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Authors: Kim Stanley Robinson

Tiempos de Arroz y Sal (41 page)

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
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—Resistencia del aire —dijo Khalid voluptuosamente—. Vivimos en el fondo de un océano de aire. Que tiene peso, tal como lo ha demostrado el experimento del tubo lleno de mercurio. Está encima de nosotros y ejerce presión hacia abajo. Nos trae los rayos del sol.

—Que nos dan calor —agregó Bahram.

El sol se encontró con las distantes montañas del este; Bahram dijo: —Oremos y agradezcamos a Alá por habernos dado el glorioso sol, símbolo en este mundo de su infinito amor.

—Así será, —dijo Khalid, bostezando inmensamente—; ahora, a la cama.

Una demostración de vuelo

Inevitablemente, sin embargo, todas aquellas actividades tan variadas trajeron otra visita de Nadir Divanbegi. Esta vez Bahram estaba en el zoco, con un saco al hombro, comprando melones, naranjas, pollo y cuerda, cuando Nadir apareció de repente ante él con sus guardaespaldas personales. Era un acontecimiento que Bahram no creyó que fuera casual.

—Buen día, Bahram. Me han dicho que estos días estás muy ocupado.

—Siempre, Efendi —dijo Bahram, agachando la cabeza. Los dos guardaespaldas lo estaban mirando como dos halcones; llevaban armaduras y mosquetes de largos cañones.

—Y todas esas magníficas actividades deben incluir seguramente muchas tareas por el bien del kan Sayyed Abdul Aziz y la gloria de Samarcanda, ¿no es cierto?

—Por supuesto, Efendi.

—Háblame de ellas —dijo Nadir—. Haz una relación de esas tareas y cuéntame cómo avanza cada una.

Bahram tragó saliva con aprensión. Por supuesto que Nadir lo había pillado en un lugar público como aquél porque pensaba que se enteraría de más cosas por boca de Bahram que por Khalid o Iwang; más aún en un espacio público, donde Bahram podría llegar a aturullarse demasiado para andarse con evasivas.

Así que frunció el ceño e intentó parecer serio pero tonto, realmente no se sentía muy a sus anchas en ese momento.

—Hacen muchas cosas que yo no comprendo, Efendi. Pero me parece que el trabajo está más o menos en el campo de los armamentos y las fortificaciones.

Nadir asintió con la cabeza, y Bahram señaló la tienda de los melones.

—¿Os importa?

—De ninguna manera —dijo Nadir, siguiéndolo hasta el interior de la tienda.

Así que Bahram fue hasta las bandejas de melones gota de miel y los perfumados y comenzó a pesar algunos en la balanza. ¡Desde luego, conseguiría un buen precio por ellos, con Nadir Divanbegi y sus guardaespaldas en la tienda!

—En cuanto a armas se refiere —improvisó Bahram mientras señalaba unos melones rojos a un vendedor bastante antipático—, estamos trabajando en reforzar el metal de los cañones para que puedan ser más ligeros y más potentes. Por otra parte, hemos hecho pruebas del vuelo de las balas de cañón en diferentes condiciones, con diferentes pólvoras y piezas, ya sabéis, dejando constancia de estos vuelos y estudiando los resultados, de modo de poder determinar en qué sitio caerán los disparos.

—La verdad es que eso sería muy provechoso —dijo Nadir—.

¿Entonces ya lo han hecho?

—Están trabajando en ello, Efendi.

—¿Y qué hay de las fortificaciones?

—Reforzar los muros —dijo sencillamente Bahram.

Khalid se enfurecería cuando oyera todas aquellas promesas que Bahram hacía tan precipitadamente, pero él no veía otra manera de escapar de aquella situación, excepto hacer sus descripciones lo más imprecisas posibles y esperar que todo saliera lo mejor posible.

