Tengo que matarte otra vez (32 page)

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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Tengo que matarte otra vez
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—Pero —dijo Samson en cuanto vio un atisbo de esperanza—, pero ¡yo sabía que Gillian no estaba en casa! ¡Al fin y al cabo la estuve siguiendo!

—Eso no lo exculpa completamente, Segal. Porque, como es natural, usted podría haber supuesto que entretanto Gillian habría regresado ya. Como muy tarde, en cuanto vio que había luz dentro de la casa. Y además el hecho de que Thomas fuera una víctima accidental no deja de ser una teoría. Lo mismo podría usted haberlo matado de forma consciente por la obsesión enfermiza que ha demostrado tener por la esposa de Tom.

Samson se derrumbó de nuevo.

—Pero ¿por qué tendría que haber matado yo a las otras dos mujeres?

John se encogió de hombros.

—Debido a un rechazo, que en el fondo es su problema.

—Pero ¡si eran demasiado viejas para mí!

—A falta de pan, buenas son tortas. No estoy diciendo que sea el caso. Me limito a explicarle los escenarios posibles en los que puede llegar a encontrarse.

—¿Qué quiere? —preguntó Samson en voz baja—. ¿Entregarme a la policía ahora mismo?

—Por encima de todo quería ver qué impresión me causaba. No voy a denunciarlo, Segal. Solo quería conocerlo.

—¿Eso significa que me considera inocente?

—Podría decirse de ese modo —contestó John—. Si estuviera seguro de su culpabilidad, sin duda acudiría a la policía enseguida. ¿Comprende?

Samson asintió con angustia. Aunque no le quedó claro si Burton creía de verdad que él no había sido el autor del crimen.

—Lo que temería es lo siguiente —prosiguió John—: la policía lo detiene y los motivos para sospechar de usted son tan notables que acaban procesándolo. Al menos no podemos excluir esa posibilidad. Es posible que al final no acaben condenándolo, pero en cualquier caso la historia se alargaría. Durante ese tiempo, el asesino andaría suelto sin que nadie lo buscara. Esa idea no me gusta nada porque es posible que Gillian esté en la lista negra de ese chiflado. No me interesa contribuir a que la policía encuentre una solución simple e inmediata del caso y eso demore la detención del verdadero culpable.

—De verdad que yo no he sido —dijo Samson. ¿Cuántas veces había dicho ya esa frase? ¿Cuántas veces tendría que repetirla antes de poder probarlo?

John asintió.

—Eso lo dicen todos. Trabajé bastante tiempo como policía. He conocido a asesinos que parecían tan inofensivos y simpáticos como usted y al final resultaron haber cometido crímenes horribles. Y luego había gente de los que cabía esperar cualquier cosa que en realidad eran incapaces de matar a una mosca. Es muy difícil. Nadie lleva las convicciones propias escritas en la frente.

—Entonces, ¿qué tengo que hacer ahora? Bartek le ha dicho enseguida dónde me alojo. Y usted está convencido de que volverá a hacerlo cuando la policía acuda a verlo de nuevo. Aquí no estoy seguro. Además, apenas me queda dinero.

—De momento, quédese en esta habitación —dijo John—. Ya se me ocurrirá algo.

—¿Puedo ponerme en contacto con usted de algún modo? —preguntó Samson.

John fue hacia la puerta y la abrió.

—No. Deje que sea yo quien se ponga en contacto con usted.

—Perdone, pero… ¿volverá?

—Tendrá noticias mías —le prometió John.

Jueves, 7 de enero

1

—¿Tienes tiempo esta noche? —preguntó John. Estaba sentado al volante de su coche y ya había aparcado frente al edificio en el que vivía Tara.

Gillian, que estaba sentada junto a él, negó con la cabeza.

—Becky me necesita. Y… no quiero que se lleve la impresión de que nos vemos continuamente.

La policía ya había desprecintado la casa, pero Gillian había decidido no vivir allí de momento. El horrible suceso era todavía demasiado reciente, estaba demasiado presente. Gillian no creía que Becky fuera capaz de soportar volver a vivir en esa casa tan pronto y, de hecho, ella misma tampoco estaba segura de ello. Solo había querido pasar a recoger un par de cosas, algo de ropa y unos libros, y John se había ofrecido para acompañarla. Agradeció no tener que acudir sola a su antigua casa. Todo le había parecido igual que siempre y, sin embargo, ya no lo consideraba su hogar, el que había formado junto a Tom, en el que habían vivido como una familia con Becky. En el salón todavía estaba el árbol de Navidad y en el frigorífico empezaba a pudrirse la comida. Las luces navideñas y la estrella de paja que decoraban las ventanas parecían reliquias de un tiempo remoto en el que había reinado el orden, la intimidad, la mesura y la normalidad.

Esos tiempos no volverían jamás.

—¿Piensas conservar la casa? —le había preguntado John cuando estaban en el comedor, mientras contemplaban con angustia el lugar en el que habían sucedido los hechos, la silla sobre la que Tom se había desplomado y había muerto.

Ella se había encogido de hombros.

