Para Newton, tanto el espacio como el tiempo eran absolutos. El espacio era fijo, infinito, inmóvil y métrico, y sobre él podían medirse los movimientos absolutos. Para él, esto quedaba demostrado por la fuerza centrífuga producida por los cuerpos en rotación, que él conjeturó acertadamente que era la causa de que la Tierra estuviera más abultada en el ecuador. Sería de tontos, argumentaba, suponer que un cubo de agua giratorio, que arrojaba agua por los bordes, estaba en reposo con todo el universo que giraba alrededor de él. Por supuesto, era imposible que se le hubiera ocurrido una teoría de la relatividad general, en la que hasta el movimiento rotatorio es relativo, pero ¡cómo habría disfrutado si pudiera volver hoy al mundo! «Perdóname, Newton», escribió Einstein en cierta ocasión.
Tampoco se puede reprochar a Newton que no entendiera la evolución cosmológica y biológica. Como otros muchos teístas anteriores y posteriores, veía en las intrincadas pautas de la vida una prueba más del maravilloso trabajo de Dios. Le impresionaba de manera especial la simetría bilateral:
¿Puede ser casualidad que todas la aves, mamíferos y hombres tengan el lado derecho y el izquierdo con la misma forma (excepto los intestinos), y justamente dos ojos y no más, uno a cada lado de la cara, y justamente dos orejas, una a cada lado de la cara, y una nariz con dos orificios y no más entre los ojos, y una boca bajo la nariz, y dos patas o dos alas o dos brazos en los hombros, y dos piernas en las caderas, una a cada lado, y no más?
¿Habría aceptado Newton la evolución si hubiera vivido después de Darwin? De hacerlo, la habría considerado el método elegido por Dios para la Creación, aunque esto habría echado por tierra su creencia en la exactitud del Génesis.
También sospecho que Newton, si se reencarnara hoy, aceptaría la mecánica cuántica. De hecho, pensaba que la luz está formada por partículas, independientes del espacio aunque influidas de algún modo por el espacio. En la mecánica cuántica, la luz es a la vez una onda y una partícula, llamada fotón.
La pasión de Newton por la alquimia sólo era superada por su pasión por las profecías bíblicas. Gastó cantidades increíbles de energía mental intentando interpretar las profecías de Daniel en el Antiguo Testamento y el Libro de la Revelación en el Nuevo. Dejó escritas más de un millón de palabras sobre este tema, y se consideraba el primero que había interpretado correctamente ambos libros. Habiendo tenido tanto éxito en la resolución de algunos de los acertijos del universo de Dios, dedicó su talento a intentar resolver los acertijos planteados por la Sagrada Palabra de Dios.
Newton estaba firmemente convencido de que los libros de Daniel y del Apocalipsis, correctamente descifrados, demostraban que la historia del mundo iba a terminar con la Segunda Venida de Jesús, seguida por su juicio a los vivos y los muertos. En su juventud, Newton especuló que una posible fecha para la Segunda Venida sería 1867, pero algún tiempo después decidió que era una tontería utilizar la Biblia para predecir el futuro. Lo más que podemos hacer es reconocer las predicciones cumplidas después de que ocurran los sucesos predichos. Como millones de protestantes del siglo XVII, creía que el Papa era el Anticristo profetizado en el Apocalipsis: una encarnación de Satán en su último e inútil intento de frustrar el plan de Dios para limpiar de pecado el universo.
Aceptaba la profecía que dice que en los últimos días los judíos regresarán a Jerusalén y se harán cristianos. A la llegada de Jesús le seguirá un Milenio durante el cual el Señor gobernará el mundo «con mano de hierro». Ya en su vejez, Newton cambió la fecha de la Segunda Venida a algún momento después del final del siglo XXI.
Seis años después de la muerte de Newton, se publicaron en Londres sus Observaciones sobre las profecías de Daniel y del Apocalipsis de san Juan. El libro se reeditó en 1922, pero desde entonces, asombrosamente, ha sido imposible de encontrar. El único resumen de su contenido que conozco es un capítulo del segundo tomo de la obra de Leroy Edwin Froom,
The Prophetic Faith of Our Fathers
(Review and Herald, 1950-1954), un voluminoso tratado en cuatro tomos, escrito por un historiador perteneciente a los adventistas del Séptimo Día. Froom era un gran admirador de las opiniones religiosas de Newton, muchas de las cuales son compartidas por los adventistas, entre ellas la identificación del papado con el Anticristo y la creencia en que Dios creó el universo por medio de Jesús. Al igual que los adventistas, Newton entendía que las cuatro partes de la imagen metálica que se describe en el capítulo 2 del Libro de Daniel simbolizan las sucesivas potencias mundiales de Babilonia, Persia, Grecia y Roma. Como los adventistas, interpretaba que el crecimiento del «cuerno pequeño» de la cuarta bestia de Daniel representaba el auge del papado.
