El caballo de Sátiro retrocedió y recibió un golpe en el costado, pero Coeno estaba allí. Golpeó dos veces a Upazan; dos mandoblazos contra el yelmo que sacudieron al corpulento enemigo en la silla. Y acto seguido, como si hubiese practicado el movimiento toda su vida, Coeno asestó un revés a un sármata, aprovechando el rebote contra el yelmo de Upazan para imprimir más velocidad a su golpe hacia atrás, y perdió la espada en la cabeza del sármata; había penetrado en el yelmo y no la pudo arrancar.
Sátiro desabrochó la cadena de su muñeca derecha y empuñó la espada con la mano izquierda. Hizo retroceder a su caballo; el niceno capturado respondió de maravilla, girando sobre las patas delanteras. Con cierta torpeza, Sátiro paró un golpe, salvando a Coeno de que le clavaran una lanza en el costado.
Estaba oscureciendo. Siguió luchando, resuelto a salvar a Coeno, que siempre había estado a su lado y tanto había hecho por ganar aquel reino.
Coeno cogió la lanza de las manos flácidas del muerto; los combatientes estaban tan apretujados en torno a Sátiro y Upazan que los muertos no podían caer al suelo, y la presión de los caballos podía romper la rodilla a un hombre.
Upazan se estaba recuperando. Agarraba el hacha por la mitad del mango, con una sola mano. Asestó un golpe flojo a un Olbiano, que cayó hacia atrás sobre la grupa de su caballo sin llegar a caer al suelo.
Dio un hachazo a Sátiro, pero Sátiro lo paró.
El ruido de la melé había cambiado. Los caballos se estaban moviendo y de pronto Upazan se alejaba, pero Sátiro, herido y con el brazo de la espada inutilizado, lo siguió, golpeando casi a ciegas a los sármatas, que estaban tan agotados como él.
—¡Upazan!
Sátiro se detuvo y dejó caer la espada a un lado.
—¡Upazan!
Ahora los sármatas flaqueaban. Algo había ocurrido y Sátiro reconoció aquella voz.
—¡Upazan! —gritó León el Númida al atravesar un círculo de sármatas, siendo el único combatiente que portaba un gran escudo redondo de cuero de buey, con la punta de su lanza reflejando el sol rojo y su barba blanca.
—¡Tú! —gruñó Upazan al reconocerlo. Hizo girar al caballo para enfrentarse a su némesis y agarró el hacha por la punta del mango.
—¿Te acuerdas de Mosva? —dijo León.
Upazan alzó el hacha y se echó para atrás para darle impulso.
León se acercó e hincó la punta de su lanza en el rostro de Upazan hasta atravesarle el yelmo. La sangre manó a chorros.
—¡Esta lanza era de ella! —gritó León, pero Upazan ya estaba muerto.
Y en torno a ellos, los Exiliados cabalgaron entre los sármatas como la guadaña de un granjero sindi entre el trigo en los últimos días del verano.
Sátiro permaneció sentado en el caballo, contemplando el final de la batalla, mientras los sármatas huían o morían.
Vio a Diodoro abrazarse a Coeno y al caballo de León pisoteando el cuerpo destrozado de Upazan sobre la tierra endurecida.
Tuvo la impresión de que todo aquello sucedía muy lejos.
Al cabo de un rato, se dio cuenta de que estaba oyendo los vítores de los hombres. Allí estaba Crax, señalándolo, y allí estaba nada más y nada menos que Abraham, sosteniendo su espada en alto como Aquiles. Y Diodoro, haciendo girar a su caballo empinado.
Y Melita, que lloraba y sonreía al mismo tiempo.
Sátiro también lloraba.
Pero no había muerto. Y ella tampoco.
Enderezó la espalda.
Y, poco a poco, con toda la fuerza de voluntad que fue capaz de reunir, levantó la espada de su padre por encima de su cabeza, de modo que recibiera la luz del sol poniente, y entonces el sonido llegó a sus oídos como un golpe de gracia; de pronto los vítores fueron como una canción, y la canción estaba dedicada a ellos. Sonaba por doquier, incesante.
Les llevó varios días dar sepultura a los muertos, y todavía más días sentir algo que no fuera una vaga aflicción; dolor y aturdimiento, y luego el sufrimiento y una profunda pena.
Sátiro había perdido la mitad de su juventud en una tarde, y Melita aún más. Urvara había fallecido, igual que Graethe y Menón, muertos a manos de la falange, luchando en primera línea; los hombres de más edad entre los amigos de su padre, y quizá los mejores.
