Tiempo de silencio (24 page)

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Authors: Luis Martín-Santos

Tags: #Clásico, Drama

BOOK: Tiempo de silencio
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Otra posible utilización del lecho consiste simplemente en sentarse con la mirada fija en el ventanuco y (más allá de él) en la pared desnuda y (más allá de ésta) en el mundo exterior concéntricamente ordenado. Alzando ahora la visual con ligera oblicuidad hacia las regiones más elevadas del pasillo, la cara del guardia (a su paso, regido por una periodicidad impropia) podrá ser vista sin necesidad de que él se incline y se comprobará así la presencia de sus ojos, de sus labios, de su nariz, de su boca y a veces de su frente.

La tercera posible utilización del lecho no es otra que la posición recumbente o postura de dormir, función nunca del todo imposible incluso en las más adversas circunstancias.

Aunque, durante las primeras horas, pudiera creerse que el silencio reina en aquellas confusas galerías, esta impresión es errónea y se debe a la escasez de señales acústicas significativas y a la escasa importancia, en el primer momento, de ruidos y rumores que, sin embargo, existen. Puede hacerse, a este respecto, un rápido inventario. Ante todo son constantes los ruidos de agua que corre, que se deben a los escapes de váteres y lavabos. Luego se advierte el eco y cóncava resonancia de las voces que podemos llamar exteriores, lamento de ciego vendiendo lotería, monótona mujer gruesa que pregona los periódicos, cláxones apagados por la distancia. Otras voces, por el contrario, son interiores y tienen mayor interés. Las más constantes son las que profieren los guardianes libres de servicio jugando a las cartas durante todo el día y toda la noche en la plazuela central del laberinto. Las más sorprendentes son las risas y juegos del Kindergarten subterráneo que forman los niños de las detenidas en la celda común que, por su pequeña edad, acompañan a sus madres. Estos niños corren, gritan y ríen sólo dentro de un espacio restringido, pero sus voces llegan hasta la más recóndita celda. Por último, constantemente se cree oír el nombre de alguno de los detenidos cuando es llamado, ya para declaración, ya para traslado, ya para libertad. La espera configura la materia prima de las vibraciones de forma que cada detenido cree, cuando aguza su oído, escuchar su propio nombre en boca de alguno de los inmediatos servidores del poder que radica unos metros más arriba.

Llegada la noche se da una manta parda al detenido. Llegado el día se le retira exigiéndole sea doblada por sus pliegues. Estos acontecimientos y los más banales del rancho o de la orina dan forma de calendario a un tiempo que, por lo demás, se muestra uniformemente constituido de angustia y virtudes teologales.

[46]

El destino fatal. La resignación. Estar aquí quieto el tiempo que sea necesario. No moverse. Aprender a estar mirando un punto de la pared hasta ir, poco a poco, concentrándose en un vacío sin pensamiento. Relajación autógena. Yoga. Estar tendido quieto. Tocar la pared despacio con una mano. Relax. Dominar la angustia. Pensar despacio. Saber que no pasa nada grave, que no hay más que esperar en silencio, que no puede pasar nada grave, hasta que el nudo se deshaga igual que se ha hecho. Estar tranquilo. Sentirse tranquilo. Llegar a encontrar refugio en la soledad, en la protección de las paredes. En la misma inmovilidad. No se está mal. No se está tan mal. Para qué pensar. No hay más que estar quieto. No pensar en nada. Llegar a hacer como si fuera un deseo propio estar quieto. Como si el estar aquí quieto, escondido, fuera un deseo o un juego. Estar escondido todo el tiempo que quiera. Estar quieto todo el tiempo necesario. Aquí mientras estoy quieto, no me pasa nada. No puedo hacer nada por mí mismo. Tranquilidad. No puedo hacer nada; luego no puedo equivocarme. No puedo tomar ninguna resolución errónea. No puedo hacer nada mal. No puedo equivocarme. No puedo perjudicarme. Estar tranquilo en el fondo. No puede ya pasar nada. Lo que va a pasar yo no lo puedo provocar. Aquí estoy hasta que me echen fuera y yo no puedo hacer nada por salir.

¿Por qué fui?

