Star Wars Episodio V El imperio contraataca (19 page)

BOOK: Star Wars Episodio V El imperio contraataca
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Una puerta se abrió a sus espaldas y al volverse vio que la princesa Leia se había detenido en la entrada de su apartamento. Estaba deslumbrante. Vestida de rojo y con un manto blanco como las nubes que caía hasta el suelo, Leia estaba más bella que nunca. Su pelo largo y oscuro estaba sujeto con cintas y el peinado enmarcaba delicadamente su rostro oval. Ella le miraba y sonreía ante su expresión de sorpresa.

—¿Qué miras? —preguntó Leia y empezó a ruborizarse.

—¿Quién mira algo?

—Pareces tonto —respondió ella y rió.

—Está bellísima.

Perturbada, Leia apartó la mirada.

—¿Ha aparecido Threepio? —preguntó en un intento por cambiar de tema.

Había cogido a Han con la guardia baja.

—¿Qué...? Ah, sí. Chewie ha ido en su busca. Ha salido hace tanto que puede haberse perdido.

—Palmeó el sofá provisto de mullidos almohadones y la llamó—: Venga aquí, que quiero comprobar algo.

Leia consideró unos segundos la invitación, después se acercó y se sentó en el sofá junto a Han.

El coreliano se sintió entusiasmado ante la aparente sumisión de la princesa y se acercó para abrazarla. Antes de lograrlo, ella volvió a hablar:

—Espero que Luke se haya reunido con la flota sin problemas.

—¡Luke! —Han empezaba a exasperarse. ¿Qué tendría que hacer para jugar ese juego tan complicado? Era el juego de Leia y ella proponía las reglas... pero él había elegido jugar. Y la princesa era demasiado hermosa para resistirse. Con el propósito de tranquilizarla, Han agregó—: Estoy seguro de que Luke está bien. Probablemente está sano y salvo y se pregunta qué estamos haciendo nosotros en este momento.

Han se acercó, la abrazó y la aproximó a su cuerpo. Leia le miró provocativamente y el coreliano se dispuso a besarla...

En ese momento se abrió una de las puertas. Chewbacca entró pesadamente, acarreando una voluminosa caja de embalaje llena de elementos metálicos perturbadoramente conocidos: los restos y las piezas doradas de See-Threepio. El wookie dejó la caja sobre la mesa. Hizo señas a Han y ladró y gruñó acongojado.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Leia y se acercó para observar el montón de piezas desarmadas.

—Encontró a Threepio en una sala de desguace.

Leia abrió la boca asombrada.

—¡Vaya lío! Chewie, ¿podrás repararlo? Chewbacca estudió la colección de piezas del robot, volvió a mirar a la princesa, se encogió de hombros y aulló. La tarea le parecía imposible.

—¿Por qué no se lo damos a Lando para que lo repare? —propuso Han.

—No, gracias —respondió Leia y su mirada se tornó fría. Algo falla aquí. Tu amigo Lando será todo lo encantador que quieras, pero no me fío de él.

—Pues yo sí —Han defendió al anfitrión—. Querida, escúcheme. No permitiré que acuse a mi amigo de...

Han fue interrumpido por el zumbido de una puerta que se abría y Lando Calrissian entró en la sala.

Sonrió cordialmente y se acercó al grupo.

—Hola, ¿Interrumpo?

—En realidad, no —dijo la princesa, distanciándose.

—Querida —agregó Lando e ignoró la frialdad de la princesa—, su belleza no tiene parangón.

Realmente pertenece a este lugar, en medio de las nubes.

Leia sonrió fríamente.

—Muchas gracias.

—¿Le gustaría compartir conmigo un ligero refrigerio?

Han reconoció interiormente que tenía un poco de hambre. Por algún motivo que no pudo precisar sintió que le inundaba una oleada de suspicacia con respecto a su amigo. No recordaba que Calrissian fuera tan amable, tan servicial. Quizá Leia estaba acertada al desconfiar... El ladrido entusiasta de Chewbacca ante la mención de la comida interrumpió sus pensamientos.

