Read The Chicano/Latino Literary Prize Online
Authors: Stephanie Fetta
Sound heard: BLAST! BLAST! BLAST! BLAST! BLAST! BLAST!
MOUSIE: | Little Mary's down! |
MANUEL: | Flaco's hit! |
BETO: | I told you guys, you better be packing. |
OSO: | Nobody panic! Just stay down on the floor. Girls, you're not doing anything for Little Mary by screaming. Get to the phone. |
ALBERT: | What's going on, man? Is it the dust or is this?! Oh, man, get me off of this shit, I don't want to die. |
CINDY: | My mom told me not to come. |
EL RAY: | My mom told me to stay home, come on, Cindy. |
DREAMER: | FUCKIN' VICKIE'S TOWNâTHE WHOLE GANGA IS HERE! WHERE'S THE FUCKIN' PIGS WHEN YOU NEED 'EM? |
OSO: | THIS IS A SET-UP. FUCKIN' NARCS. THEY'LL LET EACH OTHER OFF FIRST! MOUSIE, DID YOU CALL THE PIGS? STAY DOWN AND SHUT THE FUCK UP OR WE'RE GOING DOWN! |
MOUSIE: | Little Mary's still breathing ⦠Operator, this is an emergency. There's been a shooting, we need an ambulance. Two people are down, there's a war outside, there's shooting. |
LINDA: | My God, Flaco's not breathing. FLACO-O-O-O-O, FLACO-O-O-O-O! |
CINDY: | Oh, Flaco, please don't die. |
CYCLONE: | DON'T GO OUT THERE, BETO! BETO, BETO! |
STELLA: | BETO'S DOWN. BETO, BETO, BETO, BETO! |
ROCKY: | STELLA, GET DOWN! |
OSO: | FUCKIN' ROCKY, LET BETO BE. DON'T GO OUT THERE, BETO, DON'T GO! |
MOUSIE: | GET THE FUCKING POLICE HERE RIGHT NOW. WE'RE ALL GONNA DIE. 3-3-0 SPENCER, NOW! |
CYCLONE: | EVERYONE QUIET! SHUT UP! WE GOTTA THINK! OSO, PINO, CHINO, RAY, LET'S GIVE IT TO THEM! BARRIO HORSESHOE RIFA Y QUÃ! |
EL RAY: | You ladies stay low, watch Little Mary. Let's see, Mousie, get a towel, and press here, like this, you got it? Cindy, leave Flaco alone. Linda, watch Cindy, get her calmed down. |
Sound heard: CRASH! CRASH! CRASH! CRASH! CRASH! CRASH!
CHINO: | Oh, man ⦠Look at my ranfla ⦠|
MOUSIE: | Get away from the window, Chino, you're gonna get your brains blown out. |
OSO: | This is it, homies. Get your cuetes, fileros. Out in the garage, get the tire irons and the axe. ¡Vamos a darles en la madre! |
STELLA: | The ambulance is here. |
EL RAY: | Here comes the police force.⦠Oh, wow! I hope they don't blow our vatos away. Vickie's Town culeros just split. |
OSO: | TRUCHA! We ain't gettin' them here tonight! |
DANNY: | FUCK. Look at all the pinchis ranflas. |
OSO: | Look at my fuckin' house, man. |
PINO: | What the fuck brought this down? |
HEDDY: | Rocky and Beto are hit.⦠Rocky's doing real bad ⦠|
VENADO: | Pinchi Tinto de Vickie's Town had a pleito with ⦠|
OSO: | No, officer, we don't know what happened; we were just having a party ⦠|
Gloria Velásquez
Third Prize: Short story
Tuve la sensación de haber vivido este momento en otra ocasión, de haber pisado cuidadosamente, primero con el pie izquierdo, luego con el derecho hasta encontrarme parada en el pavimento familiar. SerÃa déjà vu, como decÃan los gringos, quizás, o tal vez otra vaga ilusión de la vida. SÃ, eso debÃa ser. Me fijé a mi alrededor. Era el motel dilapidado que hace años habÃa sido convertido en una fila militar de apartamentos de una recámara. Les sonreà a los niños descalzos que jugaban enfrente de las puertas de tela. Ãste era el lugar donde se reunÃan los pobres blancos, las madres que dependÃan de la ayuda del gobierno, los borrachos del pueblo y los hombres que golpeaban a sus esposasâéste era el centro de constantes asaltos de inmigración y aquà me encontraba yo, en el mero centro de todo, sintiéndome como si una vez antes habÃa estado aquÃ. Toqué rápidamente en el marco de la puerta de tela, tratando de ignorar la música ruidosa que venÃa del parque, al otro lado de la calle donde los adolescentes de pelo largo se juntaban con sus
six-packs
de cerveza y sus estéreos a todo volumen.
