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Authors: Clive Barker

Tags: #Fantástico, Terror

Sortilegio (23 page)

BOOK: Sortilegio
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—Basta de charla —dijo Cal cuando, tras describir el círculo completo a la manzana llegaron otra vez ante la verja de los Mooney—. Eres un bebé, ¿recuerdas?

—¿Cómo podría olvidarlo? —le preguntó Nimrod con una expresión dolorida.

Cal entró en la casa y comenzó a llamar a su padre. La casa, sin embargo, siguió silenciosa desde el desván hasta los cimientos.

—No está aquí —le dijo Nimrod—. Por el amor de Dios, déjame en el suelo.

Cal depositó al bebé en el suelo del pasillo. Inmediatamente éste se encaminó a la cocina.

—Necesito beber algo —explicó—. Y no me refiero precisamente a leche.

Cal se echó a reír.

—Voy a ver si encuentro algo —dijo; y entró en la habitación de atrás.

La primera impresión de Cal al ver a su padre sentado en el sillón, de espaldas al jardín, fue la de que Brendan había muerto. El estómago le dio un vuelco; estuvo a punto de lanzar un grito. Pero entonces Brendan abrió bruscamente los ojos y miró a su hijo.

—¿Papá? —le dijo Cal—. ¿Qué te ocurre?

A Brendan le caían lágrimas por las mejillas. No hizo ningún intento de limpiárselas ni de reprimir los sollozos que lo sacudían.

—Oh, papá.

Cal cruzó la habitación hacia su padre y se agachó junto al sillón.

—Tranquilízate... —le consoló poniéndole una mano en el brazo—. ¿Has estado pensando en mamá?

Brendan hizo un gesto negativo con la cabeza. Las lágrimas seguían cayendo. Las palabras no le salían. Cal no hizo más preguntas, pero siguió sujetando a su padre por
el
brazo. Le había dado la impresión de que la melancolía de Brendan iba disminuyendo; que el dolor estaba ya dominado. Pero por lo visto no era así.

Por fin Brendan le dijo:

—Recibí una carta.

—¿Una carta?

—De tu madre. —La mirada acuosa de Brendan se posó sobre su hijo—. ¿Me he vuelto loco, Cal? —le preguntó.

—Claro que no, papá. Claro que no.

—Bueno, te juro... —Metió una mano por un lado del sillón y sacó un pañuelo empapado. Se limpió con él la nariz—. Está allí —dijo al tiempo que señalaba con la cabeza hacia la mesa—. Mírala tú mismo.

Cal se acercó a la mesa.

—Estaba escrita con la letra de tu madre —le explicó Brendan.

De hecho había un pedazo de papel sobre la mesa. Lo habían doblado repetidas veces. Y más recientemente, habían llorado sobre él.

—Era una carta preciosa —continuó diciéndole Brendan—. Me contaba que era feliz y que yo no tenía que seguir sufriendo más por ella. Decía... —Se interrumpió cuando un nuevo ataque de sollozos se adueñó de él. Cal cogió la cuartilla. Era más delgada que cualquier clase de papel que él hubiera visto nunca, y ambas caras de la misma estaban en blanco—. Decía que estaba esperándome, pero que no me diera prisa, porque allá arriba esperar era un gozo y... y yo lo que tenía que hacer era limitarme a seguir disfrutando de la vida durante un tiempo, hasta que me llamaran.

No era sólo que el papel aquel fuera delgado, ahora Cal cayó en la cuenta; sino que además, a medida que lo miraba, daba la impresión de ser cada vez más insustancial. Volvió a dejarlo sobre la mesa sintiendo al mismo tiempo que se le erizaban los pelos de la nuca.

—Me puse muy contento, Cal —le estaba diciendo Brendan—. Era todo lo que yo deseaba, saber que ella era feliz, y que yo volvería a estar con ella algún día.

—No hay nada escrito en el papel, papá —le dijo suavemente Cal—. Está en blanco.

—Pues lo
había
, Cal. Te juro que lo había. Estaba escrito del puño y letra de tu madre. Yo la hubiera reconocido en cualquier parte. Después —Dios de los cielos— se desvaneció, sencillamente.