—Por supuesto —dijo Nadir—. Hazme el favor de organizar una de estas famosas demostraciones para que la corte esté al tanto. —Miró a Bahram directamente a los ojos para dejar claro que aquélla no era una invitación despreocupada—. Pronto.

—Por supuesto, Efendi.

—Algo que le llame la atención del kan. Algo que le resulte emocionante.

—Por supuesto.

Nadir hizo un gesto con un dedo a sus hombres, y todos salieron del zoco, dejando tras de sí un remolino a medida que se abrían paso entre la multitud.

Bahram suspiró profundamente, se secó la frente.

—Oye, tú —reprendió al vendedor, que estaba sacando disimuladamente un melón de la balanza.

—No es justo —dijo el vendedor.

—Es cierto —dijo Bahram—, pero un trato es un trato.

El vendedor no podía negarlo; de hecho sonrió bajo su bigote mientras Bahram suspiraba otra vez.

Bahram regresó al recinto e informó a Khalid de la conversación que había tenido con Nadir. Aquél gruñó al escucharlo, tal como Bahram había supuesto que sucedería. Khalid terminó su cena en silencio, pinchando trozos de conejo de un recipiente con una pequeña punta de plata. Cuando el relato terminó, se pasó un trapo por la cara y se levantó pesadamente.

—Ven a mi estudio y cuéntame exactamente lo que has dicho a Nadir.

Bahram repitió la conversación tan fielmente como pudo, mientras Khalid hacía girar un globo de cuero sobre el que había intentado trazar el mapa del mundo. Había dejado gran parte de él en blanco, desechando las afirmaciones de los cartógrafos chinos que él había estudiado, sus islas doradas flotaban en el océano al este de Nipón, en cada mapa situadas en lugares diferentes. Cuando Bahram terminó, Khalid suspiró.

—Has hecho bien. Tus promesas fueron imprecisas e iban por buen camino. Podemos cumplirlas en poco tiempo; incluso, quizá nos digan algo de lo que de todas maneras queríamos saber.

—Más demostraciones —dijo Bahram.

—Sí. —Khalid se alegró ante esa idea.

En las semanas que siguieron, la actividad del recinto sufrió un gran cambio. Khalid sacó todos los cañones que había conseguido de Nadir, y el estruendo de los estampidos llenó sus días. Khalid, Iwang y Bahram y los artesanos de la pólvora del taller disparaban las grandes piezas hacia la parte occidental de la ciudad sobre la llanura, hacia donde podían encontrar con facilidad las balas de los cañones después de dispararlos sobre blancos que raramente eran alcanzados.

Khalid refunfuñaba, alzando una de las cuerdas que utilizaban para llevar nuevamente las armas hasta las marcas establecidas.

—Me pregunto si podríamos clavar el arma con una estaca en el suelo —dijo—. Cuerdas resistentes, estacas gruesas..., tal vez así las balas vuelen más lejos.

—Podemos intentarlo.

Intentaron mil cosas distintas. Cuando acababa la jornada, los oídos les zumbaban; Khalid empezó a llenárselos con bolas de algodón para protegerlos un poco.

Iwang estaba cada vez más y más absorto con las trayectorias de las balas de cañón. Él y Khalid consultaban fórmulas matemáticas y diagramas que Bahram no comprendía. A Bahram le parecía que ellos estaban perdiendo de vista el objetivo de la maniobra y que estaban tratando a las armas simplemente como un recurso para hacer pruebas de movimiento, de velocidad y de cambios de velocidad.

Pero entonces llegó Nadir con nuevas noticias. El kan y su séquito iban a venir de visita al día siguiente, para presenciar las mejoras y los descubrimientos.

Khalid se pasó toda la noche despierto en su estudio, haciendo listas de posibles demostraciones. El día siguiente al mediodía todos se reunieron en una llanura soleada junto al río Zeravshán. Se instaló un gran pabellón bajo el cual el kan pudiera descansar mientras observaba los ensayos.