No pensar. No hay por qué pensar en lo que ya está hecho. Es inútil intentar recorrer otra vez los errores que uno ha cometido. Todos los hombres cometen errores. Todos los hombres se equivocan. Todos los hombres buscan su perdición por un camino complicado o sencillo. Dibujar la sirena con la mancha de la pared. La pared parece una sirena. Tiene la cabellera caída por la espalda. Con un hierrito del cordón del zapato que se le ha caído a alguien al que no quitaron los cordones, se puede rascar la pared e ir dando forma al dibujo sugerido por la mancha. Siempre he sido mal dibujante. Tiene una cola corta de pescado pequeño. No es una sirena corriente. Desde aquí, tumbado, la sirena puede mirarme. Estás bien, estás bien. No te puede pasar nada porque tú no has hecho nada. No te puede pasar nada. Se tienen que dar cuenta de que tú no has hecho nada. Está claro que tú no has hecho nada.

¿Por qué tuviste que beber tanto aquella noche? ¿Por qué tuviste que hacerlo borracho, completamente borracho? Está prohibido conducir borracho y tú… tú… No pienses. Estás aquí bien. Todo da igual; aquí estás tranquilo, tranquilo, tranquilizándote poco a poco. Es una aventura. Tu experiencia se amplía. Ahora sabes más que antes. Sabrás mucho más de todo que antes, sabrás lo que han sentido otros, lo que es estar ahí abajo donde tú sabías que había otros y nunca te lo podías imaginar. Tú enriqueces tu experiencia. Llegas a conocer mejor lo que eres, de lo que eres capaz. Si realmente eres un miedoso, si te aterrorizas. Si te pueden. Lo que es el miedo. Lo que el hombre sigue siendo desde detrás del miedo, desde debajo del miedo, al otro lado de la frontera del miedo. Que eres capaz de vivir tranquilo todavía, de estar aquí serenamente. Si estás aquí serenamente no es un fracaso. Triunfas del miedo. El hombre imperturbable, el que sigue siendo imperturbable, entero, puede decir que triunfa, aunque todos, todos todos crean que está cagado de miedo, que es una piltrafa, un gusarapo. Si guarda su fondo de libertad que le permite elegir lo que le pasa, elegir lo que le está aplastando. Decir: quiero, sí, quiero sí, quiero, quiero, quiero estar aquí porque quiero lo que ocurre, quiero lo que es, quiero de verdad, quiero, sinceramente quiero, está bien así. «¿Qué es lo que pide todo placer? Pide profunda, profunda eternidad.»

Tú no la mataste. Estaba muerta. No estaba muerta. Tú la mataste. ¿Por qué dices tú? —Yo.

