Sueños del desierto (7 page)

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Authors: Laura Kinsale

BOOK: Sueños del desierto
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—El muchacho es persa —comentó uno.

—Es árabe —dijo Hayi Hasan.

—Es un emir. Un príncipe.


Wallah
, un príncipe vestido con harapos —dijo con tono de mofa el más severo—. Es un beduino pobre como nosotros; solo intenta hacerse el misterioso ocultando el rostro.

—No, es de al-Andalus, como Hayi Hasan —se aventuró a decir otro—. ¡Por mi barba!

—No, no es lo bastante alto para ser magrebí. Mirad a Hayi Hasan… El Señor te ilumine, Selim no llegará nunca a gigante.

Lord Winter se puso en pie, imponente con su albornoz blanco, con el rifle siempre al hombro, y realizó una reverencia al estilo europeo que hizo temblar a Zenia por dentro. Nadie dudaba de la existencia de su madre, la bella paloma blanca andalusí, ni desconfiaban de él cuando juraba por la barba lustrosa de su padre, un turbulento jeque argelino de procedencia imprecisa pero noble, que —por alguna razón que Zenia no había acabado de entender— había abandonado a su hijo para que lo educaran en tres lugares distintos del sur de España. Sí, sin duda porque en aquel entonces el joven Hasan daba ya muestras de ser un prodigioso pillo y embustero, pensó con acritud. Los relatos que lord Winter contaba de Córdoba, Sevilla y Granada fascinaban a los beduinos, que soñaban con al-Andalus y el antiguo imperio, perdido siglos ha, y lloraban al oír que los patios y las bellas fuentes de los musulmanes se habían convertido ahora en iglesias y palacios de infieles.

Todos se reunían para mirar cuando ordenaba a Selim que le alcanzara sus útiles. Y se sentaban a ver con arrobo cómo se afeitaba la barba del día, con movimientos demasiado diestros en opinión de Zenia. Temía que hiciera algún pequeño gesto que lo delatara, que alguien se preguntara por qué aquel hombre llevaba una cuchilla y un espejo en un estuche plegable, pero Abu Hayi Hasan el Magrebí, con su pelo negro, los ojos azules y el peculiar rifle, era un personaje tan poco común que tales cosas parecían darse por sentadas, al menos en su presencia. Y Zenia no se atrevía ni a pensar en las historias que estarían circulando por el desierto.

Zenia montaba un camello fuerte que él había comprado a los beni sakkr. Se le había pasado por la cabeza huir en medio de la noche hasta Damasco y venderlo allí para pagarse el pasaje a Inglaterra. Pero había jurado que sería su
rafik
… y además no tenía ni el carácter ni el valor para hacer algo así, de modo que en vez de huir dormía cerca de él, bajo la protección de su tienda.

Finalmente, su camino y el de los beni sakkr se separaron. Hayi Hasan contrató a otro joven
rafik
de la tribu de los rowalla, que les serviría de guía y pasaporte hasta Jof, en el límite de las arenas rojas. En opinión de Zenia había elegido mal y había pagado en exceso, pero contuvo la lengua, pues no quería llamar la atención discutiendo el asunto abiertamente con su señor. En las tiendas negras de los beduinos era imposible tener una conversación en privado, y si alguien se iba a un aparte para hablar, los demás los seguían para ver qué decían.

Marcharon temprano con el rowalla, una pequeña partida de tres personas mientras estuvieran en el territorio de su tribu. El joven beduino no dejaba de hacer preguntas curiosas.

—¿Por qué no quieres tener esposa? —preguntó, acercando su camello al de ella—. ¿Prefieres a los mozos?

—No, prefiero mi propia compañía, el Señor te dé paz —dijo ella con irritación.

El muchacho no pareció coger la indirecta, y espoleó su camello para seguirle el paso.

—Por Alá, tienes un arma extraordinaria. Es la mejor que he visto.

Aquello era otra clase de indirecta.

—¿Y qué?

El rowalla suspiró.

—Yo no tengo nada.

—Hayi Hasan te ha pagado un riyal, y te dará otro cuando lleguemos a Jof.

—Pero no tengo arma. ¿Me darás tu pistola?

—No es mía. Pertenece a
el-muhafeh
.

El rowalla golpeó a su camello huesudo para que se adelantara. Durante un rato estuvo molestando a lord Winter para que le diera su rifle, pero Hayi Hasan eludió el problema hábilmente, preguntando hasta dónde se extendían los rowalla por el sur. El muchacho contestó sin vacilar. Mientras avanzaban bajo un sol abrasador, por el llano pedregoso, el rowalla confesó que nunca había cruzado las arenas rojas, pero que por el este había llegado hasta Bagdad. Estuvo alardeando de sus viajes de unas pocas leguas, y dijo que alAndalus no podía compararse con Bagdad. Hayi Hasan se limitó a decir que no había estado en Bagdad, así que no podía discutirle. En cambio Zenia, que sí había estado y sabía que era una ciudad lastimosa, acabó impacientándose con las exageraciones del rowalla y lo acusó de no saber de lo que hablaba.

