Starship: Pirata (32 page)

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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Starship: Pirata
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—¿Se atreve a proponerme condiciones a mí? ¡Yo soy Tiburón Martillo! Yo ofrezco condiciones, no las acepto.

—Pues más le conviene que empiece a aceptarlas —dijo Cole—. Voy a retirarlas dentro de cinco minutos estándar.

—En cinco minutos pueden ocurrir muchas cosas —dijo Tiburón, y frunció sus finos labios para mostrar unos colmillos puntiagudos, en lo que pareció una sonrisa inhumana de verdad.

—Conecte todas las defensas, Briggs —dijo Cole en voz baja—. No sé qué va a intentar, pero lo veo demasiado confiado.

—Pero si tengo que elegir un planeta deshabitado con atmósfera de oxígeno —siguió diciendo Tiburón—, elijo Meandro-en-el-Río.

Y, entonces, el cañón de la
Pegaso
disparó otra gruesa carga de plasma en dirección a Meandro-en-el-Río.

—Usted elige —dijo Tiburón—. O abordan mi nave, o salvan Meandro-en-el-Río. No podrán hacer las dos cosas durante los cinco minutos que tardará el rayo en llegar a su destino.

Soltó una fuerte carcajada e interrumpió la conexión.

—¡Piloto! ¡Vaya tras esa maldita! —ordenó Cole.

—¿Qué maldita, señor? —preguntó Wkaxgini—. ¿La nave o la carga de plasma?

—¡La carga de plasma, joder! —Y luego—: ¡Mustafá!

Apareció la imagen del jefe de ingenieros.

—¿Sí, señor?

—Me imagino que ha seguido todo lo que ocurría. Cuando la tengamos a nuestro alcance, ¿qué diablos vamos a emplear?

Mustafá Odom frunció el ceño.

—No tiene masa, señor, así que lo más probable es que no podamos desviarla de su curso. Habría que encontrar alguna manera de disgregarla. Tendría que estrellarse contra alguna otra cosa antes de llegar al planeta… y si esa otra cosa explota, sería aún mejor. ¿Tenemos explosivos en el arsenal?

—Forrice… ¿qué responde?

—Únicamente tenemos armas de plasma, láser y sónicas —respondió el molario—. Hay una bomba térmica en el área de carga, pero no hay manera de lanzarla.

—¡Les habla el capitán! —gritó Cole—. Doy por sentado que todo el mundo me estaba escuchando. Quien se encuentre más cerca del área de carga, que vaya en busca de esa bomba y la cargue en una lanzadera. Díganle a Briggs en qué lanzadera la han puesto. La pilotará desde aquí.

—¡Voy yo, señor! —dijo Esteban Morales.

—Creía que estaba en la sección de Artillería —dijo Cole.

—De todos modos, soy el que se encuentra más cerca —dijo, y oyeron que sus pies se alejaban por un pasillo.

—Cuatro minutos, señor —dijo Christine.

—Si hay algo que ahora no necesito —dijo Cole, irritado—, es una cuenta atrás.

Pasó otro minuto.

—Ya está, señor —dijo Morales—. La he puesto en la
Archie
.

—Está bien. Briggs, abra la compuesta de lanzaderas y envíe la
Archie
tras esa carga de plasma a tantas veces la velocidad de la luz como sea capaz de alcanzar.

—Ya ha salido —dijo Briggs—. Pero no la construyeron para desplazarse a tanta velocidad, señor. Estallará dentro de un par de minutos.

—Si aguanta un par de minutos, será suficiente. Luego estallará de todos modos.

—¿Qué hago ahora, señor? —dijo Morales.

—Regrese a la sección de Artillería —dijo Cole.

—¿De Artillería? —dijo Morales.

«¡Ay, mierda! —pensó Cole—. No me digas ahora lo que sé que me vas a decir»

—Estoy en la
Archie
, señor. Pensaba que era eso lo que usted quería.

—Póngase un traje protector, Morales —dijo Cole—. ¡Venga, dese prisa!