Cal se apartó de la mesa y se volvió hacia su padre al que vio prácticamente doblado sobre sí mismo en el sillón, sollozando como si no pudiera soportar tanto dolor. Puso una mano sobre una de las de su padre, que se agarraba con fuerza al desgastado brazo del sillón.

—Aguanta, papá —murmuró.

—Es una pesadilla, hijo —le dijo Brendan—. Es como si la hubiera perdido dos veces.

—No la has perdido, papá.

—¿Por qué ha desaparecido así su letra?

—No lo sé, papá. —Cal volvió a mirar fijamente la carta. La cuartilla de papel se había desvanecido prácticamente por completo.

—¿De dónde vino la carta? —El anciano frunció el ceño—. ¿Lo recuerdas?

—No... no del todo. Está borroso. Recuerdo... que alguien llamó a la puerta. Sí, eso fue. Alguien llamó a la puerta. Me dijo que tenía una cosa para mí... la tenía guardada en la chaqueta.

«Dime lo que ves y es tuyo.»

Aquellas palabras de Shadwell le resonaron a Cal dentro de la cabeza.

«Toma lo que gustes. Libre, gratis y sin pagar.»

Aquello era mentira, naturalmente. Una de tantas. Siempre había que pagar algo.

—¿Qué quería, papá? ¿Qué quería a cambio? ¿Puedes acordarte?

Brendan meneó la cabeza; después frunció el ceño es forzándose por recordar:

—Algo... acerca de ti. Dijo... Creo que dijo... que te conocía. —Miró a Cal—. Sí, eso era. Ahora lo recuerdo. Dijo que te conocía.

—Fue un truco, papá. Un engaño asqueroso.

Brendan entornó los ojos, como si se esforzara por comprender algo. Después, súbitamente, pareció haber encontrado la solución.

—Quiero morirme, Cal.

—No digas eso, papá.

—Sí, de verdad que quiero morirme. No deseo molestar más tiempo.

—Lo que te pasa es que estás triste —le consoló Cal suavemente—. Ya se te pasará.

—No quiero que se me pase —repuso Brendan—. Ya no lo deseo. Lo único que quiero es dormir y olvidarme de que una vez estuve vivo.

Cal extendió los brazos y se los puso a su padre alrededor del cuello. Al principio Brendan se resistió al abrazo; nunca había sido un hombre excesivamente efusivo. Pero entonces los sollozos se apoderaron de él de nuevo, y Cal notó que su padre le echaba aquellos delgados brazos suyos alrededor del cuello; se abrazaron con fuerza.

—Perdóname, Cal —le dijo Brendan a través de las lágrimas—. ¿Puedes hacerlo?

—Shhh, papá. No seas tonto.

—Te tuve abandonado. Nunca te dije las cosas... todas las cosas que sentía. Ni tampoco a ella. Nunca le dije... cuánto... nunca fui capaz de decirle cuánto la amaba.

—Ella lo sabía, papá —le dijo Cal cegado ahora por sus propias lágrimas—. Créeme, lo sabía.

Estuvieron así abrazados durante un rato más. No era un consuelo demasiado grande, pero Cal empezó a sentir un calor producto de la rabia que sabía pronto acabaría por sacarle las lágrimas. Shadwell había estado allí; Shadwell y aquel traje suyo lleno de engaños. En los pliegues de aquel traje Brendan había imaginado ver aquella carta procedente del Cielo, y la ilusión había durado tanto tiempo cuanto el Vendedor lo había necesitado. De modo que la magia no duraba. Las palabras se habían desvanecido, y finalmente el papel también, había regresado a aquella tierra de nadie entre el deseo y la consumación.

—Haré un poco de té, papá —le dijo Cal.

Era lo que habría hecho su madre en unas circunstancias como aquéllas. Hirvió agua, calentó la tetera y sacó las cucharadas de té. Imponer el orden doméstico en medio del caos con la esperanza de conseguir algún alivio temporal en aquel valle de lágrimas.

VI. ACONTECIMIENTOS CON VIENTO FUERTE

Al volver a salir al recibidor, Cal recordó de repente a Nimrod.

