Read The Coyote Under the Table/El Coyote Debajo de la Mesa Online
Authors: Joe Hayes
The following day the king himself rode to the girl's house and invited her to join him for dinner. She traveled back with him to the palace, and that evening as they ate, the king asked her to tell him the story of her life. As the story unfolded, a look of wonder came over the king's face.
Finally he jumped up from the table and said, “Wait! I must show you something.” The king ran from the room, and when he returned he brought with him a shiny black snake skin. He explained to her that many years before, when he was hunting in the mountains, he strayed into the garden of an evil magician. He had tasted a leaf from a head of cabbage in the garden and fallen under a spell.
“I don't remember anything that happened for what may have been years,” the king said. “I have just the faint memory that a good person looked after me very kindly. And then one morning I woke up in the desert, not far from your little house, with this empty snake skin beside me.”
“Then you are my best friend!” the girl cried. And it was true. And not long after that he became her husband as well. They left the palace and its barren fields and moved into her house in the middle of the fertile green garden.
But the girl always wondered what had become of her father, so they journeyed back to her old home. They found the woodcutter looking very old and very sad from long years of wondering why his beloved daughter had disappeared. When he saw her, he was finally able to die in peace.
The girl returned with her husband to live among the flowers and trees of her garden. Whenever they sang or laughed together, the garden grew bigger. And whenever the thought of her father brought a tear to the girl's eye, rain fell to make the garden grow greener and greener.
L
Ãste era un hombre que tenÃa una sola hija y la muchacha era la única familia que tenÃa en este mundo. El hombre era leñador y con su hija llevaba una vida muy humilde.
Un dÃa la muchacha pidió a su padre que le trajera un col para que lo cocinara para la cena. Aunque el leñador era muy pobre siempre querÃa complacer a su hija, asà que cuando regresó a casa esa tarde, le llevó un repollo grande.
âEste repollo es demasiado para una sola comida â el leñador le dijo a su hijaâ. Pártelo en dos y nos alcanzará para dos cenas.
La muchacha llevó el col a la cocina y con un cuchillo lo cortó en dos. En el mero corazón del repollo encontró una serpientita. Era negra y lustrosa, tan chiquita como un gusano, con una cabecita redonda. La muchacha cubrió la serpiente con una hoja de repollo y luego le pidió a su padre que le trajera un tarro en que guardarla.
Pero el padre le dijo: âEse animal te va a lastimar un dÃa de estos. Vale más que lo mates.
â¡Papá! âexclamóâ. ¿Cómo lo he de matar? Va a ser mi mejor amigo.
Y su padre le trajo un tarro. La muchacha alimentaba a la serpiente todos los dÃas y la tomaba en la mano y le hablaba. La serpiente creció tan rápido que al final de una semana la muchacha tuvo que pedirle a su papá un envase más grande.
Otra vez su padre le advirtió: âEse animal te va a lastimar un dÃa de estos. Vale más que lo mates.
¡Papá! ârespondióâ. ¿Cómo lo he de matar? Va a ser mi mejor amigo.
Su padre le trajo un tarro más grande y ella puso la serpiente dentro. Siguió alimentando y cuidando a su serpiente y cada semana tenÃa que pedirle a su padre un recipiente más grande para guardarla. Al fin, tuvo que pedirle un barril a su padre.
Por última vez, su padre le dijo: âEse animal te va a lastimar un dÃa de estos. Vale más que lo mates.
¿Cómo lo he de matar? âdijo la muchachaâ. Es mi mejor amigo.
El leñador le trajo un barril grande a su hija. Cada dÃa sacaba a su serpiente del barril y pasaba horas conversando con ella. La serpiente le decÃa cosas maravillosas. Le dijo que cada vez que lloraba, caÃa lluvia del cielo. Y cada vez que reÃa, brotaban flores de colores suavesâ flores azules y rosadas y blancas. Cada vez que cantaba, hacÃa brotar flores de colores vivosâflores rojas y amarillas y anaranjadas. Las horas más alegres del dÃa eran las que pasaba platicando con la serpiente.
Pero la serpiente siguió creciendo y un dÃa, cuando la devolvió al barril, la muchacha vio que ya no cabÃa ni en ese gran recipiente. Esa noche la serpiente le dijo a la muchacha que se tenÃa que ir y dejarla. La muchacha querÃa irse con ella, pero la serpiente le dijo que no era posible. Ella le rogó y suplicó hasta que la serpiente le dijo: âEsto es lo mejor que te puedo conceder: Rastréame en la mañana. Cuando llegues a donde desaparezcan mis huellas, pide una merced. Te será concedida.
En la mañana, la muchacha corrió al barril y la serpiente ya no estaba. Desde la ventana vio alejarse de la casa el rastro que habÃa dejado la serpiente. Se puso a seguirlo. La llevó muy, muy lejos, hasta tierras de las que ella ni siquiera habÃa oÃdo hablar. Y luego la llevó a un desierto árido y desolado. El rastro se volvÃa cada vez más borroso. En medio de un llano reseco, desapareció
La muchacha miró en torno suyo y vio el paisaje más desolado que pudiera imaginar. Ni un árbol ni una mata verde crecÃa en esa tierra. Pensó en la casita cómoda de su padre entre la sombra de los árboles. Se sentó en la tierra, se tapó la cara con las manos y comenzó a llorar.