—¿Dónde diablos están…? ¡Ah! ¡Ya los veo!

—En cuanto se lo haya puesto, quiero que salte al espacio.

—El salto lo va a matar, Wilson —dijo la voz de Sharon Blacksmith.

—Esperemos que no.

—¿Es que no lo entiende? Aunque sobreviviera a un salto al espacio a velocidad supralumínica, su cuerpo quedaría muy mal. ¡No sé si se acuerda, pero no tenemos ningún médico!

—¡Pero es que ahora no se trata de elegir entre el muchacho y la nave, maldita sea! —dijo Cole—. ¡Nos vemos obligados a elegir entre ese chaval y una ciudad llena de gente!

—Estoy listo para saltar, señor —anunció Morales.

—¡Dios mío! ¿Estaba escuchando lo que decíamos? —preguntó Cole.

—No pasa nada, señor. Siempre había querido ser un héroe como usted.

«Los héroes como yo sobreviven», pensó amargamente Cole.

—Está bien, muchacho. No sé qué consejo puedo darle. Nadie que yo conozca, excepto Aceitoso, ha abandonado una nave a velocidades supralumínicas. Trate de quedarse en posición fetal para proteger las vísceras. Iremos a recogerle dentro de menos de treinta segundos.

—Allá voy, señor.

Entonces, se hizo el silencio.

Briggs seguía la trayectoria de la
Archie
con los monitores de sus sensores.

—Van a chocar dentro de unos quince segundos, señor —anunció—. Eso si la lanzadera no se funde primero, ni pasa de largo.

—No se preocupe por eso. Si destruimos la carga de plasma, lo veremos por todas las pantallas de la nave. Concéntrese en buscar al muchacho.

—¡Ya lo tengo, señor!

—¿Algún movimiento, algún indicio de vida?

—No, señor.

De repente, por unos pocos instantes, todas las pantallas se inundaron de una cegadora luz blanca.

—Ya está —anunció Briggs—. La carga de plasma ha dejado de existir.

—¿Y el muchacho?

—No lo sabremos hasta que lo hayamos metido dentro.

Los treinta segundos que Cole había prometido no fueron suficientes para subir a Morales a bordo. Necesitaron más de dos minutos. Y, antes de que abrieran su traje espacial, estaba muy claro que había muerto en el acto.

—Cúbranlo —dijo Cole—. Me encargaré del oficio fúnebre y luego lo sepultaremos en el espacio.

—¿Y después qué? —preguntó Forrice.

—Después iniciaremos la persecución —dijo Cole con voz siniestra.

Capítulo 28

Cole cerró el deteriorado ejemplar de la Biblia que guardaba en su despacho, y arrojaron al espacio el cuerpo de Morales.

—Ha cumplido su deseo —dijo Forrice—. Ha muerto como un héroe.

—Los necios mueren por sus causas —dijo Cole con voz siniestra—. Los héroes sobreviven.

—Podrías haberle salvado.

—Sí, es cierto —respondió Cole.

—Pero al precio de una ciudad entera.

—También es cierto.

—He cambiado de opinión —dijo el molario—. Creo que ya no quiero ser capitán.

—No seré yo quien te lo reproche —dijo Cole.

Ambos subieron al puente en aeroascensor, donde Val y Domak habían sustituido a Christine y Briggs. Cole se volvió hacia Forrice.

—Pasarán varias horas hasta que vuelvas a estar de servicio. ¿Por qué no te marchas a dormir?

—Los molarios no dormimos mucho.

—Y piensas que me lo voy a creer.

—Tienes razón. Lo que ocurre es que quiero estar aquí cuando le demos alcance a Tiburón.

—Te despertaré en cuanto lo avistemos. Pero, en el caso de que tardemos varias horas, quiero que estés despejado cuando vuelvas a subir.

—De acuerdo —dijo Forrice de mala gana—. Pero más te vale que me avises en cuanto lo encontremos.