—No eres más que un beduino ignorante —dijo con desdén—. Nunca has estado en ningún sitio importante.

Al punto el rowalla redujo la marcha para esperarla.

—¿Y tú donde has estado, por Alá?

—En Bagdad, Damasco, Beirut. Tú crees que son los lugares más increíbles del mundo, pero son como una pequeña piedra en esa montaña comparadas con las ciudades de los francos y los
englezi
.

—Que el Señor te ilumine, eso no es cierto. El sultán jamás permitiría que los
kaffir
tuvieran ciudades más extraordinarias que las suyas.

A Zenia le habría gustado apelar a la opinión de lord Winter en este punto, pero era demasiado peligroso. Sin embargo, el rowalla no tuvo los mismos escrúpulos.

—Abu Hayi Hasan —exclamó—, dinos quién dice la verdad. ¿Has estado entre las tribus de los francos?


Wallah
, he estado —dijo lord Winter sin volver la cabeza.

—Entonces, oh, sabio
muhafeh
, dinos: ¿cuál es el nombre de la ciudad más extraordinaria entre las suyas?

—Londres —repuso al punto—, donde vive la reina de los
englezi
, que manda sus barcos de guerra para ayudar al sultán.

—¡La reina, por Alá! Ayuda al sultán a aplastar a Ibrahim Pasha y los egipcios.
Wallah
, eso es bueno, pero ¿cómo puede haber una tribu liderada por una mujer?

—Es la voluntad de Alá.

—Pero ¿y su marido el rey?

—La reina es joven, y aún no se ha casado. Pero su nombre es Victoria y un león y un perro de caza guardan su lecho.

—No, el Señor te dé paz —espetó el muchacho—, pero eso no es verdad.

—Por mi vida que es cierto. Y su ciudad es más extraordinaria que Damasco, Bagdad y Estambul juntas, y hay cincuenta veces diez mil hombres, todos con pistolas, dispuestos a luchar a sus órdenes.

Los ojos del rowalla estaban como platos.

—¡Dios es grande!


Yallah
, Dios es grande —musitó Hayi Hasan.

—Y también la reina de los
englezi
.

—También ella, por Alá.

—¿La has visto, oh
muhafeh
?

—La he visto, por Alá.

—¿Es hermosa? ¿Se casará con el sultán?

—Es una reina. ¿Acaso no son hermosas todas las reinas? No, no se casará con el sultán, no es una necia
bint
a la que pueda encerrar en su harén. La reina está buscando por el mundo entero un marido digno de ella.


Ay billah
, ¡tendría que venir y buscar entre los rowalla! Yo soy hijo de un jeque y, si me das tu rifle, me casaré con ella, aunque sea cristiana.

Hayi Hasan echó la cabeza hacia atrás y se rió.


Subbak
, eres un crío muy osado.

—No, pero Selim no quiere casarse, aunque en tu generosidad se lo proporcionarías todo. Dame a mí ese rifle, para que pueda hacerme rico y conseguir una esposa.
Yallah
, déjalo aquí con sus miserias. Yo cabalgaré contigo en su lugar a las arenas rojas, oh Hayi Hasan. Tus enemigos serán mis enemigos. ¡Jamás te abandonaré!

Lord Winter se volvió y miró a Zenia por encima del hombro.

—¿Qué tienes que decir tú a eso?

Zenia tuvo miedo de que la abandonara en medio del desierto por aquel rowalla simple y fanfarrón. Pero no permitiría que el miedo se le notara en la cara o en la voz, pues de lo contrario el rowalla no desaprovecharía la ocasión.


Muhafeh
—contestó sin rodeos—, yo digo que el muchacho solo quiere su rifle.

Lord Winter la miró de soslayo; la kefia ocultaba su rostro a ojos del rowalla.

—Pero cada mañana me dices que no quieres ir al sur.

—Y no quiero,
muhafeh
. Es una necedad.

—Este joven beduino dice que me acompañará de buen grado, por Alá. Vamos, ¿cómo sé que no me abandonarás en medio del desierto, Selim?

—Somos
rafik
. He jurado que no lo haría.

Lord Winter la miró; pero, fueran cuales fuesen los pensamientos que cruzaron su mente, no podían leerse en su rostro.

—Este rowalla también es mi
rafik
.

—Entonces lleguemos a las arenas rojas, oh
muhafeh
, y veamos quién de los dos le acompaña.

Él sonrió ligeramente.


Inshallah
—dijo—, si Dios quiere.


Inshallah
—repitió el rowalla muy digno—. Compraremos cien camellos y cruzaremos el
nefud
, e iremos a ver al emir en Riad.

—¿Qué es eso, cien camellos, por la barba de Alá? —dijo Zenia—.
El-muhafeh
no necesita cien camellos. Viaja bajo la protección de un demonio y le basta con mis servicios.

—¡Un demonio! —exclamó el rowalla—. Hayi Hasan, ¿es cierto?

—Lo es, por Alá —dijo lord Winter con gravedad.


Wallah
!

Esta noticia enfrió considerablemente el entusiasmo del rowalla por acompañarlos. El hombre empezó a apartarse, y se adelantó con la excusa de reconocer el terreno.

