Read Star Wars Episodio V El imperio contraataca Online
Authors: Donald F. Glut
Han rezó para que el lagarto de la nieve no cejara, al menos hasta que lograra localizar a Luke.
Hizo avanzar más velozmente a su montura y la obligó a atravesar los helados llanos.
Otra figura avanzaba en medio de las nieves y su cuerpo de metal sobrevolaba el terreno congelado.
El androide imperial de exploración hizo una breve pausa en pleno vuelo y movió sus sensores.
Satisfecho de lo que había encontrado, el robot descendió suavemente y se posó en el suelo.
Como si fuesen patas de araña, varias sondas se separaron del casco de metal y quitaron parte de la nieve que se había asentado encima de éste.
Algo empezó a adquirir forma alrededor del robot: un brillo pulsátil que cubrió gradualmente la máquina como si se tratase de una cúpula transparente. Ese campo de energía se estabilizó rápidamente y repelió la nieve agitada que rozaba el casco del androide.
Unos segundos más tarde el brillo se apagó y la nieve agitada formó una perfecta cúpula blanca que ocultó por completo al androide y su campo de energía protector.
El tauntaun avanzaba al máximo de velocidad, a decir verdad demasiado de prisa si consideramos la distancia que había recorrido y el aire insoportablemente frío. Había dejado de resollar para gemir penosamente y sus patas vacilaban cada vez más. Han se compadeció de los sufrimientos del tauntaun pero, en ese momento, la vida de este ser sólo era secundaria en relación con la de su amigo Luke.
A Han le resultaba difícil ver a causa de la nevada cada vez más copiosa. Desesperado, buscó alguna interrupción en los llanos infinitos, algún punto lejano que pudiera corresponder a Luke.
Pero sólo vio las extensiones penumbrosas de nieve y hielo.
Sin embargo, oyó un sonido.
Han tiró de las riendas e hizo que el tauntaun se detuviera bruscamente en el llano. Aunque no estaba seguro, creyó percibir un sonido diferente del ulular de los vientos que le azotaban. Se esforzó por ver en la dirección de donde procedía el sonido.
Después espoleó a su tauntaun y lo obligó a galopar a través del campo nevado.
Luke hubiese podido convertirse en un cadáver, en alimento para los carroñeros, antes de que surgieran las primeras luces del alba. Pero aún estaba vivo, aunque muy poco, y luchaba por permanecer así a pesar de las tormentas nocturnas que le atacaron violentamente. Logro levantarse dolorosamente de las nieves, pero un vendaval helado volvió a derribarle. Al caer, pensó en lo irónico de la situación: un granjero de Tatooiné que había madurado para luchar contra la Estrella de la Muerte y que perecía, solitario, en un yermo extraño y, congelado.
Tuvo que reunir a todas las fuerzas que le quedaban para arrastrarse medio metro más, pero finalmente cayó y se hundió en los montículos cada vez más densos.
—No puedo... —dijo en voz alta a pesar de que nadie podía oír sus palabras.
Pero fueron oídas por alguien a quien Luke aún no había visto.
“Debes hacerlo” las palabras vibraron en la mente del joven guerrero. “¡Luke, mírame!”
Luke no podía ignorar la orden: la energía de esas palabras pronunciadas con suavidad era imponente.
Luke hizo un gran esfuerzo por levantar la cabeza y vio algo que le pareció una alucinación. Ante sus ojos se encontraba Ben Kenobi, que al parecer no se sentía afectado por el frío y que iba vestido con las modestas túnicas que había usado en el caluroso desierto de Tatooine.
Luke intentó llamarle, pero se había quedado sin habla.
La aparición habló con el mismo tono delicado y de autoridad con que Ben siempre se había dirigido al joven:
“Luke, debes sobrevivir”. El joven comandante volvió a encontrar fuerzas para mover una vez más los labios:
—Tengo frío... tanto frío...
“Debes ir al sistema de Dagobah”, le informó la figura espectral de Ben Kenobi. “Aprenderás con Yoda, el maestro jedi que me enseñó a mí”. Luke prestó atención y se estiró para tocar a la figura espectral.
—Ben... Ben... —gimió.
La figura no se inmutó ante los intentos de Luke por llegar hasta ella. Volvió a hablar:
“Luke, eres nuestra única esperanza”. Nuestra única esperanza.
Luke estaba confundido. Antes de que lograra reunir fuerzas para pedir una explicación, la figura comenzó a diluirse. Cuando toda huella de la aparición se esfumó, Luke creyó ver que un tauntaun cabalgado por un jinete humano se acercaba. El lagarto de la nieve avanzaba hacia él con paso vacilante. El jinete se encontraba demasiado lejos y la tormenta lo hacía demasiado borroso para poder identificarlo.
Desesperado, antes de perder una vez más el conocimiento, el joven comandante rebelde gritó:
—¡Ben!
El lagarto de la nieve apenas podía mantenerse sobre sus patas traseras de saurio cuando Han Solo frenó y desmontó.