La puerta trasera estaba entreabierta y el niño había salido trotando a aquel silvestre jardín, que ahora estaba empequeñecido a causa de los arbustos. Cal se acercó a la puerta y lo llamó, pero Nimrod estaba muy ocupado orinando en un macizo de lozanos «Sweet William». Cal le permitió que siguiera con lo suyo. En su actual condición la mayor gratificación que podía esperar Nimrod era una buena meada.

Cuando Cal estaba poniendo la tetera al fuego, el tren de Bournemonth (vía Runcorn, Oxford, Reading y Southampton) pasó produciendo un gran ruido. Un momento después Nimrod estaba junto a la puerta.

—Vaya, vaya —comentó el pequeño—. ¿Cómo conseguís dormir aquí?

—Uno acaba acostumbrándose —le dijo Cal—. Y baja la voz. Mi padre va a oírte.

—¿Qué ha pasado con esa copa que me ibas a dar?

—Tendrás que esperar.

—En ese caso me pondré a llorar a voz en grito —le advirtió Nimrod.

—Pues hazlo.

Al ver que de nada le había servido el farol, Nimrod se encogió de hombros y se dio la vuelta para ponerse a inspeccionar el jardín.

—Yo podría llegar a amar este mundo —anunció; y salió de nuevo a la luz del sol.

Cal cogió una taza sucia del fregadero y la lavó para llevársela a su padre. Luego atravesó la cocina hasta la nevera con intención de coger un poco de leche. Al hacerlo oyó que Nimrod emitía un pequeño sonido. Volvió sobre sus pasos y se acercó a la ventana. Nimrod estaba mirando fijamente hacia el cielo, con el rostro lleno de asombro. Sin duda estaba mirando un avión que pasaba. Cal regresó junto a la nevera. Al coger la leche, que era prácticamente lo único que había en ella, del estante, se oyeron unos rápidos golpes en la puerta. Volvió a levantar la vista y recibió dos o tres impresiones al mismo tiempo.

Una, que una brisa se había levantado de repente de alguna parte. Dos, que Nimrod retrocedía y se adentraba en la espesura que formaban los arbustos de frambuesas, en busca sin duda de un escondite. Y tres, que lo que había en el rostro de Nimrod no era asombro, sino
miedo
.

Entonces el golpeteo se convirtió en un aporreamiento. Unos puños golpeaban la puerta.

Al cruzar el recibidor oyó decir a su padre:

—Cal, hay un niño en el jardín.

Y procedente del jardín se escuchó un grito.

—Cal, un niño...

Por el rabillo del ojo vio a Brendan atravesar la cocina y dirigirse al jardín.

—Espera, papá —le gritó Cal al tiempo que abría la puerta principal.

Freddy se encontraba en el umbral. Pero fue Lilia, que estaba de pie un poco más allá, detrás de aquél, la que habló primero:

—¿Dónde está mi hermano?

—Ahí fuera, en el...

«Jardín», estaba a punto de decir, pero la escena que vio en la calle le dejó sin habla.

El viento había levantado todo lo que no estaba sujeto con clavos —papeles, tapas de cubos de basura, pedazos de muebles de jardín—, y lo había arrojado en una especie de tarantela aérea. Ya había arrancado de raíz los macizos de flores, y ahora estaba arrancando la tierra de los parterres y manchando el sol con un velo de tierra.

Unos cuantos peatones, atrapados en aquel huracán, se agarraban como podían a las farolas y vallas; algunos se encontraban tendidos de bruces en el suelo y se cubrían la cabeza con las manos.

Lilia y Freddy penetraron en la casa; el viento entró igualmente tras ellos, ansioso de nuevas conquistas, rugió por toda la casa y volvió a salir al jardín de atrás, formando unas ráfagas tan fuertes y repentinas que a punto estuvo de arrancar a Cal del suelo.

—¡Cierra la puerta! —gritó Freddy.

Cal empujó la puerta hasta conseguir cerrarla, y después echó el cerrojo. La puerta traqueteó a causa del viento que la empujaba por el otro lado.

—Jesús —exclamó Cal—. ¿Qué está sucediendo?

