Todo bajo el cielo (37 page)

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Authors: Matilde Asensi

BOOK: Todo bajo el cielo
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Desolados, nos detuvimos un rato después sobre el punto de inmersión mencionado por Sai Wu en el jiance. Tras una prolongada observación del terreno que sólo terminó cuando se fue la luz del sol, el maestro Rojo, Lao Jiang y yo llegamos a la conclusión de que la presa había existido en algún momento del pasado porque descubrimos ligeras elevaciones en el suelo que coincidían con la gran forma oblonga del mapa y una depresión en el centro que parecía indicar que, efectivamente, en aquel lugar había habido un lago en alguna ocasión. Sin duda, el tiempo y la naturaleza erosionaron y, finalmente, destruyeron el dique y cualquier otra obra o desviación del Shahe que pudieran haber llevado a cabo los ingenieros del Primer Emperador. Sólo después de admitir a regañadientes la desconcertante situación, nos dispusimos a pasar la noche envueltos ya por la más completa oscuridad —había luna nueva—, sin encender el fuego ni para preparar la cena ni para calentarnos porque era demasiado peligroso hacer una fogata en aquella extensa llanura despejada. Comimos en silencio algo de lo que habíamos comprado por la mañana en la tiendecita de la estación de tren y, al terminar, aunque hacía un frío atroz y se suponía que debíamos irnos adormir, ninguno de nosotros se movió.

Tantos meses de esfuerzos y peligros, tantos muertos y heridos, tanto sufrimiento para nada. Era mi único pensamiento, aunque más que un pensamiento era como una sensación, como una imagen que contenía la idea completa y que se mantenía fija en mi mente. No me daba cuenta del paso del tiempo. No me daba cuenta de nada. Por dentro, me había detenido.

—¿Qué vamos a hacer ahora?

La voz de Fernanda me llegó desde muy lejos.

—Encontraremos una solución —murmuré.

—¡No, no hay solución! —tronó Lao Jiang, terriblemente enfadado—. Le daremos el
jiance
a la Banda Verde para que comprueben por ellos mismos que la entrada ha desaparecido y así nos dejarán en paz y podremos recuperar nuestras vidas en Shanghai. Toda esta locura se ha terminado.

Me indigné. No había gastado tanta energía ni había sometido a mi sobrina a tantos peligros para admitir una derrota tan absurda y humillante.

—¡No quiero volver a oír que esto se ha terminado! —vociferé; el anticuario me miró sorprendido, lo mismo que Fernanda, Biao y el maestro Rojo—. ¿Quiere darle el
jiance
a la Banda Verde...? ¡Usted se ha vuelto loco! Les estaríamos entregando el mausoleo en bandeja de plata. Sabiendo dónde está, sólo tienen que venir con un batallón de obreros y empezar a excavar. Les daremos la tumba del Primer Emperador y sus incalculables riquezas a cambio de nuestras pequeñas vidas en Shanghai o en París, ¿no es así? ¡Ah, y no olvidemos las soluciones de las trampas contra los ladrones! Todo, les daremos todo a cambio de que nos dejen en paz, ¿verdad? Pero usted parece olvidar que la Banda Verde sólo es la mano criminal contratada por los imperialistas y los japoneses a quienes tanto odia y teme. ¡Piense! ¡Utilice la cabeza si no desea volver a inclinarse ante un todopoderoso emperador manchú que le obligará a llevar de nuevo la coleta Qing!

—¿Y qué quiere...? ¿Que excavemos nosotros? —se burló.

—¡Quiero que hagamos cualquier cosa, lo que sea, para encontrar otra manera de entrar en el mausoleo! —exclamé, dejándolos a todos boquiabiertos—. ¡Si tenemos que excavar, excavaremos!

Me iba creciendo al escucharme a mí misma. Sabía que acertaba, que eso era lo que debíamos hacer aunque, claro, si me hubieran preguntado sobre la forma de resolver el problema me habría desinflado como un globo. Pero mis palabras surtieron un efecto inesperado. El maestro Rojo pareció despertar de un ensueño.

—Quizá sea posible —dijo muy bajito.