No pensar. No pensar. No pensar. Lo que ha ocurrido, ha ocurrido. No pensar. No pensar tanto. Quedarse quieto. Apoyar la cabeza aquí. Se está bien. Se está bien aquí apoyado, sin pensar, se pueden cerrar los ojos o es lo mismo que tenerlos abiertos. Es lo mismo. Si se abren los ojos se ve la sirenita. Con el hierro pequeño del cordón del zapato de uno al que se olvidaron de quitárselo se puede dibujar en la pared rascando poco a poco la cal. Se rasca despacio porque hay todo el tiempo necesario. Se va rascando poquito a poquito y el ruido desagradable, denteroso del hierrecillo, de la pequeña hojalata doblada por alguna máquina sobre el cordón marrón del zapato marrón, va resbalando en la pared haciendo un dibujo que va tomando forma semihumana y que acompaña porque llega un momento en que toma expresión, va llegando un momento en que toma forma y llega por fin un momento en que efectivamente mira y clava sobre ti —la sirena mal dibujada— sus grandes, húmedos ojos de muchacha y mira y parece que acompaña. La cola son dos muslos cerrados, apretados. La muchacha de la cola no está dispuesta a dividir su cola con un cuchillo porque no ama. Está todavía así con los muslos enfundados en escama. No hay nada en la pared hasta el momento en que cristaliza la forma, cuando se reconoce al ser humano en un poco de cal rayada y lanza su mirada y mira. Sí, lo quiero, lo quiero. Es como si lo quisiera. ¿Qué diferencia hay, quién puede demostrar que no sea cierto, quién puede convencerse, por mucho que me desprecie —por mucho que se empeñe en despreciarme—, por mucho que ría al saber que estoy aquí y diga ése, de que yo no estoy aquí porque quiero, porque he querido estar y porque estoy queriendo estar? Aunque me haya escondido, aunque haya estado en brazos de una puta esperando que pasara el tiempo, que pasaran los días, aunque quería que nunca más se acordaran de mí y se olvidaran y me dieran la beca para Illinois y estar allí mirando ingles de ratones por los siglos de los siglos, donde se dice
quiero
y baja de las nubes un superciclotrón de cien millones de dólares y se dice
necesito
y baja toda la familia de los simios tropicales con sus cerebros casi-humanos para que yo los estudie y fuera espera en un coche muy grande pintado de violeta, la muchacha superferolítica del último modelo de la humanidad bien alimentada que ha conseguido la perfección de la belleza en el mismo cuerpo que oculta el corazón sano y democrático y la generosidad de las gentes que te llevan al parti y el sabio juega al golf y el sabio come perros calientes y el laboratorio es como una gran cafetería sonriente donde el cáncer se descompone al tocarlo, como si fuera aicecrim con soda. Pero yo he querido estar aquí, fracasado, sin tocar ni cánceres, ni microscopios ibéricos de los pequeños sabios ibéricos, que yo no puedo ya tocar, porque lo que he querido es estar aquí solo, pensando; no, sin pensar; sólo depositado, extendido, como si me hubiera muerto y supiera ya lo que es estar muerto, con el cuerpo tan lisamente extendido como el de una muchacha muerta que supiera por qué se ha muerto y no por un accidente estúpido en el que yo puse mi mano que no estaba firme como tenía que haber estado…

Estaba borracho. Yo.

No pensar. No pensar. Mirar a la pared. Estarse pasando el tiempo, mirando a la pared. Sin pensar. No tienes que pensar, porque no puedes arreglar nada pensando. No. Estás aquí quieto, tranquilo. Tú eres bueno, tú has querido hacerlo bien. Todo lo has hecho queriendo hacerlo bien. Todo lo que has hecho ha estado bien hecho. Tú no tenías ninguna mala idea. Lo hiciste lo mejor que supiste. Si otra vez tuvieras que volver a hacerlo…

¡Imbécil!

No pienses. No pensar. No pensar. Estate tranquilo. No va a pasar nada. No tienes que tener miedo de todo. Si pasa lo peor. Si te ocurre lo peor que te pueda ocurrir. Lo peor. Si realmente creen que tú lo hiciste. Si te están esperando para aplastarte con el peso de la pena más gorda que puedan inventar para aplastarte. Ponte en lo peor. Si te pasa lo peor. Lo peor que puedas pensar, lo más gordo, lo último, lo más grave. Si te pasa lo que ni siquiera se puede decir qué sea, todavía, a pesar de eso, ¿qué pasa? A pesar de eso, no pasaría nada. Nada.
Nada
. Estarías así un tiempo, así, como estás ahora. Igual. Y luego te irías al Illinois. Eso. Y no estás mal aquí. Aquí se está bien. Vuelto a la cuna. A un vientre. Aquí protegido. Nada puede hacerte daño, nada puede aquí, nada. Tú estás tranquilo. Yo estoy tranquilo. Estoy bien. No puede pasarme nada. No pensar tanto. Es mejor no pensar. Tranquilamente, dejar pasar el tiempo. El tiempo pasa siempre, necesariamente. No puede pasar nada. Aunque la cosa se ponga peor. Aunque la cosa se ponga mal. Me pongo en lo peor. Supongamos que pasa lo peor. Supongo que me pongo en lo peor. No pasa nada. Sólo un tiempo. Un tiempo que queda fuera de mi vida, entre paréntesis. Fuera de mi vida tonta. Un tiempo en que, de verdad, viviré más. Ahora vivo más. La vida de fuera está suspendida con todas sus cosas tontas. Han quedado fuera. La vida desnuda. El tiempo, sólo el tiempo llena este vacío de las cosas tontas y de las personas tontas. Todo tiene que resbalar, resbala sobre mí, no sufro, no sufro nada absolutamente. Cualquiera pensará que estaré sufriendo. Pero yo no sufro. Existo, vivo. El tiempo pasa, me llena, voy en el tiempo, nunca he vivido el tiempo de mi vida que pasa como ahora que estoy quieto mirando a un punto de la pared, el ojo negro de la sirena que me mira. Sólo aquí, qué bien, me parece que estoy encima de todo. No me puede pasar nada. Yo soy el que paso. Vivo. Vivo. Fuera de tantas preocupaciones, fuera del dinero que tenía que ganar, fuera de la mujer con la que me tenía que casar, fuera de la clientela que tenía que conquistar, fuera de los amigos que me tenían que estimar, fuera del placer que tenía que perseguir, fuera del alcohol que tenía que beber. Si estuvieras así. Mantente ahí. Ahí tienes que estar. Tengo que estar aquí, en esta altura, viendo cómo estoy solo, pero así, en lo alto, mejor que antes, más tranquilo, mucho más tranquilo. No caigas. No tengo que caer. Estoy así bien, tranquilo, no me puede pasar nada, porque lo más que me puede pasar es seguir así, estando donde quiero estar, tranquilo, viendo todo, tranquilo, estoy bien, estoy bien, estoy muy bien así, no tengo nada más que desear.