El sonido de los pasos de mi abuelito me recordaron la razón por la cual habÃa venido.
âPásale, hijitaâ me dijo y corrió la puerta de tela.
âQuiúbo, DalÃn, âle dije, usando el apodo para el hombre que todos conocÃan como don Luis. Le di un beso en su mejilla de indÃgena tan bien conocida por mÃ.
â¿Cómo te has sentido, jita? Siéntate âme dijo el DalÃn, apuntando a una sillaâ. Me da gusto que viniste.
How you like it?
âEstá suave, Grandpa âle contesté, sentándome a su lado en el viejo sillón. Empecé a recorrer la pequeña sala, tenÃa una televisión blanco y negro, un sofá verde y descolorido, las paredes pintadas color crema empezaban a pelarse. Desde donde estaba, pude ver una ventana pequeña, pero estaba bien tapada con unas cortinas para que no entrara la luz. Cerca de mà estaba un calentón de gas en el piso junto a una puerta media abierta que daba a un pequeño cuarto de baño.
Se oÃan unos ruidos del apartamento de al lado.
âGente loca. Siempre haciendo ruido âme dijo el DalÃn, leyéndome los pensamientosâ. ¿Ves la estufita que tengo, jita? âcontinuó, apuntando al pasillo que daba a una pequeña cocinaâ. Hace muy buena comida. Pero me traen Meals on Wheels al mediodÃa, asà que nada más hago la cena. ¿Cómo has estado, jita? ¿Por qué no te acompañó Raúl?
âRaúlâsuspiré sin contestarle. Recordé aquella noche cuando sentà por última vez el dolor de sus manos que bruscamente me acariciaban los senos
hasta llegar al bulto que cargaba dentro de mÃ. Para qué decirle que ya hacÃa meses desde que lo habÃa visto, mejor mentir, ¿acaso no era la vida una bola de mentiras, una bola enorme que rodaba y rodaba, apachurrando todo lo que encontraba en su camino?
Me vi levantarme. Escuché el sonido de mis pasos sobre el piso de linóleo de la cocina. Heché un vistazo a la pequeña estufa, a los muebles, a las paredes sucias, manchadas de tanto sufrir. Pensé entonces en el cuerpo desnudo de Raúl, su sexo duro y ansioso por penetrarme.
âVen, hija, siéntate âinsistÃa el DalÃn, jalándome del lado de Raúlâ. Anda, te voy a traer unas galletas que hice, son como las que te hacÃa la Nana.