—¿Qué ha dicho? —repliqué, sintiéndome aún dueña de la situación.

Me echó una mirada rápida, muy azorado (todavía le costaba hacerlo), y bajando los ojos hacia el suelo, repitió:

—Quizá sea posible entrar de otra manera.

—¿Qué tontería es ésta? —se enfadó Lao Jiang.

—No se ofenda, por favor —suplicó el maestro—. Recuerdo haber leído algo, hace mucho tiempo, sobre unos pozos perforados por bandas de ladrones que quisieron saquear el mausoleo.

—¿El mausoleo del Primer Emperador? —repuse, sorprendida—. ¿Este mausoleo?

—Sí,
madame
.

—Pero, vamos a ver, maestro Jade Rojo, eso es imposible —razoné—. Para empezar tenían que conocer su emplazamiento y nadie ha sabido nada de él desde hace dos mil años.

—Exacto,
madame
—aprobó tan tranquilo—. Hay un pasaje del
Shui Jing Chu
...

—¿El «Comentario al Clásico de las Aguas» del gran Li Daoyuan? —se sorprendió el anticuario—. ¿Ha tenido usted en sus manos una copia del «Comentario al Clásico de las Aguas»?

—En efecto —admitió el monje—. Una copia tan antigua como la propia obra, ya que fue realizada durante la dinastía Wei del Norte
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.

—Algún día tendré que hablar de negocios con el abad de Wudang —musitó el anticuario, hablando consigo mismo.

—¿Y qué decía ese pasaje del «Comentario al Clásico de las Aguas»? —atajé, antes de que aquello se convirtiera en una discusión sobre los valiosos libros existentes en las bibliotecas de la Montaña Misteriosa.

—Decía que Xiang Yu, el fundador de la dinastía Han, la siguiente a la del Primer Emperador, después de asesinar a toda la familia imperial de los Qin y de arrasar Xianyang, la capital, se dirigió al mausoleo de Shi Huang Ti y, según el texto, le prendió fuego tras apoderarse de todos los tesoros.

—Eso es imposible —comentó tranquilamente Lao Jiang—. Li Daoyuan escribió su obra setecientos años después de la desaparición de la dinastía Qin. Si eso hubiera ocurrido, Sima Qian, el gran historiador, lo habría mencionado en sus
Memorias históricas
, escritas sólo cien años después y perfectamente documentadas.

—Estoy de acuerdo con usted —asintió el maestro Rojo—. Y ésa es también la opinión de todos los sabios y estudiosos que escribieron sobre ese fragmento de la obra de Li Daoyuan durante los catorce siglos posteriores. Sin embargo, recuerdo que uno de ellos, un antiguo maestro de
Feng Shui
, contaba una historia curiosa en un viejo tratado: decía que, pese a no ser cierta la historia contada por Li Daoyuan, sí era verdad que, en los doscientos años posteriores a la muerte del Primer Emperador, hubo dos serios intentos de saquear su mausoleo organizados por algunas familias nobles de la corte Han, ansiosas de hacerse con sus inmensas riquezas. En ambos casos se perforaron pozos muy profundos con la intención de llegar al palacio subterráneo.

—¿Y lo consiguieron? —preguntó Lao Jiang, escéptico.

—El primer intento fue un fracaso porque, a pesar de contar con los medios económicos necesarios, se desconocía la técnica para perforar a tanta profundidad.

—Los ingenieros de los Han no eran tan hábiles como los maestros de obras de los Qin —dijo mi sobrina.

—Cierto —celebré. El frío nocturno era cada vez más intenso. A pesar de mis botas forradas, tenía los pies como bloques de hielo.

—En el segundo intento hubo más suerte —siguió explicando el maestro Rojo—. Los ladrones llegaron al mausoleo pero nunca se volvió a saber de ellos. Al parecer, murieron allí dentro.

—Las ballestas automáticas —murmuré.

—Seguramente —admitió Lao Jiang—. Pero, salvo que el maestro Jade Rojo pueda decirnos con exactitud dónde se encuentra el pozo excavado por los ladrones del segundo intento, toda esta conversación es absurda.