—Sí, lo haré.

El molario se marchó hacia el aeroascensor.

—Bueno… —dijo Cole—. ¿Alguien tiene alguna idea de dónde puede estar?

—No he encontrado ni rastro de él, señor —dijo Domak.

—Yo tampoco —dijo Val.

—No puede haber ido tan lejos, maldita sea —repuso Cole—. Domak, quiero que recupere las imágenes de nuestro impacto en la
Pegaso
. Amplíelas tanto como sea posible y luego Odom les echará una ojeada.

—Sí, señor.

—De todos modos quiero ser la primera en ir por él —dijo Val.

—Hasta ahora no he visto a nadie que corriese para darle alcance antes que usted —dijo Cole—. Oye, ¿cuánto mide de altura?

—Unos treinta centímetros más que yo.

—Y debe de ser el triple de ancho —dijo Cole—. ¿Cómo diablos puede alguien derrotar a una criatura como ésa?

—Entrenándose durante toda la vida para derrotar a una criatura como ésa —respondió ella.

—Buena respuesta. «Es como no decir nada —pensó él—, pero es buena»

Cole se dio cuenta de que tenía hambre y se le ocurrió que no había comido nada durante más de doce horas. Fue a la cantina y pidió un bocadillo y una cerveza. Mientras estaba sentado a la mesa, Mustafá Odom fue a hablar con él.

—¿Puedo sentarme con usted? —preguntó el ingeniero.

—Sí, por favor.

Odom acercó una silla.

—He estudiado las imágenes de la
Pegaso
.

—El experto es usted —dijo Cole—. ¿Cuán lejos podría llegar en su estado actual?

—Ha sufrido daños en el impulsor lumínico y en los estabilizadores —respondió Odom—. De acuerdo con mis estimaciones más precisas, pero son sólo estimaciones, no podrá desplazarse más de diez u once años luz sin que el impulsor se averíe. Tendrán que posarse en algún planeta para repararla, porque, si no, la nave acabará flotando a la deriva en el espacio.

—Gracias —dijo Cole, y se puso en pie—. Eso es lo que quería oír.

—Disculpe, señor —dijo Odom—, pero, si no se piensa comer la otra mitad del bocadillo…

—Sírvase —dijo Cole, y se marchó en dirección al aeroascensor. Al cabo de un instante volvía a estar en el puente—. Teniente Domak, ¿cuántos sistemas estelares se encuentran a una docena de años luz de Meandro-en-el-Río?

—Cuatro, señor.

—¿Cuántos de ellos tienen planetas con atmósfera de oxígeno?

Domak consultó los monitores.

—Ninguno, señor.

—Es una buena noticia —dijo Cole—. Piloto, llévenos por todos los planetas de los cuatro sistemas solares más cercanos. Evite los gigantes gaseosos.

—Sí, señor —dijo Wkaxgini desde su vaina sobre el puente.

—Domak, observe todos los planetas a los que nos acerquemos. Si Odom tiene razón, y suele tenerla, la
Pegaso
se va a posar en uno de ellos.

—¿Y qué hago si la encuentro? —preguntó Domak.

—No inicie ningún tipo de acción. Limítese a informarme. —Se dio cuenta de que Val se había puesto a examinar todas y cada una de sus armas, asegurándose de que estuvieran todas listas para funcionar—. ¿Sabe?, lo más probable es que nos dispare en cuanto nos vea y que no logremos acercarnos lo suficiente para emplearlas.

—Puede ser —dijo ella—. Pero tengo la intención de estar a punto.

—Eso sería muy recomendable. Tan sólo le advierto que, si se resiste y contraataca, tal vez no nos quede otra solución que destruir la
Pegaso
.

—Ofrézcale la posibilidad de enfrentarse a mí en persona —dijo Val—. La aceptará al instante.

—¿De verdad piensa que podrá derrotarlo? —preguntó Cole—. Parece formidable.

—Sí puedo derrotarle.