—La pregunta es si quiero seguir viviendo aquí, si puedo seguir viviendo aquí.

—¿Y qué harás con la empresa?

—Tenemos buenos colaboradores. De momento las cosas marchan, incluso sin que yo me ocupe mucho de ello. Por supuesto, pronto tendré que tomar una decisión. Ahora solo quedo yo para dirigirla, pero todavía no sé si podré seguir.

A continuación había recogido sus cosas con movimientos cada vez más rápidos y precipitados, puesto que de repente se había dado cuenta de que no quería pasar más tiempo en esa casa. Volvió a respirar hondo en cuanto estuvo sentada en el coche de nuevo.

—Ha sido peor de lo que me esperaba —dijo Gillian.

John la ayudó a subir dos cestas de ropa con varios enseres por la escalera del piso de Tara y luego se despidió de ella. Cuando Gillian abrió la puerta y entró en el piso, lo primero que vio fue la mirada cargada de odio de su hija.

—¿Por qué le has dicho que se vaya? ¿Te crees que soy tonta? Sé que has vuelto a estar con él.

Tara, que estaba sentada frente a una montaña de expedientes, alzó la mirada con preocupación.

—Estaba mirando por la ventana. Os ha visto ahí abajo, a Burton y a ti.

Gillian intentó acariciarle el pelo a Becky, pero la chica se apartó de ella bruscamente.

—¡Es mi entrenador de balonmano, mamá! ¿No podrías dejarlo en paz? ¿Y él a ti?

—Becky, solo me ha ayudado a recoger un par de cosas de casa. No me apetecía ir sola. Me alegro de que me haya acompañado.

—¿No podías ir con nadie más? ¡Podría haberte ayudado Tara!

—Alguien tenía que quedarse contigo —arguyó Tara.

—Puedo quedarme perfectamente un par de horas sola. Además, también podría haber ido contigo.

—De ningún modo —dijo Gillian—. Becky, lo que viviste en esa casa fue horrible y no estaría bien que…

Los ojos de Becky echaban chispas.

—¡No me vengas con eso, mamá! ¡Como si te preocuparas tanto por mí! ¡Si yo te importara un poco, no te estarías follando a John!

—¡Becky! —exclamó Gillian escandalizada.

—Vamos, Becky, te estás pasando con esas acusaciones —la amonestó Tara—. Y no deberías utilizar esa clase de expresiones tan vulgares.

—Entonces, ¿cómo llamarías a lo que están haciendo mi madre y John? Es muy vulgar, Tara, o sea que yo tampoco tengo que andarme con rodeos.

—No hacemos completamente nada —repuso Gillian—. Es un amigo, nada más.

Becky estaba completamente airada.

—¡Deja de tratarme como a un bebé! Ni siquiera me has contado todavía lo que estuviste haciendo la noche en la que mataron a papá. Y sé muy bien que eres demasiado cobarde para contármelo.

—Ya te lo dije. Estuve en un restaurante. Sola. Quería estar tranquila para poder pensar.

—¡Tú en un restaurante! —exclamó Becky en tono hostil—. ¡Sola! Nunca sales a comer sola. ¡Lo que hiciste fue ir a ver a John y probablemente te estabas acostando con él mientras alguien entraba en casa y disparaba a mi padre!

Mientras pronunciaba esas últimas palabras, empezó a fallarle la voz. A pesar de la rabia con la que se enfrentaba a su madre, seguían siendo más fuertes el dolor, la desesperación y el absoluto desconcierto en los que la había sumido ese horrible suceso. Todavía tenía marcadas a fuego las horas que había tenido que soportar el miedo a morir. No era más que una niña, y además una niña trastornada, asustada y triste.

—Becky, vamos a… —dijo Gillian mientras daba un paso para acercarse a su hija. Sin embargo, Becky se volvió y salió corriendo de la estancia. La puerta del cuarto de baño retumbó tras ella y se oyó cómo le daba la vuelta al cerrojo.

Gillian y Tara se miraron fijamente.

—Tal vez deberías dejar de negarlo —le aconsejó Tara—. Me refiero a lo que hay entre John Burton y tú. Es una chica despierta y se da cuenta de que hay algo entre vosotros que no tiene nada que ver con la amistad. Cualquiera podría percatarse de ello. Mientras sigas negándolo tendrá la sensación de que le estás mintiendo y eso no es bueno para vuestra relación.

—Pero si lo admito, también me odiará.

—Le ha sucedido algo terrible. Han asesinado a su padre y ella se ha librado por un pelo de correr la misma suerte. Está inmersa en una pesadilla. Ese mundo de protección en el que vivía se ha derrumbado de la noche a la mañana. Y su madre…

—¿Sí? —preguntó Gillian al ver que Tara se detenía—. ¿Qué pasa con su madre?

—Creo que tiene la sensación de que dejaste a su padre en la estacada. De que murió por eso.

—Pero yo no podía saber…

—Claro que no. Pero intenta ponerte en su lugar y ver las imágenes que se agolpan en su cabeza: su madre se acuesta con el guapo entrenador de balonmano mientras alguien entra en casa y dispara a ese padre al que tanto quería. ¿A quién debería odiar si no a ti? ¿A ese asesino desconocido, sin rostro?