Regresé a la sala y me senté otra vez. Callada, miré al DalÃn entrar a la cocina y empezar a abrir los trasteros. Fue entonces cuando se me vino a la memoria la última vez que habÃa visto a la Nana viva y sana. Estábamos viviendo en la casa verde detrás de la botica. Una noche, el DalÃn habÃa traÃdo a la Nana y la habÃa dejado con nosotros mientras se iba de borreguero, informándonos que ya no la podÃa dejar sola. Desde ese dÃa, la Nana habÃa vivido con nosotros, pasando hora tras hora sentada en el sofá como bulto, la mirada fijada en la televisión, perdida en su propio mundo. Yo habÃa tratado de hablarle, pero ella no me habÃa hecho caso. Antonio le acariciaba el cabello, la besaba en la mejilla arrugada cada vez que salÃa con sus amigos. Luego, una noche, mi mamá nos habÃa rogado que la cuidáramos por un rato mientras ellos iban a la casa de sus compadres, pero no quisimos, yo me querÃa ir con Mercedes a un
sock-hop
y Antonio estaba apurado por irse con sus amigos. Por eso, cuando se la tuvieron que llevar en la madrugada casi muerta al hospital para que los médicos la examinaran como cadáver y pudieran confirmar su hipótesis, lloré, maldije, me rasguñé las entrañas hasta sentir la sangre escurrir y caer en gotas gruesas sobre mis pies. Pero Antonio no habÃa dicho nada, ni un suspiro se le habÃa escapado, aún cuando la visitamos por última vez y vimos el maldito cáncer que empezaba a escaparse por todo su cuerpo. Desde ese dÃa sentà a Antonio diferente, como si él mismo hubiera probado la muerte.
Casi no vimos al DalÃn después de la muerte de la Nana. La mayorÃa del tiempo se iba de borreguero a diferentes pueblos, huyendo de sà mismo, de las memorias de aquella muchacha joven de la cual se habÃa enamorado aquel dÃa al lado del rÃo en la Tierra del Encanto. Años después, circuló el chisme que el DalÃn tenÃa una novia, una mujer cuya familia era de Nuevo México. Cuando mis tÃos se enteraron, se lo reclamaron, pero él no lo negó, informándoles que pensaba casarse con doña Soledad. Mis tÃos se habÃan enfurecido, peor aún más mis padres. ¿Cómo podrÃa el DalÃn pensar en casarse con otra tan pronto después de la muerte de la Nana? Le habÃan gritado, llamándolo un viejito loco. Pero a mà eso no me habÃa importado. Yo los habÃa ignorado. Me estaba convirtiendo en una mujercita llena de sueños
de irse a California, de casarse e irse lo más lejos de ese pueblito muerto. ¿Qué me importaba a mà la vida del DalÃn, menos la de mis padres? Sólo las constantes peleas con Antonio interrumpÃan mis sueños torpes. Antonio no era como yo. Ãl no podÃa sobrevivir de sueños como yo. Ãl era impaciente, siempre me molestaba cuando se aburrÃa y por su frustración de no encontrar un trabajo. Yo sabÃa que estaba harto del betabel y, como el resto de sus amigos, resentÃa que nadie en los pueblitos de Colorado le diera trabajo a los mexicanos que no fuera trabajo de campo. Era al principio de los años sesenta y no habÃa en esos pueblitos racistas un Martin Luther King, Jr. Pero yo no era como Antonio, yo sà podrÃa ignorar todo esto sin dejarlo destruirme. Yo todavÃa asistÃa a la escuela secundaria y no dejarÃa que nada destruyera mis sueños.
La voz del DalÃn me rescató del pasado. âÃndale, jita, comeâinsistió, dándome un tacoâ. Quiero que conozcas a mi amigo, don Pedro, también es de Nuevo México.âAntes de que pudiera probar la comida, se acercó a la puerta y lo llamóâ: Compadre, venga. Compadre â¦
Unos momentos después, apareció un señor moreno y a pesar de su cuerpo delgado y jorobado, sentà la presencia de lo que antes habÃa sido un hombre fuerte, noble, como aquellos caciques aztecas del pasado antes de que la historia los atrapara como lo habÃa hecho con él y con muchos otros tatas indÃgenas. Me vi parada a su lado, sobre la inmensa pirámide del sol murmurando la antigua poesÃa que los indÃgenas habÃan creado para adorar a sus dioses, me sentà libre y llena de esperanzas. Le extendà la mano y me apretaron unos dedos largos que no parecÃan querer soltarme, como si lo ahogara un rÃo y solamente yo lo pudiera socorrer. Le retiré la mano. De repente, quise huir, esconderme como habÃa hecho esa mañana cuando Mamá me habÃa rogado que saliera para decirle adiós a Antonio antes de que se fuera a la guerra.