Lord Winter esperó hasta que estuvo lo bastante lejos para no oírlos.

—Un tipo insignificante —murmuró en inglés—. Lo has derribado al primer golpe.

—No se atrevería a atravesar las arenas del
nefud
—dijo ella con expresión ceñuda—. Solo quiere un rifle. Si se lo da, enseguida encontrará una excusa para irse.

—Empiezo a entender la suerte que tengo de tenerte, pequeño lobo. De que vengas conmigo a pesar del peligro de las arenas y de que te encuentre esposa.

—No deseo una esposa, milord.

—Me desconciertas. Pensé que estarías contento. Una bella joven, con ojos de gacela y labios de rosa… ¿No te tienta la idea?

—No, milord.

—¿Ni siquiera a cambio de conseguir el camello?

—¿Está casado, milord? —preguntó ella expresamente.

Él sonrió, con expresión divertida en sus ojos claros.

—Un buen directo. Me obligas a confesar que no.

—Deseo ser como usted. Considero que las muchachas son tontas.

—¡Gran verdad! —Siguió cabalgando, y la miró con una extraña mueca en la boca—. Me parece que eres más joven de lo que pensaba.

—No deseo casarme, milord —insistió ella.

—Sí, ese punto ha quedado claro. Para ti los rifles no valen nada, y los camellos y las mujeres no son más que polvo en tu boca. —Le sonrió de una forma que la hizo sentirse extrañamente agitada e indecisa. El hombre tenía unas manos admirablemente fuertes, apoyadas con soltura sobre el arma, que tenía de pie contra la rodilla—. Pero, demonios, ¿por qué Inglaterra?

—Es verde —dijo ella.

Él arqueó las cejas.

—Entiendo.

—Como un gran jardín.

—¿Quién te ha dicho eso? ¿Lady Hester?

—¿Y no es verdad? —Volvió sus ojos ansiosos hacia él.

—Supongo que sí, es cierto que todo es verde. Extremadamente verde. Sofocantemente verde, dirían algunos. Pero también puedes ver árboles en Damasco, no hace falta irse tan lejos.

—¡Me lo ha prometido! ¡No me interesan los árboles de Damasco!

—¡Tranquilo, cachorro! Podrás ver tantos árboles británicos como aguantes, tienes mi palabra. Solo siento curiosidad por saber de dónde te viene este extraordinario deseo por visitar mi país.

Ella le dedicó una mirada encendida.

—El señor desea ir al Neyed disfrazado, cosa que es estúpida y peligrosa, y está bastante loco.

—Ando en busca de un caballo.

—¿Qué caballo? —preguntó Zenia con hastío.

—Se llama Shajar ad-durr. Sarta de Perlas.

Zenia miró con recelo el perfil del hombre que viajaba a su lado.

—¿A quién pertenece?

—Ah, esa es la cuestión… ¿Quién la tiene, dónde está? Muchacho, tú no habías nacido, y yo no era más que un crío cuando Ibrahim Pasha trajo el ejército de Egipto al Neyed, para recuperar La Meca de manos de los fanáticos y acabar con la hegemonía de los wahabíes. Capturó a su príncipe, ibn Saud, y, con él, la más gran concentración de caballos que ha habido en el desierto… las mejores razas criadas por los beduinos estaban reunidas en Riad, y cuando ibn Saud perdió la guerra, perdió también sus caballos. Ibrahim Pasha se los exigió como tributo y se los llevó consigo a Egipto.

—Sí —dijo Zenia—. He oído hablar de ello. Y Alá dispuso que murieran todos en Egipto, porque Ibrahim Pasha había pecado en su avidez por llevárselos del desierto.

—Cierto. En verdad que fue una tragedia para la cría de caballos, pequeño lobo. Pero ¿cuándo han vivido los beduinos sin estratagemas, sin que haya malos sentimientos entre ellos? No se llevaron todos los caballos; algunos los escondieron, y se permitió que unos valiosísimos ejemplares quedaran en manos de la tribu de los muteir, pues habían apoyado a Ibrahim Pasha en contra del príncipe saudí. Lo cual no gustó precisamente a los saudíes, eso puedes jurarlo.

Zenia asintió con un murmullo sombrío. El viejo príncipe wahabí había sido decapitado en Estambul… y, si algunas de las tribus habían luchado del lado de los egipcios para derrocarlo, la deuda de sangre se perpetuaría durante generaciones.

—Una vez que Ibrahim Pasha y sus egipcios devolvieron La Meca al sultán, Ibrahim se quitó de en medio —dijo lord Winter—, así que en las últimas veinte primaveras, los saudíes han sido libres de divertirse vengándose de los muteir. Los han despojado de sus preciosos caballos, hasta que los pocos que quedaban fueron enviados a otro lugar como precaución. Entre ellos se encontraba la yegua más extraordinaria de la raza de caballos más pura, los
jelibiyat
.

—¿Enviados adónde? —Zenia se estaba preparando para lo peor.

—El jeque de los muteir confió sus últimas yeguas a dos de sus hombres de mayor confianza y les encargó que las llevaran a ibn Jalif, en la isla de Bahrein.

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