El corpulento wookie se lamía los labios ante la perspectiva de una comida abundante.

—Por supuesto, quedáis todos invitados.

Leia cogió el brazo que Lando le ofrecía y, al acercarse el grupo a la puerta, Calrissian divisó la caja con las piezas doradas del robot.

—¿Tenéis problemas con el androide? —inquirió.

Han y Leia intercambiaron una rápida mirada. Si Han pensaba pedir ayuda a Lando para reparar el androide, ése era el momento de hacerlo.

—Tuvo un accidente —dijo el coreliano con indiferencia—. Una tontería que nosotros mismos podemos solucionar.

Salieron de la sala y abandonaron los sufridos restos del androide protocolario.

El grupo avanzó por los largos pasillos blancos. Leia caminaba entre Han y Lando. Han no estaba convencido de que le agradara la perspectiva de competir con Lando para ganar el afecto de Leia... sobre todo en esas circunstancias. Pero ahora dependía de la buena voluntad de Lando y no le quedaba otra alterativa.

Mientras caminaban, el ayudante personal de Lando se reunió con ellos. Era un hombre alto y calvo, vestido con una chaqueta gris de mangas amarillas muy amplias. El ayudante llevaba un aparato de radio que le cubría la nuca y las dos orejas. Avanzaba junto a Chewbacca, ligeramente detrás de Han, Leia y Lando. Mientras se acercaban al comedor, el administrador les describió la estructura de gobierno del planeta.

—Veréis, somos una estación libre y no estamos sometidos a la jurisdicción del Imperio —explico Lando.

—Entonces, ¿forman parte de la asociación minera? —inquirió Leia.

—A decir verdad, no. Nuestra actividad es tan reducida que no despierta interés. Gran parte de nuestro comercio es... bueno, oficioso.

Salieron al mirador que daba a lo alto de Ciudad de las Nubes cubierta de agujas. Desde allí vieron varios vehículos voladores que se deslizaban graciosamente entre los hermosos edificios rematados en punta. Era una vista espectacular y los visitantes quedaron impresionados.

—Es un hermoso puesto avanzado —alabó Leia.

—Sí, es verdad. Estamos orgullosos de él —replicó Lando—. Descubrirá que la atmósfera es aquí bastante especial... muy estimulante —sonrió significativamente a Leia—. Podría llegar a gustarle.

Han no pasó por alto la mirada seductora de Lando... que no le gustó.

—No pensamos quedamos tanto tiempo —comentó secamente.

Leia levantó una ceja y miró con expresión traviesa a Han Solo, que se había molestado.

—Resulta muy relajante. Lando rió entre dientes y abandonaron el mirador. Se dirigieron al comedor, cuyas imponentes, puertas estaban cerradas y al detenerse ante ellas, Chewbacca levantó la cabeza y olisqueó con curiosidad. Se volvió y lanzó un ladrido apremiante a Han.

—Chewie, ahora no —le reprendió Han y se volvió hacia Calrissian—: Lando, ¿no temes que, a largo plazo, el imperio descubra esta reducida explotación y la cierre?

—Siempre ha sido ése el peligro —respondió el administrador—. Ha cubierto como una sombra todo lo que construimos aquí. Sin embargo, se han dado ciertas circunstancias que garantizarán nuestra seguridad. Verás, he hecho un trato mediante el cual el Imperio siempre se mantendrá apartado de aquí.

En ese momento las imponentes puertas se abrieron... y Han comprendió en el acto en qué términos debió concebirse ese ”trato”. En el extremo más lejano de la enorme mesa de banquetes se encontraba el cazador a sueldo Boba Fett, Fett estaba junto a una silla que contenía la esencia sombría del mismo mal: Darth Vader. El Oscuro Señor se irguió lentamente en sus dos amenazadores metros de estatura.