Y había otros miles de muertos. A muchos no los conocía. A algunos, como a Litra, los conocía demasiado bien. Tuvo la mala fortuna de ser él quien hallara su cuerpo, un cuerpo que había estrechado entre sus brazos.
Ataelo demostró ser difícil de matar. El hachazo que lo había derribado lo dejó inconsciente, pero al cabo de unos días recobró el conocimiento.
Más adelante, Sátiro diría que los días posteriores a la Batalla del Río Tanais lo habían cambiado más que toda la campaña que había conducido hasta ella.
Y antes de que dejara de llorar a sus muertos, mientras la pena seguía siendo una herida abierta que en cualquier momento les provocaba el llanto, tenía que ser rey. Pues así como el zumbido de las moscas todavía se oía sobre los muertos, las solicitudes de atención, decisiones y consejos comenzaron a zumbar en sus oídos.
Cuatro días después del combate, cuando algunos de los veteranos de más edad habían comenzado a convertirlo en un relato y la herida del vientre se le estaba cerrando sin infectarse, se puso un quitón y se alejó del campo con Melita. Dejaron a todos sus bienintencionados amigos atrás y cabalgaron hacia el norte siguiendo el curso del Tanais hasta los pies del kurgan de Kineas.
—¿Todavía quieres ser rey? —preguntó Melita, y Sátiro negó con la cabeza.
—El precio es demasiado alto —contestó Sátiro—. Me siento como… como solía sentirme cuando gastaba todo mi dinero en el mercado para comprar un juguete y luego quería devolverlo.
Melita levantó la vista hacia el kurgan.
—¿Sigues queriendo hacerlo?
Sátiro asintió.
—¿Vienes conmigo?
—Hasta la cima —dijo Melita.
Treparon juntos al kurgan mientras el sol se ponía en el oeste. Debajo de ellos, los sakje y los griegos iban de aquí para allá, preparando la cena, y el humo de sus fogatas subía a los cielos.
Sátiro tuvo que detenerse tres veces durante el ascenso, y Melita maldecía cuando los brazos le fallaban. Todavía estaba muy cansada, y había reposado lo justo para que le dolieran todos los músculos.
Pero alcanzaron la cima antes de que el borde del sol se ocultara en la bahía del Salmón. En lo alto había una losa, y en medio de ella una profunda hendidura.
Sátiro desenvainó la espada egipcia y se la entregó a Melita.
Ella la sostuvo en alto de modo que el sol alcanzara la hoja, convirtiéndola en una lengua de fuego. Luego la hundió en la hendidura, y la hoja chirrió mientras ella la empujaba hasta la empuñadura.
Permanecieron en silencio hasta que el sol se puso, y luego bajaron del kurgan y regresaron al campamento. Y la espada retuvo la luz durante mucho tiempo.
Airyanám
(avestano). Noble, heroico.
Aspis
(griego clásico). Escudo redondo, grande y muy cóncavo que solían llevar los hoplitas griegos (no así los macedonios).
Baqca
(siberiano). Chamán, mago, hechicero.
Cítara
(del griego clásico). Instrumento musical parecido a la lira.
Clámide
(del griego clásico). Prenda semejante a una capa, hecha de una única pieza de tela, de tejido prieto y tal vez incluso hervido. La clámide solía prenderse con broches en el cuello y se llevaba como una capa, pero también podía echarse sobre los hombros y prenderse debajo del brazo izquierdo o derecho para usarla como prenda de vestir. Los hombres libres a veces aparecen desnudos con una clámide, pero rara vez aparecen con quitón y sin clámide; la clámide, no el quitón, era la prenda esencial, o al menos eso parece. Tanto hombres como mujeres usaban clámide, aunque de manera distinta. También en este caso, la pieza tela de 180 X 270 cm parece permitir un correcto drapeado y tener la longitud que le corresponde.
Daimon
(griego clásico). Espíritu.
Efebo
(del griego clásico). Hoplita novato, joven que acaba de comenzar la instrucción para ingresar en las fuerzas armadas de su ciudad.
Epilektoi
(griego clásico). Los hombres elegidos en una ciudad para formar parte de la falange; soldados de élite.
Estadio
(del griego clásico). Medida de longitud que equivale a
1
/
8
de milla, la distancia que se recorre en un estadio, 178 m. Treinta estadios equivale a un
parasang
.
Eudaimia
(griego clásico). Bienestar. Literalmente, «con buen espíritu». Véase
daimon
.