Han miró horrorizado el cuerpo cubierto de nieve y casi congelado que yacía como muerto a sus pies.
—Vamos, compañero —suplicó a la figura inerte de Luke y en el acto se olvidó de su propio cuerpo casi congelado—, todavía no estás muerto. Hazme alguna señal.
Han no percibió el menor indicio de vida y vio que la cara de Luke, prácticamente cubierta de nieve, estaba salvajemente lastimada.
Frotó la cara del joven y tuvo buen cuidado de no tocar las heridas que se secaban.
—Luke, no lo hagas. No ha llegado tu hora.
Al fin obtuvo una ligera respuesta: un gemido suave, apenas audible a causa de los vientos, bastó para enviar una corriente cálida a través del cuerpo tembloroso de Han. Sonrió aliviado.
—¡Sabía que no me abandonarías aquí! Tenemos que retirarte de este lugar.
Como sabía que la salvación de Luke y la propia dependían de la velocidad del tauntaun, Han caminó hacia la bestia llevando en sus brazos al joven guerrero desmayado. Antes de lograr colocar el cuerpo inconsciente en el lomo del animal, éste lanzó un rugido de agonía y cayó en un peludo montón gris sobre la nieve. Han acomodó a su compañero en el suelo y corrió hasta el lagarto de la nieve caído. El tauntaun emitió un postrer sonido que no fue un rugido ni un bramido sino un chirrido enfermizo. Después la bestia calló.
Solo aferró la piel del tauntaun y sus dedos embotados buscaron un hálito de vida.
—Está más muerto que una luna de Tritón —dijo, sabedor de que Luke no podía oírle—. No nos queda mucho tiempo.
Acomodó el cuerpo inerte de Luke contra el vientre del lagarto de la nieve muerto y puso manos a la obra. Pensó que quizá fuera un sacrilegio emplear el arma favorita de un caballero jedi de ese modo pero, de momento, el sable de luz de Luke era la herramienta más eficaz y adecuada para cortar el grueso pellejo de un tauntaun.
Al principio el arma le resultó extraña al tacto, pero poco después cortó el cuerpo de la bestia desde la cabeza peluda hasta las escamosas patas traseras.
Han reculó ante el desagradable olor que surgía del corte humeante. Recordaba pocas cosas que apestaran tanto como las entrañas de un lagarto de la nieve. Sin reflexionar, arrojó las entrañas viscosas en la nieve.
Cuando el cadáver del animal quedó totalmente destripado, Han colocó a su amigo dentro de la piel cálida y cubierta de pelo.
—Luke, sé que no huele demasiado bien, pero evitará que te congeles. Estoy seguro de que el tauntaun no vacilaría si se diera la situación inversa.
De la cavidad destripada del lagarto de la nieve salió otra ráfaga de hedor.
—¡Caray! —Han estuvo a punto de vomitar—. Amigo, por suerte estás desmayado.
No quedaba mucho tiempo para llevar a cabo lo que era necesario hacer. Las manos heladas de Han se acercaron a la mochila de provisiones atada al lomo del tauntaun y revolvieron los elementos preparados por los rebeldes hasta localizar el contenedor del refugio.
Antes de desenvolverlo, Han habló por el intercomunicador:
—Base Eco, ¿me oís? —no obtuvo respuesta—. ¡Este intercomunicador no funciona! El cielo había adquirido una oscuridad inquietante y los vientos soplaban con violencia, de modo que hasta respirar resultaba casi imposible. Han forcejeó hasta abrir el contenedor del refugio y, con los miembros rígidos, comenzó a armar el único elemento del equipo rebelde que quizá les protegiera a ambos... aunque sólo fuese durante un rato más.
—Si no armo el refugio a toda velocidad —gruñó para sí—, Jabba no necesitará a los cazadores a sueldo.
Artoo-Detoo estaba junto a la entrada del hangar de hielo secreto de los rebeldes, cubierto por una capa de nieve que se había posado sobre su cuerpo en forma de tapón. Sus mecanismos de regulación interna sabían que llevaba mucho tiempo en ese lugar y sus sensores ópticos le indicaban que el cielo estaba oscuro.
Pero la unidad R2 sólo se preocupaba por sus sensores de exploración incorporados, que aún emitían señales a través de los campos de hielo. Su prolongada y sincera búsqueda con los sensores de los desaparecidos Luke Skywalker y Han Solo no había dado el menor resultado.
El androide rechoncho lanzó nerviosos bips cuando Threepio se acercó a él, andando rígidamente entre la nieve.
—Artoo, no puedes hacer nada más —el robot dorado inclinó la mitad superior de su cuerpo girando en las coyunturas de la cadera—. Será mejor que entres —Threepio volvió a erguirse en toda su estatura y simuló un escalofrío humano cuando los vientos nocturnos aullaron junto a su casco brillante—. Artoo, se me están congelando las juntas. ¿Tendrías la amabilidad de... de darte prisa... de...? —antes de terminar la frase, Threepio regresó a toda prisa hacia la entrada del hangar.