Han dirigió a Lando su mirada más dura.

—Lo siento, amigo —dijo Lando en un tono voz lleno de disculpas—. No podía hacer otra cosa. Llegaron poco antes que tú.

—Yo también lo siento —respondió Han. En ése mismo instante, cogió el arma de la cartuchera, apuntó a su figura de negro y disparó el láser contra ella.

Pero el hombre que quizá había sido el tirador más veloz de la galaxia no fue lo bastante rápido, para sorprender a Vader. Antes de que el rayo llegase a la mitad de la mesa, el Oscuro Señor levantó una mano protegida por un guantelete y lo desvió sin esfuerzo, por lo que chocó contra la pared y provocó una inofensiva lluvia de guijarros blancos.

Asombrado por lo que acababa de ver, Han trató de volver a disparar. Antes de poder hacer otra descarga, algo... algo que todavía no había visto pero increíblemente poderoso, le arrancó el arma de la mano y la lanzó volando hasta el puño de Vader. La figura negra semejante a un cuervo dejó serenamente el arma encima de la mesa.

El Oscuro Señor siseó a través de la máscara, de obsidiana y se dirigió a su presunto atacante:

—Nos sentiríamos honrados si se uniera a nosotros.

Artoo-Detoo sintió que la lluvia caía pesadamente sobre su cúpula metálica mientras avanzaba con dificultad por los charcos fangosos del pantano. Se dirigía al pequeño refugio de Yoda y poco después sus sensores ópticos captaron el brillo dorado que se divisaba a través de las ventanas. Al aproximarse a la acogedora morada, sintió un alivio robótico porque al fin quedaría protegido de esa lluvia molesta y persistente.

Cuando intento cruzar la entrada, descubrió que su cuerpo inflexible de androide no pasaba; probó a hacerlo desde un ángulo y después desde otro. Por fin, la percepción de que no tenía la forma adecuada para entrar llegó, hasta su cerebro de computadora.

Apenas podía creer en lo que detectaban sus sensores. Atisbó en el interior de la casa, registró la presencia de una atareada figura que se movía en la cocina, revolvía el interior de unas ollas humeantes, picaba esto y aquello y corría de un lado a otro. Pero la figura que estaba en la minúscula cocina de Yoda y realizaba las tareas culinarias no era el maestro jedi... sino su aprendiz.

—A juzgar por el registro de Artoo.

Yoda estaba sentado en la habitación contigua, observaba a su joven discípulo y sonreía serenamente. En medio de la actividad culinaria, Luke se detuvo súbitamente, como si una visión dolorosa hubiese aparecido ante sus ojos.

Yoda reparó en la mirada preocupada de Luke.

Mientras observaba a su discípulo, tres globos buscadores brillantes aparecieron a sus espaldas y se deslizaron por el aire sin hacer ruido a fin de atacar por detrás al joven jedi. Luke se volvió instantáneamente para hacerles frente con la tapa de una cacerola en una mano y una cuchara en la otra.

Los globos buscadores enviaron un veloz rayo tras otro a Luke. El joven comandante los esquivó con sorprendente habilidad. Envió uno de los globos hacia la puerta abierta, desde donde Artoo observaba los movimientos de su amo. El fiel androide vio el globo brillante demasiado tarde y no pudo eludir el rayo que le disparó. El impacto arrojó al suelo al robot que chillaba y le dio un golpe seco que estuvo a punto de desprender sus entrañas electrónicas.

Más tarde, después de superar con éxito varias pruebas preparadas por el maestro, un cansado Luke Skywalker se durmió en el suelo, a la puerta de la casa de Yoda. Durmió a intervalos, se agitó y gimió suavemente. El preocupado androide permaneció a su lado, estiró un brazo extensible y cubrió a Luke con la manta que se había caído. Cuando Artoo se alejó deslizándose, Luke se quejo y tembló como si fuera presa de una horrible pesadilla.