Falange
(del griego clásico). Formación de infantería utilizada por los hoplitas griegos en la guerra, de ocho a diez columnas en fondo y tan ancha como las circunstancias permitían. Los comandantes griegos probaron formaciones con más y menos columnas, pero en cualquier caso la falange era sólida y muy difícil de romper, presentando al enemigo un auténtico muro de puntas de lanza y escudos, tanto en la versión macedonia con picas como en la griega con lanzas. Además, falange puede aludir al grueso de los combatientes. La falange macedonia era más profunda, con lanzas más largas llamadas sarisas, las cuales suponemos que eran como las picas que se usaron en épocas posteriores. Los miembros de una falange, sobre todo de una falange macedonia, a veces se denominan falangitas.
Filarco
(del griego clásico). El comandante de una fila de hoplitas, que podía ser de hasta dieciséis hombres.
Gamelia
(griego clásico). Una festividad griega.
Gorytos
(griego clásico y posiblemente escita). El carcaj abierto por arriba que llevaban los escitas, a menudo muy ornamentado.
Himatión
(del griego clásico). Prenda consistente en un amplio manto de no menos de 3 metros de largo por 1,5 m de ancho, que cubría el cuerpo y un hombro y que usaban tanto los hombres como las mujeres.
Hiparco
(del griego clásico). El comandante de la caballería.
Hipereta
(del griego clásico). El trompetero del hiparco; también su sirviente o ayuda de campo.
Hippeis
(griego clásico). En el ámbito militar, la caballería de un ejército griego. En sentido general, la clase de la caballería, sinónimo de caballeros. Usualmente los hombres más ricos de una ciudad.
Hoplita
(del griego clásico). Soldado griego de infantería que porta un
aspis
(el escudo redondo grande) y combate en la falange. Representa a la clase media de hombres libres en casi todas las ciudades, y si bien a veces parecen caballeros medievales por su aspecto, también son la milicia de la ciudad y en sus filas se cuentan artesanos y pequeños granjeros. A principios de la época clásica, un hombre con tan solo doce acres de cultivo tenía derecho a portar
aspis
y servir como hoplita.
Hoplomachos
(griego clásico). Hombre que enseñaba a luchar con armadura.
Kline
(griego clásico). Diván o cama en el que los helenos tomaban las comidas y quizá también usaban para dormir.
Kopis
(griego clásico). Puñal o espada de hoja curva, bastante parecido a un moderno
Ghurka kukri
.
Machaira
(griego clásico). La pesada espada de la caballería griega, más larga y resistente que la espada corta de la infantería. Su objeto es dar más alcance al jinete y no es útil en la falange. También es aplicable a cualquier otra arma blanca de puño.
Parasang
(griego clásico, del persa). Medida de longitud equivalente a 30 estadios. Véase
estadio
.
Porné
(griego clásico). Prostituta.
Pous
(griego clásico). Medida de longitud de unos 30 cm.
Prodromoi
(griego clásico). Exploradores; los que corren delante o primero.
Psiloi
(griego clásico). Soldados de infantería ligera, por lo general armados con arcos y hondas, y a veces jabalinas. En las guerras de las ciudades estado griegas, los
psiloi
se reclutaban entre los hombres libres más pobres, aquellos que no podían costear la carga económica de una armadura de hoplita y el entrenamiento diario en el gimnasio.
Quitón
(del griego clásico). Prenda semejante a una túnica, confeccionada con una sola pieza de tela doblada por la mitad, prendida con broches o alfileres en el costado, el cuello y los hombros, y con un cinturón por encima de las caderas. El quitón masculino podía llevarse largo o corto. Si se llevaba muy corto, o estaba hecho con una pieza de tela pequeña, a veces se denominaba
chitoniskos
. Suponemos que la mayoría de quitones se confeccionaban con una pieza de tela de 180 X 270 cm aproximadamente, y que mediante el cinturón y los pliegues se ajustaba su longitud. Los broches, los pliegues y los cinturones podían ser sencillos o muy elaborados. En Grecia la mayoría de estas prendas se hacían de lana. En el Este, es posible que se prefiriera el lino.
Sastar
(avestano). Tiránico. Un tirano.
Taxeis
(griego clásico). Los regimientos de picadores de las falanges macedonias. Puede aludir a cualquier regimiento, pero suele emplearse para designar una compañía o un «batallón». Un
taxeis
tiene entre 500 y 2.000 hombres, en función de las bajas y las deserciones. Sinónimo aproximado de falange (véase
falange
), aunque en una gran batalla una falange pueden componerla doce
taxeis
.
Xiphos
(griego clásico). Espada de infantería de hoja recta, usada habitualmente por los hoplitas y los
psiloi
. En el arte clásico griego, sobre todo la cerámica de arcilla roja, aparecen muchos hoplitas que las llevan, pero solo se han recuperado unas cuantas y sigue abierto el debate sobre su forma y uso. Según parece eran muy semejantes al
gladius
romano.