Así lo hizo, recostado sobre un sofá cubierto de sedas, tomando sorbetes con la ayuda de una cuchara y hablando con una joven cortesana más que observando las demostraciones. Pero Nadir se ponía junto a las armas y observaba todo muy de cerca, quitándose los algodones de las orejas para hacer preguntas después de cada disparo.

—En cuanto a las fortificaciones —le contestó Khalid en determinado momento—, éste es un viejo asunto que fue resuelto por los frengis antes de morir. La bala de un cañón puede romper cualquier cosa dura.

Hizo que sus hombres dispararan contra un muro de piedras. La bala rompió el muro en mil pedazos, y el kan y su gente gritaron con entusiasmo, a pesar del hecho de que tanto Samarcanda como Bokhara estaban protegidas por muros de piedra arenisca muy parecidos al que acababa de ser destrozado.

—Ahora bien —dijo Khalid—, veamos qué sucede cuando una bala del mismo calibre, disparada con la misma arma y la misma carga, choca contra otro blanco.

El blanco siguiente era un montón de tierra hecho con gran esfuerzo por los ex sopladores de Khalid. El arma disparó, el humo se disipó; el montón de tierra estaba intacto, salvo una cicatriz apenas visible en el centro.

—La bala del cañón no puede hacer nada. Simplemente se hunde en la tierra, que se la traga. A ese muro le da igual una que cien balas. Simplemente se convertirán en parte de él.

El kan escuchaba todo aquello y no parecía estar muy entretenido.

—¿Estás sugiriendo que amontonemos tierra alrededor de Samarcanda? ¡Imposible! ¡Sería demasiado desagradable! Los otros kanes y emires se reirían de nosotros. ¡No podemos vivir como hormigas en un hormiguero!

Khalid se dio vuelta para mirar a Nadir, quien tenía el rostro cortésmente inexpresivo.

—¿La próxima demostración? —preguntó Nadir.

—Por supuesto. Ahora veréis; hemos determinado que a la distancia que una arma puede disparar una bala, no puede hacerlo en línea recta. Las balas caen a medida que atraviesan el aire y pueden desviarse en cualquier dirección, de hecho lo hacen.

—Con toda seguridad el aire no puede ofrecer al hierro una resistencia demasiado significativa —dijo Nadir, extendiendo la mano rápidamente a modo de demostración.

—Sólo un poco de resistencia, es cierto, pero tened en cuenta que la bala pasa a través de más de dos lis de aire. Pensad en el aire como en una especie de agua de poca densidad. Desde luego que tiene un efecto. Podemos ver esto mejor con bolas de madera encendidas del mismo tamaño, arrojadas con la mano, para que podáis ver bien el movimiento que realizan. Las lanzaremos al viento; podréis ver que las bolas se desvían a un lado y a otro.

Bahram y Paxtakor lanzaron las bolas de madera encendidas, y éstas volaron por los aires moviéndose como murciélagos.

—¡Esto es absurdo! —dijo el kan—. ¡Las balas de cañón son mucho más pesadas, atraviesan el viento como un cuchillo la mantequilla! Khalid asintió con la cabeza.

—Es cierto, gran kan. Sólo utilizamos estas bolas de madera para exagerar un efecto que debe producirse con cualquier objeto, aunque sea pesado como el plomo.

—O como el oro —bromeó Sayyed Abdul Aziz.

—O como el oro. En ese caso, las balas de cañón apenas se desvían, pero como son lanzadas a gran distancia, la desviación puede ser algo significativo. Y entonces uno nunca puede decir con exactitud dónde darán las balas.

—Esto debe ser siempre así —dijo Nadir.

Khalid sacudió su muñón, sin ser consciente en aquel momento de lo que eso parecía.

—Podemos reducir bastante el efecto. Observad cómo vuelan las bolas de madera si son lanzadas con un movimiento de rotación.

