Read Todo por una chica Online

Authors: Nick Hornby

Todo por una chica (3 page)

BOOK: Todo por una chica
11.37Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

No me interesaba tener novia, no tenía ganas. No había salido con ninguna chica más de siete semanas, y de ellas unas tres ni siquiera contaban, porque no nos habíamos visto casi nada. Yo quería dejarla, y ella quería dejarme, así que evitábamos vernos. Y no teníamos que dejarnos. Con las demás había salido un par de semanas aquí, tres semanas allá. Sabía que tarde o temprano tendría que intentarlo con más ahínco, pero pensaba que era más feliz patinando con Conejo que sentándome en un McDonald's sin decirle nada a alguien a quien ni siquiera conocía bien.

Mi madre se puso elegante para la fiesta, y estaba estupenda. Llevaba un vestido negro y se había puesto un poco de maquillaje, y se notaba a la legua que estaba haciendo un esfuerzo.

—¿Qué te parece? —dijo.

—Bien. Estás bien.

—¿Ese «estás bien» quiere decir «bien, bien», o solamente un poco bien?

—Un poco más que «bien, bien». Pero no tanto como fantástica.

Pero ella sabía perfectamente que estaba bromeando, así que hizo que me daba un golpe detrás de una oreja.

—¿Voy correcta?

Sabía a lo que se refería, pero puse cara como de que acabara de decirme algo en chino, y ella dejó escapar un suspiro.

—Cumple cincuenta años —dijo—. ¿Crees que voy como es debido? ¿O una pizca fuera de lugar?

—¿Cincuenta?

—Sí.

—¿Tiene cincuenta años?

—Sí.

—Joder... Entonces, ¿cuántos años tiene su hija? ¿Treinta o algo así? ¿Por qué iba yo a querer salir con alguien de treinta años?

—Dieciséis. Ya te lo he dicho. Es normal. Tienes un bebé cuando tienes treinta y cuatro años, que es lo que yo debería haber hecho, y así cuando tu hijo tiene dieciséis tú tienes cincuenta.

—Entonces era mayor que tú ahora cuando tuvo a su hija.

—A Alicia. Sí. Y, como he dicho, no es raro. Es lo normal.

—Me alegro de que no tengas cincuenta años.

—¿Por qué? ¿A ti qué te importa eso?

Tenía razón, la verdad. Que tuviera una edad u otra no tenía para mí tantísima importancia.

—Cuando tú tengas cincuenta años yo tendré treinta y cuatro.

—¿Y?

—Podré emborracharme. Y no me podrás decir nada.

—Es el mejor argumento que he oído en mi vida para tener un hijo a los dieciséis años. De hecho es el único argumento que he oído en mi vida para tener un hijo a los dieciséis años.

No me gustaba nada oírle decir esas cosas. Me hacía sentirme como si fuera culpa mía, de alguna forma. Como si yo la hubiera convencido de que quería venir al mundo dieciocho años antes. Es lo que tiene ser un hijo no deseado, que es lo que yo era, admitámoslo. Que siempre tienes que andar recordándote que la idea fue suya —de ellos—, no tuya.