—Algo nos ha venido siguiendo —le dijo Freddy.

—¿Qué es?

—No lo sé.

Lilia estaba ya a medio camino de la cocina. Por la puerta trasera abierta se veía que en el exterior era casi de noche, de tan lleno de polvo que estaba el aire. Cal vio que su padre traspasaba el umbral, gritando algo en medio del aullido del viento, que era como el hada que anunciaba la muerte en la familia. Más allá de su padre, y visible solamente por la toga, Nimrod se agarraba a un arbusto mientras el viento trataba de levantarlo del suelo.

Cal siguió a Lilia a la carrera y la adelantó en la puerta de la cocina. Se produjo un enorme estruendo en el tejado cuando el viento arrancó un montón de tejas de pizarra.

—¡Espera, papá! —
gritó Cal.

Al cruzar la cocina su mirada se encontró durante un instante con la tetera y la taza que había puesto junto a ella; el absoluto absurdo de todo aquello golpeó a Cal como un martillazo.

«Estoy soñando —pensó—; me caí de aquella tapia y desde entonces estoy soñando. El mundo no es así. El mundo es la tetera y la taza, no hechizos y tornados.»

Y en aquel instante de vacilación el sueño se convirtió en una pesadilla. A través de las ráfagas de polvo divisó el Rastrillo.

Estuvo suspendido en el viento durante un momento, con aquella forma suya realzada por un rayo de sol.

—Están perdidos —
dijo Freddy.

Aquellas palabras aguijonearon a Cal y le hicieron ponerse en movimiento. Pasó por la puerta trasera y salió al jardín antes de que el Rastrillo pudiera caer sobre las lastimosas figuras que tenía debajo.

La bestia atrajo la asombrada mirada de Cal. Éste vio la mórbida conformación de aquella piel, que ondeaba y se hinchaba, y oyó de nuevo el aullido que momentos antes había creído era producido simplemente por el viento. No era una cosa tan natural aquélla; el sonido salía de aquel fantasma por una docena de lugares diferentes y, ya fuera de un estruendo o la respiración, aquello continuó levantando la mayor parte de los objetos que había en el jardín, arrancándolos del suelo y arrojándolos por los aires.

Una lluvia de plantas y piedras descendió sobre los ocupantes del jardín. Cal se cubrió la cabeza con las manos y corrió ciegamente hacia el punto donde había visto por última vez a su padre. Brendan se había tendido en el suelo para protegerse. Nimrod no estaba con él.

Cal conocía como la palma de su mano el recorrido que seguía el sendero del jardín. Escupiendo barro al avanzar, empezó a alejarse de la casa.

En algún lugar en lo alto, ahora oculto, gracias a Dios, el Rastrillo comenzó a aullar de nuevo; Cal oyó que Lilia lanzaba un grito. No se volvió para mirar hacia atrás, porque ahora divisó delante de él a Nimrod, quien había conseguido llegar hasta la valla trasera y estaba tratando de romper las tablas medio podridas. Y además con cierto éxito, a pesar del pequeño tamaño que tenía. Cal agachó la cabeza para esquivar otra lluvia de tierra que caía a su alrededor y pasó corriendo junto al palomar hacia la valla.

Los aullidos habían cesado, pero el viento aún no se había calmado, ni mucho menos. Y a juzgar por el estruendo que procedía del otro lado de la casa, estaba haciendo añicos la calle Chariot. Al llegar junto a la valla Cal se dio la vuelta en redondo. El sol apuñaló aquel velo del polvo y Cal pudo divisar el cielo azul durante unos instantes; luego alguna forma le bloqueó la visión. Cal se lanzó contra la valla y trató de saltar por encima de ella al mismo tiempo que aquella criatura avanzaba hacia él. Cuando se encontraba en lo alto de la valla, el cinturón se le enganchó en un clavo. Alargó una mano con intención de liberarlo, con la certeza de que tenía ya el Rastrillo sobre el cuello, pero se ve que Mooney
el Loco
lo debía de estar empujando por detrás, porque cuando consiguió desenganchar el cinturón del clavo que lo sujetaba, Cal cayó al otro lado de la valla, sano y salvo.

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