa noticia que, sin embargo, implicaba muchas cosas.
De entrada, que iba a tener... un hermanastro.
De salida, que su madre, tal y como estaba, podÃa reaccionar de manera imprevisible.
â¿No dices nada?
â¿Qué quieres que diga? âSe sobrepuso.
âNo sé, «enhorabuena, papá», «qué bien», «¿estáis contentos?», o... todo lo contrario, «estás loco», «a tus años», «¿cómo se te ocurre?»...
â¿Lo querÃais?
âLo queremos ahora. Antes ni lo pensábamos. Nos ha pillado por sorpresa.
âEntonces bien, ¿no?
âCariño, esto no es algo que nos afecte sólo a Mati y a mÃ.
â¿Lo dices por mamá?
âNo, por ella no, lo siento. âFue tan sincero como categóricoâ. Lo digo por ti, por tus hermanas, y por la hija de Mati. Tu madre y yo nos divorciamos y eso acabó. En cambio, todas vosotras...
âEspero que esta vez hagas un chico âquiso bromear sintiéndose apurada.
Su padre la miró con algo más de gravedad.
Hasta que ella se puso en pie y lo abrazó fuerte, muy fuerte.
âPerdona, es que me has dejado...
âEs natural. ImagÃnate cómo estoy yo.
âTodo irá bien âsuspiró ella.
âMe asusta mucho pensar en Luisa y en Carlota; sobre todo, en Carlota.
Beatriz se separó de él, pero no volvió a sentarse.
âTarde o temprano reaccionará âdijoâ. Cuando lo digiera.
âHan pasado muchos años. TendrÃa que haberlo hecho ya. âSu tono se hizo crepuscularâ. Si supiera cuánto la echo de menos...
âYo seré Leo y tú Escorpio, pero es que Carlota es Acuario, tozuda como una mula.
âÃsa era la noticia. âHizo entrechocar sus manosâ. Esperaba que vinieras para dártela en persona.
âLlama a mamá.
âNo, dÃselo tú.
âPapá, al menos le debes eso. No hagas que se entere por mÃ, y menos, por cualquier otra persona.
âNo puedo, Beatriz.
âNo puedes pero debes hacerlo.
â¿Por qué?
â¡No lo sé, pero tienes que hacerlo! Ella sigue encerrada en casa, pensando en ti, como si fueras a volver.
â¿Por qué no lo pensó antes de perderme?
âNo quiero hablar de eso. âSe estremeció con desagrado.
âLa llamaré âse lo prometió.
âBien.
Se quedaron unos segundos en silencio. La música continuaba inundando el ambiente, una especie de banda sonora procedente del excesivo volumen que emergÃa de la habitación de Teresa. Con toda seguridad, la chica seguÃa creyendo que aún estaba sola en casa.
â¿Cómo se lo ha tomado ella? âBeatriz movió la cabeza en dirección al pasillo.
âNo estoy muy seguro. Por un lado, bien, pero me cuesta imaginar lo que pasa por su cabeza. Ya sabes cómo es la adolescencia.
â¡Oh, sÃ! âAsintió con la cabeza como si fuera una experta en el tema en lugar de alguien recién salido de esa etapaâ. Voy a verla.
âVale.
Abandonó la sala y fue hasta la puerta de la habitación de Teresa. Tuvo que golpearla un par de veces antes de que la música se apagara por completo.
â¡Pasa!
Metió la cabeza por el hueco. La cara de la chica cambió al verla. ParecÃa haber estado bailando desaforadamente, al ritmo de la música, porque estaba jadeando y sudada. O eso o hacÃa gimnasia.
âAh, eres tú.
âHola.
âCierra, cierra âla apremió para que acabase de entrarâ. Como me pille una corriente de aire sudando, me resfrÃo. ¿Qué hay?
âAcabo de saber la noticia. âMovió la cabeza en dirección a la sala.
â¿Han llegado?
âMi padre sÃ, tu madre todavÃa no. âAún se le hacÃa raro hablar asÃ.
âFuerte, ¿verdad?
âYo he alucinado.
âPues anda que yo... Porque, a fin de cuentas, será tan hermanastro tuyo como mÃo, pero donde vivirá será aquÃ. ImagÃnate. ¡Un crÃo en casa, lloreras, sarampiones, pañales...! âSe estremeció vivamente y sin ambagesâ. Me tocará pringar, seguro.
âNo seas egoÃsta.
âYa. Cuando me pidan que haga de canguro ya te llamaré para que me sustituyas o me vengas a ayudar, ¿vale?
âHoy tengo un poco de prisa. Sólo querÃa ver cómo estabas.
â¡Con ganas de pillar una playa en vacaciones y olvidarme del mundo...!
Carlota y Teresa habrÃan sido amigas. Se parecÃan. Lástima que los abismos que impedÃan a su hermana pequeña perdonar a su padre no pudieran ser salvados.
âCuida a tu madre âle dijoâ. Los embarazos a ciertas edades suelen ser delicados.
â¡Encima! âTeresa se puso brazos en jarra.
Â
Â
Llegaba a su casa cuando sonó el móvil.
Rogelio.
Se detuvo en la calle, a menos de diez metros de la entrada, y tras mirar a su alrededor, para ver si estaba sola, contestó sintiendo un zumbido muy intenso en las sienes.
âHola.
âHola, cariño.
Cariño.