Alicia y su madre vivían en una de esas grandes casas viejas que hay cerca de Highbury New Park. Yo nunca había estado en ninguna. Mi madre conoce gente que vive en sitios así, por el trabajo, y por su grupo de lectura, pero yo no. Vivíamos a apenas ochocientos metros de ellas, pero nunca había tenido motivo alguno para ir en esa dirección hasta que conocí a Alicia. Todo lo de su casa era diferente de la nuestra. La suya era grande, y nosotros vivíamos en un apartamento. La suya era vieja, y la nuestra era nueva. La suya estaba desordenada y tenía algo de polvo, y la nuestra estaba ordenada y limpia. Y ellos tenían libros por todas partes. Y no es que nosotros no tuviéramos libros en casa. Pero mi madre tendría unos cien, y yo unos treinta. Y ellos unos diez mil por cabeza, o al menos esa impresión me daba. Había una librería en el recibidor, y otras hasta en las escaleras, y en todas había libros puestos encima. Los nuestros eran todos nuevos, y los suyos todos viejos. A mí me gustaba más todo lo de nuestro apartamento, si quitamos que habría preferido que hubiéramos tenido más de dos dormitorios. Cuando pensaba en el futuro, y en cómo iba a ser y demás, lo que veía era eso: una casa mía con montones y montones de dormitorios. No sabía lo que iba a hacer con ellos, porque quería vivir solo, como uno de los skater que vi una vez en la MTV. Tenía una casa gigantesca, con piscina, y una mesa de billar, y una pista de interior de skate en miniatura con paredes acolchadas y una rampa vert y una semitubo. Y no tenía ninguna novia viviendo allí, ni padres, ni nada de nada. Yo quería algo parecido. No tenía la menor idea de cómo iba a conseguirlo, pero poco importaba. Tenía una meta.

Mi madre saludó a Andrea, la madre de Alicia, y An drea me hizo ir con ella hasta donde estaba sentada Alicia para saludarla. Alicia no tenía ningún aspecto de querer saludar. Estaba repantigada en el sofá, hojeando una revista —a pesar de ser una fiesta—, y cuando su madre y yo nos acercamos a ella se comportó como si la velada más aburrida de su vida acabara de dar un giro a peor.

No sé vosotros, pero cuando mis padres tratan de emparejarme con alguien, decido inmediatamente que la chica que me tienen destinada es la mayor mema de toda Gran Bretaña. Poco me importaría que se pareciera a la Britney Spears de antes o que pensara que
Hawk — Occupation: Skateboarder
era el mejor libro de la historia de la humanidad. Si era idea de mi madre, no me interesaba. Toda la gracia de los amigos está en el hecho de que eres tú mismo el que los eliges. Ya es bastante malo que te dicten quiénes son tus parientes, tus tías y tíos y primos y demás. Si tampoco se me permitiera elegir a mis amigos, es muy probable que no volviera a hablar con ninguno de mis semejantes. Me apetecería vivir solo en una isla desierta, siempre que la isla estuviera hecha de cemento y que pudiera llevarme una tabla de skate. Una isla desierta preparada para el tráfico, ja, ja...

En fin. Estaba bien lo de no querer hablar con nadie, pero ¿quién se creía ella que era, allí sentada haciendo un mohín y mirando para otro lado? Lo más seguro es que jamás hubiera oído hablar de Tony Hawk, o de Green Day, o de algo en la onda, así que ¿qué le daba derecho a ponerse en ese plan?

Pensé ponerme más borde que ella. Estaba sentada en el sofá, bien hundida en el almohadón, con las piernas extendidas, mirando en dirección contraria a donde yo estaba, hacia la mesa de la comida que habían pegado a la pared. Me senté en el sofá de la misma forma, extendí las piernas y me quedé mirando las estanterías de libros que había a mi lado. Estábamos dispuestos en el sofá con tanto esmero que debíamos de parecer figurillas de plástico, de esas que suelen darte con una Happy Meal.

Me estaba burlando de ella, y ella lo sabía, pero en lugar de ponerse más borde —lo que habría sido un camino de una sola dirección— decidió echarse a reír. Y cuando se rió sentí que alguna parte de mí flipaba. Y, de repente, me moría de ganas de gustarle a aquella chica. Y, como seguro que ya habréis comprobado, mi madre tenía razón. Era una chica oficialmente preciosa. Si le hubiera dado la gana, podría haber conseguido un certificado de «preciosura» en el ayuntamiento de Islington. Y ni siquiera habría necesitado ningún enchufe de su madre. Tenía —tiene— unos enormes ojos grises que han llegado a hacerme sentir dolor físico una o dos veces, en alguna parte entre la garganta y el pecho. Y tiene un pelo increíblemente rubio pajizo que siempre parece despeinado y genial al mismo tiempo, y es alta, pero no esmirriada y plana de pecho, como muchísimas chicas altas, y tampoco es más alta que yo, y luego está esa piel, que es..., no sé, como la piel de un melocotón o algo parecido... Soy malísimo describiendo gente. Lo único que puedo decir es que, cuando la vi, me puse furioso con mi madre, por no haberme agarrado por el cuello y haberme gritado que no fuera idiota. De acuerdo, me dio una pista, es cierto. Pero tendría que haber sido mucho más que eso. Tendría que haber sido algo así como: «Si no vienes, lo lamentarás todos los minutos del resto de tu vida, imbécil.»