¿Y qué hay del 666, el misterioso número de la Bestia, según la Revelación? Como los adventistas actuales, Newton creía que aún no conocemos su significado. Sería interesante comparar la exégesis newtoniana de las profecías bíblicas con el clásico texto adventista,
Reflexiones sobre el Libro de Daniel y el de la Revelación
, una obra publicada en 1882 por Uriah Smith.
Para apoyar su convicción de que el Antiguo Testamento es historia exacta, Newton trabajó en una elaborada cronología de la historia del mundo, utilizando datos astronómicos como los eclipses y los movimientos de las estrellas, y leyendas como la de Jason y los Argonautas, que él consideraba historias auténticas.
Con increíble ingenio, procuró armonizar la historia bíblica con las historias laicas del mundo antiguo. Da pena imaginar los descubrimientos que Newton podría haber hecho en matemáticas y física si su gran intelecto no se hubiera distraído con tan extravagantes especulaciones.
Los escritos de Newton sobre las profecías bíblicas resultan tan embarazosos para sus admiradores que hasta ahora se ha hablado poco o nada de ellos. El largo ensayo sobre Newton de la famosa undécima edición de la
Encyclopaedia Britannica
dedica sólo un breve párrafo a sus estudios bíblicos. En la decimocuarta edición no se mencionan para nada, y en la decimoquinta y última edición de la Macropaedia sólo se les dedica un párrafo.
¿Qué opinaba Newton de sus grandes descubrimientos físicos? Sorprendentemente, parece que los consideraba poco más que entretenimientos juveniles. En un memorable párrafo, frecuentemente citado, se compara a sí mismo con «un niño que juega en la playa y se distrae encontrando de vez en cuando un canto más pulido o una concha más bonita de lo normal, mientras el gran océano de la verdad se extiende ante mí sin ser descubierto».
La peculiar personalidad de Newton, introvertida y ensimismada, sigue siendo un enigma. Sus contemporáneos se fijaron en su melancólico semblante. Aunque de vez en cuando sonreía, casi nunca reía. Permaneció soltero toda su vida y no sentía ni el más mínimo interés por el sexo. Unos cuantos analistas freudianos han considerado muy importante que su padre muriera antes de que él naciera y han sugerido que Newton fue un homosexual reprimido.
La principal evidencia es que, en su edad madura, Newton se sintió muy atraído por Nicolás Fatio de Duillier, un excéntrico discípulo suizo veinte años más joven que él. Gale Christianson, en su biografía de Newton,
In the Presence of the Creator
(1984), considera muy dudoso que existiera alguna actividad sexual entre los dos, pero añade: «Por otra parte, su correspondencia —con sus encendidos halagos, la mutua nostalgia por la separación y los melancólicos cambios de ánimo— contiene insistentes sugerencias de un idilio malogrado. La misma ruptura definitiva parece haber sido consecuencia de su angustioso deseo de compartir los mismos aposentos, un deseo que posiblemente fue anulado por el miedo a lo que podría ocurrir si lo intentaran». A Newton no le interesaban ni la música ni el arte, y en cierta ocasión describió despectivamente la poesía como «disparates ingeniosos». Nunca hizo ejercicio, no tenía aficiones recreativas ni interés por los juegos, y estaba tan obsesionado con su trabajo que muchas veces se olvidaba de comer o comía de pie para ganar tiempo. Tenía pocos amigos, e incluso con ellos se mostraba con frecuencia pendenciero y rencoroso. En una de sus cartas a John Locke, su mejor amigo entre los filósofos británicos, le decía:
Siendo de la opinión de que siempre intentas embrollarme con tus lamentaciones y por otros medios, me sentía tan afectado por ello que cuando alguien me dijo que estabas enfermo y no vivirías, le respondí que mejor estarías muerto. Deseo que me perdones por esta falta de caridad.
Locke respondió a la carta concediendo su perdón y expresando su inextinguible cariño y estima. Newton casi nunca reconoció el mérito de otros científicos cuyos trabajos anteriores habían influido en el suyo. Siempre insistió en recibir todo el crédito por sus descubrimientos y acusó duramente a Leibniz, cuya metafísica despreciaba, de haberle robado su invención del cálculo. Ahora se sabe que los dos descubrimientos fueron independientes. Newton lo hizo antes, pero la notación de Leibniz era mejor.
Pocos años después de la publicación de sus
Principia
, Newton sufrió una tremenda crisis mental que tardó un año o más en superar. Se caracterizó por graves insomnios, profunda depresión, amnesia, pérdida de capacidad mental y delirios paranoicos de persecución. En años recientes, unos cuantos estudiosos han sugerido la posibilidad de que padeciera envenenamiento con mercurio y otros metales tóxicos, causado por sus experimentos alquímicos. Otros han conjeturado que durante toda su vida fue un maniacodepresivo, con cambios de humor alternativos que le hacían pasar de la melancolía a la actividad eufórica. Su crisis fue simplemente el más grave de dichos episodios.