Del cielo despejado una lluvia suave comenzó a caer, ¡justo como la serpiente le habÃa dicho! Esa idea la hizo reÃr. Flores de colores suaves brotaron alrededor de ellaâflores azules y rosadas y blancas. Una canción se le escapó de la boca y brotaron flores de colores fuertesârojo y amarillo y anaranjado.
âQuisiera tener una buena casa, aquà en este mismo lugar âdijo la muchacha en voz alta. Y le fue concedido. Cuando miró por encima del hombro vio una casita acogedora allá atrás. Comenzó a vivir en la casa. Siempre que estaba feliz y cantaba o reÃa, crecÃan flores alrededor de la casa. Cuando extrañaba a su padre y lloraba, la lluvia caÃa para alimentar las flores. Con el tiempo, la casa estuvo rodeada de un hermoso jardÃn de flores y toda clase de árboles frutales
Pero el jardÃn estaba en medio de un paÃs reseco y muerto. Nadie lograba cultivar nada en ese paÃs. No habÃa pasto para alimentar el ganado, ni agua para darle de beber. Ni siquiera el rey de esa tierra era capaz de hacer brotar un retoño verde de los campos alrededor de su palacio.
Bueno, este rey tenÃa un rebaño de ovejas. En algún momento habÃan estado gordas y fuertes, pero se habÃan puesto tan flacas y débiles que el rey temÃa que murieran. Un dÃa le dijo a su pastor: âLleva mis ovejas a las montañas lejanas. Aquà no hay nada para que coman y puede que en las montañas todavÃa haya pasto.
El pastor salió con las ovejas de los terrenos del rey. No habÃa recorrido ni la tercera parte del camino a las montañas cuando vio una linda casita en medio de un frondoso jardÃn.
Por más que se esforzaba para evitar que las ovejas corrieran al jardÃn y comieran, no lo pudo conseguir. TemÃa que el dueño del jardÃn se enojara, pero la muchacha que vivÃa en la casa salió y sonrió al ver a las ovejas comer con tanto gusto. Al final del dÃa, hasta le dio al pastor un cesto de fruta para llevar a su casa.
Cuando el pastor regresó al palacio esa tarde, el rey quedó admirado al ver lo gordas y contentas que se veÃan sus ovejas. Y se admiró aún más al ver el cesto de fruta.
â¿De dónde viene esta fruta? âle preguntó al pastorâ. ¿Y dónde encontraste pasto verde para mis ovejas?
El pastor le contó al rey de la casa en medio del jardÃn de flores y frutas, y de la muchacha que vivÃa en ella. El rey dijo: â Tengo que conocer a esta muchacha. Ve ahà mañana e invÃtala a cenar conmigo.
Al otro dÃa el pastor volvió al jardÃn y convidó a la muchacha a cenar con el rey. Pero ella dijo: âSi el rey quiere que yo cene con él, que venga en persona para invitarme.
Al dÃa siguiente el rey cabalgó a la casa de la muchacha y la invitó a cenar. La muchacha fue con él al palacio, y esa tarde, mientras cenaban, el rey pidió a la muchacha que le contara la historia de su vida. A medida que le desenvolvÃa la historia, la cara del rey se llenaba con una expresión de asombro.
Al fin se puso en pie y dijo: âEspera. Tengo que enseñarte algo. âEl rey salió corriendo del comedor y al volver traÃa consigo una lustrosa piel negra de serpiente. Le explicó que hacÃa muchos años, cuando cazaba en las montañas, habÃa entrado inadvertidamente al jardÃn de un mago malo. Se habÃa comido una hoja de col y quedó preso de un hechizo.
âNo recuerdo nada de lo que me sucedió durante varios años âdijo el reyâ. Sólo me queda la memoria borrosa de que alguien muy bueno me cuidaba con cariño. Y luego desperté una mañana en el desierto, no lejos de donde se encuentra tu casita, y esta piel vacÃa de serpiente estaba a mi lado.
La muchacha gritó con regocijo: â¡Asà que tú eres mi mejor amigo! âY era cierto. Al poco tiempo era su marido también. Dejaron su palacio con los campos muertos alrededor y se mudaron a su casita en medio del fértil jardÃn verde.
Pero la muchacha siempre querÃa saber qué habÃa sido de su padre. Asà que viajaron a su viejo hogar. Encontraron al leñador viejÃsimo y muy triste, por los largos años de pensar en el porqué de la súbita desaparición de su hija. Cuando la vio, por fin el viejo pudo morir contento.
La muchacha regresó con su marido a vivir entre las flores y árboles de su jardÃn. Cuando cantaban o reÃan juntos, el jardÃn se hacÃa más grande. Y siempre que ella pensaba en su padre y derramaba una lágrima, la lluvia caÃa para volver el jardÃn aún más verde.