Bahram y Paxtakor lanzaron las bolas de madera de pino con un empuje final con la punta de los dedos para provocar en ellas un efecto de rotación. A pesar de que algunas de estas bolas marcaron una curva en pleno vuelo, fueron más lejos y más de prisa que las bolas que eran arrojadas simplemente con la palma de las manos, sin efecto. Bahram acertó a una diana de tiro al arco con cinco tiros seguidos, lo cual le dio una gran satisfacción.

—El efecto de rotación estabiliza el vuelo en el viento —explicó Khalid—. De todas maneras son afectadas por el viento, por supuesto. Eso no se puede evitar. Pero ya no se precipitan inesperadamente cuando se enfrentan con una ráfaga de viento. Es el mismo efecto que se obtiene cuando se ponen plumas en las flechas para que giren.

—¿O sea que propones ponerles plumas a las balas de cañón? — preguntó el kan con una carcajada.

—No exactamente, Su Alteza, pero de eso se trata, en efecto. Para tratar de conseguir esa rotación. Hemos intentado dos métodos diferentes para conseguirlo. Uno es hacer ranuras en las balas. Pero esto significa que las balas volarán hasta una distancia mucho menor. Otro es hacer las ranuras en la parte interior del cañón, haciendo un largo espiral en el cañón, apenas una vuelta, o poco menos, en toda la extensión del cañón. Esto hará que las balas abandonen el cañón con un efecto de rotación.

Khalid ordenó a sus hombres que acercaran un cañón más pequeño. Se disparó una bala desde él, y su trayectoria fue seguida por sus ayudantes; el impacto fue marcado con una bandera roja. Se había llegado algo más lejos que con la bala del cañón más grande.

—La mejora no es tanto en la distancia como en la precisión — explicó Khalid—. Las balas siempre irían en línea recta. Estamos elaborando unas tablas que nos permitirán elegir la pólvora por clase y por peso, y pesar las balas; por lo tanto, con los mismos cañones, por supuesto, se podría enviar las balas exactamente donde uno quiera.

—Interesante —dijo Nadir.

El kan Sayyed Abdul Aziz llamó a Nadir a su lado.

—Regresamos al palacio —dijo, y condujo a su séquito hacia los caballos.

—Pero no lo suficiente —le dijo Nadir a Khalid—. Intentadlo otra vez.

Mejores obsequios para el kan

—Supongo que debería hacerle al kan una nueva armadura de acero de Damasco —dijo Khalid después—. Algo bonito.

Iwang sonrió.

—¿Sabes cómo hacerla?

—Por supuesto. Es acero templado. Nada demasiado misterioso. La carga del crisol es un hierro esponjoso llamado wootz, forjado en una placa de hierro junto con madera, que cede su ceniza a la mezcla, y también algo de agua. Algunos crisoles se colocan en el horno, y cuando están derretidos, sus componentes se vierten sobre un hierro fundido, a una temperatura más baja que la de la fusión completa de los dos elementos. El acero que se consigue se graba entonces al agua fuerte con un sulfato mineral de uno u otro tipo. Se obtienen diferentes dibujos y colores dependiendo del sulfato que se utilice, la clase de wootz y la temperatura. Esta hoja de aquí —dijo alzando una daga gruesa y curva con cabo de marfil y la hoja cubierta con un denso dibujo de líneas que se entrecruzaban en color blanco y gris oscuro— es un buen ejemplo del grabado llamado «La escalera de Mahoma». Un trabajo persa que según se dice es de la forja del alquimista Jundi-Shapur. Dicen que en el proceso hay alquimia. —Hizo una pausa, se encogió de hombros.

—Y tú piensas que el kan...

—Si modificáramos sistemáticamente la composición del wootz, la estructura del hierro esponjoso, las temperaturas, el líquido de grabado, seguramente podríamos encontrar algunos dibujos nuevos. Me gustan algunos de los remolinos que he conseguido con un acero muy leñoso.

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