Taller de escritura creativa para niños y adolescentes (2 page)

BOOK: Taller de escritura creativa para niños y adolescentes
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¿Fácil? A veces sí y a veces no. Cada niño es un mundo y llega a no­sotros con sus deseos y sus frenos, con su generosa imaginación y, en ocasiones, con el temor de expresarla. Durante los primeros días de clase, ante la propuesta a escribir, sus preguntas suelen ser: «¿Puedo inventármelo?» «¿Puedo cambiar una cosa?» «¿Puedo hacerlo diferente?» «¿Puedo poner nombres…?». Y así hasta que, en una tercera o cuarta clase, ante el inicio de la pregunta: «¿Puedo…?», otro alumno se adelanta y responde: «Sí».

A partir de aquí todos sabemos, ya cómplices, que en el taller está permitido ser libre escribiendo.

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El placer de enseñar

Cuando un profesor se apasiona enseñando un poema o un fragmento en prosa a sus alumnos, sin duda se encontrará a la vez con una mirada atenta y deseosa de entender eso que a su maestro tanto le gusta. Por eso siempre digo que la enseñanza y el aprendizaje son mutuos. El alumno es un espejo en el que el educador se mira y se encuentra con la mirada, no hay truco, ni artes de prestidigitador.

Llevo unos cuantos años enseñando, pero antes de ser profesora he sido alumna, muchos años. Me he sorprendido más de una vez cautivada por materias que en un principio no me interesaban, y eso tenía que ver con un maestro que, además de preocuparse por impartir la clase de una manera lúdica e interesante, se preocupaba por los deseos y necesidades de sus alumnos. Y al revés, materias que estaba deseosa de aprender se me han hecho pesadas y aburridas ante un maestro cansado y nada entusiasta.

A veces, la materia, la asignatura o la consigna no es interesante en sí misma, sino que lo es por cómo el profesor la explica y la transmite.

Por supuesto que no todo depende siempre del profesor y, por lo mismo, tampoco siempre del alumno. Hay excepciones, alumnos muy difíciles a los que hay que prestar más atención. Sin embargo, incluso con las dificultades que aparecen en algunos grupos, creo, o apuesto por ello, que el arte de comunicar y transmitir es únicamente responsabilidad del maestro. Y que el arte de enseñar conlleva en sí una actitud entusiasta y placentera; de lo contrario, el profesor solo estará pasando información y el alumno podrá llegar a sentir que lo que le enseñan merece la pena ser aprendido. Si se les sabe llevar, aquellos alumnos más conflictivos que aparentemente entorpecen la clase, se mostrarán después muy agradecidos por haber confiado en ellos. Es un reto para el profesor conseguir estar cerca de los que presentan más dificultades. Además, no hay clase sin conflicto, como no hay cuento sin nudo, sin trama ni desenlace.

A medida que el taller de escritura creativa avanza, suelo proponerles a los alumnos que hagan de profesores. Cambiar el rol es muy importante; así se dan cuenta de muchas cosas a la vez que aprenden a enseñar, y el profesor puede relajarse y disfrutar siendo, por unas horas, un joven alumno. Todos sienten el placer de enseñar y de aprender.

 

 

La escucha

 

Todo lo que voy a escribir ya está, de alguna manera,

escrito en mí.

Tengo que copiarme (escucharme) con una delicadeza de mariposa blanca.

C
LARICE
L
ISPECTOR

 

Escuchar plenamente al niño, al joven, es una de las actitudes más importantes para poder enseñar. Escuchar significa poder tener en consideración al otro, dejar de controlar y no estar pendiente de responder, sino de comprender.

La creatividad posee una naturaleza propia y en cada niño se muestra de diversas formas, de ahí que el profesor se plantee ofrecer un espacio amplio para la escucha, para que el joven pueda mostrar sus dudas, sus necesidades de cambiar la consigna, de hacer algo diferente e incluso de iniciar algo que el alumno no sabe demasiado bien qué es. Si el joven se siente escuchado por su maestro, es probable que también pueda escucharse a sí mismo y seguir esa voz, ese flujo interno que lo lleva a escribir a partir de ese aparente no saber. De ese irse descubriendo.