—Es que sí que puedo decírselo —anunció muy sonriente el maestro—. El sabio que aludió a estos hechos era un maestro de Feng Shui del período de los Tres Reinos
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. Él no sabía dónde se encontraba la tumba del Primer Emperador pero, como maestro de
Feng Shu
i que era, disponía de los datos geománticos que hoy, a nosotros, estando aquí, nos pueden llevar hasta el pozo que alcanzó el mausoleo.

—¿Y puede recordar esos datos geománticos? —se asombro Biao que, hasta entonces, no había abierto la boca.

—Claro que puedo —dijo el maestro sin dejar de sonreír—. Es muy fácil. Sólo hay que encontrar un Nido de Dragón.

Mientras Biao abría la boca y los ojos como si acabara de oír las palabras más maravillosas de la mejor y más hermosa poesía del mundo, Fernanda reaccionó:

—¡Los dragones no existen, maestro Jade Rojo! ¿Cómo vamos a encontrar un nido?

—No estoy hablando de dragones auténticos —se rió el monje—. El Nido de Dragón es un concepto del Feng Shui. Para nosotros, los chinos, el dragón simboliza la buena suerte, la buena estrella. Un Nido de Dragón es el lugar donde la energía
qi
se concentra poderosamente de manera equilibrada y natural. Son muy escasos y difíciles de encontrar. En la antigüedad, los Nidos de Dragón señalaban el punto exacto en el que debía enterrarse a los emperadores. Si además se daba el caso, como aquí, de que la situación geomántica era la correcta, entonces el enterramiento resultaba especialmente afortunado y el muerto se aseguraba una buena vida en el mas allá.

—Es cierto —dijo Lao Jiang—. Aquí se da la situación geomántica correcta para un enterramiento: el fuego del Cuervo Rojo al sur, que serían las crestas del monte Li; el agua de la Tortuga Negra al norte, el río Wei; el metal del Tigre Blanco al oeste, la cordillera montañosa del Qin Ling por donde vinimos desde Wudang; y al este... ¿Qué hay al este? —se sorprendió—. No hay nada.

—No hay nada que podamos ver —repuso el maestro—. La zona este, la del Dragón Verde, estará protegida de algún modo, no lo dude
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. Los maestros geománticos de Shi Huang Ti eran los mejores de su época.

—Eso del Tigre Blanco, el Cuervo Rojo, la Tortuga Negra y el Dragón Verde me suena mucho —comenté, sorprendida—. Creo que lo explicaron en una clase sobre los Cinco Elementos a la que asistí en el monasterio.

—Tiene razón —asintió el maestro—. La ciencia del
qi
, los Cinco Elementos, el
Feng Shui,
el
I Ching
, las artes marciales y el resto de los ancestrales conocimientos de nuestra cultura están todos relacionados entre sí.

—Bueno, volviendo al Nido de Dragón —dije, retomando la conversación para que no acabáramos yéndonos otra vez por los cerros de Úbeda—. ¿El pozo que llegó hasta el mausoleo estaba en un Nido de Dragón o sólo la tumba del Primer Emperador?

—Estoy seguro de que la tumba se hizo en un Nido de Dragón, pero lo que aquel gran erudito del período de los Tres Reinos destacaba, por extraordinario, era que el pozo que alcanzó el mausoleo se había perforado en un segundo Nido cercano al primero, algo realmente inusual.

—En ese caso se destruiría al cavar.

—Un Nido de Dragón no se destruye,
madame
—replicó pacientemente—. No es un pedazo de tierra que, si se remueve, ya no vuelve a quedar como antes. Es un punto donde la concentración del
qi
de la Tierra es muy fuerte y se encuentra en las mejores condiciones posibles. Esa energía altera el terreno produciendo un característico dibujo que es lo que sirve para encontrar los Nidos.

—¿Un dibujo? —preguntó Biao.