—No tendrías que estar mirando —le dije a Alicia.

—¿Quién ha dicho que me río de lo que estás haciendo?

—O te ríes de lo que estoy haciendo o estás mal de la cabeza. Aquí no hay nada más de lo que puedas reírte.

No era totalmente cierto. Podría haber estado riéndose de cómo bailaba su padre, por ejemplo. Y había montones de pantalones y camisas bastante divertidas.

—Quizás me estaba riendo de algo que acabo de recordar —dijo.

—¿Como qué?

—No sé. Suceden montones de cosas divertidas, ¿no crees?

—¿Y te reías de todas ellas, de todas a la vez?

Seguimos así un ratito, tonteando. Empezaba a relajarme. Había conseguido que hablara, y cuando consigo que una chica hable está perdida, no tiene escapatoria. Pero de pronto dejó de hablar.

—¿Qué pasa?

—Crees que estás consiguiendo algo, ¿no?

—¿Cómo puedes decir eso? —Me quedé helado: era exactamente lo que estaba pensando.

Se echó a reír.

—Cuando me has empezado a hablar no tenías ni un solo músculo relajado en el cuerpo. Y ahora estás todo... —Estiró brazos y piernas como imitando a alguien que estuviera viendo la televisión en el sofá de su casa—. Bien, pues no es así —dijo—. Todavía no. Y puede que no lo sea nunca.

—Muy bien —dije—. Gracias.

Me sentía como si tuviera tres años.

—No quería decir eso —dijo ella—. Quería decir..., ya sabes, que tienes que seguir intentándolo.

—Puede que no quiera seguir intentándolo.

—Sé que eso no es verdad.

Entonces me di la vuelta para mirarla, para ver lo seria que estaba, y me di cuenta de que estaba medio bromeando, así que casi estaba dispuesto a perdonarle lo que había dicho. Parecía mayor que yo, lo cual —decidí— se debía al hecho de que se pasaba mucho tiempo tratando con chicos que se enamoraban de ella en dos segundos.

—¿Dónde te gustaría estar ahora mismo? —me preguntó.

No sabía muy bien qué responder. Sabía la respuesta. La respuesta era que no había ningún sitio donde preferiría estar. Pero si se lo decía estaba perdido.

—No sé. Haciendo skate, seguramente.

—¿Haces skate?

—Sí. Skateboard. —Sé que he dicho que no iba a utilizar más esta palabra, pero a veces no tengo más remedio que hacerlo. No todo el mundo está tan en la onda como yo.

—Sé lo que significa «skate», gracias.

Se estaba anotando muchos puntos. Pronto iba a hacerme falta una calculadora para poder sumarlos todos. Pero no quería hablar de skate hasta saber lo que ella pensaba del asunto.

—¿Y qué me dices de ti? ¿A ti dónde te gustaría estar?

Dudó, como si estuviera a punto de decir algo que pudiera darle algo de vergüenza.

—En realidad quiero estar aquí, en este sofá.

Por segunda vez era como si me estuviera leyendo el pensamiento, con la diferencia de que ahora incluso se había superado. Había adivinado la respuesta que yo quería haber dado, y ella la decía como si fuera suya. Su puntuación estaba subiendo y se estaba poniendo en miles de millones.

—Aquí mismo, pero sin nadie más en la sala.

—Oh... —Sentía cómo empezaba a ponerme rojo, y no sabía qué decir. Ella me miró y se echó a reír.