Cole la contempló. Aunque la había visto en acción y conocía su destreza, no le parecía posible que derrotara a Tiburón Martillo.

—¡No me mire de ese modo! —le espetó Val—. ¡Me merezco la oportunidad de acabar con él!

—De acuerdo —dijo Cole—. Si se presta a hablar antes de disparar, le haré la propuesta. —Se volvió hacia Domak—. Me marcho a la sala de oficiales. Avíseme cuando lo encuentre.

Se marchó del puente y entró en la pequeña sala de oficiales, donde trató de relajarse con un espectáculo holográfico en el que aparecían cantantes, bailarinas, magos y esculturales mujeres desnudas, pero no logró concentrarse y lo apagó al cabo de unos veinte minutos. Poco después apareció la imagen de Domak.

—¿Sí? —dijo Cole, súbitamente alerta.

—Hemos observado los sistemas Priminetti y Vázquez, señor. Cuatro planetas en el primero, siete en el segundo, sin contar los gigantes gaseosos. Ni rastro de la
Pegaso
.

—Siga buscando. O la
Pegaso
se encuentra en un planeta de uno de los dos sistemas adyacentes, u Odom no volverá a comerse mis bocadillos.

—Sí, señor —dijo ella, mientras su imagen desaparecía.

Cole estaba inquieto, pero no quería que le vieran caminar nervioso de un lado a otro por el puente, porque entonces su nerviosismo se contagiaría a la tripulación. Se le ocurrió detenerse en Seguridad, para hacerle una visita a Sharon, lo que fuera con tal de no pensar en la espera, y estar descansado y alerta cuando llegara el momento. Estaba a punto de abandonar la sala cuando apareció de nuevo la imagen de Domak.

—La hemos encontrado, señor.

—¡Bien! ¿Dónde está?

—En el quinto planeta del sistema Hamilton, señor. Lo he comprobado, y ninguno de los planetas de ese sistema tiene nombre, así que se trata, simplemente, de Hamilton V.

—Dígale al piloto que de momento no nos movemos —dijo Cole—. Y despierte a Forrice. Voy para allí.

Abandonó la sala de oficiales, se dirigió al puente por el pasillo y al cabo de poco contempló la imagen de la
Pegaso
reproducida por los sensores. Se encontraba sobre un terreno llano y sin accidentes.

—¿Alguien está trabajando en ella?

—Dos humanos han salido con traje de protección, señor —dijo Domak.

—¿Esta segura de que son humanos? —preguntó él.

—Ninguno de ellos es Tiburón —respondió ella—. Las lecturas que captamos son distintas.

—Entonces, ¿podemos dar por seguro que está en el interior de la nave?

—Sí, señor.

—Bien. Vamos a hacerle saber que nos encontramos aquí.

—No estoy en la consola de retransmisiones, señor —dijo Domak.

—Pues vamos a enviarles algo más interesante. ¿Quién está en Artillería?

—Idena Mueller y Braxite, señor.

—¿Me está escuchando, Idena?

—Lo escuchamos y lo vemos, señor —dijo Idena, al tiempo que su imagen aparecía en el puente.

—Quiero que dispares un rayo láser contra la
Pegaso
—dijo Cole.

—¿Qué? —chilló Val.

—Cállese —le dijo Cole con aspereza. Se volvió de nuevo hacia la imagen de Idena—. Quiero que falle por unos cien metros. Luego quiero que vuelva a disparar y falle por unos setenta y cinco metros. ¿Podrá hacerlo?

—Sí, señor.

—Está bien, entonces apunte, y dispare cuando lo considere oportuno. —Cole se volvió hacia Val—. Voy a tratar de recobrar su nave. Si vuelve a llevarme la contraria, o a cuestionar mis órdenes, haré estallar de inmediato esa maldita máquina. ¿Ha quedado claro?

Cole se dio cuenta de que Val pugnaba por no perder los estribos. Al fin, pareció que la tensión se relajaba, y entonces la mujer asintió con la cabeza.

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