—Un Nido de Dragón suele tener una forma más o menos circular y, dentro de él, la tierra presenta dos colores distintos, marrón oscuro y marrón claro, separados por una línea blanca. La tierra oscura es viscosa y la tierra clara está suelta como la arena. Los dos colores forman dibujos dentro del Nido que a veces pueden ser círculos concéntricos, espirales, lunas menguantes o, incluso, el remolino del
t'ai-chi
.

—¿Del taichi? —me sorprendí. ¿Qué tenían que ver los ejercicios matinales con el Nido de Dragón?

—No. Del
t'ai-chi
. Es diferente. El
t'ai-chi
es un dibujo que representa al Yin y al Yang con los colores blanco y negro en un pequeño remolino circular conteniendo cada uno de ellos un punto del color contrario. Los Nidos de Dragón, a veces, presentan también esta imagen. —El maestro Rojo se levantó el cuello del abrigo—. Hace dos mil años, alguna noble y acaudalada familia Han mandó cavar un profundo pozo hasta el mausoleo. Sus maestros geománticos encontraron el mejor lugar para hacerlo: un inesperado Nido de Dragón. Eso aseguraba el éxito del proyecto. Sin embargo, todos los sirvientes que bajaron por él y llegaron hasta el fondo, murieron. Seguramente eso les asustó lo bastante como para que ordenaran cegarlo y olvidaran todo el asunto. Pero un pozo de muchos metros de profundidad no podía ser un simple agujero y menos aún si la obra estaba bien financiada. El pozo debía de ser amplio para poder sacar cómodamente los tesoros, con las paredes reforzadas para evitar derrumbamientos, algún sistema de poleas para bajar a los obreros y subir las cestas con la tierra que se iba retirando o, lo más probable, con peldaños excavados en las paredes. Al fracasar el intento, cerrarían el pozo y, con los siglos, la energía
qi
volvió a emerger de nuevo y redibujó en el suelo su Nido de Dragón. Sólo tenemos que encontrarlo. Ya saben cómo es.

—Mañana por la mañana, con la luz del sol —sentenció Lao Jiang—, nos repartiremos las zonas alrededor del túmulo y empezaremos a buscar.

—Y, ahora, vayamos a dormir, por favor —supliqué—. Estoy cansada y muerta de frío. Mejor será que durmamos con toda la ropa puesta. Sin fuego, podemos congelarnos.

Sin embargo, pese al cansancio, no pude pegar ojo y la noche se hizo muy larga. Todos estábamos impacientes, nerviosos. Oí removerse a los niños durante horas y escuché a Lao Jiang y al maestro Rojo conversar en susurros hasta la madrugada. Las mantas aparecieron cubiertas de escarcha cuando, por fin, una ligera claridad se abrió en el cielo y nos levantamos para hacer los ejercicios taichi (no
t'ai-chi
). Con ellos y con el té caliente del desayuno —pudimos encender fuego en cuanto hubo bastante luz para que pasara desapercibido— terminamos por entrar en calor.

Biao propuso tímidamente distribuirnos los cuatro puntos cardinales. Fernanda y él irían juntos, dijo, pero mi sobrina se negó en redondo; ella sola era perfectamente capaz de encontrar un Nido de Dragón sin ayuda de nadie, de modo que me quedé yo con el pobre Biao y ambos formamos el equipo del Cuervo Rojo, el del sur. Lao Jiang se quedó el Tigre Blanco del oeste, Fernanda el Dragón Verde del este y el maestro Rojo la Tortuga Negra del norte. Esta última zona era la más extensa ya que llegaba hasta el cauce del río Wei, pero el maestro contaba con sus profundos conocimientos de
Feng Shui
y con el
Luo P'an
para estudiar el terreno, lo que era como decir que, si el Nido de Dragón estaba en su área, caminaría directo hacia él sobre las líneas del flujo del
qi
. Como la campiña era enorme, nos llevamos comida para el mediodía. Primero fuimos con los caballos hasta el montículo que, según Sima Qian, señalaba el lugar del mausoleo; luego, sujetamos las riendas con unas piedras para que los animales no se escaparan durante nuestra ausencia y, por fin, cada uno de nosotros se fue hacia el lado que le había correspondido de la frondosa pirámide de tierra.

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