La primera vez que lo escuchaba de sus labios.
âVaya âsuspiró.
âEscucha, ha sucedido algo... âÃl pasó por alto el comentarioâ. Esta tarde no podremos vernos.
Sintió que se quedaba sin aliento.
â¿Por qué?
âAnoche mi padre sufrió un infarto âse apresuró a tranquilizarlaâ. Parece estabilizado, fuera de peligro, pero han de pasar entre cuarenta y ocho y setenta y dos horas para que estén seguros. Hemos ido toda la noche y lo que va de dÃa de puto culo.
âLo lamento.
âLo sé, y también yo. Ha sido un aviso muy serio.
â¿Estás bien?
âSalvo por no haber dormido, sÃ.
â¿Vas a quedarte a su lado?
âTambién están mi hermano mayor y mi hermana, pero sÃ, supongo que me toca. Y no hago más que pensar en ti. Esto me ha dejado...
âNo te sentirÃas cómodo estando conmigo con tu padre en el hospital.
âClaro, pero...
Calló de improviso, sin llegar a exteriorizar sus sentimientos. Beatriz se apartó un poco más de la puerta del edificio al ver salir a una de sus vecinas. Por suerte, enfiló calle arriba. No valÃa la pena hablarle de su examen. Ahora el mundo quedaba reducido a su pequeña y amarga realidad.
âBeatriz.
âSÃ.
âMe gustas mucho.
âBueno âsusurró invadida por una oleada de calor.
âTe quiero.
El calor se hizo explosión solar.
Tuvo ganas de llorar.
Era la primera vez que alguien proferÃa estas palabras refiriéndose a ella. La primera vez que recibÃa un impacto semejante. Jamás habrÃa creÃdo que le sucederÃa a ella, y menos tan pronto. CreÃa que, pese a su romanticismo, el amor le quedaba muy lejos, en mitad de un universo todavÃa por vislumbrar, por intuir.
Rogelio se desmenuzaba a través del teléfono.
âSé que te parecerá extraño, precipitado, absurdo... pero te quiero, y necesitaba decÃrtelo.
âNo me parece extraño. Aunque...
â¿Qué? âla apremió al ver que se detenÃa.
âEres un antiguo. âForzó una sonrisa que intentó ser firme.
âSupongo que sÃ.
âY estás bajo el influjo de lo de tu padre.
âNo es sólo por eso.
âComo dirÃa el mÃo, «no la cagues».
Rogelio lo asimiló.
âNo pienso hacerlo âdijo.
â¿Me llamarás?
âEsta tarde o esta noche. Si no, mañana.
âPodrÃa llamarte yo, pero me da miedo pillarte en mal momento.
âLo del parque parece tan lejano...
âSÃ.
âNecesito...
âYo también.
â¿Te molesta que te haya dicho que te quiero?
âNo.
âEntonces te lo diré otra vez: te quiero.
âQuiero que me lo digas mirándome a los ojos.
âLo haré. âSu respiración cambió de intensidadâ. Tengo que dejarte. He salido un momento para llamarte porque en la habitación no podÃa y en los pasillos está prohibido.
âVale.
âTe quiero âle dijo por tercera vez.
Se lo pensó un momento.
Breve.
Hasta que se rindió.
âYo también, cariño.
Â
Â
El teléfono sonó no mucho después de que acabaran de comer.
Beatriz no quiso cogerlo. SabÃa que era su padre. TemÃa tanto el momento como lo esperaba. Lo temÃa por ella, por su madre, por el golpe definitivo que la noticia le asestarÃa. Pero lo esperaba porque quizá reaccionase y se enfrentase a la vida de una vez. Casi era mejor que lo odiara, con todas sus fuerzas, a que se consumiera en aquel dolor eterno y más y más amargo.
â¡Beatriz! âla oyó llamar.
Corrió sin hacer ruido y sólo pudo meterse en el cuarto de baño. Con la puerta entornada, mientras el timbre desgranaba su tercera llamada, le respondió:
â¡Estoy en el lavabo, no puedo!
Contuvo la respiración.
Cuarto tono.
Quinto.
Su madre descolgó el inalámbrico antes de que estallara el sexto.
Entonces cerró la puerta y ya no quiso escuchar nada más.
Se sentó en la taza y se dobló sobre sà misma hasta taparse los oÃdos con las manos. Para aislarse aún más, canturreó una canción. Se preguntó cómo se lo dirÃa él, cómo lo recibirÃa ella, si discutirÃan por teléfono, si se pelearÃan, si habrÃa lágrimas... Su padre no era como otros, se portaba bien, les pasaba el dinero prometido, cumplÃa.
Las querÃa, por más que Luisa se mantuviera a la defensiva y Carlota lo rechazara visceralmente.
âPapá, por favor... âsuplicóâ. Por favor...
Apartó las manos de los oÃdos. Hasta ella no llegó el menor sonido. Por si acaso, pulsó el vaciador de la cisterna. La caÃda del agua primero, y el siseo de la misma al volver a llenarse, ocuparon su entorno durante los siguientes quince segundos. Se puso en pie y se lavó las manos. Todo impulsivo. Todo mecánico.
Ni siquiera se lo habÃa dicho a Carlota, porque tal y como estaban las cosas, era asunto de su madre.
Cuando ya no pudo más, tres o cuatro minutos después, entreabrió la puerta del cuarto de baño.
Nada.