—Me pregunto si conseguiremos superar esta situación —susurró Gillian.

—Tiene que pasar el tiempo —dijo Tara.

Gillian se sentó en un sillón y apoyó la cabeza en las dos manos.

—No me he volcado en una relación de golpe y porrazo, Tara, de verdad que no. No ha sido tan sencillo. Tom y yo nos habíamos distanciado mucho últimamente. Hacía tiempo que me sentía muy sola en nuestro matrimonio.

—Por desgracia, John no se ganará más simpatía por eso —repuso Tara—. Puede que sean mis prejuicios, porque solo lo conozco de vista, pero lo encuentro demasiado guapo, demasiado seguro de sí mismo, demasiado experto. El eterno seductor que a la hora de la verdad nunca se compromete con nadie. Espero que a su lado no llegues a sentirte todavía más sola de lo que te sentiste junto a Tom.

—No tengo ni idea de cómo irá lo nuestro —replicó Gillian para rechazar el argumento, pero las palabras de Tara ya habían calado hondo. Su amiga había verbalizado a la perfección lo que más inquietaba a Gillian: la soledad en la que vivía John. Aquella carrera que había echado a perder. El hecho de que no hubiera podido o querido mantener ninguna relación estable. Su piso, en el que prácticamente no había muebles, como si tuviera miedo de tenerlos.

Al final Gillian sintió la necesidad de hablar de ello. Tara era fiscal, pero también su mejor amiga.

—Por cierto, no siempre ha sido el jefe de una empresa de seguridad —comentó como si se tratara de algo sin importancia—. Había trabajado en Scotland Yard. Como inspector.

—¿De verdad? ¿Y por qué lo dejó?

Gillian titubeó y bajó la mirada.

—Por una tontería —respondió Gillian—. Tuvo un idilio con una chica que estaba en período de prácticas y que lo denunció cuando él quiso cortar con ella. Por coacción sexual.

Levantó los ojos al ver que no obtenía respuesta y se dio cuenta de que Tara la estaba mirando absolutamente desconcertada.

—¿Perdona? —preguntó Tara, al fin.

—Hubo una investigación, pero la fiscalía acabó retirando las acusaciones. Varios peritajes exculparon a John. La joven incurrió en contradicciones una y otra vez. John fue declarado inocente.

—Ah, claro. Por supuesto. ¡Está claro que ella lo denunció sin ningún motivo!

—Se volvió histérica tras haber fracasado en un examen y al ver que John se negaba a sacarla del apuro. Se volvió completamente loca. Ese fue el motivo por el que él decidió cortar la relación. Eso solo consiguió enfurecerla aún más y luego… bueno, ella quiso hacérselo pagar caro.

—Gillian, como es natural, estoy familiarizada con ese tipo de casos. Si realmente hubo una investigación y el caso acabó en la fiscalía es que había indicios que apuntaban contra John Burton. Y a favor de la joven.

Gillian se arrepintió de haber sacado el tema. Lo había hecho para encontrar consuelo, pero tenía claro que Tara no haría más que reforzar sus miedos y sus dudas. Y porque durante todo ese tiempo había sospechado que no era una buena idea compartir con ella esa historia. Ojalá no hubiera cambiado de opinión al respecto.

—Cuando John estaba a punto de separarse de ella, acabaron teniendo relaciones sexuales, pero…

—¿De veras? O sea que pudieron comprobar su esperma.

—Sí. Pero él no negó ni un momento que…

—Deja que lo adivine —dijo Tara—. En realidad quería cortar con la relación. Por otra parte, la jovenzuela estaba buenísima, por lo que él no pudo resistir la tentación de acostarse con ella por última vez. Y ella lo consintió, por supuesto, porque no se le ocurrió nada mejor que echarle un buen polvo al tipo que ya le había anunciado que quería dejarla. Posteriormente ella se enfadó porque a pesar de todo él había puesto punto y final a la relación y la muy bruja salió corriendo, furiosa y con ansias de venganza, directa hacia comisaría para conseguir, al menos, ver cómo él acababa entre rejas y con la carrera arruinada. Así es como él te lo contó, ¿verdad?

Gillian se frotó la frente.

—Con esas mismas palabras, no —contestó—, pero en el fondo, sí.

—En el fondo siempre es la misma historia —aseveró Tara—. La versión del acusado, en todo caso. No te imaginas la cantidad de historias de esa clase que acaban en mi mesa en forma de expediente, Gillian. En ese caso, en realidad no puede hablarse de violación. ¡Es solo la conspiración que una pérfida mujer ha maquinado para jugarle una mala pasada a un hombre que no la quería como ella merecía!

—También se inflingió heridas a sí misma, lo confirmaron varios peritos forenses. Tara, ¿cómo puedes pensar que todo el mundo se ha conjurado para tramar un complot que permita exculpar a John Burton de las sospechas de un crimen atroz?

—En casos como esos —explicó Tara—, apenas puede probarse nada. Tanto por un lado como por el otro.

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