âSiéntese a platicar, compadre âle ordenó el DalÃn.
âNo puedo, compadre. Estoy esperando a mi hija.
â¿Está seguro que no es a la gringa Dorothy que espera, compadre? âle contestó el DalÃn, guiñándome el ojo y tocando a don Pedro ligeramente en el hombro.
Don Pedro dejó escapar una risa seca que le sacudió todo su cuerpo haciéndolo temblar hasta que por fin se escapó al aire libre. Vi la risa resonar contra las paredes sucias, la pequeña ventana, hasta que por fin cayó muerta a mi lado. Estiré la mano para tocarla, pero algo me detuvo.
âAy, don Luis, cómo es ustéâle contestó don Pedro. HabÃa volteado a verme otra vezâ. Bueno, señorita, mucho gusto. Me tengo que ir, don Luis.
Le estiré la mano a don Pedro y me quedé viendo su cuerpo frágil que, sigilosamente desapareció detrás de la puerta de tela.
âPobre compadre, esa vale mierda hija que tiene, viene nomás para quitarle su cheque. ¿Viste lo flaco que está? No quiere comer bien. Yo le doy de la comida que cocino porque esa porquerÃa que le traen las viejitas del Salvation Army no sirve. De todos modos come poco. Temo que se vaya a enfermar y se lo lleven al
rest home
, ni inglés sabe. Yo que tan mal hablo el inglés, hasta le gano.
En ese momento parecà escuchar la voz de Antonio y lo vi sentado en el piso de tierra jugando con sus soldaditos verdes. Quise resistir, quedarme con esas imágenes frágiles del pasado, pero la voz del DalÃn me jalaba a su lado. Le vi la cara y desesperadamente traté de encontrar a aquel orgulloso tata indÃgena que me habÃa criado, el que se paraba a bailar con los indios de Nuevo México que venÃan a bailar cada cuatro de julio en la feria. ¿SerÃa posible que él sólo existiera en mi memoria? SÃ, eso deberÃa ser.
â¿Cómo está doña Soledad? âbalbuceé, deseando cambiar de temaâ. ¿TodavÃa le habla diario?
Respiró profundamente antes de contestarme. âPobre Soledad, desde que le dio el último ataque se quedó paralizada. Según dice el chisme, han regresado todos porque la vecina que la cuidaba ya no puede con ella.â¦
Los cuatro hijos de doña Soledad habÃan llegado durante la noche, resbalán-dose silenciosamente como culebras por todo el camino de tierra hasta llegar a la casita de su madre. En un rincón de la pequeña cocina habÃan aventado sus maletas sin preocuparse por colgar su ropa o siquiera sacar el cepillo de dientes. Mecánica y cuidadosamente se habÃan abrazado, una palmadita en la espalda, “¡pos, cómo estás gordo! ¿Qué no haces al jog?” mientras pensaban, viejo pelón, nomás viene a sacarle dinero para mantener a esa puta. La gorda dominaba la conversación con pláticas de su hijo, el ingeniero de computación, de su hija la pianista, de su
pet poodle
Fifi, y mientras tanto, todos se fijaban en sus zapatos baratos, su pelo pintado y su
playtex girdle
que a cada rato se le subÃa, pellizcándola y haciéndola rascarse las nalgas. A la flaca se le atoraban las palabras, “po-po-bre-a-má” y cada vez que hablaba se escapaban unas carcajadas del grupo. Al verla palidecer y empezar a retorcerse con temblones fuertes, todos se callaban. El más joven, hombre con bastante educación, echaba chiste tras chiste con intención de romper el silencio de envidia y enojos que habÃan creado entre sà mismos, pero al ver que nadie le hacÃa caso, cambiaba de tema, “¿Vieron
That's Incredible
anoche? Salió un hombre que podÃa soplar
100 bubbles
por segundo”.