 

 

La empatía

 

El profesor participa de las emociones, los logros, errores y aciertos del proceso de aprendizaje del alumno. Escribir es también abrir el corazón, volverse vulnerable, escribir mal, tener ideas que no llegan a cuajar, tener días en que no sale nada, en que no hay inspiración, y otros en que todo fluye; todo eso forma parte del proceso creativo, del cual participa no solo el joven escritor, sino también el profesor. Es importante que en todo momento el educador se muestre empático con el niño, que recuerde lo difícil que es, la mayoría de las veces, escribir, y que sustente al niño, que le comprenda y le anime aunque ese día solo haya conseguido escribir una frase. El temor y la inseguridad aparecen con mucha frecuencia en los talleres de escritura: «No sé hacerlo», «No lo entiendo», «Ya lo he intentado y no me sale»; es más importante desplazar a ese censor interno cuantas veces surja que presionar al niño a que haga el ejercicio. Eso no significa que no haya que ser exigente; un buen profesor sabe cuándo puede hacer una crítica constructiva y cuándo es mejor esperar o no hacerla. Como ya dije anteriormente, el proceso es más importante que la meta, porque el resultado final será la consecuencia del cuidado que se haya puesto en el proceso. Si el profesor escucha al alumno y empatiza con él, los resultados serán siempre muy valiosos.

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El taller de escritura

Una vez aclarados y puestos en práctica los puntos anteriores, el hecho de impartir un taller de escritura creativa a niños y a jóvenes es una experiencia muy gratificante.

El taller consiste en proponer una consigna que el profesor considere adecuada e invitar a los alumnos a escribir en clase. El tiempo de escritura lo decide el maestro. En general suelen ser unos diez o quince minutos; el tiempo también lo marca el ritmo del grupo: hay veces que tardan más y es importante respetar el tiempo y la inspiración de cada grupo y, en la medida que se pueda, de cada alumno. Si hay niños que acaban enseguida, suelo darles otra tarea y así pueden esperar a sus compañeros sin aburrirse ni molestar. Cuando todo el grupo ha finalizado la escritura, el profesor les invita a leer los textos y entre todos comentan qué les han parecido, qué les sugieren, qué creen que podrían mejorar, cambiar, ampliar o suprimir. Los textos pueden seguir trabajándose en casa, si es necesario, y examinarse en la siguiente clase para ver si el alumno ha encontrado la manera de resolver algunos aspectos de su texto a partir de las reflexiones de sus compañeros. O bien dejarlos tal cual como mero ejercicio práctico.

En las primeras clases suele ocurrir que algún alumno no quiere leer en voz alta. Aunque deben tener claro que en el taller se lee y se escribe para poder compartir y mejorar, el profesor permitirá excepcionalmente que algún alumno no lea hasta que adquiera la seguridad que necesita.

Al principio, el taller les puede recordar a la escuela; es importante que noten con claridad la diferencia. No tienen por qué preocuparse, por ahora, de las faltas de ortografía –me he dado cuenta de que esto los coarta para lanzarse a escribir– y tampoco tienen por qué anotar lo que el profesor explique ni hacer tareas en casa si no lo desean. Las horas de taller pueden ser más que suficientes para leer y escribir. No hay que olvidar que son niños, jóvenes, ¿por qué apresurarse?

Y para que distingan bien el taller de la escuela, les invito, si quieren, a sentarse en el suelo, a estirarse, a quitarse los zapatos. A que estén lo más cómodos posible.

 

 

¿Qué es una consigna?

 

Es un ejercicio que el educador propone al alumno. El ejercicio tiene que ser sugerente, estimulante y sujeto a cambios. La consigna es un pre-texto, nada más. Es un detonante que desencadena los deseos de expresarse y de lanzarse a escribir. ¿Qué es una consigna sugerente? En primer lugar, aquella que se ha comprobado que funciona. He experimentado todas las consignas que propongo a continuación en mis clases y es cierto que algunas son más adecuadas para un grupo y menos para otro; ahí juega un papel básico el instinto y la percepción del profesor, saber qué necesitan sus chicos, qué mueve a sus jóvenes alumnos y qué no les interesa (de momento). Y en segundo lugar, una buena consigna es aquella que permite hacer volar la imaginación del niño y del joven, que no les coarta ni les ata, sino todo lo contrario. Quiero matizar que hay algunos alumnos que por sistema quieren cambiar siempre la consigna. ¡Ojo!, pues en estos casos no es, la mayoría de las veces, por necesidad de crear algo distinto, sino por el deseo de no ceñirse a experimentar un nuevo registro y por cuestiones más complejas que el educador irá resolviendo. A estos alumnos es necesario hacerles entender la importancia de esforzarse en la propuesta. Otra cosa es que alguien necesite cambiarla porque al escribir le surge algo muy distinto o necesita contar otra cosa. Yo les explico que las consignas están pensadas para que aprendan nuevas maneras de expresarse, algo que ellos solos no harían, que después del taller pueden escribir cuanto quieran y que en clase aprovechen el ejercicio. Y que la consigna no es más que un pretexto, un detonante.