La noche había dominado por completo el cielo de Hoth y la princesa Leia Organa se encontraba en el interior de la entrada de la base rebelde, sufriendo una prolongada e inquieta vigilia. Se estremeció a causa del viento nocturno mientras intentaba penetrar las tinieblas de Hoth. Aguardaba junto al comandante Derlin, que también estaba muy preocupado, pero su mente se encontraba en los campos helados.
El gigantesco wookie esperaba cerca y alzó rápidamente la cabeza melenuda de las manos cubiertas de pelos cuando los dos androides, Threepio y Artoo, volvieron a entrar en el hangar.
Threepio estaba humanamente acongojado.
—Artoo no ha logrado captar ninguna señal —informó con pena—, aunque opina que probablemente su alcance es demasiado limitado para que renunciemos a toda esperanza.
De todos modos, se percibía muy poca confianza en la voz artificial de Threepio.
Leia hizo un gesto de reconocimiento al androide más alto, pero no habló. Dedicaba sus pensamientos a los dos héroes desaparecidos. Lo que más la perturbaba era que descubrió que concentraba su mente en uno de los dos: un coreliano moreno cuyas palabras no siempre podían interpretarse literalmente.
Mientras la princesa mantenía la vigilancia, el comandante Derlin se volvió para atender a un teniente rebelde que iba a darle el parte.
—Señor, con excepción de Solo y Skywalker, todas las patrullas han regresado.
El comandante miró a la princesa Leia.
—Alteza —dijo con voz cargada de pesar—, esta noche no podemos hacer nada más. La temperatura está bajando vertiginosamente. Lo lamento, pero debemos cerrar la capa protectora. —Derlin guardó silencio unos instantes y después se dirigió al teniente—: Cerrad las puertas.
El oficial rebelde se retiró a cumplir la orden de Derlin y de inmediato la temperatura de la cámara de hielo pareció disminuir aún más mientras el pesaroso wookie aullaba apenado por los dos desaparecidos.
—Los vehículos rápidos estarán listos por la mañana —comunicó el comandante a la princesa Leia. Nos facilitarán la búsqueda.
—¿Existe alguna posibilidad de que sobrevivan hasta que amanezca? —preguntó Leia, sin esperanzas de obtener una respuesta afirmativa.
—Sí, la posibilidad existe, pero es ínfima —respondió el comandante Derlin con seria honestidad.
En respuesta a las palabras del comandante, Artoo hizo funcionar los computadores miniaturizados del interior de su cuerpo metálico semejante a un barril. Sólo tardó unos segundos en hacer juegos malabares con diversos conjuntos de cómputos matemáticos y culminó sus cálculos con una serie de bips triunfales.
—Señora —tradujo Threepio—, Artoo dice que cuentan con una posibilidad de supervivencia entre setecientas veinticinco —el androide protocolario se inclinó hacia el robot más bajo y protestó—: En realidad, me parece que no es necesario que lo sepamos.
Nadie comentó la traducción de Threepio. Durante un rato reinó un silencio solemne que sólo interrumpía el estrépito retumbante del metal chocando contra el metal: las enormes puertas de la base rebelde se cerraron en la noche. Fue como si una deidad despiadada hubiese apartado sumariamente al grupo de los dos hombres que estaban en los llanos helados y anunciara sus muertes con un estrépito metálico.
Chewbacca exhaló otro aullido de sufrimiento.
Una muda plegaria, que a menudo se rezaba en un antiguo mundo llamado Alderaan, dominó los pensamientos de Leia.
El sol que ascendía por el horizonte norteño de Hoth era relativamente débil, pero sus rayos bastaban para transmitir un poco de calor a la helada superficie del planeta. La luz se deslizó por las colinas onduladas de nieve, luchó por llegar a los rincones más oscuros de las gargantas heladas y por último se posó en lo que seguramente era el único montículo blanco perfecto de todo ese mundo.
Ese montículo cubierto de nieve era tan perfecto que sin duda debía su existencia a un poder que no era el de la naturaleza. Más tarde, a medida que el cielo aclaraba cada vez más, el montículo empezó a zumbar. Cualquiera que lo observara se habría sorprendido al ver que la cúpula de nieve parecía estallar y arrojaba hacia el cielo su capa exterior en un gran estallido de partículas blancas.
Una máquina ronroneante comenzó a guardar sus sensores retráctiles y su espantosa mole se elevó lentamente del lecho blanco y congelado.
El robot de exploración se detuvo unos instantes en el aire ventoso y después prosiguió su misión matinal a través de los llanos cubiertos de nieve.
Algo más había invadido el aire matinal del mundo de hielo: una nave relativamente pequeña y de morro chato con ventanas de cristales oscuros en la carlinga y cañones láser montados a ambos lados. El vehículo rápido para nieve de los rebeldes poseía un fuerte blindaje y estaba destinado a librar batalla cerca de la superficie del planeta. Pero esa mañana la pequeña nave había salido para cumplir una misión de reconocimiento; avanzaba veloz por el amplio paisaje blanco y trazaba arcos sobre los contornos de los montículos de nieve.