Yoda oyó los gemidos desde el interior de la casa y corrió hasta la puerta.

Luke despertó sobresaltado. Atontado, miró a su alrededor y vio que el maestro le observaba preocupado desde la puerta de la casa.

—No puedo apartar de mi mente una visión —explicó Luke a Yoda—. Mis amigos... tienen problemas... y siento que...

—Luke, no debes ir —advirtió Yoda.

—Si no lo hago, Han y Leia morirán.

—Eso no se sabe —era la voz susurrante de Ben, que empezaba a materializarse ante ellos. La figura vestida con una túnica oscura, permanecía de pie. La imagen reluciente siguió hablando con Luke—: Ni siquiera Yoda puede ver el destino que les espera.

Luke estaba muy preocupado por sus amigos y decidido a hacer algo.

—¡Puedo ayudarles! —insistió.

—Todavía no estás preparado —agregó Ben suavemente—. Aun tienes mucho que aprender.

—Siento la Fuerza —afirmó Luke.

—Pero no puedes controlarla. Luke, esta etapa es peligrosa para ti. En este momento eres sumamente sensible a las tentaciones del lado oscuro.

—Claro que sí —aseguró Yoda—. Jovencito, escucha a Obi-Wan. El árbol, recuerda tu fracaso en el árbol. ¿De acuerdo?.

Luke recordó con dolor, aunque opinaba que esa experiencia le había dado mucha fortaleza y comprensión.

—He aprendido mucho desde entonces. Y volveré para terminar mí aprendizaje. Te lo prometo maestro.

—Subestimas al emperador —le dijo Ben seriamente—. Es a ti a quien quiere. Por ese motivo sufren tus amigos.

—Y por ese motivo debo ir —insistió Luke.

Kenobi no cedió.

—No me perderá.

—Sólo un caballero jedi completamente preparado y que tenga a la Fuerza como aliada derrotará a Vader y al emperador —puntualizo Ben—. Si no concluyeras tu aprendizaje ahora... si eliges el camino rápido y fácil, como hizo Vader, te convertirás en un agente del mal y la galaxia se hundirá aún más en un abismo de odio y desesperación.

—Hay que detenerles —intervino Yoda—. ¿Me oyes? Todo depende de esto.

—Luke, eres el único jedi. Y nuestra única esperanza. Ten paciencia.

—¿Queréis que sacrifique a Han y a Leia? —preguntó, el joven incrédulamente.

—Si respetas aquello por lo que luchan —empezó a decir Yoda e hizo una pausa—, ¡si! Una terrible angustia se apoderó de Luke. No estaba seguro de poder conciliar el consejo de sus dos grandes mentores con sus sentimientos. Sus amigos corrían un grave peligro y obviamente, debía salvarlos. Pero sus maestros opinaban que no estaba preparado, que quizá fuera demasiado vulnerable ante el poderoso Vader y el emperador, que podía hacer daño a sus amigos y a sí mismo... y quizá perderse para siempre en el camino del mal.

Sin embargo, ¿cómo podía temer a esas cosas abstractas cuando Han y Leia eran de carne y hueso y sufrían? ¿Cómo podía permitirse temer un posible peligro cuando en ese momento, sus amigos corrían un verdadero peligro de muerte? Interiormente ya no le quedaban dudas respecto a lo que debía hacer.

Anochecía al día siguiente en el planeta pantanoso cuando Artoo-Detoo se acomodo en su hueco detrás de la carlinga del caza con ala en X de Luke.

Yoda estaba encima de una de las cajas de almacenamiento y veía cómo Luke cargaba una caja tras otra en la parte inferior del caza, iluminado por las luces de las alas.

—Luke, no puedo protegerte —sonó la voz de Ben Kenobi a medida que su figura cubierta por una túnica adquiría forma sólida—. Si decides hacer frente a Vader, lo harás solo. En cuanto hayas tomado esa decisión, no podré intervenir.

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