Las consignas que vais a encontrar en este libro pueden proponerse a alumnos de todas las edades, siempre y cuando el educador las adecúe a la edad y las características de sus alumnos y las sugiera de forma lúdica. Incluso las consignas para los más pequeños pueden proponerse a los adolescentes y a los adultos y ¡funcionan!, y las de los adolescentes, algunas, si se explican de forma sencilla a los más pequeños, ¡también funcionan!

Es muy interesante ver cómo escribe cada alumno a partir de la misma consigna. Los textos son maravillosamente diversos y sorprendentes. Y, además, es muy enriquecedor escuchar cómo lo ha ido resolviendo cada uno, la multiplicidad de posibilidades que tiene cada propuesta.

 

 

Lo que escribo no es lo que me pasa

 

Es muy importante que el educador les recuerde que son creadores y pueden escribir lo que quieran. El escritor es un narrador que inventa, tergiversa, ficciona, dice la verdad y miente. Escribir es construir personajes, tramas, lenguajes, universos, todo cuanto el niño desee y necesite. Esta pauta es básica no solo para el niño y el joven, sino para las personas que van a leerles. Si el alumno escribe: «Estoy triste», no se cuestiona el estado anímico del niño o del joven. Puede ser cierto o no. Si el educador o el lector confunde al que escribe, es decir, al narrador con la persona, éste se verá limitado y no podrá expresarse como realmente necesita. La poeta Alejandra Pizarnik dice: «Escribir restituye a la ausencia».

Es un desahogo, un placer, una terapia, un arte. Todo junto.

 

 

El aula

 

El profesor procura que el aula permita que, cuando la consigna lo requiera, quede libre de mesas y de sillas. Si es posible, el educador busca un lugar en que los alumnos puedan tenderse, sentarse en el suelo o en una silla, como lo prefieran, y que puedan alejarse de sus compañeros para escribir en intimidad. Es interesante ver qué ocurre en el taller cuando escriben en un espacio menos convencional, que no les recuerda a la escuela, y qué ocurre cuando están sentados en mesas individuales o alrededor de una gran mesa. Yo suelo dar los talleres de ambas formas. Considero que a veces es necesario sentarse a escribir y otras hacerlo de un modo más informal.

 

 

¿Qué necesitamos?

 

Una pizarra (opcional) por si hay que rotular, subrayar alguna idea, anotar algún enunciado, título, nombres de libros, de autores, etcétera. Aunque cada alumno debe traer su libreta, aconsejo que siempre haya en la clase folios, lápices, gomas de borrar y bolígrafos. El profesor tendrá una caja de pequeñas sorpresas (pegatinas diversas, purpurinas, cola, tijeras, celo...) para los más pequeños o bien les pedirá que traigan a clase sus recortes, purpurinas, pegatinas, pegamentos, postales, etcétera, para hacer collages. También aconsejo tener sobres, tijeras y, sobre todo, palabras recortadas de periódicos y revistas para realizar algunas de las consignas que propongo en este libro.

 

 

Acerca de la lectura

 

En mis clases, sobre todo con jóvenes, nunca he conseguido que leamos una novela en común; me argumentan que deben leer tal libro o tal otro para la escuela, que tienen muchos deberes, muchas tareas. Así que la manera en que leemos es siempre in situ, en la clase, y hay varias consignas en las que ellos han de escoger un poema o un cuento de uno o varios libros. Para escogerlo deben leer bastantes poemas y al menos dos cuentos breves. Ésta es la mejor manera que he encontrado para que lean con atención: «Elegid el que os guste más». A veces leen durante quince o veinte minutos hasta que dicen: «¡Ya lo tengo!».

Lo que sí hago es contarles mis cuentos preferidos, hacerles un resumen, hablarles de lo que me pasó con un libro o poema determinado. Siempre hay algún alumno que apunta el libro y el autor, otro que lo busca en Internet... Se interesan. Son jóvenes, tienen mucha vida por delante, mejor que mantengan las ganas y la curiosidad; que lean en clase, que compartan la lectura y que se apasionen. Lo demás, las largas y placenteras horas de lectura, ya llegará cuando ellos lo decidan.

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Consignas para los más pequeños

7 a 12 años

Encontrar consignas adecuadas para los alumnos más pequeños es uno de los aspectos básicos para el éxito del taller. Sin olvidar, sobre todo, que la propuesta no solo tiene que estar hecha a su medida, sino que la manera de plantearla al grupo o al niño debe ser comprensible para ellos. Como el niño es creativo por naturaleza, es importante que el profesor se plantee la posibilidad de dejarle hacer algunas modificaciones siempre y cuando lo considere adecuado.

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