Cuando los manuscritos de Newton sobre alquimia se vendieron en 1936 en una subasta de Sotheby's, el principal comprador fue el economista John Maynard Keynes. En una brillante conferencia sobre Newton, pronunciada en 1947 en la
Royal Society
con motivo de la celebración del tercer centenario de Newton, Keynes dijo que había leído millones de palabras de Newton sobre alquimia y le habían parecido «totalmente desprovistas de valor científico». Los instintos más profundos de Newton eran «ocultistas, esotéricos, con un intenso rechazo del mundo: un hombre arrebatado, consagrado, solitario, concentrado en sus estudios con intensa introspección, con una fortaleza mental que tal vez nunca haya tenido igual».
En cuanto a los descubrimientos de Newton en cuestiones matemáticas y físicas, Keynes creía que no se debieron tanto a los experimentos como a su increíble intuición. Más adelante, Newton los adornó con demostraciones formales y pruebas que tenían poco que ver con las inspiraciones que parecían entrar en su cerebro por pura magia. Keynes lo expresó de este modo:
En el siglo XVII, y a partir de entonces, Newton estuvo considerado como el primero y el más grande de los científicos de la era moderna: un racionalista que nos enseñó a pensar siguiendo las directrices de la razón fría y sin matices. Yo no lo veo de este modo. No creo que nadie que haya contemplado el contenido de aquella caja que se llevó cuando por fin abandonó Cambridge en 1696, y que —aunque parcialmente disperso— ha llegado hasta nosotros, pueda verle de ese modo. Newton no fue el primero de la era de la razón; fue el último de los magos, el último de los babilonios y sumerios, la última gran mente que contempló el mundo visible e intelectual con los mismos ojos que los que empezaron a construir nuestro legado intelectual hace bastante menos de 10.000 años. Isaac Newton, hijo póstumo, nacido sin padre el día de Navidad de 1642, fue el último niño prodigioso al que los Reyes Magos podrían rendir sincero y adecuado homenaje.
Mis principales referencias para elaborar este ensayo han sido la magnífica biografía de Newton escrita por Richard Westfall,
Never at Rest
(1980); el libro de Frank Manuel,
The Religion of Isaac Newton
(1983); el artículo de 60 páginas sobre Newton escrito por Bernard Cohen para el
Diccionario de biografías científicas
(1974); y dos importantes artículos de Richard Popkin: «Newton and the Origins of Fundamentalism» («Newton y el origen del fundamentalismo»), reproducido en
The Scientific Enterprise
(1992), editado por Edna Ullmann-Margalit; y «Newton and Fundamentalism» («Newton y el fundamentalismo»), en
Essays on the Context, Nature and Influence of Isaac Newton's Theology
(1990), por James Forcé y Popkin. Popkin presenta un convincente argumento sobre la enorme influencia de la exégesis bíblica de Newton en los primeros tiempos del fundamentalismo protestante.
Addendum
El 15 de marzo de 1996, a las 15.30, después de mecanografiar la última página de la columna que sirvió de base a este capítulo, ocurrió una coincidencia asombrosa. Miré por la ventana de mi despacho. Acababa de parar de llover. Sobre una hoja, fuera de la ventana, una gota de agua brillaba con un brillo rojo. Moví despacio la cabeza de lado a lado y vi que la gota pasaba por todos los colores del arco iris. El Sol parecía estar exactamente en el punto preciso del cielo, en relación con mis ojos. Por supuesto, pensé inmediatamente en Newton. Me sentí como si me hubiera hablado desde el Más Allá.
Byron, otro poeta inglés que admiraba a Newton, en el canto 10, estrofa 1 de Don Juan, describía el descubrimiento de la gravedad por Newton:
Cuando Newton vio caer una manzana, descubrió en aquel leve sobresalto que le sacó de su contemplación —eso dicen (pues yo no pienso responder en este mundo de las creencias o cálculos de ningún sabio)— un modo de demostrar que la Tierra se hizo redonda girando del modo más natural, llamado «gravitación». Y éste fue el único mortal que salió bien librado, desde Adán, de una caída o de una manzana.
Richard Westfall, que fue profesor de historia y filosofía de la ciencia en la Universidad de Indiana y pasó veinte años investigando para su biografía definitiva de Newton, falleció en 1997.
El año siguiente se publicó otra biografía,
Isaac Newton: The Last Sorcerer
, de Michael White (Isaac Newton, Ediciones SM 1991).
Los dos principales libros sagrados de las religiones mundiales son la Biblia y el Corán. Puesto que se cree que Dios dirigió la escritura de ambos, no es muy difícil entender que los seguidores de cada uno supongan que su texto, inspirado por la divinidad, puede contener estructuras matemáticas ocultas que demuestren el origen sobrenatural del libro.