Tú no la mataste. Estaba muerta. Yo la maté. ¿Por qué? ¿Por qué? Tú no la mataste. Estaba muerta. Yo no la maté. Ya estaba muerta. Yo no fui.

No pensar. No pensar. No pienses. No pienses en nada. Tranquilo, estoy tranquilo. No me pasa nada. Estoy tranquilo así. Me quedo así quieto. Estoy esperando. No tengo que pensar. No me pasa nada. Estoy así tranquilo, el tiempo pasa y yo estoy tranquilo porque no pienso en nada. Es cuestión de aprender a no pensar en nada, de fijar la mirada en la pared, de hacer otro dibujo con el hierrecito del zapato, un dibujo cualquiera, no tiene que ser una muchacha, puedes hacer un dibujo distinto aunque siempre hayas dibujado mal. Tienes libertad para elegir el dibujo que tú quieras hacer porque tu libertad sigue existiendo también ahora. Eres un ser libre para dibujar cualquier dibujo o bien hacer una raya cada día que vaya pasando como han hecho otros, y cada siete días una raya más larga, porque eres libre de hacer las rayas todo lo largas que quieras y nadie te lo puede impedir…

¡Imbécil!

[47]

Aunque la madre pensó que era un mal asunto, se puso histérica, gritó, tomó un gran tazón de tila y al día siguiente tenía jaqueca, la abuela y la nieta sintieron —cada una a su manera— que ahora sí, que ahora era ya del todo suyo. La vieja sabía que una pequeña indignidad vuelve al hombre más humilde de lo que en rigor le ha podido debilitar. Sabía por antiguas experiencias que nada hay que más se agradezca que el pequeño halago en la desgracia. Si la esterilidad vergonzante del viejo coronel le había puesto del modo más radical en manos de su mujer, también esta sorprendente caída del investigador lo había de dejar listo para convertirse en el hombre de la casa y para quedar agradecido encima y para que se sintiera culpable y mirara con irás respeto a la familia que —digna aunque desgraciada— le había abierto de par en par las puertas de su cálido seno acogedor.

Por eso la anciana hizo como que no veía y como que no oía cuando Dorita —obedeciendo a impulsos evidentemente más generosos propios de un corazón joven— echó a correr, aunque era ya después de cenar, por el pasillo y apenas protegida por un abrigo de paño y por su belleza, descendió la calle al poco tiempo de haberse sabido por algún cable maldiciente, la detención de Pedro. Todavía había mucha gente por las calles en los alrededores de los cines que anunciaban su sesión de noche con carteles luminosos y con papeles impresos en colores vivos. Desde la plazuela del Progreso ella iba andando por esa calle que desciende directamente al corazón de la ciudad y al andar, esquivaba miradas, codazos, tropezones, tan sumamente enajenada con su pena que no advertía a quienes la miraban.

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