—Nadie más —dijo—. Y eso te incluye a ti.

Había que restarle puntos a sus miles de millones. Sí, podía leer mi pensamiento. Pero quería utilizar sus superpoderes para el mal, no para el bien.

—Perdona si te he parecido grosera. Pero odio que mis padres monten fiestas. Hacen que me entren ganas de ver la tele sola. Soy aburrida, ¿verdad?

—No. Por supuesto que no lo eres.

Alguna gente diría que lo era. Alicia podía haberse ido a cualquier parte del mundo durante aquellos pocos segundos, pero ella elegía su propia casa para poder ver
Pop Idol
sin que nadie la molestara. Esa gente, sin embargo, no habría entendido por qué había dicho lo que había dicho. Lo había dicho para pincharme. Sabía que yo pensaría —durante un segundo— que iba a decir algo romántico. Sabía que yo esperaba que dijera algo como «Aquí mismo, pero sin nadie más en la sala que tú». Y se había callado las tres últimas palabras para darme en las narices. Me pareció bastante inteligente por su parte. Cruel, pero inteligente.

—¿Así que no tienes ni hermanos ni hermanas?

—¿Y eso qué tiene que ver con lo que estamos hablando?

—Porque si tus padres no estuvieran dando una fiesta, tú ahora podrías estar sola en tu habitación.

—Oh, ya... Supongo que sí. Tengo un hermano. De diecinueve años.

—¿Qué estudia?

—Música.

—¿Qué música te gusta?

—Oh, suave, suave...

Durante un momento, pensé que estaba diciendo que le gustaba la música muy suave, pero luego me di cuenta de que se estaba burlando de mis intentos de pegar la hebra. Empezaba a ponerme un poco de los nervios. O íbamos a hablar o no íbamos a hablar. Y si íbamos a hablar, preguntarle la música que le gustaba era algo que entraba dentro de lo normal. Puede que no fuera increíblemente original, pero a juzgar por su actitud era como si le estuviera pidiendo que se desnudara.

Me levanté.

—¿Adonde vas?

—Creo que te estoy haciendo perder el tiempo, y lo siento.

—No estás haciendo nada de eso. Venga, siéntate.

—Puedes hacer como si aquí no hubiera nadie más, si quieres. Puedes seguir sentada y sola, pensando.

—¿Y qué vas a hacer tú? ¿Con quién vas a hablar?

—Con mi madre.

—Ahhh, qué tierno...

Le solté con brusquedad:

—Oye, eres preciosa. Pero lo malo es que lo sabes, y te crees que puedes tratar a la gente como si fuera basura. Bueno, pues lo siento pero no estoy tan desesperado.

Y la dejé allí. Fue uno de mis grandes momentos: las palabras me salieron espontáneamente, y quería decir todo lo que dije, y me sentía contento de haberlo dicho. No lo había hecho para impresionar, tampoco. Estaba harto, más que harto de ella..., lo cual me duró unos veinte segundos. Después de esos veinte segundos, me calmé y empecé a pensar cómo volver a trabar conversación con ella. Y con la esperanza de que tal conversación diera lugar a algo más: un beso, y luego, al cabo de un par de semanas de salir juntos, boda. Pero estaba harto de la forma en que me hacía sentirme. Estaba demasiado nervioso, demasiado ansioso de no meter la pata, y estaba portándome como un imbécil. Si íbamos a volver a mantener una conversación, tendría que ser porque lo quisiera ella.

Mi madre estaba hablando con un tipo, y no le hizo mucha gracia verme. Me dio la impresión de que aún no había llegado al punto en que se mencionaba mi existencia, si sabéis a lo que me refiero. Sé que me quiere, pero de cuando en cuando, justo en este tipo de situaciones, olvida convenientemente mencionar que tiene un hijo de quince años.

BOOK: Todo por una chica
11.37Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Two Parts Demon by Viola Grace
Fringe-ology by Steve Volk
The Star Prince by Susan Grant
Half Way Home by Hugh Howey
Proof by Seduction by Courtney Milan